La ciudad global, Saskia Sassen

Hacia los años 70 del siglo pasado, la economía y la ideología asociada a ella empezaron a virar. Si tras la Segunda Guerra Mundial se había tendido hacia una economía keynesiana, basada en cierta socialización de la riqueza (y el surgimiento de lo que se dio por llamar el estado del bienestar), las progresivas crisis económicas de la década de los 70 supusieron un cambio radical que se acabaría llamando neoliberalismo (o acumulación flexible, si lo desean, o tardocapitalismo). Este cambio no surgió de la nada, y muy pronto veremos sus causas (en la reseña de la Breve historia del neoliberalismo de David Harvey), pero una de las esenciales fue el desarrollo de unas nuevas tecnologías que permitían, finalmente, que el mundo fuese una sola unidad económica funcionando a la vez. Si a esas tecnologías le sumamos la progresiva desaparición de las cortapisas al capital, las empresas fueron buscando nuevos lugares donde instalarse y surgieron la deslocalización y la transnacionalización. En esencia, se podía producir desde cualquier parte del mundo y luego transportar la mercancía, por lo que, también en teoría, las ciudades debían perder protagonismo.

Y, en parte, sucedió eso. Recordemos, por ejemplo, la bancarrota que amenazó a Nueva York en 1975 y la respuesta que dio Ford y que encabezó titulares: Drop Dead, es decir, «ahí os quedáis», en traducción libre. Las ciudades ya no eran esenciales. ¿Por qué pagar más dinero por una sede en plena Quinta Avenida si las funciones de control se podían llevar a cabo desde cualquier lugar?

Pero, paradójicamente, si las ciudades se devaluaban por un lado, por el otro cada vez estaban más demandadas. Los barrios centrales, hasta ahora pasto de la desinversión y los guetos, se iban gentrificando. Oleadas de inmigrantes y de trabajadores no cualificados acudían a las ciudades, a trabajar limpiando oficinas o en el sector servicios. ¿Cómo se explicaba esta contradicción?

Pero no sólo existía esta oleada migratoria hacia la ciudad: en el caso de Nueva York había otra, la de jóvenes universitarios recién licenciados con una formación muy alta. Esta oleada no se daba, por ejemplo, en ciudades como Los Ángeles, pero sí en Londres y en Tokio. Una de las primeras personas en fijarse en esta contradicción y ponerla de manifiesta fue la socióloga Saskia Sassen, como vimos en su artículo «La ciudad global, la intermediación y los trabajadores con salarios bajos» (en el dossier El poder de las ciudades). Y son estas mismas observaciones las que la llevaron a escribir uno de los libros esenciales de la temática urbana y donde acuñó un concepto que ya forma parte de nuestro vocabulario: La ciudad global (1991).

The global city. New York, London, Tokyo (leemos la segunda edición, de 2001) es un término que define, según Sassen, a aquellas ciudades que por su volumen o configuración tienen un peso significativo en la economía mundial. Sassen identificó tres: Nueva York, Londres y Tokio, puesto que, entre las tres, abarcaban todos los husos horarios del mundo. La relación entre Londres y Nueva York es evidente; y Tokio se había erigido, durante los años 90, como un coloso enorme desde el que se gestionaban tanto la economía de Japón como la del Sudeste asiático.

A medida que la globalización aumentaba, sin embargo, cada vez se hacía más necesario establecer unas sedes centrales con unos requisitos determinados. Puesto que el control estatal sobre el dinero decrecía, y aumentaba el control corporativo, por un lado; y, puesto que las empresas, debido a su concentración y a lo distinto de sus activos, eran cada vez más complejas y abarcaban más países, surgió la necesidad de establecer unos puntos de control, centralizados, donde hubiese una red de trabajadores muy cualificados y muy especializados: banca internacional, abogados, empresas de publicidad, de gestión de activos… Ése fue, en definitiva, el nicho que ocuparon inicialmente las ciudades globales que podríamos denominar «pioneras».

The growth of global markets for finance and specialized services, the need for transnational servicing networks due to sharp increases in international investment, the reduced role of the government in the regulation of international economy activity and the corresponding ascendance of other institutional arenas, notably global markets and corporate headquarters –all these point to the existence of a series of transnational networks of cities. One implication of this, and a related hypothesis for research is that the economic fortunes of these cities become increasingly disconnected from their broader hinterlands or even their national economies. We can see the formation, at least inicipient, of transnational urban systems. (p. xxi)

La ciudad global trata, como expresa la primera frase del primer capítulo, de cómo la economía mundial ha configurado la forma de las ciudades durante siglos. Cambios en la economía, por lo tanto, conllevan cambios en las ciudades. Sassen se refiere al «desmantelamiento de los antaño poderosos centros de poder industriales en los Estados Unidos, el Reino Unido y, más recientemente, Japón; la industrialización acelerada de diversos países del Tercer Mundo; la rápida internacionalización de la industria financiera en una red global de transacciones» (p. 3). A ello hay que sumarle el cambio de paradigma económico y la desaparición de los acuerdos de Bretton Woods (o, como lo articula Sassen: «la desintegración de las condiciones que soportaban dicho régimen».

«La combinación de la dispersión espacial y la integración global ha creado un nuevo papel estratégico para las grandes ciudades. Además de su larga trayectoria como centros del comercio global y bancario, ahora estas ciudades funcionan de cuatro nuevas maneras:

  • primero, como centros de control altamente concentrados de la economía global;
  • segundo, como lugares clave para las finanzas y las empresas especializadas, que han substituido a la industria como los sectores principales;
  • tercero, como lugares de producción, incluida la producción de innovaciones, en estas industrias punteras;
  • y cuarto, como mercados para los productos e innovaciones producidas.

Estos cambios en el funcionamiento de las ciudades han tenido un impacto enorme tanto sobre la actividad económica internacional como sobre la forma urbana: en las ciudades se concentra el control sobre enormes recursos, mientras la economía y las industrias de servicios especializados han reestructurado el orden social y económico. Debido a ello, ha surgido un nuevo tipo de ciudad. Se trata de la ciudad global. Ejemplos relevantes son Nueva York, Londres, Tokio, Fráncfort y París. Las tres primeras son el objeto de este libro.» (p. 3-4)

La última frase se refiere a la que, probablemente, ha sido la crítica que más se le ha hecho a La ciudad global: el hecho de que, en su momento, Sassen sólo consideró las tres ciudades que dan nombre al libro como ciudades globales. Con el correr del tiempo, sin embargo, ciudad global ha pasado a designar un concepto del que participan muchas ciudades del mundo: el de formar parte de los flujos globales (por citar La sociedad red de Castells) o, simplemente, tener un papel relevante en cualquiera de los muchos aspectos que ahora son globales.

Trough finance more than trough other international flows, a global network of cities has emerged, with New York, London, and Tokyo and today also Frankfurt and Paris the leading cities fulfilling coordinating roles and functioning as international market places for the buying and selling of capital and expertise. Stock markets from a large number of countries are now linked with one another trough this network of cities. In the era of global telecommunications, we have what is reminiscent of the role of an old-fashioned marketplace in each city, which serves as a connecting and contact point for a wide diversity of often distant companies, brokers and individuals.

Furthermore, the book sought to show that in many regards New York, London, and Tokyo function as one transterritorial marketplace. Each market is in an increasingly instituitionalized network of such marketplaces. These three cities do not simply compete with each other for the same business. They also fulfill distinct roles and function as a triad. Briefly, in the 1980s Tokyo emerged as the main center for the export of capital; London, as the main center for the processing of capital, largely trough its vast international banking network linking London to most countries in the world and trough the Euromarkets; and New York as the mian receiver of capital, the center for investment decisions and for the production of innovations that can maximize profitability. Beyond the often-mentioned need to cover the time zones, there is an operational aspect that suggests a distinct transterritorial economy for a specific set of functions.

The management and servicing of a global network of factories, service outlets, and financial markets imposes specific forms on the spatial organization in these cities. The vastness of the operation and the complexity of the transactions, which require a vast array of specialized services, lead to extremely high densities and, at least for a period, extremely high agglomeration economies, as suggested by the rapid building of one high-rise complex after another in all three cities, extremely high land prices, and sharp competition for land. This process of rapid and acute agglomeration represents a specific phase in the formation and expansion of an industrial complex dominated by command functions and finance.

There are two questions at this point. One concerns the durability of an economic system dominated by such management, servicing, and financial activities; the second one concerns the durability of the spatial form associated with the formation and expansion of this industrial complex in the 1980s. (p. 333-4)

Una de las consecuencias de la pugna por el espacio y el aumento de los precios en las ciudades globales es que los negocios medianos no pueden sobrevivir, por lo que acaban siendo substituidos por franquicias, desmantelando la red vecinal y empresarial de la zona; otra, que los trabajadores de medio y bajo nivel no pueden vivir en la zona, por lo que hay, como ya estamos viendo en grandes ciudades y zonas muy turísticas (Ibiza o Mallorca son ejemplos de ello), escasez de personal docente o sanitario; y, por supuesto, los trabajadores no cualificados tienen que hacer viajes cada vez más largos para acudir a sus puestos de trabajo en ciudades centrales.

