Los Angeles – City of the Future?

«Los Angeles – City of the Future?» es un documental de la BBC2 realizado en el año 1992 que contó con dos consultores académicos de lujo: uno de ellos, Kenneth Thompson, es también el narrador del mismo; y el segundo es Edward W. Soja.

…the extraordinary diversity of images and cultural experiencies that characterizes the postmodern city: different groups and different lifestyles are all on display in the carnival-like atmosphere. All is on offer for those who can afford it, whether it’s developing a skill, entertaining a crowd or losing yourself in new shapes and spaces.

Las palabras de Soja en esta introducción vienen acompañadas por imágenes dispersas de Venice Beach: una multitud reunida ante un artista callejero, una mano de plástico bailando sobre la calle para atraer a los peatones o un hombre disfrazado de Elvis tocando una guitarra.

El documental aparece, de hecho, como una interrogación acerca de lo que significa la postmodernidad y los cambios que, supuestamente, iba a traer a la ciudad. Situemos el contexto de la época: tras los convulsos años 70 y la primera oleada neoliberal de los 80, la globalización dejaba de ser algo teórico y cristalizaba en políticas concretas en las ciudades. Esos mismos flujos internacionales de capital, que por ejemplo se habían visto en las calles de un futuro Los Ángeles en la película Blade Runner, ya ocupaban zonas de la ciudad y modificaban su fisonomía. La postmodernidad, que había empezado como un debate intelectual francés a finales de los 60 y durante los 70, se había convertido en algo concreto, primero pasando a la arquitectura (como vimos en La condición de la posmodernidad de Harvey) y luego al resto de las artes para acabar, finalmente, en las calles.

El documental en seguida nos sitúa: la postmodernidad no es la posibilidad de escoger entre muchas opciones sino también fragmentación y segmentación. Todos los sueños (y pesadillas) de la distopía tardocapitalista aparecen reflejados: el miedo a ser asaltado por la calle, las distintas ecologías que viven casi aisladas unas de otras y el recurso a la segregación y el aislamiento de las gated communities con seguridad privada y de los centros comerciales con sus simulacros de espacio público.

El primer elemento destacado es el Hotel Bonaventura, que Jameson convirtió en la piedra de toque de su reflexión sobre la postmodernidad. Un Soja sentado frente al hotel comenta cómo dicho edificio refleja la experiencia postmoderna tanto desde su exterior (puesto que está en el centro financiero de Los Ángeles, un centro financiero que se yergue como punto de contacto entre el capital etéreo y flexible y sus sedes de poder) como desde su interior (la propia experiencia humana al contemplar el hotel y transitarlo).

Es una experiencia que hay que vivir, comenta Soja: hay que entrar en el hotel, perderse en él; está, de hecho, construido para perderse, para que sea imposible orientarse y haya que ceder a la autoridad: los carteles, las indicaciones, preguntar a alguien. Pero incluso esa autoridad está ausente, porque nunca se tiene claro quién es la verdadera autoridad, como sucede en la ciudad, fragmentada y multipolar, del tardocapitalismo. Esta experiencia de pérdida y desazón es la misma que se vive en la ciudad postmoderna, donde el centro es la periferia y la periferia puede ser central; donde cada punto (o cada nodo) es, en definitiva, sólo en tanto que su relación con la red donde se lo sitúe.

La descripción del espacio continúa: las góndolas, los ascensores que suben y bajan, las escaleras de cemento y los muros que aparecen donde menos se los espera; las tiendas que no tienen compradores (se han perdido), los clientes del hotel arrastrando sus maletas en busca de sus habitaciones o la recepción y los sillones a la espera de alguien que se relaje en ellos que suelen aparecer vacíos, porque nadie es capaz de relajarse allí. «La sensación que prima», sentencia Soja, «es la confusión (dislocation), que fuerza al espectador / transeúnte a desarrollar un nuevo tipo de comprensión de su entorno espacial (space reality) para ser capaz de resistirse a sus encantos y señuelos».

El postmodernismo no es la recreación de un nuevo Disneyworld sino «la producción de un nuevo tipo de hiperrealidad más real que la propia realidad», define Soja usando la terminología de Baudrillard (Cultura y simulacro). El Hotel Bonaventura, de hecho, se levanta en un centro financiero que fue construido en el barrio de Bunker Hill a causa, sobre todo, de la voluntad de los inversores japoneses. Un parque temático más, como otros «parques temáticos centrales» de la zona, también especializados e hiperreales:

  • Citadel LA (como la llamó Soja en un artículo que leímos en Postmodern Cities & Spaces), que es el segundo centro administrativo -y político, y policial- de todo Estados Unidos;
  • el Grand Central Market, que era en la época el centro de la comunidad latina de la ciudad, construido para simular los mercados de una ciudad de México;
  • Rodeo Drive, con sus tiendas a imitación de las boutiques europeas;
  • Chinatown, Little Tokyo y tantos otros, que se levantan junto a Skid Row, una avenida de vagabundos que marca el límite de la ciudad «habitable».

Al caminar por el centro de Los Ángeles uno tiene la sensación, dice Soja, de estar en una «isla flotante» del Primer Mundo rodeado de hordas de inmigrantes del Tercer Mundo (la terminología deja claro el contexto histórico) que tratan de buscar un lugar mejor.

Con este concepto de «espacios disjuntos» se abre una nueva fase en el documental. El primer territorio que se describe lo presenta Nadie Battle, asistente social y mediadora en uno de los barrios «complicados» de la ciudad (es decir: guetos negros). El trabajo de Battle consiste en recorrer esos barrios y los territorios de las bandas de la zona y, cuando están en tregua, visitar las escuelas para ofrecer alternativas a los niños y los jóvenes que están siendo reclutadas. Las vallas en este barrio no son para protegerse, sino barricadas levantadas por la policía para tratar de disolver los puntos calientes de la guerra entre bandas y el narcotráfico.

El siguiente paso es un centro comercial que se encuentra en el barrio de clase media negra de Baldwin Hills. El gerente del mismo, Leo Ray Lynch, habla con orgullo de las reformas que han hecho y la seguridad que han implantado, lo que lo ha convertido en el centro comercial más seguro del sur de California. Disponen de vallas, cámaras y hasta una comisaría dentro del centro comercial con 6 policías dedicados sólo a mantener la seguridad. Lo que nos lleva, claro, a «Fortaleza LA«, el cuarto capítulo de Ciudad de cuarzo, de Mike Davis, donde el autor reflexionaba sobre la fortificación de Los Ángeles y la segregación espacial que generaba.

Siguiente núcleo: Park LaBrea, un complejo residencial con cerca de 10 mil habitantes, la mayoría de ellos blancos y de alto nivel adquisitivo, que recientemente ha sido vallado, convirtiéndose en una gated community. Se entrevista a un anciano residente de la zona; su mujer, cuando sufrieron un robo con violencia en el hogar, sufrió un ataque al corazón y, tras tres años inválida, murió. Él, por lo tanto, está más que satisfecho con el hecho de que su comunidad tenga mayor seguridad, como lo está también el matrimonio joven con un bebé recién nacido que se alegra por el amplio espacio de que disponen en el complejo para pasear. La pareja provienen de Nueva York y, ante la pregunta de qué echan de menos, comparan ambas ciudades: y si la primera tiene una increíble vitalidad callejera, la segunda es «celular», forzando a saltar entre terrenos dispersos que reflejan realidades distintas.

De nuevo Soja reflexiona, esta vez sentado en los jardines Noguchi, sobre lo que llama «outer cities», que vendrían a ser las edge cities que hemos referido en ocasiones en el blog: ciudades medianas o pequeñas, creadas a remolque de las grandes ciudades, que se aprovechan de su conectividad (aeropuertos, autopistas, trenes de gran velocidad) pero se levantan a las afueras. Suelen ser residenciales, con amplios espacios verdes, y no es extraño que orbiten alrededor de una única empresa o de un campo tecnológico cercano. Presentan las ventajas de la cercanía a la gran ciudad pero sin los inconvenientes de la aglomeración o el alto precio del terreno. Soja las define como «el resultado de los procesos de territorialización y desterritorialización» (como ya hizo en su libro Postmetrópolis) pero pueden verse, desde la perspectiva, como una nueva configuración urbana surgida a raíz de los flujos de la globalización o de la propia configuración espacial necesaria (o cómoda, sin más) para el tardocapitalismo.

Algunas edge cities se constituyen como reservas de una bolsa de mano de obra inmigrante que sirva a estos nuevos espacios tecnológicos; otras se convierten en verdaderos parques temáticos, como Mission Viejo (que el documental, de forma harto extraña, define como una comunidad con «casas de la España de la época de Cervantes», lo que no deja de ser sorprendente… y poco acertado). El gestor (o gerente, no queda claro… o propietario, incluso) de Mission Viejo define el lugar como una comunidad planificada (actualmente tiene unos 100 mil habitantes) con unas normas concretas para facilitar la convivencia de los vecinos. Estas normas, que todo nuevo habitante debe acatar y aceptar antes de mudarse, incluyen el control del paisajismo y de ciertas conductas. Por ejemplo: no se puede reparar el coche en la parte delantera de la casa, porque puede dejar manchas de aceite que «ofendan a los vecinos»; ni aparcar un coche grande frente a la casa de otro vecino, pintar la fachada de un color que no esté aceptado por la comunidad (que no deja de ser la asamblea de vecinos) o poner una canasta de baloncesto en determinados jardines. Los árboles se podan con frecuencia, se intenta que no haya malas hierbas y, en definitiva, se rodea las casas de un «paisaje» artificial.

Mission Viejo es una de las fábricas de hiperrealidad, distinta a las fábricas de hiperrealidad a las que ya estamos acostrumbrados, como Hollywood, la fábrica de sueños, o como la «abuela» de todas ellas, Disneyland.

El problema, como destaca Soja, es que estas fábricas de hiperrealidad usan como herramienta esencial la imagen y todo pasa a orbitar a su alrededor: las cosas no son lo que son, sino lo que parecen, con el riesgo de disolverse en función de aparentar (lo que ya analizó Neil Leach en La an-estética de la arquitectura). O, volviendo a Baudrillard: la construcción de una copia de un original que tal vez ya ni siquiera existe o que nunca existió.»

Pueden encontrar el documental completo aquí (además de una reseña más que interesante sobre el mismo) y en YouTube.

Edward W. Soja (II): antología de textos

En la primera entrada de Edward W. Soja. La perspectiva postmoderna de un geógrafo radical, escrito por Núria Benach y Abel Albet, repasamos la vida del geógrafo de Estados Unidos y sus tres hitos principales; el primero de ellos, el giro espacial (es decir, reconocer la importancia del espacio en las ciencias sociales), que lo llevó a formular una trialéctica entre la sociedad, el tiempo y el espacio y a dar un paso más firme que los de, por ejemplo, Castells o Harvey (que también estaban reconociéndole un papel importante al espacio, lugar o territorio por esa época, años 70-80 del siglo pasado). El segundo fue el concepto del tercer espacio, surgido en parte de los textos de Lefebvre (que Soja introdujo en Estados Unidos durante la década de los 80, cuando aún no habían sido traducidos al inglés): si para el filósofo francés la triada se componía por la práctica espacial, los espacios de representación y la representación de los espacios, para Soja existían el primer espacio (físico y transitable), el segundo espacio (mental e imaginado) y el tercero, una amalgama entre los dos anteriores creado con la finalidad de romper la (falsa) dialéctica y evidenciar que no vivimos en un espacio ni físico ni mental, sino una mezcla, diversa y abigarrada, dialéctica también, claro, entre los dos anteriores.

Finalmente, el tercer concepto de Soja, más que un concepto, es un espacio: la ciudad de Los Ángeles, a cuya universidad se mudó en 1972 y que conformaría el grueso de su teoría espacial. En Los Ángeles, Soja vio seis formas diversas que la ciudad podía tomar y lo publicó en diversos artículos así como en uno de sus textos esenciales, Postmetrópolis. En el mismo hablaba también del sinecismo y compartía su teoría, basada en los textos de Jane Jacobs, de que el urbanismo era la fuente del progreso social (a diferencia de la concepción tradicional, para la cual las ciudades son el fruto de un excedente de producción, para Soja y Jacobs primero llega el urbanismo y es éste el que genera el excedente).

Sin más, pasamos ahora a la reseña de sus textos. El primero de ellos es un capítulo de Postmodern Geographies titulado, precisamente, «La dialéctica socio-espacial«, donde responde al Harvey de Social Justice and the City (1973) que se planteaba «si la organización del espacio (en el contexto de lo urbano) era una estructura separada con sus propias leyes de construcción y transformación interna o bien era la expresión de un conjunto de relaciones que formaban parte de alguna estructura más amplia (como las relaciones sociales de producción)» (p. 82). Tanto Harvey como Castells marcaban unos límites a la importancia del espacio dentro de la crítica marxista, límites que a Soja le parecían demasiado pequeños.

