Siguiendo con la colección Espacios Críticos, de la Editorial Icaria, destinada a grandes figuras de la geografía (de la cual ya leímos Edward W. Soja), en esta ocasión leemos Neil Smith. Gentrificación urbana y desarrollo desigual, escrita por Luz Marina García Herrera y Fernando Sabaté Bel (2015).

Neil Smith fue un geógrafo escocés que se trasladó a Estados Unidos, estudió bajo la batuta de David Harvey, nada menos (con el que acabaría trabando una gran amistad; de hecho en el libro se comenta, como anécdota, que Harvey releía las obras de Marx mientras estaba en el hospital haciendo compañía a Smith en sus últimos momentos; murió, de forma bastante prematura, en 2012) y enfocó sus estudios en tres temas concretos (y sus múltiples ramificaciones): por un lado, la gentrificación, de la cual ya detectó los primeros efectos en los años 70 en Nueva York; en segundo lugar, el desarrollo desigual generado por el capitalismo; y, en tercer lugar, un acercamiento a la relación entre el imperialismo y la geopolítica («la estrecha relación dialéctica que existe entre la geografía histórica y la historia del pensamiento geográfico»), cristalizada en la biografía que escribió de Isaiah Bowman.
Bastantes de sus lecturas ya han sido reseñadas en el blog:
- La nueva frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación (1996) es un estudio abrumador sobre la gentrificación en la ciudad de Nueva York que, más allá de catalogar sus consecuencias, bucea en sus causas. Smith relacionó el proceso de la gentrificación no con el cambio en los gustos del consumidor, sino con todo un entramado capitalista que devaluaba el precio del suelo en determinados lugares para luego propulsarlo hacia mayores cotas de beneficio; lo que denominó la diferencia de renta. Además, en este libro Smith acuñó el término «ciudad revanchista» para referirse al proceso en que la autoridad de una ciudad «reclama» espacios que considera que ha perdido, que han sido entregados a disidentes, a delincuentes, a personas ajenas al proceso social…, a los cuales estigmatiza a ojos de la opinión pública para luego justificar su expulsión (lo vimos hace nada, por ejemplo, en La ciudad horizontal). Además, Smith vinculaba el proceso de los pioneros de la gentrificación con los pioneros americanos, los «exploradores» que iban avanzando hacia el Oeste, descubriendo territorios salvajes; y el símil, de algún modo, daba también a entender que dichos salvajes (es decir, los habitantes de los barrios que la ciudad había «perdido») tampoco tenían derechos y también podían ser expulsados sin repercusiones.
- Desarrollo desigual es, junto a la anterior, la gran obra teórica de Neil Smith. Publicada en 1984, reeditada en 1990 y publicado por tercera vez en 2008 (la edición que leímos), aborda la concepción de la naturaleza del capitalismo y la teoría del vaivén en el desarrollo desigual; temas que, puesto que se alejaban de la temática del blog, no tratamos en profundidad en su reseña.
- El artículo «Nuevo globalismo y nuevo urbanismo. La gentrificación como estrategia urbana global», en El mercado contra la ciudad, artículo aparecido en la revista Antipode de 2002 que vuelve sobre el tema de la gentrificación de Nueva York y, dando un paso más, relaciona la misma con la ideología neoliberal instalada en el poder y avisa del peligro que supone que «las conexiones entre capital y Estado, entre reproducción social y control social, han sido alteradas de forma drástica», es decir: el objetivo de la ciudad ya no es la reproducción social (la sociedad reproduciéndose a sí misma, es decir: hospitales, colegios, viviendas y toda la infraestructura necesaria) sino la producción social: la continua y obsesiva obtención de beneficios. Las progresivas mercantilizaciones de la vivienda, sanidad, educación y hasta la ciudad dan fe de la veracidad de la afirmación de Smith.
- Y, finalmente, «Nueva ciudad, nueva frontera» (1992), artículo aparecido en Variaciones sobre un parque temático donde se analiza la gentrificación en el Lower East Side de Nueva York, en concreto la plaza de Tomkins Square (artículo que luego reapareció, con una nueva redacción, en La nueva frontera urbana).