Surge, también, una nueva clase social que no se identifica exactamente con la anterior élite económica o política: los trabajadores con gran formación que dedican enormes cantidades de horas al trabajo pero que, a cambio, obtienen grandes remuneraciones. Esta nueva clase, a la que poco a poco (durante los 80, sobre todo) se fueron incorporando las mujeres, supone cambios también culturales en las ciudades. Pero la sola existencia de esta nueva clase social no explica dichos cambios.

Concomitantly, we see what amounts to a new social aesthetic in everyday living, where previously the functional criteria of the middle class ruled. An examination of this transformation reveals a dynamic whereby economic potential –the consumption capacity represented by high disposable income– is realized trough the emergence of a new vision of the good life. Hence the importance not just of food but of cuisine, not just of clotes but of designer labels, not just of decoration but of authentic objets d’art. This transformation is captured in the rise of the ever more abundant boutique and art gallery. Similarly, the ideal residence is no longer a «home» in suburbia, but a converted former warehouse in ultraurban downtown. (p. 341)

La distinción entre trabajadores de alto y bajo nivel ya no es sólo por el dinero que recibe cada uno, sino que se convierte en algo cultural; y todo el que aspire a subir de clase debe, por lo tanto, como poco aparentar ser de la clase a la que aspira.

El epílogo del libro sirve para que Sassen refiera algunas de las críticas que se le hicieron a la primera edición, como la de si sólo existían tres ciudades globales o los paralelismos, o diferencias, respecto a la visión del espacio de los flujos de Castells.

The above conditions signal that there is no such entity as a single global city. This is one important difference with the capitals of earlier empires or particular world cities in earlier periods. The global city is a function of a cross border network of strategic sites. In my reading there is no fixed number of global cities, because it depends on countries deregulating their economies, privatizing public sectores (to have something to offer to international investors), and the extent to which national and foreing firms and markets make a particular city (usually and established business center of sorts) a basing point for their operations. What we have seen since the early 1990s is a growing number of countries opting or being pressured into the new rules of the game and hence a rapid expansion of the network of cities that either are global cities or have global city functions –a somewhat fuzzy distinction that I find useful in my research. The global city network is the operational scaffolding of that other fuzzy notion, the global economy. (p. 348; el destacado es nuestro)

En cuanto a las diferencias con Castells, Sassen concreta que, si bien para ella la ciudad global es «una función dentro de una red» (a function of a network), «es también un lugar».

The place-ness of the global city is a crucial theoretical and methodological issue in my work. Theoretically it captures Harvey’s notion of capital fixity as necesary for hypermobility. A key issue for me has been to introdue into our notions of globalization the fact that capital even if dematerialized is not simply hypermobile or that trade and investmed and information flows are not only about flows. Further, place-ness also signals an embeddedness in what has been constructed as the «national», as in national economy and national territory. (…) One could say that I do not agree with the opposite space of flow vs. place. Global cities are places but they are so in terms of their functions in specific, often highly specialized networks. (p. 350)

El poder de las ciudades (dossier)

«El poder de las ciudades» es un dossier editado por el periódico español La Vanguardia (Enero/Marzo 2018, núm. 67) que trata, precisamente, de los nuevos retos que afronta la ciudad, concebida ya como un entorno global. Los artículos, escritos por diferentes autores desde perspectivas diversas, abordan el crecimiento de las ciudades, su preeminencia en el mundo globalizado, su posible salto hacia un modelo mayor de gestión política (o el rechazo de pleno a esa idea) así como algunos casos concretos.

El pistoletazo de salida lo da Simon Curtis con «Las ciudades globales y el futuro del orden mundial«. Curtis deja claro que la ciudad global no es un efecto casual ni una evolución necesaria en la historia de las ciudades, sino la confluencia de diversos hechos (a saber: la reestructuración económica tras Bretton Woods, la construcción de un mercado libre global, el hundimiento de la URSS y, por supuesto, el auge de la tecnología) y una voluntad política que, aunque no se hiciese patente, no por ello dejaba de estar presente. Uno de los efectos que ha tenido la presencia creciente de las ciudades como nodos de los flujos globales es, por ejemplo, la puesta en alza de sus líderes políticos, los alcaldes; figuras como Rudolph Giuliani o Boris Johnson, que o bien usaron el puesto como alcalde para dar luego el salto a la política nacional o simplemente se convirtieron en referentes políticos por su posición.

Curtis señala, también, los tres principales problemas que afronta la ciudad global en este principio de siglo:

  • el posible derrumbe de la forma contemporánea de globalización;
  • la debilidad estructural inherente al capitalismo neoliberal;
  • las lógicas rivales de la soberanía estatal y el creciente poder político de las ciudades.

«Si la ciudad global es una criatura del orden liberal, ¿cómo logrará sobrevivir a su derrumbe?» (p. 12), se plantea el autor. Dada una (supuesta, y parece lejana) regresión a Estados proteccionistas que cierren filas sobre su población, las ciudades quedarían, o bien como espacios desgajados, o bien como baluartes de las redes transnacionales; pero para ello deben, claro, afrontar sus contradicciones, como la segregación creciente de sus habitantes, la privatización del espacio, el auge de los suburbios a su alrededor, etc.

Ésa es, de hecho, la segunda amenaza de la ciudad: que concentra las complejidades y las «fuerzas contradictorias del capitalismo de libre mercado». Las ciudades son, por un lado, puntos de gran contaminación, debido a su concentración; pero, por el otro, son también la gran apuesta hacia el uso de energías renovables o nuevas formas de modalidad y convivencia. Lo mismo sucede con algunos de sus barrios, que se encuentran entre los lugares más cotizados del mundo para vivir, y las barriadas donde se hacinan personas pobres destinadas a servir a esa élite; otra de sus muchas contradicciones.

La tercera amenaza o problema creciente es el límite de sus competencias. Se unen aquí dos temas distintos, pero solapados: la retirada del Estado como garante de los derechos de los ciudadanos hacia un Estado empresarial garante del libre mercado, por un lado, y que dejó de lado cada vez mayores de sus deberes (sanidad, educación, acceso a la vivienda) y la creciente concentración de las ciudades. Llegará, pronto, un momento en que algunos Estados deberán lidiar con sus capitales o grandes ciudades, o incluso en que las ciudades, devenidas en megarregiones, reclamarán mayor autoridad sobre todos sus estamentos políticos. Ya existen ciertas autoridades intermedias creadas ex professo para grande urbes como Londres o París (Greater London o la Metrópolis del Gran París, por citar un par de ejemplos), una tendencia que, sin duda, seguirá aumentando y configurará nuevas fuerzas políticas.

En «La ciudad global, la intermediación y los trabajadores con salarios bajos«, Saskia Sassen explica el trasfondo y las diversas investigaciones que la llevaron a elaborar el concepto de ciudad global publicado en el libro del mismo nombre de 1991. Ya en 1980, Sassen observó ciertos cambios en las ciudades. Si, por un lado, éstas llevaban años en decadencia (la casi bancarrota de Nueva York en 1975, sin ir más lejos), por el otro estaban atrayendo a un nuevo tipo de profesional y de empresa: el sector financiero y sus intermediarios.

Tras su fase inicial dominada por fusiones y adquisiciones, la intermediación se ha expandido a un creciente número de sectores. Ello también ha incluido sectores pequeños o sencillos. Por ejemplo, la mayoría de floristerías o cafeterías forman hoy parte de alguna cadena; sólo se dedican a vender flores o café, y es la sede central la que lleva las cuentas, las cuestiones legales, la compra de insumos básicos, etc. En tiempos anteriores, estos pequeños establecimientos se encargaban de toda una gama de asuntos; aunque modesto, constituían un espacio de conocimiento. (p. 29)

Esto supone, claro, la desaparición de las redes vecinales, horizontales y de pequeño calado y su substitución por redes verticales jerarquizadas.

Al darse cuenta de ese doble movimiento (que las sedes empresariales abandonaban las ciudades y los profesionales de clase media se iban a vivir a los suburbios, pero en cambio había un incesante goteo de inmigrantes que iban a la cuidad a buscar trabajo para esos nuevos profesionales de las finanzas y el capital), Sassen descubrió que había otra oleada de inmigración hacia las ciudades: «jóvenes estadounidenses con una gran formación».