La estructura del espacio organizado no es una estructura separada con sus propias leyes autónomas de construcción y transformación ni tampoco es simplemente una expresión de la estructura de clases que emerge de las relaciones sociales (y, por tanto, ¿aespaciales?) de producción. Es, en cambio, un componente dialécticamente definido de las relaciones generales de producción, relaciones que son simultáneamente sociales y espaciales. (p. 84)

Aquí se hace un inciso que pone de manifiesto «el predominio de la visión fisicalista del espacio» en nuestro idioma: palabras como «social», «económico», «político» o «histórico» sugieren siempre «un vínculo entre la acción y la motivación humana» mientras que «espacial» sugiere un contenedor o un marco, una figura geométrica externa al contexto social; cuando se trata, como ya evidenció Lefebvre, de algo intrínseco a la sociedad, y no externo. «Una vez que se ha aceptado que la organización del espacio es un producto social –que surge de una práctica social intencionada– entonces ya no queda nada de su existencia como una estructura separada con reglas de construcción y de transformación que sean independientes de un marco social más amplio» (p. 88). O, como diría Lefebvre en La revolución urbana: «no hay teoría del espacio al margen de una teoría social general, sea ésta explícita o implícita».

Las causas por las que el marxismo tradicional había dejado de lado la concepción del espacio son, aventura Soja, tres:

  • La tardía aparición de los Grundrisse de Marx, con apuntes hacia la expansión del capitalismo, que no fue traducido al inglés hasta 1973;
  • las tradiciones anti-espaciales en el marxismo occidental;
  • y, finalmente, a las condiciones cambiantes de la explotación capitalista. El capitalismo feroz surgido tras los años dorados que siguieron a la Segunda Guerra Mundial se ha expandido de forma abrupta, evidenciando cada vez más la importancia de la producción del espacio como una parte interna del propio capitalismo (algo que Harvey ha evidenciado multitud de veces en su obra).

Lefebvre relacionó el «espacio capitalista avanzado» con la reproducción de las relaciones sociales de producción. Definió tres niveles de reproducción: la bio-fisiológica (la familia y las relaciones de parentesco); la reproducción de las fuerzas de trabajo y los medios de producción; y, finalmente, la reproducción de las relaciones sociales de producción. La capacidad del capital para influir en las tres anteriores se ha ido desarrollando a lo largo del tiempo, hasta el extremo de que «bajo el capitalismo avanzado la organización del espacio pasa a estar predominantemente relacionada con la reproducción del sistema dominante de relaciones sociales», es decir, «el espacio producido socialmente» (ya sea el espacio urbanizado, ya sea incluso el campo, puesto que, en el momento en que se produce un espacio, todos quedan encajados en esa lógica) «es donde se reproducen las relaciones dominantes de producción» (p. 106).

Así, la lucha de clases (que aún existe, defiende Soja) debe incluir (es más: focalizarse) en «la producción del espacio, la estructura territorial de explotación y dominación, la reproducción, espacialmente controlada, del sistema como conjunto» (p. 107).

El siguiente texto es «Los Ángeles, 1965-1992: de la reestructuración generada por la crisis a la crisis generada por la reestructuración», aparecido en la antología Los Angeles. The City and Urban Theory at the End of the Twentieth Century, editada por Allen J. Scott y el propio Soja. El imaginario de Los Ángeles es, por motivos obvios, especialmente potente, al ser la del cine una de sus industrias principales; pero a los rodajes o la creación de cualquier lugar del mundo en sus calles habría que sumarle la aparición, a partir de 1965, de Disneylandia, con su nueva dosis de irrealidad y fantasía. Ese mismo año sucedieron los Disturbios de Watts (uno de los muchos estallidos raciales habituales en Los Ángeles y otras ciudades occidentales, como París o el propio Los Ángeles en 1992, fruto de la segregación y racismo constantes y que los dirigentes jamás parecen capaces de explicarse o entender), que para Soja marcan el punto de inflexión entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el principio del postfordismo (datado alrededor de los años 70 en general).

A partir de la década de los 80, sin embargo, los cambios provocados por la nueva forma del capitalismo en Los Ángeles fueron tan evidentes que surgió una oleada de investigadores que se centró en ellos, con el pistoletazo de salida de Mike Davis y su Ciudad de cuarzo. La mayoría de dichos autores aparecen en el mismo libro donde se encuentra el artículo de Soja que estamos reseñando, de hecho. Estas nuevas formas urbanas inspiraron en Soja seis visiones distintas de la ciudad, seis posibles ciudades que podían surgir como resultado de los cambios que se estaban viviendo:

  • I. Exópolis. Rompiendo con el esquema centro-periferia habitual hasta mediados del siglo XX, Los Ángeles es un mosaico enorme fruto de la tensión desterritorialización-reteritorialización. Se forman múltiples nodos de residencialidad, alejados del centro y que, a medida que concentran población, forman su propio núcleo de industrias y puestos de trabajo, dando lugar a diversos centros y a ciudades dentro de ciudades, como el condado de Orange, por entonces con 2.5 millones de habitantes y hoy con algo más de 3, el Greater Valley (Silicon Valley) o el clúster formado por la zona portuaria junto con el aeropuerto.
  • II. Flexcities. Si la anterior visión se centraba en los cambios concretos provocados por la dialéctica población-productividad, Flexcities está formada por los cambiso que la propia ciudad se impone a sí misma en el paso de dejar de ser un proveedor de servicios para sus habitantes a proyectarse como un imán y un atractor de empresas y capital en la palestra global. «Este nuevo régimen se caracteriza por sistemas de producción más flexibles (…) situados en clústers de intercambios intensivos» formados por empresas pequeñas o medianas surgidas al compás de las necesidades de los flujos del capital, a menudo formando alianzas o redes de subcontratación. Por lo tanto, el polo que rige Flexcities es la dialéctica desindustrialización-reindustrialización así como la pérdida de las grandes empresas verticales y fordistas, que desaparecieron o se deslocalizaron, y el surgimiento de tres sectores esenciales: tecnópolis (con el ya mencionado Silicon Valley), la provisión de servicios financieros internacionales y una red de empresas pequeñas y medianas, atentas a los cambios de mercado, que forman un complejo entramado de subcontratas a disposición de dichos cambios.
  • III. Cosmópolis. Se refiere a los cambios generados en las calles y configuración urbana por la presencia de las culturas globales; no sólo a los nuevos enclaves surgidos (barrios o calles que representan el país de origen de sus habitantes o las culturas que han dejado atrás y que tratan de reproducir), sino el contrato, el intercambio que se da entre todas esas culturas y la nueva forma en que se organizan. Si una palabra define esta visión de la ciudad es lo «glocal», el punto de contacto entre lo global y lo local.
  • IV. El Laberinto Astillado. Como será habitual en Soja, si las tres primeras visiones representan cambios físicos, las tres siguientes con más conceptuales. El Laberinto Astillado se refiere a la polarización creciente en este mundo de desigualdades, donde cada vez hay ricos más ricos y pobres más pobres y queda un enorme hueco en el centro, ocupado antaño por la extinta clase media, que cada vez se va haciendo mayor.
  • V. Ojos Sin Fin continúa el paso dado por Mike Davis en «Fuerte Los Ángeles: la militarización del espacio urbano» y se refiere a la multitud de pequeños espacios segregados donde cada comunidad o grupo social se reúne, sobre todo, con los que son similares y que va desde la separación voluntaria (las clases altas en entornos cerrados, gated communities, resorts o lugares donde el precio del suelo impide el acceso a otras clases) hasta la segregación social o racial (los guetos que vimos, por ejemplo, en la obra de Loïc Wacquant)
  • VI. Simcities. La más actual e ideológica de las seis visiones de la ciudad y que Soja define, en función del momento, como fruto de la «transición postmoderna» (en este artículo de 1996) o como «ciudad simulada» generada por la visión del hiperespacio y las nuevas tecnologías (en Postmetrópolis) y que es un cajón de sastre donde caben el simulacro de Baudrillard con la mercantilización creciente de todos los espacios de la ciudad y la creación de nichos publicitarios llevado a cabo por las cada vez más agresivas técnicas de marketing y consumo.

Como ya sucedía en Postmetrópolis, sin embargo, en ningún momento Soja explica por qué la división en ciudades distintas, cuando una visión completa de todas ellas daría un resultado más aproximado de la ciudad actual, ni tampoco por qué esa división es en seis ciudades, y no en cinco o catorce.

El tercer artículo es «Tercer Espacio: extendiendo el alcance de la imaginación geográfica«, aparecido en Human Geography Today, editado por Doreen Massey; John Allen y Phil Sarre (1999) y que se trata, en palabras de Soja, de comprimir en cinco tesis los argumentos que presentó en su libro Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined Places (1996). La primera tesis es la importancia del espacio en las ciencias sociales (el giro espacial del que hablábamos al principio) y el paso de la dialéctica sociedad-historia a la trialéctica sociedad-historia-espacio (donde ninguno de los tres conceptos es más importante que los otros dos), algo que, según Soja, supone una de las revoluciones intelectuales del siglo XX (Soja nunca destacó por su modestia). La segunda tesis propone abandonar la dialéctica tradicional del espacio (entre material y mental, real o imaginado, etc.) y, siguiendo a Lefebvre, claro (espacio percibido, espacio concebido, espacio vivido) propone el primer espacio (percibido), el segundo (concebido) y el tercero (vivido). La tercera tesis es, precisamente, que la revolución espacial de la segunda mitad del siglo XX se originó en Francia, de la mano de autores como Lefebvre y Foucault (con la producción del espacio del primero y «De los espacios otros» y la heterotopía del segundo).

La cuarta tesis (que tiene que ver con las críticas que recibió Soja por su anterior libro, Postmodern Geographies, donde se le acusó desde los estudios feministas y postcoloniales de no tenerlos en cuenta), dice precisamente que las principales oposiciones críticas y creativas a la concepción tradicional del espacio provienen de dichas fuentes y han surgido desde la opresión y las minorías. Se confunde, aquí, cierta visión académica del espacio con la visión literaria o vanguardista, artística, en definitiva; algo que se le suele reprochar a Soja, que no marcaba distancias entre un texto académico y un texto lírico (a menudo sus artículos aglutinan diversas formas de exposición), y se enumeran voces que han hablado de nuevos espacios, sí, pero lo han hecho en novelas o en artículos casi biográficos, y no como una propuesta de una nueva exploración del espacio desde las ciencias sociales. La quinta tesis, como continuación de la anterior, propone que estos nuevos autores están explorando una nueva forma de elección dentro de la producción social del espacio vivido, casi una rebelión, o tal vez simplemente una nueva forma de expresarse.

«Tensiones urbanas: globalización, reestructuración económica y transición postmetropolitana» (2004) explora las nuevas formas urbanas surgidas a principios de este siglo.

La «secesión de los ricos» [se refiere a la proliferación de gated communities y lo que Evan Mackenzie exponía en su libro Privatopía] y la multiplicación de comunidades cerradas y defendidas con armas son sólo una pequeña parte de un proceso mucho más amplio que afecta a la forma de la metrópolis contemporánea. Dicho de un modo simple, la postmetrópolis se caracteriza crecientemente, y casi puede llegar a ser definida, por lo que puede describirse como la urbanización de los suburbios, dado que nuevas ciudades crecen vertiginosamente en las afueras de los centros urbanos establecidos, en gran parte como consecuencia de la formación de nuevos yacimientos de empleo comercial e industrial como Silicon Valley, el condado de Orange y otros complejos de alta tecnología alrededor de Boston, Londres, París, Tokio y São Paulo. Conocidos habitualmente como edge cities (o ciudades en el margen urbano), outer cities (o ciudades exteriores) e incluso postsuburbia (o evolución de los suburbios de clase media), este proceso de urbanización regional ha diluido muchas de las fronteras convencionales de las metrópolis, especialmente entre lo urbano y lo suburbano. (p. 224)

Más adelante hará una distinción entre las edge cities (que suele usarse para referirse a las ciudades de negocios o habitadas por trabajadores de compañías que se han instalado algo más lejos de la ciudad para no sufrir el precio del suelo pero lo bastante cerca para disfrutar de sus conexiones de carretera y aeropuertos) y las «off-the-edge cities«, enclaves urbanos surgidos precisamente por lo barato del suelo en la zona pero que a menudo carecen de grandes servicios básicos y cuyos habitantes tienen que desplazarse forzosamente (en coche, la mayoría de las veces) tanto al trabajo como para cumplir cualquier necesidad.

Esta segregación constante entre diversos grupos tiene el efecto de intensificar el miedo al otro.

