De la Escuela de Chicago hemos hablado bastante (Ulf Hannerz, Francisco Javier Ullán de la Rosa, Josep Picó e Inmaculada Serra) y hemos reseñado artículos de Robert Park y Louis Wirth. Chicago, como ciudad, pasó en apenas 30 años de ser un desierto quemado (tras el incendio de 1871) a convertirse en una urbe vibrante de rascacielos que albergaba a 2 millones de personas, la mayoría de ellas procedentes de otras regiones de Estados Unidos y, sobre todo, de otros países; y en un nodo central que dirigía todo el tráfico ferroviario entre el Este y el Oeste, dos mundos distintos cuyo único eje de unión pasaba por la ciudad. En ese complejo caldo de cultivo surgió el Departamento de Ciencia Social y Antropología de la Universidad de Chicago en 1892, dirigido en una primera etapa por Small, aunque alcanzó renombre sobre todo a partir de su segunda etapa, encabezada por la figura de Robert Ezra Park.
Los orígenes de Park no son baladí en este tema: periodista primero, estudiante de filosofía después, y alumno nada menos que de Simmel, de quien adoptó la idea de que la modernidad se condensaba en la ciudad. La base teórica que sostuvo a la Escuela de Chicago fue la ecología humana: la idea de que los distintos grupos de personas lidiaban unas con otras por ocupar el espacio. Algo lógico, si tenemos en cuenta las muchas tipologías de personas que habitaban en la ciudad. De ahí surgen también las críticas que se les han hecho a posteriori: de la idea, que compartían, de que el resto de culturas, sociedades, grupos y nacionalidades se acabarían fusionando en un crisol (el melting pot americano) hasta convertirse… pues en americanos blancos protestantes y de clase media, probablemente.
Así, los investigadores de Chicago se centraron sobre todo en lo que percibían como ajenos o diferentes, ya fuese por su origen nacional (uno de los primeros estudios fue El campesino polaco en Europa y América, de Znaniecki y Thomas, publicado en dos volúmenes en 1918 y 1920), por lo que hacían (The Gang, de Frederic Trasher, 1927, que estudiaba las bandas callejeras), dónde vivían (The Ghetto, del propio Wirth, 1928, centrado en el devenir de los judíos en las distintas zonas de la ciudad donde fueron instalándose) o incluso algunas actividades totalmente novedosas que sólo se daban en esos entornos urbanos complejos, como The Taxi-Dance Hall (1932), de Paul Crassey, que investigaba los locales donde grupos de mujeres accedían a bailar con hombres a cambio de dinero, del que normalmente compartían un porcentaje con los dueños del local, y donde ellas mismas solían establecer los límites del intercambio, por lo que en ocasiones se convertía en prostitución encubierta y otras se quedaba, simplemente, en esos bailes.
The Hobo. The Sociology of the Homeless Man, de Nels Anderson, publicado en 1923, forma parte de este último grupo y es el estudio de un grupo específico de las ciudades; más aún, probablemente, de la propia Chicago: el hobo. El trabajador estacional e itinerante que usaba principalmente los trenes para desplazarse por todo el país y se convertía en una población flotante (que llegaba a alcanzar los 75 mil hombres en su momento álgido del año) y que se dedicaba, intermitentemente, a la vendimia, a cosechar, a minar, a descargar cargueros mercantes… lo que surgiese.
Lo relevante del estudio, más allá de las conclusiones, que luego reseñaremos, fue el método que usó Anderson y que es la seña distintiva de la Escuela de Chicago y que bebe mucho del pasado periodístico de Park: salir a la calle. Acercarse al objeto de estudio, preguntarle, observar lo que hace, dónde lo hace y cómo lo hace; y luego explicar las conclusiones. Es cierto: los de Chicago sólo observaron a sujetos ajenos a ellos mismos; no hubo estudios sobre hombres blancos ni sobre círculos empresariales, y sí sobre polacos, negros, bandas callejeras y «áreas naturales» (que siempre eran lugares distintos a lo que ellos consideraban «lo normal», lo estándar, lo que ni siquiera cuestionaban). Pero la forma de abordarlo era saliendo a la calle y observándolo. El propio Anderson, como explica en la introducción (leemos la edición de Martino Publishing de 2014), vivió algunos años como un hobo, dando tumbos por el país, antes de acabar escribiendo sobre lo que conocía, y luego entrevistó a 400 hobos por toda la ciudad para comprender su mundo, sus hábitos, sus problemas y su contexto. Todo ello es lo que forma parte de la investigación.