Sassen viajó a Los Ángeles y descubrió que ese mismo patrón no se repetía; pero sí lo hacía en otros dos grandes nodos: Tokio y Londres. Y de ahí, claro, su publicación de La ciudad global, algo que en 1991 era sólo una tendencia pero que en los 2000 ya se había convertido en evidencia. Pero el paso de la ciudad a nodo global para los entornos financieros posibilitó, también, su ampliación a otros flujos: desde los agentes convencionales (por ejemplo los museos, que podían aprovechar ese entramado de «nuevos instrumentos legales, contables y de seguros capaces de cubrir transacciones internacionales», p. 31) hasta los contrasistémicos (ecologistas, activistas de derechos humanos) hasta las redes de narcotráfico o crimen organizado.

En tanto que espacio de producción e innovación, la ciudad global genera necesidades extremas. Entre ellas se incluyen infraestructuras modernas que casi inevitablemente se encuentran en un nivel mucho más elevado que los estándares de las mayores ciudades internacionales. Por ejemplo, los centros financieros de Nueva York y Londres tuvieron que desarrollar en la década de 199′ unas clases de infraestructuras digitales muy superiores a las existentes en la mayor parte de esas ciudades. (p. 31)

Y, a modo de conclusión:

La función de la ciudad global se crea, y ese proceso de creación es complejo y multifacético. (…)

Ese proceso de creación no podía tener lugar únicamente en el seno de una compañía o una situación de laboratorio. Tenía que estar centrado en la intersección de diferentes tipos de circuitos económicos globales nacientes con contenidos distintivos, que son variados todos ellos en función de los sectores económicos. Necesita espacios donde profesionales y ejecutivos procedentes de diferentes países y culturas del conocimiento acaben uniendo retazos del conocimiento de unos y de otros, aunque no haya sido ésa su intención inicial. (p. 32; el destacado es nuestro)

Finalmente, Sassen destaca «una infraestructura para asegurar el máximo rendimiento por parte del talento de altos ingresos». Más que hablar de «trabajos con bajos salarios, he descrito esas labores como la tarea de mantener una infraestructura estratégica; y esa infraestructura incluye las viviendas de las clases profesionales de nivel superior que tienen que funcionar como un mecanismo de relojería, sin espacio para pequeñas crisis» (p. 32).

En «Las redes de las ciudades», Peter Taylor aborda un tema que, a menudo, se analiza de forma errónea: el comercio internacional. Según Taylor, la tradicional división en comercio (importaciones, exportaciones) por países es algo que ya ha quedado atrás, por lo que recurre a un nuevo índice que rastrea la comunicación entre pares de ciudades.

… la mayoría de las ciudades del mundo son mucho más viejas que los estados en los que se encuentran. Todo ello presupone cierta sutil sensación de poder, pero no se trata del poder centralizado y manifiesto que exhiben los estados (un poder competitivo sobre otros), sino de una noción mucho más difusa (un poder complementario con otros). Se trata de una concepción reticular del poder, algo más difuso que el simple hecho de percibir las principales ciudades contemporáneas como centros de comando y control de la economía mundial. (p. 34)

Por eso mismo, Taylor huye de la noción de que los alcaldes de las ciudades «gobiernen el mundo, una burda idea que refleja una falta de comprensión de las ciudades y su innata complejidad».

Hay dos formas básicas de describir la geografía de la globalización contemporánea. Según un destacado punto de vista, ha sido generada por una combinación de teoría/ideología y política/práctica económica neoliberal en relación con la retirada del Estado de los asuntos económicos. Realizada de modo voluntario en los países ricos (sobre todo, a partir de la reaganmania y el thatcherismo) e impuesta en los países pobres (condiciones de financiación del Fondo Monetario Internacional), el resultado ha sido una economía internacional más integrada e intensiva. Así, neoliberalismo y globalización suelen verse inextricablemente unidos por medio de esas políticas estatales. Sin embargo, la globalización puede considerarse como mucho más que ese proceso económico internacional específico. De manera más general, está basada en una economía global que es transnacional más que internacional. Según este segundo razonamiento, el neoliberalismo es un medio para conseguir un fin, no un fin en sí mismo. La consecuencia en un locus cambiante del poder en el mundo, una transferencia desde las élites políticas a las élites económicas: vivimos en un mundo corporativo. El neoliberalismo está produciendo una globalización corporativa.

De ahí que los índices sobre comercio «nacional» sean erróneos: el comercio no se produce entre estados, «sino entre entidades comerciales, y cada vez más el flujo ocurre entre grandes corporaciones». Precisamente la búsqueda de nuevas formas de negocio a lo largo del siglo XX llevó a las empresas a esa evolución.

En un inicio, el establecimiento de fábricas tras los muros arancelarios de países extranjeros condujo a las corporaciones multinacionales; el movimiento de la producción desde países con altos salarios a países con bajos salarios condujo a las corporaciones internacionales (por ejemplo, la nueva división internacional del trabajo de la década de 1970); el más sofisticado uso estratégico económico de las fronteras políticas generó las corporaciones transnacionales, que se han transformado en las actuales corporaciones globales. La tecnología clave facilitadora de la globalización final provino a finales de los años setenta de la fusión del ordenador y las industrias de la comunicación, que hizo manejable la estrategia global corporativa en un marco temporal mundial instantáneo. (p. 35)

Para ello la red de investigación Globalización y Ciudades Mundiales (GaWC), que mide la conectividad de las ciudades. No sorprende que la primera sea Londres y la segunda Nueva York (no queremos malpensar por el hecho de que la base del GaWC esté, precisamente, en la capital inglesa) ni que la inmensa mayoría de las 30 primeras relaciones duales entre ciudades incluya, casi en todos sus casos, o a Londres o Nueva York; parece que Tokio, debido a la economía japonesas, ha perdido fuelle respecto a la década de los 90, cuando Sassen la situó en el pódium junto a las otras dos. Sin embargo, esta conectividad sí que permite observar que, de las 30 ciudades globales repartidas por el mundo, hay un clúster central que incluye a las ciudades europeas, las norteamericanas de las costas y las principales ciudades chinas «en una suerte de zona central de la red».

La explicación al papel preeminente de Londres que da Taylor se remonta a la escasez de dólares tras la Segunda Guerra Mundial y la solución a la que se llegó: el eurodólar. Se formó una tríada compuesta por Nueva York (centro financiero), Washington (centro político) y Londres (centro comercial offshore). «Así, Londres se ha desarrollado como plataforma fundamental para la globalización corporativa, y ésa es la base de las enormes externalidades de aglomeración y de conectividad» (p. 40).

Para acabar, enumeramos a modo de lista algunos otros de los artículos que aparecen en el dossier: sin ir más lejos está Castells (aunque son temas ya tratados en el blog en otras lecturas («El poder de las ciudades en un mundo de redes»), se habla del auge de las ciudades chinas («Las ciudades más dinámicas estarán en el este», Jaana Remes y Maria Joao Ribeirinho), se explica la idiosincrasia del caso de Singapur («Singapur, un modelo de éxito», Cecilia Tortajada y Asit K. Biswas), la pugna entre globalidad y localidad en ciertas ciudades norteamericanas («El nuevo localismo: las ciudades estadounidenses ante los desafíos que Washington es incapaz de resolver», Bruce Katz y Jeremy Nowak) o el caso de las ciudades latinoamericanas («Ciudades latinoamericanas: modernización y pobreza», Alicia Ziccardi).

Sociología Urbana 05: el posmodernismo en la sociología

Es importante no confundir sociedad posmoderna con paradigma posmoderno. Con el primer término nos referimos al momento presente de la historia, marcado por una nueva fase del capitalismo: la posfordista, posindustrial o informacional, dependiendo de qué aspectos se quieran resaltar. Con el segundo, a un proyecto epistemológico, ético y estético que coexiste con otros. (p. 247 )

Con esta quinta entrada terminamos el libro Sociología Urbana: de Marx y Engels a las escuelas posmodernas, de Francisco Javier Ullán de la Rosa. La primera entrada la dedicamos a los precursores de la disciplina, la segunda a la Escuela de Chicago, la tercera al urbanismo y sus efectos en las ciudades, como la creación de suburbia o los grands ensembles, la cuarta a la sociología francesa marxista de Lefebvre y Castells, sobre todo, y esta quina a los efectos que la llegada del paradigma posmoderno a la sociología.