Como es habitual en la colección, el libro empieza con una amplia biografía del autor, luego ofrece entrevistas con el mismo (o, como en este caso era imposible, debido a su defunción, se trata de charlas con personas cercanas a Smith), después la antología de textos, que ocupa el grueso del libro, y acaba con una visión panorámica de la obra del autor y su bibliografía.
El primer artículo, «Hacia una teoría de la gentrificación. Un retorno a la ciudad por el capital, no por las personas«, de 1979 y centrado en el barrio de Society Hill de Filadelfia, ya desmonta las que por la época se consideraban las causas de la gentrificación: por un lado, el cambio en los hábitos de consumo (empleados de fábrica que pasan a ser empleados de servicios y buscan más comodidad en la ciudad) o económicas (a medida que las sucesivas oleadas de suburbanización se iban alejando de la ciudad, salía más a cuenta rehabilitar una vivienda del centro y vivir ahí que alejarse mucho). Smith acepta las premisas (aunque sus datos demostraban que sólo un 14% de los residentes de Society Hill venían de los suburbios) pero se plantea cómo es que los cambios de los consumidores se han modificado de forma tan drástica en tan poco tiempo. «Explicar la gentrificación únicamente a través de las acciones del gentrificador, mientras se ignora el papel de los constructores, promotores, propietarios, prestamistas hipotecarios, agencias gubernamentales, agentes inmobiliarios e inquilinos resulta excesivamente limitado.»
El siguiente paso de Smith fue analizar el valor del suelo. En la mayoría de ciudades norteamericanas, debido a su configuración, se daba un valle: el suelo era más caro en el centro y, a medida que se iba alejando hacia la periferia, el valor descendía. Sin embargo, llegó un momento en que se creó un valle (que coincide con el redlining del que hemos hablado a menudo y la white flight o huida blanca, es decir, el momento en que el gobierno y otras instancias de Estados Unidos decidieron que la clase media blanca iba a vivir en viviendas unifamiliares en la periferia de las ciudades y que los negros y los pobres se podían quedar en los alrededores del centro de la ciudad, que acabarían convertidos en guetos). Como resultado, se crea «un valle» en el precio del suelo y ese lugar (el gueto, lleno de viviendas en pésimo estado de conservación, puesto que ni el ayuntamiento ni el gobierno han invertido en su mantenimiento y se han convertido en barrios pobres) es el que, potencialmente, ofrece mayores perspectivas de beneficio. Es lo que Smith denominó diferencia potencial de renta.
«La reafirmación de la economía: la gentrificación del Lower East Side en la década de 1990«, coescrito con James Defilippis y publicado en 1999, analiza las sucesivas oleadas de gentrificación que ha recibido este barrio de la ciudad de Nueva York. De hecho, la pregunta de fondo es: ¿la gentrificación es un proceso puntual o sus sucesivas oleadas van sacudiendo las ciudades? Los autores son conscientes de que un caso concreto no demuestra un proceso, pero sí ayuda a tratar de formar una «teoría de la gentrificación».
La historia del Lower East Side que presentan Smith y Defilippis no tiene desperdicio. Resumiéndola, el barrio, de clase obrera y receptor de sucesivas oleadas de inmigración, sufrió la primera incursión de la gentrificación hacia 1970, «tras décadas de desinversión y tras el declive poblacional de la postguerra». En los 50 acogió a la beat generation, en los 60 a los hippies, yippies y demás miembros de la contracultura, algunos de los cuales ya reformaron sus viviendas. Tras la bancarrota virtual de la ciudad (1975), sin embargo, una parte del barrio, rebautizada como East Village, se convirtió en un punto central para inversiones inmobiliarias y culturales, sobre todo artistas llegados de los barrios cercanos de Greenwich Village o el SoHo, mucho más gentrificados (y de precios más prohibitivos). Esta primera oleada, destacan Smith y Defilippo, no fue tan potente en este barrio como en los cercanos y atrajo «inversiones ocasionales de las finanzas y del capital inmobiliario tradicional».