Antes de entrar en ella, otro apunte: el mito de la frontera. En sus dos acepciones: tanto el mito como el lugar idílico, ese espacio salvaje que los pioneros iban domando con sus fusiles y su caballo, que tantas veces hemos visto en el cine; pero también la frontera, y los pioneros, como lugar mítico que nunca llegó a existir tal como se ha ficcionado y novelado. De ello hablaba, por ejemplo, Neil Smith en La nueva frontera urbana al apropiarse el término: de cómo esa frontera idealizada tuvo más que ver con bonos bancarios y beneficios del ferrocarril que con hombres solitarios que se lanzaban a la aventura. Algo de ese romanticismo impregna aún la introducción de Anderson.
Americans are beginning to recognize that the frontier was much more than the movement of land settlement from the east toward the west, a rush to appropriate the natural resources. There was a second frontier which also moved westward, two decades or so behind the first, and it followed in the wake of railroad building. Its main characteristics were the founding of towns and cities and the establishment of the major industries needed to exploit the natural resources taken from the land, the forests, and the mines. This second frontier brought in waves of population, filling the spaces between widely dispersed settlements. It also brought streams of immigrants who did not settle on the land but found industrial jobs in the towns and cities. They were content, for a time, to work for low wages, and the hours were long. They filled the poverty-level slums. The first frontier reached the Pacific about 1850, the second about thirty years later. The first began to die about 1890, while the spread of the second was being completed in 1920.
The first on these frontiers was one of amazing discovery, romantic adventure, and challenge to initiative. (…) They worked and wandered, carrying their beds on their backs. They were the first hoboes. (p. xviii)
El hobo, comenta Anderson, andaba entre fronteras: seguía a la primera y desaparecía antes de la segunda, que suponía el sedentarismo. Las cuadrillas flotantes se convertían en grupos de trabajadores fijos, los campamentos, en asentamientos, luego comunidades, pueblos, ciudades. Y al hobo sólo le quedaba el movimiento; porque, afirma Anderson, «Americans are clearly the most mobile of Western peoples» (p. xx).
Hobohemia era el barrio de Chicago donde se concentraban los sin techo. En todo momento había en la ciudad una cantidad de entre 30 mil y 75 mil. Según Anderson, con una estadística que él mismo reconoce un poco a ojo (si un siglo atrás la estadística ya debería de presentar sus complejidades, más aún en un tema tan esquivo como el de las personas sin techo), aproximadamente un tercio de esos eran residentes fijos en la ciudad y los otros dos tercios, una población flotante que no pertenecía a la misma, sino que sólo la transitaba. De hecho, a lo largo del año, entre 300 mil y 500 mil trabajadores migrantes pasaban por la ciudad.
«Every large city has its district into which these homeless types gravitate. In the parlance of the «road» such a section is known as the «stem» or the «main drag»». (p. 4). Este «stem» (¿tallo?, ¿tronco?, incluso ¿avenida?) en Chicago comprendía cuatro barrios, y a todo este espacio dedica Anderson la primera parte del estudio.