La sociedad posmoderna se ha descrito como posfordista, posindustrial o informacional. El posfordismo surge cuando se abandona el deseo de la sociedad moderna de uniformizar a sus ciudadanos a través del mercado y surge una sociedad posmoderna que adapta la producción a una sociedad más diversa. La industria busca formas más flexibles de organizar el trabajo para adaptarse a estos consumidores mutables y fraccionados, abandonando los principios tayloristas. El término capitalismo posindustrial (acuñado por Daniel Bell) hace referencia a este proceso pero desde otro punto de vista: el trasvase de la fuerza de trabajo de la industria al sector servicios y la llegada del capital a unos sectores inmateriales: ocio, arte, servicios personales… En esta fase del capitalismo, todo se ha mercantilizado: vivienda, educación, industria… Y, cuando ya no quedó nada material por mercantilizar, se pasó a vender estilos de vida asociados a productos. La ciudad no fue ajena a este proceso, con el city branding y el city marketing, que quieren convertir a la ciudad en una vivencia, una experiencia llena de glamour donde compiten todas contra todas. Finalmente, el capitalismo informacional, acuñado por Luke y White en 1987 pero popularizado por Castells, designa una fase del capitalismo en que el factor productivo más determinante habría dejado de ser el control de los medios de producción para pasar a ser el del conocimiento. Es la transmisión instantánea de ingentes cantidades de datos lo que ha permitido las formas de producción flexibles, deslocalizadas, la emergencia de las multinacionales y la globalización.

El paradigma posmoderno, en cambio, es una forma de aprehender el mundo que se define como reacción al moderno y que busca eliminar su pretensión racionalista y su hybris prometeica. El hombre no es sólo razón, sino emoción, creación, imaginación, locura. El conocimiento absoluto es imposible pues la realidad siempre se presenta mediada por nuestras emociones y percepciones, que son el resultado de unas categorías culturales concretas y de unos mecanismos cognitivos limitados” (p. 249) El gran golpe fue contra el propio lenguaje, considerado hasta entonces una herramienta que mediaba entre la realidad y el sujeto y que pasó a verse como una forma de creación de la realidad, no como un ente ajeno. “Así, a la obsesión de la modernidad por la homogeneidad, la unidad, la autoridad y el absolutismo/certidumbre, el posmodernismo opone los principios de diferencia, pluralidad, contextualidad y relativismo/escepticismo (Turner, 1990).”

Cualquier tipo de conocimiento está construido por ideologías y estructuras categoriales que son un producto histórico y cultural en sí mismo. (…) El pensamiento posmoderno identificará en las instituciones de poder la principal fuente de los discursos ideológicos absolutistas. Los discursos son creados por el poder como mecanismos de control: el poder, para minimizar sus costos, coloniza las mentes de los individuos vía proceso de socialización para que estos se conformen voluntaria, y felizmente, a sus reglas, a su disciplina. (p. 250)

Como consecuencia, por ejemplo, la lucha por el poder no puede perseguir la toma del poder en sí mismo, pues llevaría a la creación de nuevos discursos impuestos sobre la sociedad, sino a una disolución y liberación de esos mecanismos de control. Por ello los movimientos posmodernos se alejan del marxismo de la época pero también de las democracias burguesas y buscan soluciones en terrenos más cercanos al anarquismo: democracias participativas, asamblearias, horizontales, o abanderan la lucha contra los mecanismos de poder alentando una cultura del relativismo, la tolerancia y la diversidad cultural.

La crítica a la pretensión totalizadora de la razón ya se encuentra en el protoexistencialismo del XIX (Kierkegard, Schopenhaure, Nietzche), luego en la verstehen (Dilthey, Weber), el pragmatismo norteamericano que también influyó en la Escuela de Chicago (Herbert Mead, Dewey, James), el interaccionismo simbólico, la fenomenología de Husserl. La Escuela de Frankfurt son los primeros en acusar a la ciencia de ser una ideología más y realizan la separación entre las ciencias naturales y las sociales, cada vez más “científicas” en ese momento, sin comprender que los fenómenos sociales son reflexivos, están modificados por las ideas de los observadores.

El primer gran nombre del paragidma posmoderno es Marcuse, que en Eros y civilización (1955) denuncia la represión de los instintos del modelo capitalista y en El hombre  unidimensional (1964) cómo las sociedades avanzadas han creado falsas necesidades en los individuos que se constituyen como mecanismos de control social. Marcuse establecerá una relación entre las predicciones de Marx sobre el triunfo del capitalismo y la utopía blanca y consumista del suburb americano.

Por su lado, Gafinkel propuso nuevas formas de estudio metodológicas al candor del posmodernismo, pues la etnografía ya no tenía mucho sentido. Sin entrar en detalle, Garfinkel “retoma de nuevo la idea de que los textos no tienen una lectura única que relega todas las demás al estadio de erróneas”.

A partir de estas bases, la filosofía posmoderna explotó, especialmente en Francia. Roland Barthes con su Mitologías y La muerte del autor, donde dejaba claro que la intención del autor no tenía ningún valor específico sobre el texto, dotado de significado (significados, interpretaciones) por sí mismo. Foucalt, el autor central del movimiento, el gran descubridor de las formas de poder: la prisión, la psiquiatría, la sexualidad. Desarrolló la idea del panóptico de Bentham del siglo XVIII asociándola a la ciudad capitalista y cómo extendía sus redes de control y la relación espacio construido – sociedad, relación que otros autores retomarán para, por ejemplo, analizar el control social en los suburbs. Derrida, que generó el concepto de deconstrucción para demostrar que “todo texto, y por extensión todo constructo cultural, contiene en su interior una pluralidad de significados y, por tanto, más de una interpretación” (p. 255). Deleuze y Guattari, donde afirman que el deseo no se reprime en el capitalismo, sino que es usado precisamente por el poder como forma de control mediante el aumento de la libido: un ejemplo que nos viene fácilmente a la mente, la satisfacción que se obtiene en las redes sociales con un like o un comentario baladí sobre cualquier contenido publicado. “El deseo puede liberar o puede ser una herramienta de represión pues el sistema funciona no únicamente produciendo cosas o instituciones sino produciendo deseos.” Lyotard, con La condición posmoderna, casi un manifiesto del paradigma, donde analiza las metanarrativas, los discursos que el pensamiento moderno generó sobre el conocimiento y el mundo. Finalmente, Baudrillard, gran admirado en este blog, que analizó las formas de transmisión y reproducción de significados en la economía capitalista: “la relación entre significado y significante, que antes era muy estrecha, se ha roto, los significantes se han independizado de los significados. Vivimos en una sociedad de signos descontextualizados, que han perdido toda referencia a conceptos concretos, toda funcionalidad, excepto la estética o lúdica. ” Simmel ya adelantó que el exceso de estímulos conducía a la apatía; en las sociedades posmodernas, saturadas, se da la dificultad añadida de distinguir entre realidad y ficción, amabas reducidas a un paquete mediático. “En un mundo donde la percepción de la realidad está mediada por estos formatos lo que importa ya no es ser algo sino parecerlo.”

Toda esta construcción (o demolición) del paradigma posmoderno tuvo repercusiones en los movimientos sociales del momento. Sus antecedentes fueron la Beat Generation, nacida al calor de los estudios sobre los hobos de la Escuela de Chicago, y luego el movimiento hippie. También la Internacional Situacionista, de Debord, más centrado en la vida urbana y que proclama la liberación de la lógica mercantilista del espectáculo. El movimiento hippie fue evolucionando hasta convertirse en un movimiento contracultural que atacaba la cultura capitalista del momento: vuelta hacia los orígenes, el campo, la comunidad, la Gemeinschaft. A partir de ahí, otros movimientos alternativos fueron cobrando fuerza, como la eclosión (completamente urbana) de los homosexuales en distintos barrios de las ciudades (Castro en San Francisco, Greenwich Village en Nueva York, donde hubo la redada en Stonewall que dio lugar al nacimiento del Día del Orgullo Gay). El posmodernismo pretendía barrerlo todo, pero tuvo que llegar a un acuerdo de mínimos con la sociedad, que no podía caer en la anarquía: y lo hizo mediante la vía de “la libertad sexual, la autoafirmación persoanl, la tolerancia a las drogas, el pacifismo, la exaltación de la diferencia cultural, la igualdad de género y orientación sexual, la sensibilidad ecológica, el antinacionalismo, el relativismo axiológico” (p. 259, Jameson) pero también nuevos añadidos que no estaban en el paradigma como la veneración de la tecnología, un materialismo individualista hedonista, la erradicación de las fronteras espaciotemporales traída por el capitalismo globalizador, una búsqueda de lo inmediato mediada por un placer “sensorial, no intelectual”. El paradigma posmoderno, además, no erradicó por completo a su némesis modernista: ambos conviven y generan híbridos cada vez más sofisticados.

También en la ciudad tuvo efectos el posmodernismo. Kevin Lynch ya había advertido que la ciudad debía ser un espacio legible para sus ciudadanos; pero el gran grito lo dio Jane Jacobs con Muerte y vida de las ciudades americanas, donde atacó la línea de flotación del urbanismo racionalista, encarnado en la gran bestia del urbanismo racionalista de Nueva York, Robert Moses, que se dedicaba alegremente a derruir barrios enteros para dar lugar a grandes autopistas y construcciones faraónicas. Jacobs defendía el barrio tradicional, el de las redes y la comunidad, el de los ojos de los vecinos vigilando y el “ballet de las aceras”. También a raíz del posmodernismo surgieron otros movimientos urbanos y arquitectónicos, Ullán de la Rosa destaca el movimiento de los Provos y los Kabouters en Holanda, también el Aprendiendo de Las Vegas de Venturi, Brown e Izenour o el Delirio de Nueva York de Koolhas.