En el paisaje urbano cada vez más volátil y fractal, el miedo está en el aire. No sólo las tensiones urbanas son más abundantes en todas partes de la ciudad, sino que también provoca grandes cambios en el entorno construido, desde detalles en el diseño de las calles y de los edificios a grandes configuraciones de la forma urbana. Las urbanizaciones y los centros comerciales se diseñan cada vez más como fortalezas, y son vigilados visualmente y por megafonía, con cámaras y altavoces situados en lugares estratégicos. En casi todas las ciudades la extensión de espacio público se contrae al tiempo que las olas de privatización desregulada penetran en la esfera pública con mayores esfuerzos de control social. (p. 226)

Edward W. Soja; Núria Benach y Abel Albet

Edward W. Soja. La perspectiva postmoderna de un geógrafo radical, escrita por los también geógrafos Núria Benach y Abel Albet (editorial Icaria, 2010, en la colección Espacios Críticos, centrada, precisamente, en publicaciones sobre la visión espacial y de la que sin duda leeremos más libros) es un repaso a la vida y obra del geógrafo de Estados Unidos, uno de los miembros destacados de la Escuela de Los Ángeles (si es que llegó a existir). De Soja ya leímos Postmetrópolis, una de sus obras capitales, así como algunos artículos (en Variaciones sobre un parque temático y en Postmodern Cities and Spaces) donde se evidenciaba la que es la gran tendencia de este autor (y que Benach y Albet no esconden en ningún momento): su forma muy personal de percibir el hecho geográfico (lo que el propio Soja llamaría «el giro espacial») y el modo en que transmite dicha visión, con textos que pueden alejarse de las formas más académicas y recrear diálogos, escenas o hasta situaciones imaginadas para tratar de abarcar la ciudad.

Edward Soja nació en el Bronx en 1941. Estudió Geografía primero en la Universidad del Bronx (la única de la ciudad de Nueva York que, por entonces, tenía un departamento dedicado a la disciplina) y luego en la Universidad de Wisconsin, donde un hallazgo casi anecdótico condicionaría su forma de pensar la geografía:

…en un manual de climatología, un cartograma muestra un fascinante «mundo de continentes hipotéticos» definidos a partir de las zonas climáticas «previsibles» surgidos por la clasificación convencional de Köppen y considerando la dinámica atmosférica, los efectos de la orografía básica, las corrientes oceánicas (…). Este cartograma le permite concebir una nueva y maravillosa fórmula para percibir el mundo tanto de manera real como figurativa, ya que hace posible predecir (aunque sea de manera aproximada) las pautas térmicas y de precipitación de prácticamente cualquier rincón del planeta, así como presuponer el tipo de vegetación, de paisaje e incluso de producción agrícola. Este cartograma no muestra unos continentes «reales» sino que es una especie de quimera inventada por la imaginación de algún geógrafo: una remarcable condensación de conocimiento geográfico que estimula la comprensión general de una enorme variedad de condiciones efectivamente existentes. Esta visión, que, de hecho, viene a ser una perfecta definición de lo que es la teoría, es la que contribuye a que Soja empiece a considerarse no sólo como geógrafo sino más bien como teórico de la geografía a la búsqueda de modelos evocadores de mundos imaginarios que no se hallan sobre el terreno. (pp 22-3)

Precisamente por esa visión peculiar, Soja se fija también en los lugares, pequeños y concretos, donde estas normas no se cumplen, «anomalías climáticas que necesitan de detallados análisis para interpretar las razones de su desviación respecto a lo considerado normativo» (y que lo llevaron, por ejemplo, a solicitar, durante una visita a Barcelona con los autores del libro, poder visitar Andorra, «un país perdido entre montañas»).

Buscando ampliar su formación teórica, Soja vuelve a Nueva York, a la Universidad Estatal, donde obtiene el doctorado en Geografía en 1967. En este momento, Soja ya concibe la geografía como «la organización espacial de la sociedad humana», lo que lo lleva, durante los años siguientes, a centrarse en la geografía política y viajar a África (Kenia y Nigeria) para realizar su tesis doctoral.

Pero el cambio verdaderamente radical que sufre el geógrafo fue su traslado a la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) en 1972. No sólo por ser un lugar con una amplitud de miras teóricas mucho más amplias, sino por la propia enormidad y singularidad de la ciudad, algo que ya lo acompañaría durante el resto de su carrera.

Para Soja, pensar espacialmente sobre Los Ángeles a través de un trabajo empírico detallado tiene una intencionalidad esencialmente nomotética y de producción de conocimiento generalizable. El objetivo no es mostrar la incomparable singularidad de la ciudad californiana sino más bien presentar cómo el conocimiento localizado puede ayudar a entender lo que sucede en otras ciudades del mundo. Según él, Los Ángeles (mucho mejor que la gran mayoría de ciudades del mundo) hierve como laboratorio de hipótesis para desarrollar nuevas teorías urbanas centradas en los procesos de reestructuración que han configurado las ciudades de todo el mundo en los últimos 40 años, y en especial en relación con la formación de una nueva economía flexible postfordista, con la globalización del capital, del trabajo y de la cultura, así como con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. (pp. 28-9)

La llegada de Soja a Los Ángeles coincide con el «giro espacial», un momento en que las ciencias sociales revisitan y actualizan el concepto de espacio y del que el propio Soja es un elemento clave. Soja se concibe a sí mismo como geógrafo marxista; y, sin embargo, rechaza la visión cerrada del espacio característica del marxismo. Por ello, y aferrándose a las tesis de Lefebre (sobre todo, a su división trialéctica entre la práctica espacial, los espacios de representación y la representación de los espacios), Soja publica en 1980 el artículo «The Socio-Spatial Dialectic», cuya tesis principal es que «los procesos espaciales configuran las formas sociales al igual que los procesos sociales definen las formas espaciales» (p. 31) y donde denuncia la importancia exclusiva que los marxistas dan al concepto de clase social, dejando de lado otros, para él igual de importantes, como el propio espacio.

Con unas tesis similares, pero mejor elaboradas, en 1989 publica Postmodern Geographies, el primero de los tres libros que concentran todo su pensamiento. El subtítulo es toda una declaración de intenciones: The Reassertion of Space in Critical Social Theory. Para Soja no basta con las reivindicaciones que, por la época, estaban haciendo Castells, Harvey, Smith y tantos otros, donde reconocían que las ciencias sociales habían dejado de lado la visión espacial; no, Soja afirma que lo espacial es tan esencial como lo social; que uno no se puede concebir sin lo otro y que la «sociedad es, desde su inicio, intrínsecamente espacial y espacializada, de la misma manera que el espacio es intrínsecamente social y socializado» (p. 32).

Que estas críticas se incorporen en un libro titulado Postmodern Geographies no es nada anecdótico ni oportunista. Soja se reconoce plenamente en el marco del postmodernismo porque ve en este momento una excelente y oportuna ocasión para deconstruir los discursos anteriormente privilegiados y las dicotomías incontestablemente establecidas, entre los cuales este predominio del tiempo sobre el espacio. También porque Soja ve en la etapa de la postmodernidad (es decir, en las transformaciones económicas, sociales, culturales y territoriales llegadas a través del postfordismo, la globalización y la economía flexible) la penúltima manifestación de la evolución del desarrollo capitalista. (p. 33)

Durante la década siguiente, la idea de la «dialéctica socio-espacial» de Soja evoluciona hasta convertirse en la triple dialéctica del espacio, el tiempo y lo social. Otra trialéctica preside (y da nombre a) Thirdspace, segundo libro de Soja, publicado en 1996. «El tercer espacio es propuesto como paradigma del análisis postmoderno, entendido como una aproximación que sitúa la trialéctica en el centro de atención, pero también entendido como una forma de asumir la complejidad que caracteriza la configuración cotidiana de los espacios vividos» (p. 36). Si el primer espacio es el mundo real y material y el segundo espacio, «el mundo imaginado de las representaciones de la espacialidad», el tercer espacio es el comodín que permite superar la falsa dicotomía entre los dos anteriores.

Sin embargo, al igual que, por ejemplo, la heterotopía de Foucault (como denunciaba Genocchio también en Postmodern Cities and Spaces), el tercer espacio no tiene una definición clara. Ésa es una de las principales críticas que se le hicieron, siendo las otras que estaba situado en un nivel de generalidad ontológica muy alto (es decir, que servía para discutir teoría, pero poco como una aplicación práctica) y que podía consistir en, simplemente, pura retórica postmoderna.

En ese mismo año, 1996, se publica la antología de artículos The City: Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century, editada por Allen J. Scott y Soja; la piedra de toque de la Escuela de Los Ángeles, que, si existe, está formada por la lista de nombres que firman dichos artículos. El de Soja, que leeremos y reseñaremos en la segunda entrada dedicada a este libro, presenta una serie de conceptos que el geógrafo ya no abandonará y que son las seis formas distintas que adopta la ciudad de Los Ángeles merced a los cambios de la globalización y el postfordismo.

Estas mismas seis «ciudades» o seis ideas de ciudad son las que formarán la segunda parte del tercer libro de Soja: Postmetrópolis. Estudios críticos sobre las ciudades y las regiones (2000). La primera parte está dedicada a un concepto nuevo del que parte, también de forma casi anecdótica, al contemplar un mural de la ciudad de Çatalhöyük, uno de los asentamientos humanos más antiguos descubiertos. La casualidad no sólo es que el arqueólogo que realizó el hallazgo y estudiaba la excavación, amigo del padre de Soja, le hablase de ese mural, sino también el que hizo el propio Soja: encontrar, entre las páginas de La economía de las ciudades (segundo libro , de 1969, de Jane Jacobs tras Muerte y vida de las grandes ciudades, mucho menos conocido y de tesis más polémicas), una mención hecha por Jacobs a Çatalhöyük. Jacobs sostenía, y lo hizo durante toda su vida, que las ciudades y el urbanismo no eran el resultado de un excedente de producción agrícola que permitió el asentamiento y el surgimiento de clases no productivas (burócratas, sacerdotes), sino precisamente lo contrario: que el urbanismo, que es anterior, fue lo que permitió el excedente de producción. Es decir: que las ciudades son el origen de la humanidad (entendida como ser social asentado, vaya).

A partir de esa casualidad, Soja acuñó el concepto de sinecismo o «el estímulo de la aglomeración urbana», al que dedica la primera mitad de Postmetrópolis (lo vimos en su reseña) al mismo tiempo que habla de las «tres revoluciones urbanas» (siendo la primera el origen de las ciudades, ya fuese en Çatalhöyük o en Jericó; la segunda, la invención de la rueda, el regadío, la escritura, etc., que conformarían una nueva estructura urbana; y la tercera, la revolución industrial).

En la siguiente entrada reseñaremos los textos de muestra escogidos por Benach y Albet para representar las ideas de Soja.

Postmodern Cities and Spaces (II): ciudades y política

El primero de los tres apartados de esta antología de artículos editada por Sophie Watson y Katherine Gibson, Postmodern Cities and Spaces, trataba sobre un concepto que el postmodernismo situó en el centro del debate: el espacio. Con los cambios asociados al postmodernismo, ya fuese como nueva forma social (postfordista, la globalización, deslocalización industrial, espacio de los flujos, acumulación flexible… por citar sólo unas pocas formas de abordarlo) o como nuevo concepto epistemológico (la caída de los grandes relatos, la imposibilidad de abordar una ciencia absoluta capaz de abarcarlo todo, la fragmentación, relativización, difusión del conocimiento, multiculturalidad, auge de las minorías), el espacio se modificaba; la propia percepción del espacio lo hacía. Tal vez recogido con mayor fortuna en la acumulación flexible (visión postcapitalista) de Harvey, o en la virtualidad real de Castells, las condiciones del capitalismo tardío modificaban las ciudades en gran medida, creando espacios nuevos cuyo significado no quedaba claro. Ahí vimos, por ejemplo, la utilidad del concepto de heterotopía de Foucault, al que diversos autores recurrían; chora, término usado por Platón que también era revisitado; el flâneur, cuya mirada se desviaba; o se analizaban diversos nuevos hitos arquitectónicos cuya forma resonaba a postmodernidad, como fue el Hotel Bonaventura para Jameson en su momento o eran, en este caso, el arco de La Défense en París. El capítulo acababa con las reflexiones sobre la ciudad imaginaria de Patton, donde se mezclaba la percepción (imaginaria) de la ciudad real con las creaciones de ciudades imaginarias.

En la segunda y tercera parte de la antología se analizan las ciudades y las políticas postmodernas, respectivamente. El problema que lleva arrastrando el libro (y el concepto, probablemente) desde su concepción es que cada cual usa la palabra «postmoderno» con un significado distinto. Para algunos supone una ruptura radical; para otros, formas nuevas de vivir la modernidad; para otros incluso, radicalidad, fragmentación, ultramodernidad… Acaba siendo una especie de comodín para referirse a algo actual, algo que no sucedía hasta hace unos años; o algo que ha cambiado y por ello pasa a ser postmoderno.