This segregation of tens of thousands of footloose, homeless, and not so say hopeless men is the fact fundamental to an understanding of the problem. Their concentration has created an isolated cultural area –Hobohemia. Here characteristic institutions have arisen –cheap hotels, lodging houses, flops, eating joints, outfitting shops, employment agencies, missions, radical bookstores, welfare agencies, economic and political institutions– to minister to the needs, physical and spiritual, of the homeless man. (p. 15)
Contrariamente, los espacios que se encuentran a lo largo del camino reciben el nombre de «jungles», algo así como campamentos más o menos formales donde hay una serie de normas de etiqueta establecidas. Solían estar cerca de encrucijadas de tren, o en apeaderos, y allí la norma reinante era la democracia. Se esperaba de cada hobo que llevase algo de comida para compartir o para añadir al «mulligan» (es decir: el estofado que se hacía con todo lo que hubiese disponible y que se compartía) y luego, normalmente, se narraban historias unos a otros, algo que convertía a algunos de ellos en verdaderos cuentacuentos (sin ninguno de los matices despectivos del término).
The freedom of the jungles is, however, limited by a code of etiquette. Jungle laws are unwritten, but strictly adhered to. The breaking of these rules, if intentional, leads to expulsion, forced labor, or physical punishment. (p. 20).
¿La ley más sagrada? Prohibido robar a los otros, con penas que iban desde la expulsión hasta recibir una paliza. Anderson destaca el parecido de las normas básicas de convivencia de estos campamentos con los que establecían los ganaderos o leñadores: refugios donde dejar algo de víveres y mantas y que se entendían como una necesidad colectiva que requería, también, de un esfuerzo colectivo para ser mantenidos. Las leyes eran tan formales como la básica de no robar hasta la protocolaria de que, si alguien te invitaba a comer, a cambio tú fregabas los cacharros. Y la existencia de las junglas era una forma colectiva de aprender la etiqueta de los hobos que los preparaba para luego establecerse, aunque fuese temporalmente, en las ciudades. «Here [en las junglas] hobo tradition and law are formulated and transmitted. It is the nursery of tramp lore. (…) In the jungles the slang of the road and the cant of the tramp class is coined and circulated. It may originate elsewhere but here it gets recognition.» (p. 25)
En las ciudades, en cambio, las instituciones eran otras: los hobos solían habitar en, o cerca de, las lodging-houses (¿casas de acogida?), cuando no podían permitirse un motel. Comían en restaurantes de la zona, que competían en precios económicos, y tenían sus propias barberías, librerías, lugares de ocio… un ecosistema entero dedicado a ellos. En esos mismos espacios habitaban, también, los vagabundos, los sin techo y todo tipo de personalidades; luego Anderson dedicará un capítulo entero a las diferencias entre ellos. El hobo trabajaba, como resumen; aunque no fuese siempre. El resto del tiempo podía, bien estar ocioso (si era ahorrativo), bien gastarse lo ganado (en alcohol, generalmente) o dedicarse a las otras ocupaciones de la zona, las que también llevaban a cabo los vagabundos y similares: la mendicidad, actuar para un público, el robo… lo que Anderson llama «getting by in Hobohemia» y que podría traducirse por el muy amplio «ir tirando».
No group in Hobohemia is wholly without status. In every group there are classes. In jail grand larceny is a distinction as against petit larceny. In Hobohemia men are judged by the methods they use to «get by». Begging, faking, and the various other devices for gaining a livelihood serve to classify these men among themselves. It matters not where a man belongs, somewhere he has a place and that places defines him to himself and to his group. No matter what means an individual employs to get a living he struggles to retain some shred of self-respect. Even the outcast from home and society places a high value upon his family and name. (p. 56)
Al final de este capítulo, tras este apunte que tanto nos recuerda al Goffman de La presentación de la persona en la vida cotidiana, Anderson hace el único apunte que aparece en todo el libro sobre la posible relación de la situación económica en la existencia de los hobos. Es decir: en ningún momento se niega que son trabajadores ocasionales y migratorios, pero el papel esencial que las necesidades de la economía juegan en su existencia es algo que pasa desapercibido; o se da por sentado, o ni siquiera merece consideración especial.
