Y llegamos al último tema de los nueve que forman Teorías e historia de la ciudad contemporánea, del gran Carlos García Vázquez.
Los arquitectos encajaron de maneras muy diferentes la drástica mutación de las megápolis en metápolis. Unos quedaron deslumbrados por la rapidez, escala y radicalidad de un proceso que, en poco más de una década, puso sobre la mesa fenómenos urbanos absolutamente novedosos. Guiados por efluvios iluministas, fascinación por el progreso, confianza en el futuro, etc., su opción fue poner los pies en la tierra e intentar aprehender la lógica socioeconómica tardocapitalista para postular respuestas técnicas capaces de hacerle frente con un urbanismo y un diseño urbano de calidad.
Otros, en cambio, recelaron del cambio, sobre todo por las implicaciones socioambientales. Prevalecía en ellos una clara sensibilidad romántica, que clausuraba el siglo XX insistiendo en los mitos con los que cerró el siglo XIX: ciudad histórica y naturaleza.
El mito de los arquitectos iluministas lo marcó William J. Mitchell, autor de City of Bits en 1995. Mitchell abogaba por reformular el espacio urbano teniendo en cuenta que, en los próximos años, muchas de sus actividades se iban a llevar a cabo en el ciberespacio. Sus libros siguientes continuaron con el tema: en E-topia enunció los principios del diseño ciberurbano: desmaterialización, desmovilización, funcionamiento inteligente, personalización en masa y transformación suave.
Algo antes, y a revuelta de las revoluciones libertarias de los 60, en 1969 Peter Hall, Reyner Banham, Paul Barker y Cedric Price publicaron un artículo titulado «Sin plan: un experimento sobre la libertad». Argumentaban que las ciudades más planificadas siempre habían sido las menos libres (el ejemplo clásico: el París de Baumann), por lo que pregonaban la libertad de los ciudadanos por crear su propia ciudad.
Sin embargo, el mensaje fue adoptado por el tardocapitalismo con un sentido opuesto: impedir que las administraciones y el estado tuviesen poder sobre la ciudad y cederle éste al mercado. Paradójicamente, los estudios culturales, en su defensa de las minorías y la diferencia, también situaron al estado y los poderes fácticos de la ciudad como el gran enemigo que había procurado por la supremacía del hombre blanco. Ante este doble envite, los urbanistas iluminstas, preocupados por la posible disolución de la ciudad que habían creado, optaron por dos caminos: el discurso de Habermas o el pragmatismo filosófico.
¿Cómo asumir la complejidad de la ciudad con la emergencia de nuevos grupos, etnias, colectivos, minorías…? John Forester propuso una solución con Planning in the Face of Power (1989): asumir los criterios de la racionalidad comunicativa de Habermas. Cultivar redes de contactos, escuchar a las comunidades, ejercer labores educativas, aportar información técnica… El concepto de gobierno pasó al de gobernanza (que en este blog hemos tratado otras veces, por ejemplo en el curso CCNPU), es decir, el estado (la autoridad) puede intervenir, pero mediante unos códigos y un diálogo que garantice que ésa actuación es la adecuada para el lugar y para los que lo habitan.
En cuanto al pragmatismo filosófico, su base pasaba por una comprensión de la metápolis. A Reyner Banham, historiador británico, se le debe el primer estudio intelectualizador de la ciudad estadounidense por antonomasia: Los Angeles. The Architecture of Four Ecologies (1971). Convencido de que conceptos como calle o barrio ya no bastaban para aprehender tal ciudad colosal, definió cuatro ecologías distintas: la playa, las estribaciones, la llanura y la «autopía», la ecología artificial de las autopistas. Lo que la teoría marxista aborrecía, como los centros comerciales, suburbia o las autopistas, Banham lo defendía. Por primera vez se ponía fin al desprecio que había manifestado Lewis Mumford hacia «la más rotunda mediocridad y banalidad».

Otro libro seguía en la misma estela: Aprendiendo de Las Vegas (1972), de Robert Venturi, Steven Izenour y Denis Scott Brown. Aplicando técnicas del estructuralismo lingüístico de Eco a los hechos urbanos, analizaron la ciudad de Las Vegas y propusieron a los arquitectos dejarse de tonterías y diseños herméticos y hermosos y reconciliarse con las aspiraciones de la gente. Para entender suburbia se requerían métodos distintos a la comparación con la ciudad tradicional europea, compacta y con una historia que la definía. Aprendiendo de Las Vegas marcó un hito: los arquitectos abadonaron en masa la modernidad y se adentraron en la posmodernidad, en palabras de Peter Hall.
El testigo de Venturi lo recogió Rem Koolhaas con Delirio de Nueva York (1978), analizando la evolución de la capital entre 1919 y 1940. Su tesis: que los habitantes de la ciudad, inmersos en una atmósfera artificial que ya se había retratado y analizado a principios de siglo (Simmel, Baudelaire, Benjamin, por citar sólo algunos), ansiaban vivir realidades, experiencias que, si no existían, había que fabricar. De ahí los parques temáticos, centros comerciales, locales de espectáculos…
Durante la década de los 90, África y, sobre todo, China, experimentaron un crecimiento urbano colosal, con ciudades que pasaban a tener millones de habitantes en menos de uan década. Se asumió que la calidad no podría ir ligada a tal cantidad, y se empezaron a estudiar soluciones de las que se había pretendido huir: suburbia y el sunbelt (la franja meridional del territorio estadounidense, un sprawl casi continuo de suburbia) ya no parecían tan horribles. Albert Pope (Ladders, 1996) y Lars Lerup (After the City, 2000) fueron algunos de sus estudiosos.
Durante esta década, pues, la respuesta técnica preconizada por Koolhaas estuvo en boga de todos. En su contra, los arquitectos románticos seguían sosteniendo su preocupación por el medio ambiente y la ecología. Una serie de estudios vinieron a apoyarlos: el Informe Meadows, titulado Los límites del crecimiento (1972), el Informe Bruntland (Nuestro futuro común, 1978) o Ciudades para un pequeño planeta (Richard Rogers, 1998). Los dos primeros declaraban, llanamente, que el crecimiento desmesurada acabaría con los recursos del planeta,y que los grandes culpables del despilfarro eran, precisamente, las ciudades. El tercero, escrito por el director del Departamento de Urbanismo de la Greater London Authority, nada menos, dejaba claro que Londres era un despilfarro ecológico: una ciudad colosal, con una huella ecológica similar a la de todo el Reino Unido, con zonas enormes degradadas en su interior que proponía rehabilitar. El artículo de Bernardo Secchi «Le condizioni sono cambiate», de 1984, seguía esa línea: las ciudades europeas, a pesar del estancamiento poblacional, seguían ganando población. Ya no tanto por las oleadas migratorias sino porque sus habitantes, envejecidos y acomodados, requerían más espacio, nuevas instalaciones, mayor calidad de vida.
Limitados por las necesidades ecológicas, pues, y la sostenibilidad, ése fue el camino que emprendieron los arquitectos románticos, aliados ahora con le medioambiente: rehabilitar la ciudad, recuperar sus espacios en desuso, reciclaje, reutilización; la importancia del paisaje.
¡Saludos! City of Bits fue publicada en 1995, no en 1978 ¿Es un error de transcripción o un error de la fuente?
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¡Saludos enzohenry! Es un error de trascripción: la nota al pie que indica el año es, precisamente, la 78, de ahí mi error al transcribirlo. El autor da la fecha correcta, 1995. ¡Muchas gracias por la corrección!
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