La zonificación del racionalismo fue quedando abandonada: los zonas periféricas se fueron dotando de servicios, se impulsó el transporte público que relacionaba las periferias con el centro, las zonas históricas de la ciudad se pusieron de moda, tanto las nobles como las populares (antiguas fábricas abandonadas, solares pendientes de uso…), dotadas de un halo neorromántico y neopopulista que fue poblando los centros y adecuándolos a una nueva horda de turistas consumistas ávidos de productos y experiencias. Si La carta de Atenas (1933) colocaba el sueño de la zonificación en lo alto y estaba dispuesta a sacrificar cuanto hiciese falta en la ciudad, La carta de Venecia (1964) defendía que todos los edificios transmiten un mensaje y la conservación de algunos de ellos es un imperativo moral de la civilización, una obligación con el pasado y las futuras generaciones.

¿Cómo afectó todo lo anterior a la sociología urbana? El gran logro de la crítica posmoderna fue su insistencia en la complejidad de los procesos y la necesidad de una visión multidisciplinar para tratar de aprehenderlos, una búsqueda de una nueva objetividad a partir de muchas fuentes. Los autores marxistas revisitaron sus doctrinas a la luz del nuevo paradigma para concluir la tarea de explicar la ciudad del posmodernismo tardío. Ullán de la Rosa habla de Zukin, del Harvey de La condición de la posmodernidad (1989), donde acababa alertando de que la posmodernidad “no es otra cosa que el tránsito de un régimen de acumulación a otro, dentro del seno del modo de producción capitalista. De la acumulación <<rígida>> del modo industrial a la acumulación flexible en la cual cumplen un papel protagonista lo que él llama, parafraseando a Debord, la <<acumulación de espectáculos>>” (p. 279).

Pero el gran nombre es, de nuevo, Manuel Castells con su trilogía La era de la información (1995), donde elabora un nuevo concepto del espacio: al espacio físico analizado hasta entonces se le superpone el nuevo espacio virtual de los flujos y las redes, creado por el intercambio de información, personas, bienes y servicios.

La sociedad red, nos dice Castells en su trilogía, genera una dicotomía entre el espacio de los flujos y el espacio de los lugares. El espacio de los flujos es la forma espacial dominante en la economía política de la sociedad red del capitalismo informacional. Es la organización material (espacial) de las prácticas sociales que funcionan a través de flujos (de capitales, de información de gestión, de imágenes e ideas, tecnología, drogas, modas, miembros de la élite cosmopolita, migrantes…) y está configurado por una combinación de tres soportes materiales: la red de comunicación electrónica; los nodos de la red (donde se ubican funciones y organizaciones estratégicas, es decir, las grandes ciudades) y ejes de transporte, ambos organizados de forma jerárquica; y la organización espacial de las élites gestoras de dichos flujos. Estas élites son cosmopolitas pero no flujos. Lo que significa que tienen que vivir en algún lugar. Esta sociedad red implica así un proceso simultáneo (y no contradictorio) de desterritorialización / reterritorialización. (p. 282)

Estas élites se organizan en comunidades culturales y políticas con fronteras materiales y simbólicas claras y cerradas: en el primer caso, por murallas y gated communities, en el segundo, por su pertenencia a una serie de clubs y lugares exclusivos donde sólo ellos tienen acceso y se lleva a cabo gran parte de la gestión de los flujos. Además, esta élite se reparte por diversas ciudades mundiales (de ahí las ciudades globales de Saskia Sassen)  donde se establecen en zonas homogéneas, desvinculadas del entorno físico en el que están y conectadas a grandes redes de transporte (y de ahí los no lugares de Augé, que son lugares sin identidad antropológica). El resto de la sociedad vive también en lugares físicos, pero, a diferencia de las élites, sus lugares no están vinculados a los lfujos de forma tan clara y siguen siendo locales.

Sassen es otro de los nombres que cita Ullán de la Rosa por el concepto de ciudad global, que son aquellas que cumplen ciertas funciones esenciales en el sistema de flujos:

  • son los centros de mando donde se concentran las grandes multinacionales que ejercen el control de las redes;
  • es donde se concentran todos los servicios que estas multinacionales necesitan: abogados, financieros, publicistas, centros de innovación e investigación, universidades de élite;
  • a menudo, también, las ciudades globales se forman alrededor de las capitales políticas (París, Londre, Tokyo, Ámsterdam), aunque no siempre (Nueva York, Sidney, Frankfurt, Milán, Barcelona…);
  • la alta concentración en estas ciudades permite la existencia de un conjunto muy sofisticado de servicios que las élites reclaman para su día a día.

Al mismo tiempo que las ciudades se vuelven globales y crecen, necesitan cada vez más mano de obra barata para llevar a cabo los servicios de baja cualificación: servicios de limpieza, de gestión menor, niñeras, teleoperadores, que van ocupando la ciudad en zonas cada vez más alejadas de sus centros de trabajo, generando megalópolis enormes con puntos alejados unos de otros.

Ullán de la Rosa cita otros autores: el Debord de La sociedad del espectáculo y su denuncia de cómo el capitalismo se ha metamorfoseado en espectáculos continuados para que el consumo no cese; la semiótica de la ciudad, de la que destaca a Bachelord y Lynch; Richard Sennet, del que hemos leído diversos libros en el blog; finalmente, la Escuela de Los Ángeles, que engloba a Mike Davies y Edward Soja, autores que tomaron la ciudad de California como el ejemplo posmoderno. Los Ángeles es una extensión brutal de territorio donde el vehículo es absolutamente necesario para todo y coexisten todas las formas posibles de urbanización presentes en el posmodernismo: gated communities donde los ricos se encierran y viven una vida alternativa a la del resto de la población, barrios completamente degradados y abandonados en el centro, oleadas de migración periódicas que van conformando núcleos de poder o “heterópolis”, parques temáticos como Disneyland, suburbios por doquier, malls panópticos… Gran parte de estos procesos se recogen en Ciudad de cuarzo (1990), de Mike Davis, quien también denunció, en Planeta de ciudades miseria (2006), los efectos de la desterritorialización y la aparición de chabolas en las afueras de las megalópolis alrededor del mundo. Edward Soja, por su parte, desarrolló el concpeto de thirdspace para referirse a unos espacios que son al mismo tiempo reales e imaginarios, a raíz de la teoría del simulacro de Baudrillard, y después escribió Postmetrópolis, donde analizada las seis grandes formas que adoptaba la nueva ciudad posmoderna, posfordista, poscapitalista.

Otra forma de abordar la sociología posmoderna es a través de los temas de estudio que escoge. Citando sólo unos pocos:

  • “Vivimos en un espacio dividido, una especie de puzzle. Algunos van más allá de la imagen de fragmentación para invocar la más radical (y sofisticada) de fractalización (Bassand, 2001)”;
  • la ciudad como simulacro y objeto de consumo, a través de la disneyficación (Zukin, Roost, Bryman, también el maravilloso Variaciones sobre un parque temático);
  • la ciudad fortaleza o la ciudad panóptico (Davis, Judd, Harris);
  • la gentrificación (Smith y Williams, Neil Smith, First We Take Manhattan);
  • el papel de los géneros en las formas urbanizadas (Hayden);
  • NIMBY (‘Not In My Backyard’);
  • el concepto de gobernanza (Manuel Castells y Jordi Borja, sobre todo).

El siguiente capítulo del libro está dedicado al futuro de la sociología urbana; lo dejamos para una entrada posterior, donde analizaremos el conjunto del libro y también la introducción.

La ciudad conquistada, de Jordi Borja

La ciudad conquistada (Jordi Borja, 2003) es mitad descripción de la ciudad y mitad explicación de cómo debería ser la ciudad, según el autor. Borja es geógrafo y urbanista, militante del PSUC y político durante bastantes años de su vida, y se nota.

Por ello denunciamos la agorafobia urbana, enfermedad reaparecida en nuestras ciudades europeas y aún más presente en las americanas. El ideal urbano no puede ser el balneario suizo y sus relojes de cuco, los «barrios cerrados» de las periferias latinoamericanas de clase bien, los espacios lacónicos de los suburbios cuyas catedrales sean los centros comerciales y los puestos de gasolina.

Se ejerce la ciudadanía en el espacio público, en la calle y entre la gente, siendo uno y encontrándose con los otros, acompañado por los otros, a veces enfrentándose a otros. El derecho a sentirse seguro y protegido es elemento integrante de la ciudadanía, pero también lo es la libertad para vivir la aventura urbana. Y la ciudad más segura no es la formada por compartimentos o guetos, por tribus que se desconocen y por ello se temen o se odian; la ciudad más segura es aquella que cuando llaman a la puerta sabes que es un vecino amigable, que cuando sientes la soledad o el miedo esperas que a tu llamada se enciendan luces y se abran ventanas, y alguien acuda. La convivencia cordial y tolerante crea un ambiente mucho más seguro que la policía patrullando a todas horas. (p. 352).