El primer artículo de la segunda parte lo trae, de nuevo, Edward W. Soja. «Postmodern Urbanization: The Six Restructurings of Los Angeles» presenta, como lo haría luego en su libro Postmetrópolis, los seis modos distintos en que la ciudad postmoderna está evolucionando. Para Soja, el «proceso de urbanización postmoderno se puede definir como una descripción acumulativa de los cambios principales que han sucedido en las ciudades durante el último cuarto del siglo veinte» (p. 125).

As with the appropiate use of the term ‘restructuring’ (almost as much abused and misused as the term ‘postmodern’), postmodern urbanization refers to something less than a total transformation, a complete urban revolution, an unequivocal break with the past; but also to something more than continuous piecemeal reform without significant redirection. As such, there is not only change but continuity as well, a persistence of past trends and established forms of (modern) urbanism amidst an increasing intrusion of posmodernization. In the postmodern city the modern city has not dissapeared. (p. 126)

Los seis tipos de ciudades (o geografías) que surgen son:

  • la ciudad postfordista, con el surgimiento de nuevos polos industriales y el conflicto entre la desindustrialización y la reindsutrialización;
  • la ciudad global, surgida de la globalización y los flujos de capital;
  • la ciudad fractal (aunque Soja no usa ese término), la más difícil de precisar y que recoge los cambios ocurridos en la ciudad a raíz de la aceleración de la producción capitalista; espacios que de repente se quedan vacíos, clústers industriales, edge cities que brotan de la nada en cuestión de años, etc.
  • la cuarta geografía se refiere a la segregación creciente: barrios centrales donde viven las clases altas, suburbios en el exterior para las clases medias y una serie de espacios abandonados para las clases bajas, que antes se apiñaban en el centro de la ciudad pero que ahora pueden darse en casi cualquier entorno;
  • la quinta geografía es una consecuencia de lo anterior y se refiere a los espacios cerrados: tanto los ghettos donde cerrar a las clases bajas (en general en EE. UU., negros y latinos) como las vallas, físicas o simbólicas, que protegen el espacio de los ricos: las gated communities, la seguridad privada, incluso la creciente encarcelación de los pobres;
  • la sexta geografía son los modos en que percibimos todos esos cambios; la nueva concepción de la ciudad que surge y que Soja acaba llamando Simcity, «a hypersimulation that confounds and reorders the traditional ways we have been able to distinguish between what is real and what is imagined» (p. 135).

Alexander Cuthbert, en «Under the Volcano: Postmodern Space in Hong Kong«, un análisis de la ciudad a escasos 5 años de que dejase de ser una colonia británica, hace una distinción entre «the rapid change from industrialism to postindustrialism, or from organized to disorganized capitalism as qualitative changes in the capitalist economic system, and postmodernism, which maps changes in social relations, culture, creativity and consciousness» (p. 140). Por ello analiza primero los cambios industriales y económicos en la (por entonces) colonia y luego trata de comprender los cambios sociales y culturales, algo mucho más complejo.

Cuthbert distingue cuatro «ecologías» en la ciudad, correspondientes a las tres fases del capitalismo: el mercantil, el industrial y el capital financiero, y la mezcla final de todas ellas. Debido a la falta de espacio («because of Hong Kong’s rapacious economy»), queda poco de la ciudad industrial salvo sus símbolos más evidentes: el banco, la universidad, los juzgados. El capital industrial fue el que trató de reproducir las condiciones laborales de Inglaterra, con sus rascacielos y sus New Towns como Tuen Wan o Tuen Mun; esta época fue, también, la responsable de crear un sistema muy eficiente de vivienda pública. Los últimos diez años (aproximadamente desde mediados de los 80 a mediados de los 90), con la irrupción del capital financiero, nuevas áreas, físicas y simbólicas, se han reurbanizado. De este modo, el espacio de la experiencia se deconstruye, según Cuthbert, en espacio de la mercancía o «el espacio antisocial del postmodernismo«.

Since Hong Kong’s land market retains much of its original strategy in the commodification of land into ‘parcels’ to be sold to the highest bidder, commodity space is conflated to social space. In this context, the citizen’s rights to space only exist in the sphere of personal luxury consumption, increasingly carried out under the gaze of electronic systems of surveillance. (p. 146)

El espacio de la ciudad se vuelve, progresivamente, propiedad corporativa. Cuthbert pone como ejemplo el caso de las trabajadoras domésticas, en su gran mayoría, mujeres filipinas. Cada domingo, al ser festivo, inundaban las calles y hacían vida en ellas, reuniéndose para visitar amigos o familiares, comiendo en los parques y hasta bailando u organizándose para hacer ejercicio en las aceras. En septiembre de 1982, una corporación decidió que ese uso no le parecía el adecuado y acordonó una gran parte del espacio que rodeaba su sede, un rascacielos en el centro. Además del componente racial, muy marcado en este caso, la pregunta que subyace es: ¿de quién es el espacio?

«Hong Kong is so densely developed that if all corporate headquarters did the same, people could not leave their homes», sentencia Cuthbert, lo que no deja de llevar a la progresiva desaparición del espacio público y su substitución por un espacio corporativo, privado, del que hay que obtener beneficio.

«Gay Nights and Kingston Town: Representations of Kingston, Jamaica«, de Diane J. Austin-Broos, entiende el postmodernismo como «escepticismo ante la modernidad» en un entorno postcolonial, donde la metrópolis ha dejado de sentir interés por alguno de sus territorios y éstos deben readaptarse a la nueva situación. «Distant Places, Other Cities? Urban Life in Contemporary Papua New Guinea«, de John Contell and John Lea, describe el (tibio) paso del país, mayoritariamente rural, hacia una pequeña urbanización.

De modo similar, los tres primeros artículos del tercer capítulo, que se centra en la política postmoderna, analizan situaciones muy concretas: el apartheid en «On the Problems and Prospects of Overcoming Segregation and Fragmentation in Southern Africa’s Cities in the Postmodern Era«, de Alan Mabin; «Postmodern Bombay: Fractured Discourses«, de Jim Masselos; y la urbanización de la segregación en Oriente Medio, en «The Dark Side of Modernism: Planning as Control of an Ethnic Minority«, de Oren Yiftachel.

El artículo que cierra la antología es, a nuestro parecer, el más interesante. «Not Chaos, but Walls: Postmodernism and the Partitioned City«, de Peter Marcuse.

A curious inversion has taken place in urban theory today. If the history of modern cities has been an atempt to impose orden on the apparent chaos that is the individual experience of the impact of capitalism on urban form, an attempt Marshall Berman (1982) considers to be a defining characteristic of modernism, then what is happening today may be considered the attempt to impose chaos on order, an attempt to cover with a cloak of visible (and visual) anarchy an increasingly pervasive and obtrusive order –to be more specific, to cover an increasingly pervasive pattern of hierarchical relationships among people and orderings of city space reflecting and reinforcing the hierarchical pattern with a cloak of calculated randomness. The inversion has a clearly conservative tendency embedded in it, for it can be used to tar with the brush of ‘grand theory’ and the ‘ideology of progress’ the argument that cities can be made better, more human places in which to live, with the tools of purposive action and public planning. (p. 243)

Este supuesto caos no deja de ser ficticio, pues tras toda planificación existe un orden. La pregunta, por lo tanto, sería a quién pertenece ese orden.

Las ciudades, continúa Marcuse, reflejan por un lado una división funcional tan evidente como que las calles y los edificios no pueden estar a la vez en el mismo sitio; unos requieren espacio para transitar y otros, espacio para ser habitados. Pero otras divisiones que se dan en la ciudad reflejan las relaciones sociales, como la separación de las casas de los suburbios en función de su nivel social (barrios de casas enormes, barrios de casas adosadas, etc.). Otras distinciones, la mayoría, de hecho, combinan las dos anteriores.

Puesto que nuestras sociedades son jerárquicas, es lógico que también lo sean las ciudades. Desde la revolución industria y el auge del capitalismo, esas desigualdades se han evidenciado cada vez más en las ciudades, por ejempo con las infraviviendas para los proletarios junto a las fábricas mientras los empresarios y clases altas vivían en las afueras. A causa de todos estos procesos, Marcuse define cinco ciudades que cohabitan en una misma ciudad:

  • una ciudad dominante, que no acaba de ser parte de la ciudad sino diversos enclaves repartidos por ella, donde habitan las clases superiores;
  • una ciudad gentrificada, ocupada por los profesionales y las clases creativas;
  • una ciudad suburbana, ocupada por clases medias, que puede ser tanto un barrio de casas en las afueras como edificios de apartamentos;
  • una ciudad de viviendas (tenement city, tal vez ciudad satélite, ciudad dormitorio), para las clases bajas;
  • una ciudad abandonada, para los pobres, los parias, los excluidos; el ghetto.

Pero, puesto que «la ciudad económica no es congruente con la ciudad residencial», existen también distintas ciudades en función de una división económica:

  • la ciudad controladora (controlling city), desde donde se dirigen las redes y los grandes negocios y que pued eir desde grandes mansiones hasta rascacielos, yates o clubs de campo. «The controlling city is not spatially bounded, although the places where its activities at various times take place are of course located somewhere, and more secured by walls, barriers, and conditions to entry than any other part of the city.» (p. 246);
  • la ciudad de los servicios avanzados, con parques tecnológicos o centros de negocios (desde La Défense de París hasta los Docklands en Londres);
  • la ciudad de la producción directa, con barrios donde las empresas y clientes de un mismo campo se pueden encontrar (el distrito financiero de Nueva York en Manhattan o de Chinatown para el textil, por ejemplo); aunque también incluiría zonas industriales más alejadas del centro;
  • la ciudad del trabajo no calificado y la economía informal, que incluye todos los pequeños negocios y que se sitúa tanto alrededor de las anteriores como en barrios más heterogéneos;
  • la ciudad residual, donde se almacenan los productos y hay poca actividad, también donde se levantan los servicios que nadie quiere tener alrededor (desguaces, vertederos…).

Para separar todos estos espacios disjuntos surgen los muros. Pueden ser de una gran variedad: desde muros físicos hasta simbólicos, barreras idiomáticas, como al entrar en una zona étnica diferenciada donde las tiendas están en otro idioma, o barrios donde predomina un único color de piel; barricadas de seguridad privada, cámaras de vigilancia, arquitectura hostil

Una de las preguntas esenciales que hay que plantear ante los muros es su función. «¿Sirven para perpetuar el poder de los poderosos, o para proteger a los vulnerables?, protegen la dominación, o escudan la vulnerabilidad?», se pregunta Marcuse.

It is the crucial question indeed; for the lower-class residents of the Lower East Side of Manhattan, of Kreuzberg in Berlin, of the arae around the University of South California in Los Angeles wish to keep the gentrifiers out as much as the residents of the suburbs and luxury housing of Manhattan, Berlin, Los Angeles want to keep them out; yet the two desires are not equivalent morally. One represents the desire of those poorer to insulate themselves from losses to the more powerful; the other represents the force of the more powerful insulating themselves from the necessity of sharing with, or having exposure to, those poorer. One wall defends survival, the other protects privilege. (p. 249)

Una de las contribuciones de la postmodernidad, pues, es que destruye la concepción de que los muros sean algo rígido y los concibe como algo maleable y proteico.

One tendency within postmodernism, what I would call its critical tendency, highlits precisely this ambiguities, together with the walls that at the same time contradict and embody them. In its rejection of rigid grand theories, of the effort to impose rational patterns on all human activity, in its revelation of the complexities of urban life and the insufficiency of any attemps to find single solutions for multiple problems, in its attention to the many layers that constitute social and economic relationships, in its emphasis on the cultural components of the activities that go on in cities, in its reflections on the ambiguities of the concept of progress and its doubts as to any unilinear or inevitable progression, postmodernist theory has made significant contributions to dealing with the problems of partitioned cities and the walls within them. (p. 250)

A pesar de esta férrea defensa, Marcuse no es ajeno a los problemas (y críticas) al postmodernismo. «But postmodernism also has another side; it is at least as ambiguos as its subject-matter.» Y a continuación cita a Edward Soja: «When all that is seen is so fragmented and filled with whimsy and pastiches, the hard edges of the capitalist, racist and patriarchal landscape seem to disappear, melt into air» (Postmodern Geographies, p. 240).

Postmodern Cities and Spaces, Sophie Watson y Katherine Gibson (eds.)

