IX. La metápolis de los arquitectos: Robert Venturi, Rem Koolhaas, Bernardo Secchi

Y llegamos al último tema de los nueve que forman Teorías e historia de la ciudad contemporánea, del gran Carlos García Vázquez.

Los arquitectos encajaron de maneras muy diferentes la drástica mutación de las megápolis en metápolis. Unos quedaron deslumbrados por la rapidez, escala y radicalidad de un proceso que, en poco más de una década, puso sobre la mesa fenómenos urbanos absolutamente novedosos. Guiados por efluvios iluministas, fascinación por el progreso, confianza en el futuro, etc., su opción fue poner los pies en la tierra e intentar aprehender la lógica socioeconómica tardocapitalista para postular respuestas técnicas capaces de hacerle frente con un urbanismo y un diseño urbano de calidad.

Otros, en cambio, recelaron del cambio, sobre todo por las implicaciones socioambientales. Prevalecía en ellos una clara sensibilidad romántica, que clausuraba el siglo XX insistiendo en los mitos con los que cerró el siglo XIX: ciudad histórica y naturaleza.

El mito de los arquitectos iluministas lo marcó William J. Mitchell, autor de City of Bits en 1995. Mitchell abogaba por reformular el espacio urbano teniendo en cuenta que, en los próximos años, muchas de sus actividades se iban a llevar a cabo en el ciberespacio. Sus libros siguientes continuaron con el tema: en E-topia enunció los principios del diseño ciberurbano: desmaterialización, desmovilización, funcionamiento inteligente, personalización en masa y transformación suave.

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Algo antes, y a revuelta de las revoluciones libertarias de los 60, en 1969 Peter Hall, Reyner Banham, Paul Barker y Cedric Price publicaron un artículo titulado «Sin plan: un experimento sobre la libertad». Argumentaban que las ciudades más planificadas siempre habían sido las menos libres (el ejemplo clásico: el París de Baumann), por lo que pregonaban la libertad de los ciudadanos por crear su propia ciudad.

Sin embargo, el mensaje fue adoptado por el tardocapitalismo con un sentido opuesto: impedir que las administraciones y el estado tuviesen poder sobre la ciudad y cederle éste al mercado. Paradójicamente, los estudios culturales, en su defensa de las minorías y la diferencia, también situaron al estado y los poderes fácticos de la ciudad como el gran enemigo que había procurado por la supremacía del hombre blanco. Ante este doble envite, los urbanistas iluminstas, preocupados por la posible disolución de la ciudad que habían creado, optaron por dos caminos: el discurso de Habermas o el pragmatismo filosófico. Sigue leyendo «IX. La metápolis de los arquitectos: Robert Venturi, Rem Koolhaas, Bernardo Secchi»

VIII. La metápolis de los historiadores: Dolores Hayden, Anthony Sutcliffe, Anthony D. King

Vamos con el octavo y penúltimo apartado de Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez.

Destaca el autor cómo, a finales de los 70, la definición de la historia urbana como disciplina había concluido. En las décadas siguientes, sin embargo, en vez de consolidarse, la historia sufrió el embate del relativismo postmoderno, que deslegitimó la «historia universal» fundada por Hegel. Este embate tuvo dos oleadas: la primera respecto a los contenidos, ampliando los aspectos a estudiar; la segunda respecto a las metodologías, dejando de lado la cronología progresiva y buscando otras formas de abordar la historia.

Uno de los nuevos temas fue suburbia, claro. Robert Fishman con Bourgeois Utopia (1987) dio el pistoletazo de salida que siguió Dolores Hayden con Building Suburbia (2003). Hayden, además, abrió un segundo frente temático: la visión de género, auspiciada desde los estudios culturales. Hayden acusaba al capitalismo de haberse aliado con el machismo: en la ciudad preindustrial, casa y lugar de trabajo coincidían, por lo que las tareas eran compartidas. Al llegar a la ciudad industrial, el trabajo se apartó del hogar, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se invitó a las mujeres a retirarse de las fábricas (los hombres ya iban volviendo) y quedarse en casa (en suburbia, nada menos) a ocuparse de los críos. En 1995 publicó The Power of Place.

William H. Whyte había observado algo similar en El hombre organización (1956): la periferia, suburbia, era el reino femenino, ligado al hogar y las compras domésticas, mientras que el centro americano, downtown, era un coto masculino. Los women’s studies se centraron por lo tanto, inicialmente, en estudios sobre el espacio público; y cómo los movimientos de la mujer del siglo XIX por el espacio público, por ejemplo, venían codificados por la sociedad; y aquellas mujeres que lo incumplían, sospechosas de ser prostitutas.