Hemos hecho algo de trampa: la cita proviene del Epílogo ciudadano, situado al final del libro y donde Borja explica, sin ambages, el tipo de ciudad que desea. Explica también que el hilo conductor del libro, que a menudo parece fragmentario y disperso, con capítulos casi independientes, es «el amor a la ciudad», y ése se nota en cada una de sus frases.

ciudad conquistada

«Negamos la consideración del espacio público como un suelo con un uso especializado, no se sabe si verde o gris, si es para circular o para estar (…). Es la ciudad en su conjunto la que merece la consideración de espacio público. La responsabilidad principal del urbanismo es producir espacio público, espacio funcional polivalente que relacione todo con todo, que ordene las relaciones entre los elementos construidos y las múltiples formas de movilidad y de permanencia de las personas. Espacio público cualificado culturalmente para proporcionar continuidades y referencias, hitos urbanos y entornos protectores, cuya fuerza significante trascienda sus funciones aparentes.» (p. 29).

Y, sin embargo, en un siglo XXI que está protagonizando la urbanización de la población mundial, «la ciudad parece tender a disolverse». «La ciudad «emergente» es «difusa», de bajas densidades y altas segregaciones, territorialmente despilfarradora, poco sostenible, y social y culturalmente dominada por tendencias perversas de guetización y dualización o exclusión. El territorio no se organiza en redes sustentadas por centralidades urbanas potentes e integradoras, sino que se fragmenta por funciones especializadas y por jerarquías sociales. Los centros urbanos, las gasolineras y sus anexos incluso, convertidos en nuevos monumentos del consumo; el desarrollo urbano disperso, los nuevos guetos o barrios cerrados, el dominio del libre mercado sobre unos poderes locales divididos y débiles…» (p. 30).

El segundo capítulo, que ya entra en materia, distingue tres tipos de ciudades que coexisten: la oficial (la que marcan los límites políticos), la real (la que los ciudadanos viven, ajenos a las fronteras) y la ideal (la que los ciudadanos imaginan en sus mentes cuando evocan la ciudad). Y, en ella, conviven tres tipos de habitantes: los que residen, los que trabajan o estudian o hacen uso cotidiano o regular de ella, y los que la visitan puntualmente, ya sean turistas, por trabajo, por accidente. Y, también geográficamente, coexisten tres ciudades: el territorio administrativo (la realidad oficial), la ciudad real o metropolitana (la realidad funcional) y la región urbana (ciudad de ciudades, territorio discontinuo con zonas de alta densidad y otras dispersas).

Pero otra forma de clasificar la ciudad es en sus tres dimensiones temporales superpuestas:

  • la ciudad «clásica», renacentista o barroca, es la ciudad tradicional, la de los mercados y los monumentos, la que da identidad a la ciudad;
  • la ciudad resultante de la Revolución Industrial, de los centros históricos renovados y expandidos (Haussmann, Cerdá), de la zonificación y la electricidad y los ferrocarriles. Ésta es la ciudad que la mayoría de los habitantes viven y transitan.
  • la ciudad moderna, la que se forja hoy en día: conurbación, ciudad global, nuevas tecnologías, límites difusos.

Borja enlaza esta última ciudad con la «ciudad global» de Saskia Sassen, de cuya definición no es muy defensor. Sassen consideró que existían tres ciudades globales en su libro del mismo nombre: Nueva York, Tokyo y Londres. Borja destaca que la definición no se corresponde exactamente a la realidad de las ciudades, donde «se mezclan elementos globalizados con otros localizados» (p. 44). Hay diversos elementos nuevos en las sociedades urbanas actuales:

  • nuevas formas de comunicación y consumo que refuerzan la autonomía individual: desde el coche hasta los smartphone, la comida basura, Globo y Deliveroo, gasolineras siempre abiertas… todo ello permite que el individuo vaya a su propio ritmo y lo libera del grupo familiar, laboral, social, de clase… pero acentúa las diferencias sociales, territoriales e individuales;
  • diversidad de las familias urbanas, cada vez más alejadas del modelo padre, madre e hijos;

La ciudad actual es, al tiempo, ciudad densa y ciudad difusa. La ciudad clásica coexiste con zonas diversas, parques empresariales, zonas logísticas, conjuntos residenciales, grandes centros comerciales.

ciudad difusa
Ciudad difusa; suburbia

Cada capítulo termina con unos Boxes escritos por el propio Borja o por colaboradores. Uno de ellos, escrito por Zaida Muxí, habla sobre el caso de Diagonal Mar y la privatización del espacio público. En la zona de Diagonal Mar se habilitó un espacio para grandes rascacielos que no forman parte de la ciudad: están rodeados de parques abiertos, pero en cuanto llega la noche se cierran y se convierten en espacio privado, por lo que no son espacios que generen ciudad; no son espacio público.

De esta manera se pretende hacer ciudades «adormecidas» habitadas por clónicos, vivir en una fantasía escenografiada de Disney -recuerden la película El show de Truman– donde todo está previsto, establecido y todos se conocen y son iguales. Pero un espacio de iguales no hace ciudad. Es una propuesta que niega la esencia misma de la ciudad, que se encuentra en la heterogeneidad: la ciudad es el lugar del encuentro casual y azaroso, del conocimiento del otro con la posibilidad del conflicto y la convivencia. Es además una concepción urbana ajena a la historia y espíritu de la ciudad mediterránea y europea, que fundamentalmente ha aportado a la tradición urbanística una manera de usar y disfrutar colectivamente el espacio urbano. Ya en la Italia de finales del siglo XVIII, visitada por Goethe y retratada en su libro Viaje a Italia, el derecho al uso público de todos los espacios abiertos de la ciudad era defendido por los ciudadanos, que ocupaban pórticos, galerías, entradas, patios, claustros e interiores de iglesias. Las ciudades mediterráneas se han configurado a través de la sabia combinación de espacios domésticos y edificios públicos, calles y plazas que dan acceso a espacios de transición gradual de lo público a lo privado, lugares ambiguos donde se tolera la presencia de extraños. (p. 105).

El sexto capítulo es el que nos ha parecido más interesante: Espacio público y espacio político:

En la ciudad no se teme a la naturaleza, sino a los otros. La posibilidad de vivir, o el temor a la llegada súbita de la muerte, el sentimiento de seguridad o la angustia engendrada por la precariedad que nos rodea son hechos sociales, colectivos, urbanos. Se teme la agresión personal o el robo, los accidentes o las catástrofes (incluso las de origen natural, que son excepcionales, se agravan considerablemente por razones sociales: tomen como ejemplo los recientes terremotos). La soledad, el anonimato, generan frustraciones y miedos, pero también la pérdida de la intimidad, la multiplicación de los controles sociales. Las grandes concentraciones humanas pueden llegar a dar miedo, pero también lo dan las ciudades vacías en los fines de semana o durante las vacaciones. La excesiva homogeneidad es insípida, pero la diferencia inquieta. La gran ciudad multiplica las libertades, puede que sólo para una minoría, pero crea riesgos para todos.

Siempre se han practicado dos discursos sobre la ciudad. El cielo y el infierno. El aire que nos hace libres y el peligro que nos acecha. En todas las épocas encontraremos titulares de periódicos o declaraciones de intelectuales que exaltan la ciudad como lugar de innovación o de progreso o que la satanizan como medio natural del miedo y del vicio. (p. 203).

Sigue leyendo «La ciudad conquistada, de Jordi Borja»

El atlas de las metrópolis, de Le Monde Diplomatique

El atlas de las metrópolis es una publicación de Le Monde Diplomatique del año 2014 que aborda el tema de las ciudades desde diversos puntos de vista. Entendido como una introducción a sus diversos temas, las sitúa en la historia, da un repaso a las que han sido sus principales funciones y avanza los que son los mayores retos a los que se enfrenta en la actualidad y en el futuro.

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Dividido en cinco capítulos, el primero, a modo de introducción, lo protagonizan seis personalidades (un arquitecto, Jean Nouvel, un guionista de cómics, una cocinera, un monje y un artista callejero) que dan sus diversas definiciones y puntos de vista de lo que es una ciudad. Destacamos la reflexión de la socióloga Saskia Sassen:

Las ciudades son sistemas complejos. E inconclusos. En esa inconclusión reside la posibilidad de hacer: hacer el urbanismo, hacer la política, hacer la sociedad o hacer la historia. Estos aspectos no bastan para definir lo urbano, pero son una parte esencial de su ADN. Así, muchos de nuestros terrenos densamente construidos no son de la ciudad; les falta la esencia misma de la ciudad. Calle tras calle se extienden las torres altas de viviendas, los inmuebles de oficinas o incluso las fábricas… y nada de todo eso responde a la pregunta de ¿qué es lo urbano?