Seasonal industries, business cycles, alternate periods of employment and unemployment, the casualization of industry, have created this great industrial reserve army of homeless, foot-loose men which concentrates in periods of slack employment, as winter, in strategic centers of transportation, our largest cities. They must live; the majority of them are indispensable in the present competitive organization of industry; agencies and persons moved by religious and philanthropic impulses will continue to alleviate their condition; and yet their concentration in increasing numbers in winter in certain areas of our large cities cannot be regarded otherwise than as a menace. The policy of allowing the migratory casual worker to «get by» is, however, easier and cheaper at the moment, even if the prevention of the economic deterioration and personal degradation of the homeless men would, in the long run, make for social efficiency and national economy. (p. 57)
Dicho de otro modo: como la economía los necesitaba, y era más barato tenerlos disponibles que tratar de solucionar el problema, se optó por evadir el problema. Este párrafo viene a colación del proceso de «degradación personal» que se daba a menudo de «trabajador estacional» a «hobo» a «vagabundo», o la progresiva bajada en el escalón de las opciones con las que sobrevivir («get by») desde el trabajo al trabajo ocasional a pedir al robo.
Lo cual nos lleva a la segunda parte, «Tipos de hobos». Anderson los clasifica en diversos grupos (a saber, y sin ser exhaustivos: trabajo temporal o desempleo, defectos de personalidad, crisis personales, discriminación, wanderlust…) y los aborda uno a uno, ofreciendo ejemplos sacados de sus propias entrevistas y estadísticas cuando las hay disponibles. Siempre deja claro, sin embargo, que no son categorías estancas y que a menudo es una suma de ellas lo que empuja a un hombre a la calle; o a la aventura.
Y, del mismo modo, este tema lleva al siguiente capítulo, «The hobo and the tramp», donde intenta una suerte de clasificación de los tipos de personas sin techo:
Although we cannot draw lines closely, it seems clear that there are at least five types of homeless men: (a) the seasonal worker, (b) the transient or occasional worker of hobo; (c) the tramp who «dreams and wanders» and works only when it is convenient; (d) the bum who seldom wanders and seldom works, and (e) the home guard who lives in Hobohemia and does not leave town. (p. 89)
Es ahí donde da una definición clara de lo que es el hobo: «…un trabajador migrante en el sentido estricto de la palabra. Trabaja de lo que haga falta en molinos, tiendas, minas, cosechas o cualquier otro de los múltiples trabajos que se le aparecen sin tener en cuenta ni el tiempo si las estaciones. El alcance de sus actividades es nacional e incluso internacional en el caso de algunos hobos. (…) En ocasiones puede hasta que tenga que mendigar entre trabajos, pero se gana la vida principalmente con el trabajo y eso es lo que lo sitúa en la clase del hobo» (p. 91, traducción nuestra). Y a continuación lo relaciona con el mito de la frontera:
Hobos have a romantic place in our history. From the beginning they have been numbered among the pioneers. They have played an important role in reclaiming the desert and in subduing the trackless forests. They have contributed more to the open, frank, and adventurous spirit of the Old West than we are always willing to admit. They are, as it were, belated frontiersmen. Their presence in the migrant group has been the chief factor in making the American vagabond class different from that of any other country. (p. 92).
El resto del estudio analiza diversos contextos de la vida del hobo: su entorno en la ciudad, la visión de los hobos que tiene el resto de ciudadanos; los problemas que suponen para la ciudad y las (pocas, aunque muy curiosas) asociaciones y grupos en los que se ha tratado de incluir u organizar a los hobos; algo que, dado la propia idiosincrasia de su condición, fue tarea más que compleja, y pocas veces ligada al éxito. Sorprende que entre estos temas se hallan también las lecturas del hobo (Anderson siempre defiende que son hombres letrados, curiosos, dados a aprender sobre todo tipo de temas; probablemente él mismo era así, dado que empezó como hobo y acabó como investigador de la universidad) o el modo como pasan el tiempo cuando no están ni trabajando ni tratando de sobrevivir.