Si en el blog hemos dado tanto la vara con el postmodernismo (con Francisco Javier Ullán de la Rosa, por ejemplo; con Jameson, Harvey, Lipovetsky y, aunque él no usase ese término, los simulacros de Baudrillard son parte esencial del paradigma) es porque, además de que la arquitectura (el espacio, vaya) fue una de las primeras disciplinas en sufrirlo, el término se usó de forma muy amplia a finales del siglo pasado, alrededor de los años 90, para referirse a nuevas formas urbanas/espaciales que iban adaptando las ciudades. En este caso no hay que confundir, como anuncian las editoras de Postmodern Spaces and Cities, Sophie Watson y Katherine Gibson, ya en la introducción, «dos discursos antitéticos de la postmodernidad: el que supone la postmodernidad como una era o periodo socioeconómico y el que la sitúa como una ciencia postmoderna o modo de pensar y conocer» (p. 1).

Pese a que ambos discursos tematizan la discontinuidad, la disyuntiva y la transformación, sus sujetos son radicalmente distintos. Para el primero es la realidad, la ciudad, o más específicamente el espacio urbano del capitalismo tardío, el sujeto de la transformación y la disyuntiva. Para el segundo, es un tipo de conocimiento, pensamiento y representación lo que es discontinuo con lo sucedido anteriormente. (p. 1). [La traducción es nuestra.]

Postmodern Cities and Spaces es una antología de artículos editada por Sophie Watson y Katherine Gibson en 1995 alrededor de un tema común: la irrupción del postmodernismo en la ciudad. Pese a la tentación inicial de organizar dichos artículos en función de si trataban de la primera corriente del postmodernismo (que podríamos llamar, por ejemplo, postfordista, o incluso periodo de acumulación flexible, volviendo a Harvey, o hasta espacio de los flujos, acudiendo a Castells) o de la segunda (la ruptura epistemológica que nos llevaría al postestructuralismo, a Lyotard, Baudrillard y Foucault, por citar algunos nombres), las editoras decidieron ser pragmáticas y dejarse de polémicas sobre quién (y cómo) era o no postmoderno e hicieron una división más sencilla: el primer capítulo, el que reseñamos ahora, se centra en el espacio postmoderno; el segundo, en las ciudades postmodernas, tanto entendidas en su totalidad como en sus partes fragmentadas; y el tercero, en la evolución política que supone la irrupción del postmodernismo a finales de siglo.

«Heterotopologies: A Remembrance of Other Spaces in the Citadel-LA«, de Edward W. Soja, empieza analizando el artículo «De los espacios otros» de Foucault que reseñamos hace poco, precisamente por la atención que se le dedicaba en este primer apartado de la antología. Tras un breve repaso al artículo de Foucault, Soja vuelve a las andadas y despliega una descripción de un Los Ángeles futurista que tiene más de literario que de indagación científica.

Mucho más interesante aparece «Discourse, Discontinuity, Difference: The Question of ‘Other’ Spaces«, del ensayista y crítico de arte australiano Benjamin Genocchio. Para Genocchio, la llegada del postmodernismo supone, siguiendo a la Elizabeth Ferrier de ‘Mapping Power: Cartography and Contemporary Cultural Theory’, como una crítica o el declive del orden espacial cartesiano, «a spatiality associated with Western metaphysics and its tribe of grids, binaries, hierarchies and oppositions» (p. 35). Aquí aparece el concepto de heterotopía de Foucault. Sin embargo, Foucault, en su artículo, acababa dando como ejemplos burdeles, iglesias, habitaciones de hotel, museos, bibliotecas, prisiones, sanatorios, baños romanos, el hamman, las saunas escandinavas…

One could no doubt add to this list similar spaces of ‘extra-territorial’ heterogeneity such as fairs and markets, sewers, amusement parks and shopping malls. Scripted as spaces of both repugnance and fascination, they also function as powerful sites of the imaginary.

Yet despite the persuasive commentary and seductive prose, a question immediately presents itself: how is it that we can locate, distinguish and differentiate the essence of this difference, this ‘strangeness’ which is not simply outlined against the visible? More specifically, how is it that heterotopias are ‘outside’ of or are fundamentally different to all other spaces, but also relate to and exist ‘within’ the general social space/order that distinguishes their meaning as difference? In short, how can we ‘tell’ these Other spaces/stories? (p. 38)

Es decir: ¿qué es, en el fondo, una heterotopía? Foucault la definió en su artículo, sí; pero con una definición tan vaga que no es de extrañar que luego cada autor se haya apropiado el término en sus propias palabras. Tras analizar algunas de las respuestas dadas por otras voces, Genocchio acaba preguntándose qué espacio no puede ser designado como heterotopia.

Volviendo a la obra de Foucault para tratar de encontrar la forma exacta de la heterotopía, Genocchio encuentra una cita de Borges que el francés admiraba enormemente. Se trata del ensayo El lenguaje analítico de John Wilkins, donde se habla de «cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos«.

En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en a) pertenecientes al Emperador b) embalsamados c) amaestrados d) lechones e) sirenas f) fabulosos g) perros sueltos h) incluidos en esta clasificación i) que se agitan como locos j) innumerables k)dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello l) etcétera m) que acaban de romper el jarrón n) que de lejos parecen moscas.

Este pasaje era conocido y admirado por Foucault, que veía en él no solo la otredad sino la propia limitación de nuestros pensamientos; puesto que no sólo no hay orden en su interior, sino que limita, incluso impide, todo orden posible. Algo similar se pretendía con la heterotopía: la irrupción, la disolución de toda forma de ordenación espacial; un lugar, si acaso, donde un lugar se cuestione a sí mismo de tal modo, sin respuesta posible, que sólo quede la cuestión del propio sentido del lugar (algo que ya nos llevaría a plantear la necesidad de un observador de dicho lugar, que es quien tendría tal pensamiento). No extraña, por lo tanto, que Jameson acabe hablando del sublime histérico refiriéndose a la postmodernidad.

Para Genocchio, sin embargo, la heterotopía (al menos, como está definida en el artículo de Foucault) no acaba siendo ese revulsivo espacial. «The heterotopia is invariably reified as a handy marker for a variety of centreless structures or an elastic postmodern plurality.» Dicho de otro modo: un lugar común para definir los, valga la redundancia, lugares poco comunes del capitalismo tardío.

Los tres siguientes artículos orbitan alrededor de un concepto común: el de la palabra griega chora, el territorio de la pólis; tanto la ciudad como sus alrededores. El término fue luego analizado por otros autores, como Heidegger, Derrida o Julia Kristeva; y, en general, los tres artículos lo relacionan con el lugar de la mujer en el espacio feminista. Se trata de «Women, Chora, Dwelling«, de la filósofa australiana Elizabeth Grosz, y «‘Drunk with the Glitter’: Consuming Spaces and Sexual Geographies«, de Gillian Swanson, alrededor de las mujeres y los espacios de consumo. «The Invisible Flâneur«, de Elizabeth Wilson, bucea además en el origen del concepto del flâneur, que en origen (el término se puede encontrar ya hacia 1806) era un noble que había perdido parte de su posición pero que aún se encontraba «fuera del sistema productivo» y podía, por lo tanto, dedicarse al ocio y a observar. Pero esta libertad era sólo para los hombres; y es en el flâneur donde, según Wilson, el discurso feminista postmodernista encuentra el origen de la mirada masculina (‘male gaze’). «He represents men’s visual and voyeuristic mastery over women» (p. 65), algo que se irá modificando a medida que las mujeres se vayan incorporando a las profesiones liberales, por ejemplo, y requieran de espacios propios.

For Benjamin the metropolis is a labyrinth. The overused adjective ‘fragmentary’ is appropiate here, because what distinguishes great city life from rural existence is that we constantly brush against strangers; we observe bits of the ‘stories’ men and women carry with them, but never learn their conclusions; life ceases to form itself into epic or narrative, becoming instead a shor story, dreamlike, insubstantial or ambiguous (although the realist novel is also a product of urban life, or at least of the rise of the bourgeoisie with which urban life is bound up). Meaning is obscure; commited emotion cedes to irony and detachment; Georg Simmel’s ‘blasé’ attitude is born. The fragmentary and incomplete nature of urban experience generates its melancholy –we experience a sense of nostalgia, of loss for lives we have never knowk, of experiences we can only guess at. (p. 73).

También John Lechte empieza «(Not) Belonging in Posmodern Space» con el análisis de chora llevado a cabo por Kristeva y, tras hablar de la ciencia del XIX («This is the science of equilibrium and stasis», p. 101) avanza, entre Joyce y el flâneur, hacia la ciudad postmoderna, «a city of indetermination. It is a phenomen of flows, of clouds of people and clouds of letters, of a multiplicity of writings and differences. What is the architecture of this city which can barely be described and named –which may only exist as a simulacrum?»

Y, para ello, analiza París, una ciudad cargada de simbolismo y donde la mayoría de sus elementos evidencian la historia: la Revolución, o la edad medieval, el Renacimiento; Haussmann, por supuesto, que también era hijo de su época. Y, sin embargo, surgen dos elementos «that cannot be understood in such unambiguously modernist terms»: el Arco de la Défense y el Parque de la Villette. Dice del primero que es un vacío, un monumento que abraza el vacío, «a kind of giant Klein bottle, perhaps, where the distinction between inside and outside becomes problematic»; un lugar sin historias. Recordemos que ya Bauman hablaba de La Defénse como una de las estrategias que adoptan en nuestra era los espacios públicos para no ser civiles (o para dejar de ser públicos, vaya): la de ser inhóspitos, no invitar a permanecer en ellos y convertirse en mero tránsito residual (la segunda categoría eran los centros comerciales, también espacio privatizado de forma encubierta). Y, sin embargo, es fácil comprender La Defénse como un monumento al poder (en término de Lefebvre y el espacio producido); sólo que no a un poder que resida en París, sino a un poder deslocalizado, un puro flujo, que sólo aterriza ocasionalmente en nodos bien conectados (lo que nos llevaría al Archipiélago Megalopolitano Mundial desarrollado por el geógrafo Olivier Dollfus).

Esta primera parte se cierra con el artículo de Paul Patton «Imaginary Cities: Images of Postmodernity«. Empieza con un análisis de los objetos que dieron paso a otras tantas obras sobre la postmodernidad: el Hotel Bonaventura que describe Jameson en El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, la novela Soft City con la que empieza La condición de la posmodernidad de Harvey y la propia descripción que hace de la ciudad Iris Marion Young en Justice and the Politics of Difference.

In all cases, I propose that we are dealing with imaginary cities. These are not simply the product of memory or desire, like many of Calvino’s invisible cities, bur rather complex objects which include both realities and their description: cities confused with the words used to describe them (Calvino 1979: 51). To call these imaginary cities is not to suggest that these are not real in their way, or that they do not have effects. Nor is it to suggest that they are all imaginary in the same sense: one of the aims of this chapter will be to separate out some of the different senses in which these postmodern cities are ‘imaginary’, (p. 112)

El argumento de Patton es doble: a) por un lado, que toda ciudad es imaginaria; y, por el otro, que la percepción que tienen Jameson, Harvey o Raban de las ciudades, y que presentan como una descripción, no deja de ser una percepción personal.

«I take this to be a tacit admission that all such accounts of the postmodern condition of urban life present us with imaginary cities, as well as an example of the manner in which these can nevertheless have real effects», comenta Patton tras reseñar la descripción hecha por Harvey de su lectura de la novela Soft City de Raban. Un paso similar realizar con la descripción de Jameson del Hotel Bonaventura, un espacio contenido en sí mismo, un «hiperespacio postmoderno». Patton se niega, eso sí, a ridiculizar la descripción de Jameson (que, recordemos, sólo está dando ejemplos del paradigma postmoderno): apunta, sin embargo, a que muchos hoteles de la zona son, ya, similares al Bonaventura. «The attemp to connect the confusion provoked by an unfamiliar space with the socio-historical condition of postmodernity is unconvincing»; al menos, en la obra de Jameson. Sin embargo, Patton sí que admite que el posterior análisis de Harvey, con su aportación de la acumulación flexible, tiene sentido.