Sin embargo, una segunda oleada de estudios feministas discrepaba (Elizabeth Wilson, por ejemplo). Pregonaban que en la ciudad habían existido siempre espacios liminales semipúblicos semiprivados (teatros, grandes almacenes, cafés) donde las mujeres podían desenvolverse con libertad y autonomía. De hecho, primar el hábito del espacio público sobre el doméstico era una forma machista de estudiar la historia; había que primar el estudio del espacio doméstico.

Anthony Sutcliffe fue el líder de la International Planning History Society (1977), que abordaba la historia del urbanismo basándola en las variables socioeconómicas. Su libro British Town Planning. The Formative Years (1981), fue, de hecho, el pionero. Siguió con Towards the Planned City (1981). Peter Hall vino después, con Cities of Tomorrow (1988), un rastreo de la evolución temporal y geográfica de las ideas clave del urbanismo.

Finalmente, Anthony D. King publicó Urbanism, Colonialism and the World-Economy en 1990, analizando el proceso de implantación del urbanismo occidental en las colonias británicas.

El otro embate contra la historia urbana clásica fue al de sus fuentes. Huyendo de la burda cronología histórica, se buscaron fuentes alternativas surgidas de la experiencia personal, intentando comprender el día a día de las personas anónimas, más que el de los héroes o los grandes nombres. Se usó la música, la danza, cine, pintura, fotografías, relatos de viajes; y, especialmente, la literatura. Citando sólo algunos ejemplos:

  • La imagen de la ciudad: de Esparta a Las Vegas, de Paolo Sica, 1977.
  • Metropolis 1870-1940, de Anthony Sutcliffe, 1984.
  • Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, de Richard Sennett, 1994.
  • Cities in Civilization, de Peter Hall, 1997.

VII. La metápolis de los sociólogos: Manuel Castells, Saskia Sassen, Mike Davis

Seguimos el libro Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez.

El origen del término ‘metápolis’

En 1973 estalló la crisis del petróleo, un auténtico torpedo en la línea de flotación del Estado del bienestar (…) la «época dorada del capitalismo» había llegado a su fin (…) la revisión del modelo económico corrió a cargo de los neoconservadores (…) Gobiernos y grandes empresas aprovecharon la desaparición de toda alternativa al capitalismo para poner en marcha un proceso de reestructuración cuyo objetivo era desmantelar el Estado del bienestar (…) dicha reestructuración confluyó en el tiempo con la III Revolución Tecnológica, cuyos fundamentos eran la informática y las telecomunicaciones. (p . 140).

Del fomento del humanismo se pasó a la competencia. Ciudades que no tenían tradición industrial quisieron crecer, llamar al capital: construyeron distritos financieros, parques tecnológicos, aeropuertos, megapuertos; exposiciones universales, juegos olímpicos, cualquier acontecimiento que las colocase en el mapa.

El espacio de la megalópolis quedó redefinido. El centro, hasta ahora obviado, casi abandonado, se revitalizó. Las corporaciones lo valoraban como lugar de exposición de sus sedes, muestra de poder y prestigio, y a las grandes empresas las siguieron las de servicios. Pronto volvieron los residentes: pero eran sectores muy específicos, jóvenes profesionales, parejas sin hijos, artistas, homosexuales. Sofisticados urbanitas que huían del aburrimiento de los suburbios y exigían cultura a grandes niveles: museos mediáticos, grandes exposiciones, restaurantes exóticos, tiendas de diseño. Su llegada provocó lo que se ha acabado conociendo como gentrificación: aumento del precio de la vivienda, expulsión de los antiguos residentes.

La periferia, repleta tras la crisis del petróleo de ruinas industriales y barriadas adyacentes depauperadas, fueron superadas por compañías que se deslocalizaban aún más lejos; por lo que la periferia fue ocupada por empresas medianas, que huían de la ciudad pero no podían irse tan lejos, formando complejos de trabajo, polígonos donde cohabitaban diversidad de industrias.

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Los nuevos suburbios

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VI. La megalópolis de los arquitectos: Josep Lluís Sert, Kevin Lynch, Aldo Rossi

Seguimos con el sexto tema del libro Teoría e historias de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez.

Tras la publicación de La carta de Atenas, los arquitectos se encontraron con una ciudad llena de suburbios que se extendía sin límites por el territorio. Parecía que la idea de Le Corbusier, que compartió con Frank Lloyd Wright, de que la ciudad lo ocuparía todo, se estaba desarrollando: pero no una ciudad continua, sino una serie de clústers, un amalgama de territorios descentralizados esparcidos por todo el territorio.

Tras un tiempo renunciando al concepto de espacio público, por considerarlo algo clasista de principios de siglo y asociado a los art nouveau, los arquitectos volvieron a prestarle atención, englobándolo en esta ocasión bajo el nombre de «diseño urbano», es decir, «la parte del urbanismo que trata de la forma física de la ciudad». No todo eran edificios y viviendas: también se hacían necesarios museos, cafés, cultura y hasta unión entre todos ellos.