La segunda oleada de gentrificación llegó al punto álgido a finales de los 80 (coincidiendo con los levantamientos en Tomkins Square de los que habla Smith al principio de La nueva frontera urbana) y estaba formada más bien por altos representantes de las finanzas y el nuevo capital global. Esta segunda oleada («que tuvo lugar entre 1977 y 1987 y que despegó especialmente tras el año 1982») «empezó a integrar al barrio dentro de los circuitos económicos y culturales de la ciudad global emergente. Esta oleada trajo enormes beneficios «a los promotores y propietarios, pero al mismo tiempo hizo que el barrio fuera más vulnerable que en el pasado a las caprichosas vicisitudes de la economía global y de la ciudad». La tercera oleada, a partir de 1994, en la que se centra el artículo, ya encontró «el patrón geográfico de gentrificación en el barrio» completamente alterado, de manera irreversible.
Esta tercera oleada es algo más irregular y caótica y, sin embargo, más definitiva. Ha puesto zonas completas de la ciudad a merced del capital, dejando de lado tanto a las personas de rentas inferiores como a las personas vulnerables, evidenciando que sólo tienen sitio en la ciudad para hacer los peores trabajos pero, sin embargo, no tienen permitido vivir en ella. «La transformación del Lower East Side, resultado de la tercera oleada de gentrificación, es sólo una parte de una restructuración espacial más grande de las áreas urbanas, asociada a las transformaciones de la producción, la reproducción social y las finanzas tan engañosamente agrupadas bajo el concepto de globalización».
Finalmente, «El imperativo revolucionario» se plantea, como ya hacía el final de Desarrollo desigual, si existe hoy en día siquiera la posibilidad de pensar o plantear un mundo no capitalista o no neoliberal. La primera reflexión es sobre las revoluciones: hoy en día se contemplan todas ellas como terrorismo o una amenaza al sistema; y sólo se ensalzan, históricamente, las que llevaron a organizaciones burguesas hoy consolidadas, como la revolución francesa o la americana. De hecho, cualquier semblanza con la revolución americana, hoy en día, sería tildada por el gobierno pertinente como ataque terrorista. Respecto al «neoliberalismo y su progenie, la globalización», Smith destaca que «la promesa inicial de un campo de juego llano se ha evaporado, como era de esperar, en un mundo con los gradientes económicos y sociales más acusados que jamás hayamos visto desde la Gran Depresión: por cada nuevo empresario en Bangalore, Silicon Valley o Shangai, hay una pobreza más profunda en los slums de Lagos, las comunidades inmigrantes de Los Ángeles o las barracas de Calcuta.» (p. 268).
Dada la fecha de publicación (2009) y la reciente crisis económica, son sus amenazas de posible cambio, Smith era bastante optimista en cuanto a la posibilidad de atisbar nuevas opciones. «Mientras que diez años atrás, el futuro parecía predeterminado e imposible de cambiar, el colapso y la recesión económica global han destruido esa certeza neoliberal, y el futuro político y social aparece de repente como radicalmente abierto.»
El futuro, ciertamente, está radicalmente abierto, y lo está de una manera que era impensable solo unos meses atrás; sería una indolencia intelectual no esperar una agitación social de algún tipo. Pero debe admitirse también que es probable que se produzca algún movimiento hacia un Nuevo New Deal, tanto nacional como global, como su predecesor en los años 1930, con una alta dosis de represión, esta vez desplegando todo el aparato represivo que se implementó después del 11 de septiembre de 2001. (p. 287)
Teniendo en cuenta las revoluciones que hubo después (desde las revueltas árabes hasta el 15M en España u Occupy Wall Street), Smith tenía razón en que surgiría cierta consciencia social; lo que no pudo adelantar fueron las represiones que luego vendrían, imposibilitando que estas revoluciones cristalizasen en nuevas formas de poder alternativas debido, en general, a la vasta concentración empresarial y económica, tanto de los medios de comunicación como del propio capital.