The acceleration in the turnover time of capital in production brought about by the new strategies of flexible accumulation require parallel accelerations in exchange and consumption. Technological changes in transportation and communication allow much more rapid circulation of people, commodities and money. (…) For example, the growth of an ‘image industry’ can be seen on the one hand to respond to the underlying exigencies of capital accumulation, on the other to give rise to the proliferation of simulacra and the importance widely attached to appearances. (p. 115)

En la descripción de Harvey, según Patton, la ciudad es «el hábitat del consumidor», que no deja de ser una marioneta manipulada por las fuerzas del mercado. «The theatricality of postmodern urban life is a distant effect of the increase in the turnover time of the capital, manifest in social life by means of the industries and technologies of the image. (…) Harvey’s city is imaginary in a structural sense of the therm: a realm of appearance which is undoubtedly real but nevertheless dependent upon a deeper reality; an epiphenomenon in the sense that, for Marx, the entire sphere of exchange and consumption is dependent upon relations of production.» (p. 116)

La novela de Raban era, para Patton, más profunda que el análisis de Harvey porque el primero era consciente de que todo es una ciudad imaginaria: «Raban refuses to draw a distinction between the imaginary city and its real conditions of existence». Aquí, sin embargo, Patton cae en un error que luego repite: el de confundir la corriente postmoderna entendida como un análisis de una época distinta, que hemos denominado postfordista, con la estructura epistemológica, incluso estética, que percibe el mundo como una fragmentación personalizada. La visión de Harvey será imaginaria, pero pone de manifiesto algo que Raban, en su análisis estético, pasa por alto: que la explotación, escondida tras la tiranía de la imagen, sigue siendo real.

The point is not that we are all condemned to isolation, anomie or loneliness, even though those are a feature of urban life for many, but rather that for the most part our daily encounters with others are encounters with people we do not know, or know only a little. Yet our contacts may involve the most ‘personal’ parts of their lives or our own: our bodies touch on buses or in queues; we overhear snatches of conversation in restaurants or on the street; if we live in apartments we are exposed to the sounds and occasional sights of others going about their daily lives. What we see are fragmentary glimpses, snapshots of the lives of others, and on the basis of these fragments we extrapolate, identify and make judgements about them. Hitchcock’s Real Window is based entirely upon this dimension of urban living. It shows both the attraction, or compulsion, to observe the lives of others and the dangers of doing so in the fragmentary way that this kind of live allows. (p. 117)

Aquí el discurso de Patton lo lleva a concluir que, en la ciudad, es lógico juzgarnos unos a otros en función de nuestros actos o apariencia; algo que ya adelantó Goffman mucho antes, por ejemplo. Y es en este aspecto, esta necesidad de catalogar a los demás, donde encuentra la «teatralización intrínseca» de la ciudad, más que en la dinámica del consumo. De ahí, de esa consciencia de ser uno mismo un actor, se pasa a la consciencia de que nuestra propia presentación nos define, más que nuestra identidad. «This is at once the source of both the sense of freedom and endless possibility in relation to personal identity, and the fear of becoming a ‘stranger to oneself'».

Sin embargo, si todo esto ya estaba presente, por ejemplo, en la época de Baudelaire (recordemos los ojos de los pobres que analizaba Berman), ¿qué ha cambiado en la postmodernidad? «…the subject of the (post)modern city is no longer a subject apart from his or her performances, the border between self and city has become fluid. Raban’s city is thus imaginary in a deconstructive sense of the term: it is the city as experienced by a subject which is itself the product of urban existence, a decentred subject which can neither fully identify with nor fully dissociate from the signs which constitute the city» (p. 118) ¿Acaso no acaba cayendo Patton, con sus palabras y su análisis de la «deconstrucción», en el mismo tipo de descripción que le cuestionaba a Jameson por personal?

Desarrollo desigual, Neil Smith

Neil Smith, geógrafo escocés que se trasladó a Estados Unidos, estudió a lo largo de su vida el modo como el capital configura el espacio. De él leímos ya La nueva frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación, un libro de 1996 donde ahondaba en los casos de gentrificación y apropiación capitalista del espacio público y buceaban en sus causas hasta dar con la diferencia (o el diferencial) de renta: la máxima distancia entre lo que vale un edificio semiabandonado y lo que puede llegar a valer si su zona se revaloriza. En ese rent gap es donde se hallan las causas de la gentrificación y explica por qué las autoridades dejan de invertir voluntariamente en determinados barrios y zonas hasta que sus precios se desploman, momento en que el capital acude vorazmente a la zona, obtiene grandes réditos y, tras la expulsión de los vecinos originales, los sustituye por unos de renta más alta.

Desarrollo desigual. Naturaleza, capital y producción del espacio (1984, 2ª edición en 1990 y 3ª en 2008; leemos la traducción de León Felipe Téllez Contreras, Traficantes de Sueños, 2020) procede del mismo modo y traza las complejas relaciones entre el concepto de naturaleza, que ha ido evolucionando a lo largo de la historia, y cómo se produce el espacio en nuestras sociedades. El gran referente del libro es, por supuesto, Marx, aunque se apoya en geógrafos del siglo XX y encuentra un buen apoyo en las tesis del Lefebvre de La producción del espacio.

Desarrollo desigual no es un libro sencillo. En primer lugar, parte de la geografía, por lo que sus conceptos a veces son distantes de los del blog. Y, en segundo lugar, rastrea cada idea desde sus orígenes y traza toda su evolución, con lo que hay conceptos que, necesariamente, dejaremos algo colgados, y páginas enteras que reproduciremos. El objetivo del libro es llegar al desarrollo desigual: «el emblema de la geografía del capitalismo».

La lógica del desarrollo desigual deriva específicamente de las tendencias opuestas, inherentes al capital, que se orientan de manera simultánea hacia la diferenciación y la igualación de los niveles y condiciones de producción. El capital es invertido de forma continua en el espacio construido para producir plusvalía y expandir las mismas bases del capital. De la misma manera, el capital es retirado continuamente del espacio construido para desplazarse a otro sitio donde pueda aprovechar la existencia de tasas de ganancia más elevadas. La inmovilización espacial del capital productivo en su forma material es una necesidad, que no resulta ni menor ni mayor, que la circulación perpetua del capital en tanto valor. Así, es posible observar el desarrollo desigual del capitalismo como la expresión geográfica de la más fundamental contradicción entre valor de uso y valor de cambio. (p. 21)

Sí: el concepto recuerda al de coherencia estructurada de la producción y el consumo de David Harvey que vimos en Espacios del capital. No en vano, Harvey y Smith trabajaron juntos durante años (de hecho tienen obras escritas a cuatro manos), se admiraban mutuamente y se ayudaron a desarrollar sus teorías.

Por la tendencia constante a acumular cada vez mayores cantidades de riqueza social, el capital modifica la forma del mundo entero. Ninguna piedra es dejada en su lugar, ninguna relación original con la naturaleza continúa inalterada y ninguna cosa viva queda intacta. Hasta ese punto el capital reúne los problemas de la naturaleza, del espacio y del desarrollo desigual. El desarrollo desigual es el proceso y patrón concreto de producción de la naturaleza capitalista. (p. 22)

Para llegar al desarrollo desigual, Smith analiza la ideología de la naturaleza (I), luego su producción en tanto que ente sometido al capitalismo (II), la relación naturaleza-espacio (III) y, antes de llegar a la teoría del desarrollo desigual en el capítulo V, en el cuarto hablar de los procesos de igualación y diferencia. Como hemos dicho, la reseña será algo desigual, haciendo énfasis en algunos puntos y pasando sobre otros de puntillas.

El concepto de naturaleza en Estados Unidos ha tenido una concepción distinta al europeo. «Si los símbolos sociales dominantes del Viejo Mundo obtenían su fuerza y legitimidad de la historia, los símbolos del Nuevo Mundo lo hacían de la naturaleza» (p. 32). La naturaleza americana era un territorio agreste que había que domesticar; el mito americano hablaba, por lo tanto, de los pioneros, los solitarios que viajaban hacia el Oeste en una conquista del territorio (cuyo símbolo volverá como «pioneros urbanos» en La nueva frontera urbana: los precursores que iban a colonizar un barrio agreste, lleno de «salvajes»).

Tras esta concepción se dio una de «retorno a la naturaleza», pero estaba propiciada por las clases urbanas, que concebían una naturaleza amable, donde reconectar con los orígenes o que visitar los fines de semana para purificarse del aire de la ciudad.

Tras dar otros muchos ejemplos, Smith llega a un concepto de naturaleza antagónico: la naturaleza es, al tiempo, algo externo y algo que está en nuestro interior.

La concepción de la naturaleza es un producto social y, como vimos a propósito de la naturaleza en la frontera estadounidense, tuvo una clara función social y política. La hostilidad de la naturaleza externa justificó su dominación y la moralidad espiritual de la naturaleza universal generó un modelo de comportamiento social. Esto es lo que se entiende por «ideología» de la naturaleza. (p. 42)

Por un lado, la naturaleza ha sido domesticada hasta el extremo de que sólo algunos efectos naturales muy adversos y puntuales se consideran hostiles (inundaciones, volcanes, terremotos). Y esta domesticación se concibe como algo «natural». Por el otro lado, la «ideología de la naturaleza» se ha impuesto como una forma de comportamiento social y ciertas actitudes se conciben como «naturales»: «la competencia, la ganancia, la guerra, la propiedad privada, el sexismo, el heterosexismo, el racismo», atribuyéndose todas ellas a «la naturaleza humana», no a la historia: «el capitalismo es tratado como un producto inevitable y universal de la naturaleza y no como una contingencia histórica, por lo que, aunque el capitalismo pudiera estar en su apogeo en la actualidad, algunos lo encuentran en la Roma antigua o en las bandas de monos merodeadores, cuya regla es la supervivencia del más fuerte. El capitalismo es naturalizado, y combatirlo es combatir la naturaleza humana.» (p. 43)

Smith se detiene en la concepción de la Escuela de Fránkfurt de la tecnología (que acabarían viendo como algo natural) y también en el progresivo abandono de la escuela, a partir de su segunda generación, cuando «el Instituto reemplazó el conflicto de clase, esa piedra angular de cualquier teoría marxista verdadera, por un nuevo motor de la historia. El énfasis estaba ahora en el conflicto más amplio entre los hombres y la naturaleza.» (p. 58), para centrarse, en general, «en el abuso y la dominación que ejerce en general la especie humana sobre sí misma. La «condición humana», no el capitalismo, se convirtió en el villano histórico y en el blanco político.»

El segundo capítulo ahonda en cómo el capitalismo pasó a producir la naturaleza, a aprovecharla para sus réditos, y la base tal vez se encuentre en la frase de Marx de que la «naturaleza que precedió a la historia humana […] no existe ya en nuestros días», en el sentido de que toda visión (o ideología) que de ella tenemos se basa en cómo explotarla o extraer réditos. Aquí Smith reflexiona también sobre la formación de los Estados, que han acabado encargados de todas aquellas tareas que el capital no considera provechosas (como vigilantes de que la economía ande sin oposición) y de cómo con la llegada de la economía de las mercancías supuso el paso de que la unidad económica fuese la familia a la empresa. Los trabajadores son despojados de los medios de producción y pasan a depender de un salario. La familia, entonces, pasa a ser la encargada de la reproducción de la fuerza de trabajo, tarea que es privatizada: es decir, y de forma tradicional hasta ahora, recaía en las mujeres, las encargadas de criar a los hijos. Esta tarea las familias burguesas podían subarrendarla (contratando niñeras, por ejemplo), pero no así las familias trabajadoras; por ello se habla, en cuanto las mujeres también entran en el mercado laboral, de la «doble carga» que recae sobre ellas. «Con todo, que la familia sea privatizada no significa que toda la reproducción también lo esté, pues el Estado participa de manera profunda en su organización. No solo controla procesos cruciales como la educación, sino que por medio del sistema jurídico controla la forma misma de la familia y administra la opresión de las mujeres por medio del matrimonio y la legislación sobre el divorcio, el aborto, la herencia, entre otros.» (p. 84)

Como condición de su exitoso desarrollo, el capitalismo hereda un mercado para sus bienes que está organizado a escala mundial. Sin embargo, la escala de operación de este modo de circulación obliga al capitalismo a luchar para hacer del modo de producción un proceso igualmente universal. La acumulación por la acumulación y la inherente necesidad de crecimiento económico provocan la expansión y dominio espacial y social del trabajo asalariado. Las expediciones que ayudaron a constituir este mercado mundial fueron eclipsadas con cierta rapidez por el colonialismo, que no solo incorporó a las sociedades precapitalistas en el mercado mundial, sino que les introdujo en la relación específica trabajo-salario. Aunque hay excepciones significativas, entre otras la permanencia de la esclavitud y de relaciones precapitalistas de producción que quedaron al servicio del mercado mundial, el trabajo asalariado se volvió cada vez más universal. Esta universalidad de la relación trabajo-salario en el capitalismo libra a la clase trabajadora y también al capital de cualquier atadura al espacio absoluto. En las sociedades feudales tempranas, los siervos eran anclados a la tierra del señor feudal, por lo que la definición de las relaciones de clase incluyó una definición del espacio absoluto en función de su forma de trabajo. La liberación de la servidumbre solo podía obtenerse huyendo de la tierra del señor feudal y viviendo dentro de los muros de la ciudad por un año y un día. No ocurre así con el trabajador asalariado, quien es definido por una doble libertad: la de vender su fuerza de trabajo como una mercancía y la de carecer de cualquier medio de producción o subsistencia. Es, pues, libre de moverse, y de hecho, en muchos casos, debe dirigirse a la ciudad, en tanto ha sido despojado de cualquier medio para su supervivencia. (p. 122)

El capital intenta desligarse del espacio absoluto disolviéndolo: compartimentándolo en parcelas, por ejemplo, o separándolo en la posesión disjunta de diversos Estados-nación (algo que también observó Harvey y que la geografía de la primera mitad del siglo XX no hizo más que repetir).

