Postmetrópolis fue uno de los primeros libros sobre ciudades que me compré. Totalmente convencido de que su contenido me superaba (de que no era un manual introductorio sino una lectura para estudiosos del tema con amplios conocimientos), me llamó la atención que citase, en uno de los posibles modelos de ciudades que define, tanto a Neuromante de William Gibson como el cyberpunk y la ciberciudad. Tengo que reconocer que no comprendí todas las tesis de su primera parte y, sobre todo, que me aburrieron enormemente todas las referencias a Los Ángeles de la segunda.
Postmetrópolis se divide en dos partes, en efecto: la primera es un repaso a la historia urbana, poniendo de manifiesto las tres Revoluciones Urbanas que Soja destaca en la historia y algo más del estudio urbano actual. La segunda parte es una previsión de los distintos caminos que las ciudades actuales pueden acabar tomando, fragmentado en seis capítulos y ejemplificado con distintas zonas o barrios de la ciudad de Los Ángeles. Para Soja, Los Ángeles se ha convertido en una ciudad tan exagerada, enorme, colosal, que escapa toda definición y en ella se hayan todas las posibilidades. A mí, que no la conozco, las partes donde relaciona esos seis posibles modelos de ciudad con la ciudad americana me aburrieron. En general, Soja me pareció algo pedante, ansioso por introducir nuevos conceptos y citándose en exceso a sí mismo en anteriores obras; tal vez se trate de un gran renovador teórico del estudio urbano y mi ignorancia del tema me impidió verlo, así que pido perdón al lector si es el caso. Vayamos ahora con la primera parte del libro.

La Primera Revolución Urbana se dio bien en Jerusalén, bien en Çatal Hüyük, las dos urbes más antiguas exploradas, y supuso la reunión de una gran cantidad de personas en un entorno amurallado. La Segunda Revolución Urbana se fue fraguando durante los años 5000 a 2000 a. C. con la invención de la rueda, los sistemas de regadío y, sobre todo, la escritura cuneiforme, hazaña decididamente urbana, todo lo cual generó una nueva organización del Estado que se transfirió a una nueva organización urbana. Normalmente se considera que ésta es la Revolución Urbana (la primera y única, hasta la industrial de finales del XVIII); Soja la denomina Segunda para enfatizar la importancia de la primera, el acto de amurallar la ciudad (o el desarrollo humano tal que requirió poner murallas a agrupaciones de personas).
La Segunda Revolución Urbana se dio en Sumer, Mesopotamia. Culturas agrícolas muy ligadas al crecimiento de los ríos Tigris y Éufrates, está estrechamente vinculada a la aparición de diversas ciudades-estado y al excedente agrícola que se generaba con las crecidas de los ríos, además de a la importancia de la meteorología para la subsistencia. Mucho de este tema lo tratamos en el curso online The Assyrian Way, por lo que no volveremos a él (aunque ahí estudiamos el imperio neoasirio), pero brevemente se trata de la aparición de una casta sacerdotal que se liga al poder y la creación del palacio como el centro de poder. El palacio representa al rey, poder terrenal; los sacerdotes representan al dios, normalmente del trueno o la tormenta, dios-padre terrible al que se debe aplacar; la conjunción de palacio-templo forma la ciudadela, centro de la ciudad, doblemente amurallada, sede del cielo en la tierra.