Cada ciudad es diferente de las demás y lo mismo sucede con las disciplinas que las estudian. Sin embargo, todo estudio dedicada a la ciudad se confrontará siempre a la incompletitud, la complejidad y la posibilidad de hacer. (…) Las ciudades se vuelven entonces heurísticas: cuentan una historia que las supera.

(…) En realidad, es el nivel nacional el que pierde la pertinencia. Regiones específicas de un país ya tejen vínculos con regiones parecidas, igual de singulares, situadas en muchos otros países. La relación que antaño se establecía de país a país se realiza actualmente de ciudad a ciudad, de Silicon Valley a Silicon Valley, de universidad a universidad o de museo a museo.

(…) Las ciudades globales son espacios clave en la formación de estas nuevas geografías de la centralidad. Pero las ciudades son asimismo estos lugares donde estar desprovisto de poder no impide hacer la historia o la política. Un grupo de obreros en una plantación puede protestar y discutir, pero su poder no es grande. En muchos aspectos, su impotencia es elemental. Este mismo grupo, en una gran ciudad, puede protestar y tener reconocimiento, volverse visible. Continúan siendo impotentes, pero su impotencia es compleja.

Esto me ha conducido a dos nociones, fundamentales según mi manera de ver. La calle global como lugar indeterminado en el corazón de nuestros espacios urbanos, por contrastes sobredeterminados. Un lugar donde quienes carecen de poder pueden hacer política. (…) La segunda noción hace del espacio urbano un lugar dotado de palabra. Por ejemplo, un potente coche concebido para la velocidad y la distancia entra en el centro de la ciudad. Enseguida, sus prestaciones se reducen a nada. El coche aminora ante el tráfico. La ciudad ha hablado.

El segundo capítulo explica la historia de las que han sido las principales ciudades del mundo en algún momento de la antigüedad: Babilonia, Atenas, Roma, Bagdad, Constantinopla, Kioto… hasta terminar con un capítulo especial dedicado a las ciudades artificiales surgidas de la nada y generadas por un único arquitecto (Brasilia y Óscar Niemeyer, Le Corbusier y Chandigarh, la Salina Real de Arc-et-senans y Claude Nicolas Ledoux).

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El tercer capítulo, «Y el planeta devino ciudad», nos habla del proceso de globalización de las ciudades y de aquellas que se han convertido en lo que hoy denominamos «ciudad global»: París, Londres, Berlín, El Cairo, Tokio, Lagos y Johanesburgo, las megalópolis chinas y su crecimiento desmesurado. El capítulo termina con el estudio sobre algunos temas actuales de las ciudades: la suburbanización (entendida en este caso en la acepción francesa y española, es decir, las afueras de las ciudades, a menudo de nivel adquisitivo inferior, y no el suburio americano, que es una periferia uniforme de clase media); el aburguesamiento de los centros urbanos, la existencia de parques y plazas en las ciudades.

El cuarto capítulo, «El desafío de la ciudad», trata los principales temas que afectan a las ciudades francesas. Muchos de sus temas, sin embargo, son extrapolables a toda ciudad: las distancias centro-periferia (especialmente sangrantes en el caso francés con los conflictos centro-banlieu); la expansión comercial de los centros, donde cada vez es más difícil vivir (lo hablamos hace nada a propósito de la conversión en centro turístico de Ciutat Vella en Barcelona. City for sale); las distintas gestiones de ciudades que han llevado a cabo los partidos de izquierdas o de derechas (aunque concluyen en el reportaje que ambas gestiones no han sido tan distintas, a largo plazo).

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Finalmente, el quinto capítulo estudia la ciudad del futuro, retos a los que se enfrentará y posibles formas que puede adoptar: los guetos de los ricos, que cada vez copan mayor espacio en las ciudades y donde no se permite entrar a los que no dispongan de cierta renta y que, además de limitar el espacio urbano, fomentan que una clase se mezcle sólo con los que son como ellos, con lo que atenta contra el «derecho a la diversidad» (que no es un derecho, pero parece un concepto indisociable del término ciudad) ; la circulación de vehículos y cómo cada vez se está restringiendo más en el centro de las ciudades para fomentar tanto el transporte público como la circulación de viandantes (otro tema que tratamos hace nada con la posible desaparición de Madrid central); las smart cities, con las que terminaremos esta reseña; y, finalmente, este capítulo propone posibles futuros para las ciudades: desde habitar los mares con ciudades flotantes que irían a la deriva por los mares tropicales del ecuador (donde los vientos son menos peligrosos), ciudades sumergidas para generar menor huella ecológica, hasta la posibilidad de habitar el espacio.

Acabamos con unas palabras muy pertinentes de Bruno Marzloff, sociólogo y director del grupo consultor Chronos, a propósito de las smart cities y el peligro de poblar la ciudad de sensores que lo midan todo: «Cuando se concibió el Plan Voisin a principios de los años 1920 en París, Le Corbusier quiso reorganizar la ciudad para adaptarla al nuevo objeto de deseo que era el coche, ya fuera partiendo desde cero o eliminando aquello que ya existía. A pesar de todas las ventajas que ofrece el coche, pues transformó la ciudad en un lugar muy funcional, hoy somos testigos de los daños que también ha causado. Lo mismo sucederá con la ciudad digital, ya que se concebirá solamente a partir de presupuestos digitales.» Sólo dos apuntes al respecto: el crédito social chino (y II) y los intereses tras la concepción empresarial de las smart cities.

Realidades urbanas

Aparece un artículo en la web vaventura.com sobre las megalópolis y las distintas realidades urbanas, escrito por Juan Pérez Ventura. Tras una elegante introducción, plantea una pregunta que nos ha asaltado a todos en algún momento: ¿cómo es que la misma palabra, ciudad, se puede usar para referirse a Burgos (por ejemplo) y a Shanghai, cuando son realidades tan distintas? Por ello mismo, los geógrafos urbanos tienen un vocabulario mucho más amplio para referirse a ellas:

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La primera distinción es entre ciudad (espacio urbano con alta densidad de población, centro económico o social que normalmente supera los 10 mil habitantes, aunque su definición varía en cada país) y ciudad grande (lo mismo, pero con más de medio millón de habitantes). Luego entramos ya en ciudad global (siguiendo la definición de Saskia Sassen a la que ya nos hemos referido en este blog), aquella que no sólo suele tener un gran peso en su región y una elevada cantidad de población, sino (lo más importante) también un peso específico en el ámbito internacional. Nueva York, París, Londres, Tokyo.

Las megaciudades son concentraciones de ciudades: con más de diez millones de habitantes y un enorme peso en su región, suelen tener a su alrededor otras ciudades. El área metropolitana incluye a una ciudad con cierto peso y las ciudades menores que hay a su alrededor. Barcelona y la mayor parte de su provincia (Manresa, Mataró, Terrassa, Rubí, Sabadell, todas ellas), Madrid y la totalidad de la provincia. El autor no realiza aquí mayor distinción, pero en los apuntes del postgrado en Urbanismo de la UOC se diferenciaba entre el área metropolitana y la región urbana o metropolitana. Según aquella distinción, el área metropolitana de Barcelona incluye, por ejemplo, l’Hospitalet y Cornellá (entre muchas otras) pero no Mataró, mientras que la región urbana sí que incluye estas ciudades algo más alejadas.

Conurbación es cuando el área metropolitana coincide físicamente: entre Barcelona y Mataró hay 30 kilómetros, más o menos edificados, y distintas poblaciones, pese a la evidente unión de una con la otra; entre l’Hospitalet y Barcelona no hay distinción evidente al ir andando, una no se diferencia de la otra por ningún límite físico.

Las megalópolis son colosales estructuras que se generan cuando distintas áreas metropolitanas entran en contacto. Puede o no darse una conurbación o un corredor continuo, pero las influencias son evidentes. Uno de los ejemplos clásicos: el corredor de la costa Este de Estados Unidos, Nueva York, Boston, Filadelfia y Washington. No se trata de un continuo físico, hay espacios verdes entre las ciudades y sus regiones, pero conforman una región continua con un peso específico que agrupa a una gran cantidad de personas.

Finalmente, el corredor urbano discontinuo: se podría definir como una megalópolis cuyas ciudades están más distanciadas y entre las que hay grandes espacios no edificados o lugares de recursos naturales, pero aque aún así comparten un espacio común y unos nexos comerciales importantes. El corredor europeo del Rin es un buen ejemplo de ello.

Pego a continuación el resto del artículo, donde se listan las principales megalópolis y concentraciones urbanas del mundo. Sigue leyendo «Realidades urbanas»

La destrucción de la ciudad, de Juanma Agulles

La ciudad es una buena idea, cuyo peor defecto es haberse convertido en realidad.