En este tercer capítulo, Smith acude finalmente al pensador que más aportó al concepto de la producción del espacio: Henri Lefebvre.

El interés de Lefebvre es menor con respecto al proceso de producción y mayor frente a la reproducción de las relaciones sociales de producción que, explica, «constituyen el proceso central y oculto» de la sociedad capitalista, un proceso que es, en su esencia, espacial. De acuerdo con él, la reproducción de las relaciones sociales de producción se produce no solo en la fábrica o en la sociedad como un todo, «sino en el espacio como un todo»; «el espacio como un todo se ha convertido en el lugar donde se localiza la reproducción de las relaciones de producción». (p. 130)

Luego Edward Soja refinó las teorías de Lefebvre, en concreto la dialéctica espacio-sociedad.

Lefebvre entiende la importancia del espacio geográfico en el capitalismo tardío, pero es incapaz de aprehender la completa relevancia de esta cuestión. La razón de esto no reside únicamente en la indeterminación conceptual relacionada con el espacio, sino también en el intento por vincular la importancia del espacio al proyecto político más amplio que desplaza la problemática de la producción en favor de la reproducción. Esta tesis de la reproducción surge de la experiencia del capitalismo de posguerra, cuando, de hecho, la sociedad capitalista alcanza un nivel notable en el consumo de mercancías y logra integrar, de forma más completa, el proceso de reproducción en la estructura económica. En esto también participa el hecho de que las luchas de la década de 1960 se centraron significativamente en los temas comunitarios y no en las huelgas en los espacios de trabajo. No obstante, aún queda por ver si esto significa, como sugiere Lefebvre, que la reproducción de las relaciones de producción se vuelve la función más determinante, y si la lucha de clases gira más en torno a los problemas de la reproducción que a los del centro de trabajo. (p. 131)

Concluimos aquí la primera entrada y en la segunda analizaremos la teoría del desarrollo desigual, las diversas escalas geográficas que propone Smith y los epílogos que escribió en sendas reediciones del libro (1990 y 2008).

Sociología Urbana 05: el posmodernismo en la sociología

Es importante no confundir sociedad posmoderna con paradigma posmoderno. Con el primer término nos referimos al momento presente de la historia, marcado por una nueva fase del capitalismo: la posfordista, posindustrial o informacional, dependiendo de qué aspectos se quieran resaltar. Con el segundo, a un proyecto epistemológico, ético y estético que coexiste con otros. (p. 247 )

Con esta quinta entrada terminamos el libro Sociología Urbana: de Marx y Engels a las escuelas posmodernas, de Francisco Javier Ullán de la Rosa. La primera entrada la dedicamos a los precursores de la disciplina, la segunda a la Escuela de Chicago, la tercera al urbanismo y sus efectos en las ciudades, como la creación de suburbia o los grands ensembles, la cuarta a la sociología francesa marxista de Lefebvre y Castells, sobre todo, y esta quina a los efectos que la llegada del paradigma posmoderno a la sociología.

La sociedad posmoderna se ha descrito como posfordista, posindustrial o informacional. El posfordismo surge cuando se abandona el deseo de la sociedad moderna de uniformizar a sus ciudadanos a través del mercado y surge una sociedad posmoderna que adapta la producción a una sociedad más diversa. La industria busca formas más flexibles de organizar el trabajo para adaptarse a estos consumidores mutables y fraccionados, abandonando los principios tayloristas. El término capitalismo posindustrial (acuñado por Daniel Bell) hace referencia a este proceso pero desde otro punto de vista: el trasvase de la fuerza de trabajo de la industria al sector servicios y la llegada del capital a unos sectores inmateriales: ocio, arte, servicios personales… En esta fase del capitalismo, todo se ha mercantilizado: vivienda, educación, industria… Y, cuando ya no quedó nada material por mercantilizar, se pasó a vender estilos de vida asociados a productos. La ciudad no fue ajena a este proceso, con el city branding y el city marketing, que quieren convertir a la ciudad en una vivencia, una experiencia llena de glamour donde compiten todas contra todas. Finalmente, el capitalismo informacional, acuñado por Luke y White en 1987 pero popularizado por Castells, designa una fase del capitalismo en que el factor productivo más determinante habría dejado de ser el control de los medios de producción para pasar a ser el del conocimiento. Es la transmisión instantánea de ingentes cantidades de datos lo que ha permitido las formas de producción flexibles, deslocalizadas, la emergencia de las multinacionales y la globalización.

El paradigma posmoderno, en cambio, es una forma de aprehender el mundo que se define como reacción al moderno y que busca eliminar su pretensión racionalista y su hybris prometeica. El hombre no es sólo razón, sino emoción, creación, imaginación, locura. El conocimiento absoluto es imposible pues la realidad siempre se presenta mediada por nuestras emociones y percepciones, que son el resultado de unas categorías culturales concretas y de unos mecanismos cognitivos limitados” (p. 249) El gran golpe fue contra el propio lenguaje, considerado hasta entonces una herramienta que mediaba entre la realidad y el sujeto y que pasó a verse como una forma de creación de la realidad, no como un ente ajeno. “Así, a la obsesión de la modernidad por la homogeneidad, la unidad, la autoridad y el absolutismo/certidumbre, el posmodernismo opone los principios de diferencia, pluralidad, contextualidad y relativismo/escepticismo (Turner, 1990).”

Cualquier tipo de conocimiento está construido por ideologías y estructuras categoriales que son un producto histórico y cultural en sí mismo. (…) El pensamiento posmoderno identificará en las instituciones de poder la principal fuente de los discursos ideológicos absolutistas. Los discursos son creados por el poder como mecanismos de control: el poder, para minimizar sus costos, coloniza las mentes de los individuos vía proceso de socialización para que estos se conformen voluntaria, y felizmente, a sus reglas, a su disciplina. (p. 250)

Como consecuencia, por ejemplo, la lucha por el poder no puede perseguir la toma del poder en sí mismo, pues llevaría a la creación de nuevos discursos impuestos sobre la sociedad, sino a una disolución y liberación de esos mecanismos de control. Por ello los movimientos posmodernos se alejan del marxismo de la época pero también de las democracias burguesas y buscan soluciones en terrenos más cercanos al anarquismo: democracias participativas, asamblearias, horizontales, o abanderan la lucha contra los mecanismos de poder alentando una cultura del relativismo, la tolerancia y la diversidad cultural.

La crítica a la pretensión totalizadora de la razón ya se encuentra en el protoexistencialismo del XIX (Kierkegard, Schopenhaure, Nietzche), luego en la verstehen (Dilthey, Weber), el pragmatismo norteamericano que también influyó en la Escuela de Chicago (Herbert Mead, Dewey, James), el interaccionismo simbólico, la fenomenología de Husserl. La Escuela de Frankfurt son los primeros en acusar a la ciencia de ser una ideología más y realizan la separación entre las ciencias naturales y las sociales, cada vez más “científicas” en ese momento, sin comprender que los fenómenos sociales son reflexivos, están modificados por las ideas de los observadores.

El primer gran nombre del paragidma posmoderno es Marcuse, que en Eros y civilización (1955) denuncia la represión de los instintos del modelo capitalista y en El hombre  unidimensional (1964) cómo las sociedades avanzadas han creado falsas necesidades en los individuos que se constituyen como mecanismos de control social. Marcuse establecerá una relación entre las predicciones de Marx sobre el triunfo del capitalismo y la utopía blanca y consumista del suburb americano.

Por su lado, Gafinkel propuso nuevas formas de estudio metodológicas al candor del posmodernismo, pues la etnografía ya no tenía mucho sentido. Sin entrar en detalle, Garfinkel “retoma de nuevo la idea de que los textos no tienen una lectura única que relega todas las demás al estadio de erróneas”.

A partir de estas bases, la filosofía posmoderna explotó, especialmente en Francia. Roland Barthes con su Mitologías y La muerte del autor, donde dejaba claro que la intención del autor no tenía ningún valor específico sobre el texto, dotado de significado (significados, interpretaciones) por sí mismo. Foucalt, el autor central del movimiento, el gran descubridor de las formas de poder: la prisión, la psiquiatría, la sexualidad. Desarrolló la idea del panóptico de Bentham del siglo XVIII asociándola a la ciudad capitalista y cómo extendía sus redes de control y la relación espacio construido – sociedad, relación que otros autores retomarán para, por ejemplo, analizar el control social en los suburbs. Derrida, que generó el concepto de deconstrucción para demostrar que “todo texto, y por extensión todo constructo cultural, contiene en su interior una pluralidad de significados y, por tanto, más de una interpretación” (p. 255). Deleuze y Guattari, donde afirman que el deseo no se reprime en el capitalismo, sino que es usado precisamente por el poder como forma de control mediante el aumento de la libido: un ejemplo que nos viene fácilmente a la mente, la satisfacción que se obtiene en las redes sociales con un like o un comentario baladí sobre cualquier contenido publicado. “El deseo puede liberar o puede ser una herramienta de represión pues el sistema funciona no únicamente produciendo cosas o instituciones sino produciendo deseos.” Lyotard, con La condición posmoderna, casi un manifiesto del paradigma, donde analiza las metanarrativas, los discursos que el pensamiento moderno generó sobre el conocimiento y el mundo. Finalmente, Baudrillard, gran admirado en este blog, que analizó las formas de transmisión y reproducción de significados en la economía capitalista: “la relación entre significado y significante, que antes era muy estrecha, se ha roto, los significantes se han independizado de los significados. Vivimos en una sociedad de signos descontextualizados, que han perdido toda referencia a conceptos concretos, toda funcionalidad, excepto la estética o lúdica. ” Simmel ya adelantó que el exceso de estímulos conducía a la apatía; en las sociedades posmodernas, saturadas, se da la dificultad añadida de distinguir entre realidad y ficción, amabas reducidas a un paquete mediático. “En un mundo donde la percepción de la realidad está mediada por estos formatos lo que importa ya no es ser algo sino parecerlo.”

Toda esta construcción (o demolición) del paradigma posmoderno tuvo repercusiones en los movimientos sociales del momento. Sus antecedentes fueron la Beat Generation, nacida al calor de los estudios sobre los hobos de la Escuela de Chicago, y luego el movimiento hippie. También la Internacional Situacionista, de Debord, más centrado en la vida urbana y que proclama la liberación de la lógica mercantilista del espectáculo. El movimiento hippie fue evolucionando hasta convertirse en un movimiento contracultural que atacaba la cultura capitalista del momento: vuelta hacia los orígenes, el campo, la comunidad, la Gemeinschaft. A partir de ahí, otros movimientos alternativos fueron cobrando fuerza, como la eclosión (completamente urbana) de los homosexuales en distintos barrios de las ciudades (Castro en San Francisco, Greenwich Village en Nueva York, donde hubo la redada en Stonewall que dio lugar al nacimiento del Día del Orgullo Gay). El posmodernismo pretendía barrerlo todo, pero tuvo que llegar a un acuerdo de mínimos con la sociedad, que no podía caer en la anarquía: y lo hizo mediante la vía de “la libertad sexual, la autoafirmación persoanl, la tolerancia a las drogas, el pacifismo, la exaltación de la diferencia cultural, la igualdad de género y orientación sexual, la sensibilidad ecológica, el antinacionalismo, el relativismo axiológico” (p. 259, Jameson) pero también nuevos añadidos que no estaban en el paradigma como la veneración de la tecnología, un materialismo individualista hedonista, la erradicación de las fronteras espaciotemporales traída por el capitalismo globalizador, una búsqueda de lo inmediato mediada por un placer “sensorial, no intelectual”. El paradigma posmoderno, además, no erradicó por completo a su némesis modernista: ambos conviven y generan híbridos cada vez más sofisticados.

También en la ciudad tuvo efectos el posmodernismo. Kevin Lynch ya había advertido que la ciudad debía ser un espacio legible para sus ciudadanos; pero el gran grito lo dio Jane Jacobs con Muerte y vida de las ciudades americanas, donde atacó la línea de flotación del urbanismo racionalista, encarnado en la gran bestia del urbanismo racionalista de Nueva York, Robert Moses, que se dedicaba alegremente a derruir barrios enteros para dar lugar a grandes autopistas y construcciones faraónicas. Jacobs defendía el barrio tradicional, el de las redes y la comunidad, el de los ojos de los vecinos vigilando y el “ballet de las aceras”. También a raíz del posmodernismo surgieron otros movimientos urbanos y arquitectónicos, Ullán de la Rosa destaca el movimiento de los Provos y los Kabouters en Holanda, también el Aprendiendo de Las Vegas de Venturi, Brown e Izenour o el Delirio de Nueva York de Koolhas.