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New Babylon, de Constantin Nieuwenhuis

Pero finalmente hubo que aceptar un hecho: la zonificación funcional no generaba los resultados previstos, más bien separaba a las personas, las disgregaba en grupos menos diversos, por lo que en el 1959 se renegó de La carta de Atenas. Fue Giancarlo de Carlo el que explicó los tres motivos que empujaban a ello: Sigue leyendo «VI. La megalópolis de los arquitectos: Josep Lluís Sert, Kevin Lynch, Aldo Rossi»

V. La megalópolis de los historiadores: Harold J. Dyos, Colin Rowe, Manfredo Tafuri

(Seguimos el libro Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez).

Cerramos el anterior apartado, la metrópolis de los historiadores, hablando de Lewis Mumford y su La cultura de las ciudades, y abrimos éste hablando nuevamente de él y de la publicación de su monumental La ciudad en la historia, donde ampliaba el estudio de la historia de la ciudad a Mesopotamia e incluso hasta el Paleolítico. La ciudad en la historia (que trataremos próximamente) tuvo mucho impacto por dos motivos: el primero, por la visión, poco subjetiva, en la que Mumford dejaba claro lo poco que le gustaba la ciudad actual, según él, abocada al desastre. Por el otro, la poca ortodoxia con la que Mumford recurría a diversas fuentes y las usaba para apoyar en ellas sus opiniones. Fue el último libro de ese estilo: desde entonces, la historiografía urbana se volvió más académica y formal, y figuras como Mumford serían un rara avis.

Se hacía necesaria la creación de un método para la historia. A ello se aplicaron los historiadores, reuniéndose en congresos, especialmente en Reino Unido y Estados Unidos (The Historian and the City en 1961 tras la reunión entre el MIT y Harvard, The Study of Urban History en 1966 tras el congreso organizado por la Universidad de Leicester). La mayoría, sin embargo, trataban de extraer el conocimiento de la morfología urbana, olvidando algo esencial: la economía. Tuvo que llegar Harold J. Dyos a recordárselo. Sigue leyendo «V. La megalópolis de los historiadores: Harold J. Dyos, Colin Rowe, Manfredo Tafuri»

IV. La megalópolis de los sociólogos: Herbert Gans, Jane Jacobs, Henri Lefebvre

(Seguimos el libro Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez).

De la metrópolis (1882-1939) a la megalópolis (1939-1979)

Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo en general, y Europa en particular, emergieron psicológicamente devastados. La destrucción y la enorme pérdida de vidas fue sólo posible gracias el avanzado desarrollo tecnológico alcanzado. Lo terrible de Auschwitz no es (sólo) la muerte de los presos en el campo de concentración, sino la enorme capacidad tecnológica que se requiere para llevarlo a cabo a tal nivel: es el fracaso de todo el progreso.

El objetivo, pues, será restablecer los valores humanistas: y para ello se creó el estado del Bienestar, aprovechando una larga época de bonanza económica que atravesó los años 50 (la imagen típica de la ama de casa americana preparando el pastel en sus flamantes nuevos electrodomésticos, y discúlpenme el machismo implícito). Las primeras grietas surgieron durante los 60, con la contracultura, la guerra de Vietnam y la eclosión de mayo del 68, y la fe se perdió de nuevo tras las crisis económicas del 73.

Las ciudades, durante esta época, vivieron dos expansiones distintas: por un lado, la lucha contra la pobreza generó que millones de personas fuesen realojadas en nuevas ciudades (las New Towns británicas, las Villes Nouvelles francesas, los polígonos españoles…), erigidas según los principios de la carta de Atenas; por otro lado, los centros históricos de la ciudad fueron las grandes víctimas: la urban renewal de Estados Unidos, la limpieza de barriadas del Reino Unido o los proyectos de Charles de Gaulle en París, que quería arrasar un tercio de la ciudad.

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Durante los 50, además, la clase media (especialmente la estadounidense) abandonó los centros urbanos y se mudó a la periferia, a suburbia, a las afueras, extendiéndose enormemente en geografía gracias a las flamantes nuevas autopistas que radiaban el territorio y que Jean Gottman denominó megalópolis («ciudad gigante») en 1961. El nombre se refería en principio a la costa Este de Estados Unidos y su sucesión de ciudades (Baltimore, Nueva York, Washington, Boston…), aunque el término caló y se usa hoy en día para ciudades enormes formadas por más de un núcleo. Sigue leyendo «IV. La megalópolis de los sociólogos: Herbert Gans, Jane Jacobs, Henri Lefebvre»

III. La metrópolis de los arquitectos. Camillo Sitte, Raymond Unwin, Le Corbusier

(Seguimos el libro Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez).