De todos los libros comentados hasta ahora en el blog, La destrucción de la ciudad, de Juanma Agulles, es, con diferencia, el que menos aporta. La primera frase, lapidaria, ya marca el tono. La tesis del autor es que el proyecto de ciudad actual ha fracasado, a partir de la Revolución Industrial y con especial incidencia en los últimos tiempos tardocapitalistas; sus argumentos, superpuestos: la existencia de suburbia (Levittown y el Sunbelt de Estados Unidos, por ejemplo), el ego de algunos arquitectos actuales, el embate del capitalismo sobre las ciudades y su conversión al terreno global o la reducción del Estado de bienestar progresiva que se sufre en Europa desde los años 80.

Ninguno de los anteriores argumentos es falso; sí lo es la conclusión de que hayan destruido la ciudad; habrán destruido, en todo caso, una idea concreta de ciudad. El autor no especifica en ningún momento de qué ciudad se trata; si acaso incide en que sus ciudadanos deben ser felices, algo muy cercano a la Gemeinschaft de Tönnies, no azotados por los vaivenes tardocapitalistas ni la gentrificación actuales y, en general, amos del destino de la ciudad. Parece que los huertos urbanos o las alternativas a Glovo o Deliveroo que se están fundando en algunas ciudades no existan y sean todos los ciudadanos marionetas de los poderes fácticos (económicos, a los que sirven la economía y los arquitectos).

El ensayo parece más un eslabón en la cadena mental del autor que un verdadero locus desde el que entender o aprehender el urbanismo. Me quedo con un párrafo, sin embargo.

Quizá por ello, para describir esta nueva forma de habitar el espacio, hija del desarrollo industrial y fundamentalmente destructiva, se ha tratado de acuñar los más diversos nombres desde hace un siglo: conurbación (Geddes, 1915); exploding metropolis (W. H. Whyte, 1958); ciudad región (De Carlo, 1962); megalópolis (Guttman, 1964); suburbia/tecnourbia (R. Fishman, 1987); ecópolis (Magnaghi, 1988); ciudad difusa (F. Indovina, 1990); edge city (Garreau, 1991); ciudad global (Sassen, 1991), ciudad informacional (Castells, 1995), exópolis (E. W. Soja, 2000); elusive metropolis (R. Lang, 2003), por citar sólo unos cuantos. (p. 37).

Agulles lo usa como prueba de que ya no sabemos con certeza qué es la ciudad; nos parece en este blog, si acaso, que la existencia de tal multiplicidad de nombres prueba, precisamente, lo contrario: cada uno de ellos hace hincapié en uno, o algunos, de los aspectos que las ciudades han ido incorporando, como es el caso de ciudad región, megalópolis, ciudad global o ciudad informacional. Un ente tan protaico, rico, vivo y mutable como es la ciudad no se está destruyendo; sólo sigue avanzando. Lo interesante del estudio sería aprehender cómo lo está haciendo o incluso proponer un posible punto de llegada. Que el cambio conlleva riesgos es algo que muchos autores ya han avisado (ahí tenemos a Davies), que a otros pueda no gustarles también (Lewis Mumford, al que Agulles cita a menudo); nada de eso es óbice para augurar su destrucción.

Posmetrópolis (II): seis aspectos de las nuevas ciudades

Venimos del primer artículo y las tres revoluciones urbanas. La cuestión actual quedó en el aire, tras los estudios de, sobre todo, Castells y Harvey.

«Los límites de la ciudad se están volviendo más porosos, entorpeciendo nuestra habilidad para trazar líneas claras entre lo que se encuentra dentro de la misma en tanto opuesto a lo que se ubica fuera, entre la ciudad y el campo, las zonas residenciales de las afueras y lo que no es ciudad; entre una ciudad región metropolitana y otra; entre lo natural y lo artificial. Lo que alguna vez constituyó claramente para la ciudad «otro lugar», ahora está entrando en su zona simbólica ampliada.» (p. 221).

Uno de los polos en los que se moverá Soja (no el único) es el de la desterritorializacón y la reterritorialización. El primer concepto tiene que ver con la creciente debilidad que caracteriza los vínculos con el hogar, con un lugar, con las comunidades y culturas (geográficamente) definidas. El segundo es, si acaso, la forma como esas vinculaciones, debilitadas, se forman de otros modos, diferentes y más complejas que las anteriores. Debido a los movimientos migratorios (no sólo de estado a estado, sino incluso de barrio a barrio, a medida que una ciudad se ve sacudida por los vaivenes del capital o la gentrificación), las personas crean nuevos vínculos, no necesariamente tan estables como los anteriores pero, si acaso por ello, más complejos de entender. Sigue leyendo «Posmetrópolis (II): seis aspectos de las nuevas ciudades»

VII. La metápolis de los sociólogos: Manuel Castells, Saskia Sassen, Mike Davis

Seguimos el libro Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez.

El origen del término ‘metápolis’

En 1973 estalló la crisis del petróleo, un auténtico torpedo en la línea de flotación del Estado del bienestar (…) la «época dorada del capitalismo» había llegado a su fin (…) la revisión del modelo económico corrió a cargo de los neoconservadores (…) Gobiernos y grandes empresas aprovecharon la desaparición de toda alternativa al capitalismo para poner en marcha un proceso de reestructuración cuyo objetivo era desmantelar el Estado del bienestar (…) dicha reestructuración confluyó en el tiempo con la III Revolución Tecnológica, cuyos fundamentos eran la informática y las telecomunicaciones. (p . 140).

Del fomento del humanismo se pasó a la competencia. Ciudades que no tenían tradición industrial quisieron crecer, llamar al capital: construyeron distritos financieros, parques tecnológicos, aeropuertos, megapuertos; exposiciones universales, juegos olímpicos, cualquier acontecimiento que las colocase en el mapa.

El espacio de la megalópolis quedó redefinido. El centro, hasta ahora obviado, casi abandonado, se revitalizó. Las corporaciones lo valoraban como lugar de exposición de sus sedes, muestra de poder y prestigio, y a las grandes empresas las siguieron las de servicios. Pronto volvieron los residentes: pero eran sectores muy específicos, jóvenes profesionales, parejas sin hijos, artistas, homosexuales. Sofisticados urbanitas que huían del aburrimiento de los suburbios y exigían cultura a grandes niveles: museos mediáticos, grandes exposiciones, restaurantes exóticos, tiendas de diseño. Su llegada provocó lo que se ha acabado conociendo como gentrificación: aumento del precio de la vivienda, expulsión de los antiguos residentes.

La periferia, repleta tras la crisis del petróleo de ruinas industriales y barriadas adyacentes depauperadas, fueron superadas por compañías que se deslocalizaban aún más lejos; por lo que la periferia fue ocupada por empresas medianas, que huían de la ciudad pero no podían irse tan lejos, formando complejos de trabajo, polígonos donde cohabitaban diversidad de industrias.

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Los nuevos suburbios

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SUMG (VI): La ciudad global

Sexto tema de Sociología Urbana para un Mundo Globalizado, impartida por Patrick Le Galès.

Un mundo capitalista urbano globalizado. El ritmo de crecimiento de las ciudades se ha disparado: algunas aldeas de China han pasado a tener diez millones de habitantes en apenas 20 años, crecimientos desmesurados comparados con el de Chicago o Nueva York en el siglo XIX y XX. Dicho crecimiento genera la necesidad de una nueva unidad de medida: ¿cómo afrotamos el estudio de estas megaciudades? Se puede pensar en áreas urbanas: Tokyo y Yokohama, con alrededor de 37 millones de habitantes; Jakarta, 30 millones, y luego Delhi, Seúl, Shanghai, Karchi, Nueva York, México, Sao Paulo, con alrededor de 20. Otra opción es pensar en corredores urbanos: el Delta del Río Perla en CHina, por ejemplo, o la región urbana de Delhi, Gurgaon y Faribada en la India, o incluso el corredor que va desde Vancouver a Tijuana en la costa este de Norteamérica. Son enclaves que agrupan a entre 50 y 100 millones de personas.

Sin embargo, estas unidades no responden a otras preguntas ni a temas que se han acelerado en las megaciudades: dispersión o concentración, fragmentación, inequalidad… ¿son lugares mejores para vivir que las ciudades?, ¿en qué se diferencian? Peter Hall acuñó el término world cities en 1966, que se ha acabado adaptando como global cities: ciudades globales, o ciudades mundiales, o hasta ciudades mundo, que son aquellas que se conforman como un nodo esencial dentro de una región económica importante (hasta existe una clasificación en función de la magnitud del nodo, con lo que tenemos ciudades Alpha ++, Alpha +, etc.). Sigue leyendo «SUMG (VI): La ciudad global»