La destrucción de la ciudad, de Juanma Agulles

La ciudad es una buena idea, cuyo peor defecto es haberse convertido en realidad.

De todos los libros comentados hasta ahora en el blog, La destrucción de la ciudad, de Juanma Agulles, es, con diferencia, el que menos aporta. La primera frase, lapidaria, ya marca el tono. La tesis del autor es que el proyecto de ciudad actual ha fracasado, a partir de la Revolución Industrial y con especial incidencia en los últimos tiempos tardocapitalistas; sus argumentos, superpuestos: la existencia de suburbia (Levittown y el Sunbelt de Estados Unidos, por ejemplo), el ego de algunos arquitectos actuales, el embate del capitalismo sobre las ciudades y su conversión al terreno global o la reducción del Estado de bienestar progresiva que se sufre en Europa desde los años 80.

Ninguno de los anteriores argumentos es falso; sí lo es la conclusión de que hayan destruido la ciudad; habrán destruido, en todo caso, una idea concreta de ciudad. El autor no especifica en ningún momento de qué ciudad se trata; si acaso incide en que sus ciudadanos deben ser felices, algo muy cercano a la Gemeinschaft de Tönnies, no azotados por los vaivenes tardocapitalistas ni la gentrificación actuales y, en general, amos del destino de la ciudad. Parece que los huertos urbanos o las alternativas a Glovo o Deliveroo que se están fundando en algunas ciudades no existan y sean todos los ciudadanos marionetas de los poderes fácticos (económicos, a los que sirven la economía y los arquitectos).

El ensayo parece más un eslabón en la cadena mental del autor que un verdadero locus desde el que entender o aprehender el urbanismo. Me quedo con un párrafo, sin embargo.

Quizá por ello, para describir esta nueva forma de habitar el espacio, hija del desarrollo industrial y fundamentalmente destructiva, se ha tratado de acuñar los más diversos nombres desde hace un siglo: conurbación (Geddes, 1915); exploding metropolis (W. H. Whyte, 1958); ciudad región (De Carlo, 1962); megalópolis (Guttman, 1964); suburbia/tecnourbia (R. Fishman, 1987); ecópolis (Magnaghi, 1988); ciudad difusa (F. Indovina, 1990); edge city (Garreau, 1991); ciudad global (Sassen, 1991), ciudad informacional (Castells, 1995), exópolis (E. W. Soja, 2000); elusive metropolis (R. Lang, 2003), por citar sólo unos cuantos. (p. 37).

Agulles lo usa como prueba de que ya no sabemos con certeza qué es la ciudad; nos parece en este blog, si acaso, que la existencia de tal multiplicidad de nombres prueba, precisamente, lo contrario: cada uno de ellos hace hincapié en uno, o algunos, de los aspectos que las ciudades han ido incorporando, como es el caso de ciudad región, megalópolis, ciudad global o ciudad informacional. Un ente tan protaico, rico, vivo y mutable como es la ciudad no se está destruyendo; sólo sigue avanzando. Lo interesante del estudio sería aprehender cómo lo está haciendo o incluso proponer un posible punto de llegada. Que el cambio conlleva riesgos es algo que muchos autores ya han avisado (ahí tenemos a Davies), que a otros pueda no gustarles también (Lewis Mumford, al que Agulles cita a menudo); nada de eso es óbice para augurar su destrucción.

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