A finales del siglo XIX, el urbanismo (que aún no recibía ese nombre) había quedado en manos de los artistas, a raíz del éxito de Haussmann en París y del movimiento City Beautiful que lo transfirió a Estados Unidos. En 1875, sin embargo, el gobierno de la Alemania preguillermina aprobó una ley que otorgaba a las administraciones públicas la capacidad de aplicar planes reguladores, reconociendo así la capacidad de reacionalización de las ciudades a un espectro más amplio que el de los artistas. Muchos autores afirman que esa fecha es la del origen del urbanismo como disciplina, aunque no fue bautizada como tal hasta la Town Planning Conference de Londres de 1910.

Poco antes, en 1899, Camillo Sitte había publicado Construcción de ciudades según principios artísticos. Las ciudades se habían convertido en nidos enormes de obreros, sucias y sometidas a los dictados de la revolución industrial; los artistas querían cambiar eso, querían embellecerlas (recordemos que es la época en que el Art Noveau recorría Europa). Sitte defendía que la ciudad, además de racional, debía ser hermosa, y que los principios tecnicistas e industriales eran necesarios (no era un utopista) pero que los artísticos debían de ser igual de importantes. Recurriendo, como argumento, a la psicología del espacio, Sitte proponía un retorno a una estética medievalista y pintoresquista, rehuyendo los grandes espacios ortogonales de los bulevares de Haussmann o el Ensanche de Cerdà. Sigue leyendo «III. La metrópolis de los arquitectos. Camillo Sitte, Raymond Unwin, Le Corbusier»

II. La metrópolis de los historiadores: Marcel Poëte, Pierre Lavedan, Lewis Mumford

(seguimos el libro Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez).

A finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la historia urbana aún no existía como disciplina, a menudo se abordaba el tema desde dos tendencias distintas: la sociología la usaba como un apéndice a la historia socioecónomica y se preguntaba por la formación de las metrópolis; los historiadores del arte, en cambio, admirando el patrimonio de las ciudades, las abordaban desde el estudio de su morfología urbana.

Hay multitud de ejemplos de esa época: La ciudad antigua (1864) de Fustel de Coulanges; La decadencia de Occidente (1917-22), Oswald Spengler; la ya mencionada La ciudad, de Weber; estudios de morfología de Hugo Hassinger en 1916 sobre Viena o de Walter Geisler en 1918 sobre Danzig. Sigue leyendo «II. La metrópolis de los historiadores: Marcel Poëte, Pierre Lavedan, Lewis Mumford»

I. La metrópolis de los sociólogos: Escuela de Chicago, Georg Simmel, Max Weber

(estamos siguiendo el libro Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez).

Hablamos de metrópolis entre los años 1882 y 1929. Comienza en ese año, simbólicamente, porque es cuando Edison inauguró en Londres la primera estación generadora de electricidad, aunque podríamos haber escogido 1892, cuando Daimler instaló un motor de combustión interna en un carruaje de cuatro ruedas. Ambos hechos marcan la II Revolución Tecnológica, cuando la electricidad y el petróleo pasaron a ser las fuentes energéticas de la industria, en vez del carbón.

La Revolución Industrial, la del carbón, había llenado las ciudades: Londres creció de 1 a 3,8 millones de habitantes entre 1800 y 1880, Berlín de 170.000 a 1,3 millones, Nueva York de 60.000 a 1,2 millones. Se habían convertido en lugares pésimos para vivir, con obreros hacinados en condiciones insalubres, una media de vida de 29 años (frente a los 55 de los burgueses) y grandes tasas de alcoholemia, suicidio… Mientras eso sucedía en las afueras, los centros de las ciudades se embellecían para una burguesía adinerada (Haussmann y París, por ejemplo, o el Ensanche barcelonés).

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Para paliar la situación (y porque la zona era un perfecto caldo de cultivo para el comunismo), el Estado se planteó higienizar las ciudades. Para ello nació el urbanismo, de la mano de la racionalización que estaban sufriendo también en esa época las disciplinas, especialmente las humanísticas. Mediante una red de comunicaciones basada en el ferrocarril, el tranvía, los trenes y el subterráneo, los  campesinos que seguían llegando a las ciudades fueron absorbidos por las poblaciones del extrarradio, al tiempo que las industrias, cada vez mayores, huían del centro y se instalaban también en las afueras, dejando vacíos los centros para llenarlos de calles, plazas e instituciones públicas.

Viendo la evolución del concepto de ciudad en una galaxia de enclaves donde convivían complejos industriales, urbanizaciones suburbiales, medios de transporte a la última y cascos históricos convertidos en centros terciarios, en 1910 la Oficina del Censo de Estados Unidos adoptó un término con el que referirse a esta nebulosa: ‘metrópolis‘. Sigue leyendo «I. La metrópolis de los sociólogos: Escuela de Chicago, Georg Simmel, Max Weber»