Hay un aspecto que comenta Soja que me parece interesante destacar. Si en Mesopotamia ya encontramos ciudades en el 7000 a. C., ¿cómo es que en Egipto no aparecen hasta el 4000 y, lo más importante, ni siquiera son especialmente destacables? Soja propone una explicación: en Egipto la ciudad se desdobló en dos:
- por un lado, la necrópolis, ciudad destinada a permanecer en el tiempo, estable, donde yacían todos los monumentos;
- por el otro, la ciudad del día a día, donde residían los vivos. No requería murallas pues el desierto era protección suficiente ante enemigos exteriores, y tampoco eran necesarias ciudadelas pues la uniformidad cultural era tal que no se esperaban ataques entre los propios egipcios. Esta ciudad no requería ni templos ni edificaciones estables, que ya tenían en la necrópolis, al otro lado del Nilo (la necrópolis estaba en el lado Oeste del Nilo, donde se ponía el sol; la de los vivos, en el Este, donde salía); y, aproximadamente cada una o dos generaciones, cuando el nuevo faraón buscaba otro emplazamiento para su necrópolis, la ciudad se abandonaba y emigraba hacia esa nueva ubicación, por lo que no dejaba rastros estables.
Desde el comienzo de la urbanización, hace 10000 años, la formación del espacio urbano pudo tomar dos caminos distintos, uno de mayor densidad, concebido según las ideas de permanencia y continuidad, e investido de formas monumentales que ayudaban a centralizar el sistema de gobierno, la economía y la cultura urbanas; y otro, más disperso, organizado alrededor de múltiples nodos, y lo suficientemente abierto como para permitir el reestablecimiento de asentamientos residenciales en nuevas áreas. (…) Las civilizaciones del Nuevo Mundo (inca, maya, azteca) y muchas otras fuera de Mesopotamia, pudieron guardar mayor similitud con el modelo egipcio que con el sumerio, al menos en las primeras etapas de su desarrollo. (p. 96)
La Primera Revolución Urbana se centró en la esfera de la producción social (agrícola, cultivo y cría de animales, desarrollo de redes de comercio e intercambio asociadas), la Segunda en la esfera de la reproducción social, siendo una revolución política centrada en la gubernamentabilidad y preocupada por el establecimiento y mantenimiento de unas sociedades y, sobre todo, jerarquías concretas.
La Tercera Revolución Urbaja fue, claro, la Revolución Industrial: masas de obreros-proletarios invadiendo la ciudad, condiciones insalubres, una burguesía ocupándola, pero de otro modo, los centros urbanos convertidos en nidos de fábricas y almacenes. La unión (extraordinaria en el tiempo) entre el capitalismo industrial-urbano y el creciente poder del Estado-nacionalista junto a un replanteamiento necesario de la modernidad dieron lugar a dos corrientes:
- la de Marx y el socialismo científico revolucionario;
- la de Comte y el cientificismo social liberal.
Ambas preocupados por el estado actual de la ciudad, la segunda corriente dio el poder a los líderes, que eran por entonces científicos y profesionales de la medicina, la economía, el derecho… las clases liberales; teorizando una praxis basada en una mejor salud pública, una mejora moral, la innovación tecnológica… lo que dio lugar al mito del progreso. La otra corriente, esencialmente preocupada por la justicia social, pregonaba que los cambios necesarios eran mucho mayores, de calado radical. Ambas corrientes se enfrentarían durante los siguientes 150 años.

Si los primeros proletarios ocuparon los centros de la ciudad y los burgueses, las afueras, con grandes casas alejadas del ruido y la polución, el crecimiento del tamaño de las fábricas y la limitación del espacio llevó a las industrias al exterior y saneó el centro. En ese momento, las clases dominantes lo recuperaron, volviendo a él y expulsando a los proletarios, que se veían obligados a vivir cada vez más lejos. La propia distancia a recorrer para llegar al trabajo se convirtió en parte del peaje que los proletarios debían pagar… precio inducido por el patrón capitalista. Se dio también la existencia de barrios pobres «inducidos» por la propia dinámica capitalista que servían, además de almacén de los despojos sociales, como amenaza fáctica a todos aquellos que no quisiesen ocupar su lugar: si no sigues las normas, ahí es donde puedes acabar.
«…el viaje hacia el trabajo implicaba un costo tanto para el capital como para el trabajo, que podía ser manipulado a través de instituciones cívicas y obras públicas en provecho del máximo beneficio para la clase dominante.
(…) Todos los emplazamientos de la ciudad fueron transformados en mercancías a través del establecimiento de alquileres que combinaban los costes de propiedad y de alquiler de la tierra, los costes del transporte (especialmente el viaje hacia el trabajo, pero también hacia otros servicios cívicos) y los costes de la densidad, ahora claramente definida en un gradiente que se extendía vertiginosamente hacia el exterior, desde el centro de la ciudad a los nuevos <<suburbios>>». (p. 130)
A continuación, Soja nos habla de la Escuela de Chicago y su estudio de la «ecología urbana» y las implicaciones que éste tuvo sobre la forma de ver (y estudiar) la ciudad. Finalmente, en el cuarto capítulo, «Metrópolis en crisis», pasamos a los estudios de Castells y de Harvey, especialmente de este último y sus conceptos sobre geografía. Por todos los motivos expuestos (que, como veis, hemos saltado un poco, pues ya trataremos a Castells y a Harvey cuando hagamos sus lecturas, y tal vez sea entonces momento de volver a Soja para comprender su visión), el autor propone, a falta de un término mejor con el que referirse a las nuevas urbes existentes a finales del siglo XX, hablar de postmetrópolis.
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