La zonificación del racionalismo fue quedando abandonada: los zonas periféricas se fueron dotando de servicios, se impulsó el transporte público que relacionaba las periferias con el centro, las zonas históricas de la ciudad se pusieron de moda, tanto las nobles como las populares (antiguas fábricas abandonadas, solares pendientes de uso…), dotadas de un halo neorromántico y neopopulista que fue poblando los centros y adecuándolos a una nueva horda de turistas consumistas ávidos de productos y experiencias. Si La carta de Atenas (1933) colocaba el sueño de la zonificación en lo alto y estaba dispuesta a sacrificar cuanto hiciese falta en la ciudad, La carta de Venecia (1964) defendía que todos los edificios transmiten un mensaje y la conservación de algunos de ellos es un imperativo moral de la civilización, una obligación con el pasado y las futuras generaciones.

¿Cómo afectó todo lo anterior a la sociología urbana? El gran logro de la crítica posmoderna fue su insistencia en la complejidad de los procesos y la necesidad de una visión multidisciplinar para tratar de aprehenderlos, una búsqueda de una nueva objetividad a partir de muchas fuentes. Los autores marxistas revisitaron sus doctrinas a la luz del nuevo paradigma para concluir la tarea de explicar la ciudad del posmodernismo tardío. Ullán de la Rosa habla de Zukin, del Harvey de La condición de la posmodernidad (1989), donde acababa alertando de que la posmodernidad “no es otra cosa que el tránsito de un régimen de acumulación a otro, dentro del seno del modo de producción capitalista. De la acumulación <<rígida>> del modo industrial a la acumulación flexible en la cual cumplen un papel protagonista lo que él llama, parafraseando a Debord, la <<acumulación de espectáculos>>” (p. 279).

Pero el gran nombre es, de nuevo, Manuel Castells con su trilogía La era de la información (1995), donde elabora un nuevo concepto del espacio: al espacio físico analizado hasta entonces se le superpone el nuevo espacio virtual de los flujos y las redes, creado por el intercambio de información, personas, bienes y servicios.

La sociedad red, nos dice Castells en su trilogía, genera una dicotomía entre el espacio de los flujos y el espacio de los lugares. El espacio de los flujos es la forma espacial dominante en la economía política de la sociedad red del capitalismo informacional. Es la organización material (espacial) de las prácticas sociales que funcionan a través de flujos (de capitales, de información de gestión, de imágenes e ideas, tecnología, drogas, modas, miembros de la élite cosmopolita, migrantes…) y está configurado por una combinación de tres soportes materiales: la red de comunicación electrónica; los nodos de la red (donde se ubican funciones y organizaciones estratégicas, es decir, las grandes ciudades) y ejes de transporte, ambos organizados de forma jerárquica; y la organización espacial de las élites gestoras de dichos flujos. Estas élites son cosmopolitas pero no flujos. Lo que significa que tienen que vivir en algún lugar. Esta sociedad red implica así un proceso simultáneo (y no contradictorio) de desterritorialización / reterritorialización. (p. 282)

Estas élites se organizan en comunidades culturales y políticas con fronteras materiales y simbólicas claras y cerradas: en el primer caso, por murallas y gated communities, en el segundo, por su pertenencia a una serie de clubs y lugares exclusivos donde sólo ellos tienen acceso y se lleva a cabo gran parte de la gestión de los flujos. Además, esta élite se reparte por diversas ciudades mundiales (de ahí las ciudades globales de Saskia Sassen)  donde se establecen en zonas homogéneas, desvinculadas del entorno físico en el que están y conectadas a grandes redes de transporte (y de ahí los no lugares de Augé, que son lugares sin identidad antropológica). El resto de la sociedad vive también en lugares físicos, pero, a diferencia de las élites, sus lugares no están vinculados a los lfujos de forma tan clara y siguen siendo locales.

Sassen es otro de los nombres que cita Ullán de la Rosa por el concepto de ciudad global, que son aquellas que cumplen ciertas funciones esenciales en el sistema de flujos:

  • son los centros de mando donde se concentran las grandes multinacionales que ejercen el control de las redes;
  • es donde se concentran todos los servicios que estas multinacionales necesitan: abogados, financieros, publicistas, centros de innovación e investigación, universidades de élite;
  • a menudo, también, las ciudades globales se forman alrededor de las capitales políticas (París, Londre, Tokyo, Ámsterdam), aunque no siempre (Nueva York, Sidney, Frankfurt, Milán, Barcelona…);
  • la alta concentración en estas ciudades permite la existencia de un conjunto muy sofisticado de servicios que las élites reclaman para su día a día.

Al mismo tiempo que las ciudades se vuelven globales y crecen, necesitan cada vez más mano de obra barata para llevar a cabo los servicios de baja cualificación: servicios de limpieza, de gestión menor, niñeras, teleoperadores, que van ocupando la ciudad en zonas cada vez más alejadas de sus centros de trabajo, generando megalópolis enormes con puntos alejados unos de otros.

Ullán de la Rosa cita otros autores: el Debord de La sociedad del espectáculo y su denuncia de cómo el capitalismo se ha metamorfoseado en espectáculos continuados para que el consumo no cese; la semiótica de la ciudad, de la que destaca a Bachelord y Lynch; Richard Sennet, del que hemos leído diversos libros en el blog; finalmente, la Escuela de Los Ángeles, que engloba a Mike Davies y Edward Soja, autores que tomaron la ciudad de California como el ejemplo posmoderno. Los Ángeles es una extensión brutal de territorio donde el vehículo es absolutamente necesario para todo y coexisten todas las formas posibles de urbanización presentes en el posmodernismo: gated communities donde los ricos se encierran y viven una vida alternativa a la del resto de la población, barrios completamente degradados y abandonados en el centro, oleadas de migración periódicas que van conformando núcleos de poder o “heterópolis”, parques temáticos como Disneyland, suburbios por doquier, malls panópticos… Gran parte de estos procesos se recogen en Ciudad de cuarzo (1990), de Mike Davis, quien también denunció, en Planeta de ciudades miseria (2006), los efectos de la desterritorialización y la aparición de chabolas en las afueras de las megalópolis alrededor del mundo. Edward Soja, por su parte, desarrolló el concpeto de thirdspace para referirse a unos espacios que son al mismo tiempo reales e imaginarios, a raíz de la teoría del simulacro de Baudrillard, y después escribió Postmetrópolis, donde analizada las seis grandes formas que adoptaba la nueva ciudad posmoderna, posfordista, poscapitalista.

Otra forma de abordar la sociología posmoderna es a través de los temas de estudio que escoge. Citando sólo unos pocos:

  • “Vivimos en un espacio dividido, una especie de puzzle. Algunos van más allá de la imagen de fragmentación para invocar la más radical (y sofisticada) de fractalización (Bassand, 2001)”;
  • la ciudad como simulacro y objeto de consumo, a través de la disneyficación (Zukin, Roost, Bryman, también el maravilloso Variaciones sobre un parque temático);
  • la ciudad fortaleza o la ciudad panóptico (Davis, Judd, Harris);
  • la gentrificación (Smith y Williams, Neil Smith, First We Take Manhattan);
  • el papel de los géneros en las formas urbanizadas (Hayden);
  • NIMBY (‘Not In My Backyard’);
  • el concepto de gobernanza (Manuel Castells y Jordi Borja, sobre todo).

El siguiente capítulo del libro está dedicado al futuro de la sociología urbana; lo dejamos para una entrada posterior, donde analizaremos el conjunto del libro y también la introducción.

La destrucción de la ciudad, de Juanma Agulles

La ciudad es una buena idea, cuyo peor defecto es haberse convertido en realidad.

De todos los libros comentados hasta ahora en el blog, La destrucción de la ciudad, de Juanma Agulles, es, con diferencia, el que menos aporta. La primera frase, lapidaria, ya marca el tono. La tesis del autor es que el proyecto de ciudad actual ha fracasado, a partir de la Revolución Industrial y con especial incidencia en los últimos tiempos tardocapitalistas; sus argumentos, superpuestos: la existencia de suburbia (Levittown y el Sunbelt de Estados Unidos, por ejemplo), el ego de algunos arquitectos actuales, el embate del capitalismo sobre las ciudades y su conversión al terreno global o la reducción del Estado de bienestar progresiva que se sufre en Europa desde los años 80.

Ninguno de los anteriores argumentos es falso; sí lo es la conclusión de que hayan destruido la ciudad; habrán destruido, en todo caso, una idea concreta de ciudad. El autor no especifica en ningún momento de qué ciudad se trata; si acaso incide en que sus ciudadanos deben ser felices, algo muy cercano a la Gemeinschaft de Tönnies, no azotados por los vaivenes tardocapitalistas ni la gentrificación actuales y, en general, amos del destino de la ciudad. Parece que los huertos urbanos o las alternativas a Glovo o Deliveroo que se están fundando en algunas ciudades no existan y sean todos los ciudadanos marionetas de los poderes fácticos (económicos, a los que sirven la economía y los arquitectos).

El ensayo parece más un eslabón en la cadena mental del autor que un verdadero locus desde el que entender o aprehender el urbanismo. Me quedo con un párrafo, sin embargo.

Quizá por ello, para describir esta nueva forma de habitar el espacio, hija del desarrollo industrial y fundamentalmente destructiva, se ha tratado de acuñar los más diversos nombres desde hace un siglo: conurbación (Geddes, 1915); exploding metropolis (W. H. Whyte, 1958); ciudad región (De Carlo, 1962); megalópolis (Guttman, 1964); suburbia/tecnourbia (R. Fishman, 1987); ecópolis (Magnaghi, 1988); ciudad difusa (F. Indovina, 1990); edge city (Garreau, 1991); ciudad global (Sassen, 1991), ciudad informacional (Castells, 1995), exópolis (E. W. Soja, 2000); elusive metropolis (R. Lang, 2003), por citar sólo unos cuantos. (p. 37).

Agulles lo usa como prueba de que ya no sabemos con certeza qué es la ciudad; nos parece en este blog, si acaso, que la existencia de tal multiplicidad de nombres prueba, precisamente, lo contrario: cada uno de ellos hace hincapié en uno, o algunos, de los aspectos que las ciudades han ido incorporando, como es el caso de ciudad región, megalópolis, ciudad global o ciudad informacional. Un ente tan protaico, rico, vivo y mutable como es la ciudad no se está destruyendo; sólo sigue avanzando. Lo interesante del estudio sería aprehender cómo lo está haciendo o incluso proponer un posible punto de llegada. Que el cambio conlleva riesgos es algo que muchos autores ya han avisado (ahí tenemos a Davies), que a otros pueda no gustarles también (Lewis Mumford, al que Agulles cita a menudo); nada de eso es óbice para augurar su destrucción.

Posmetrópolis (II): seis aspectos de las nuevas ciudades

Venimos del primer artículo y las tres revoluciones urbanas. La cuestión actual quedó en el aire, tras los estudios de, sobre todo, Castells y Harvey.

«Los límites de la ciudad se están volviendo más porosos, entorpeciendo nuestra habilidad para trazar líneas claras entre lo que se encuentra dentro de la misma en tanto opuesto a lo que se ubica fuera, entre la ciudad y el campo, las zonas residenciales de las afueras y lo que no es ciudad; entre una ciudad región metropolitana y otra; entre lo natural y lo artificial. Lo que alguna vez constituyó claramente para la ciudad «otro lugar», ahora está entrando en su zona simbólica ampliada.» (p. 221).

Uno de los polos en los que se moverá Soja (no el único) es el de la desterritorializacón y la reterritorialización. El primer concepto tiene que ver con la creciente debilidad que caracteriza los vínculos con el hogar, con un lugar, con las comunidades y culturas (geográficamente) definidas. El segundo es, si acaso, la forma como esas vinculaciones, debilitadas, se forman de otros modos, diferentes y más complejas que las anteriores. Debido a los movimientos migratorios (no sólo de estado a estado, sino incluso de barrio a barrio, a medida que una ciudad se ve sacudida por los vaivenes del capital o la gentrificación), las personas crean nuevos vínculos, no necesariamente tan estables como los anteriores pero, si acaso por ello, más complejos de entender. Sigue leyendo «Posmetrópolis (II): seis aspectos de las nuevas ciudades»

Postmetrópolis, de Edward W. Soja: Las Tres Revoluciones Urbanas

Postmetrópolis fue uno de los primeros libros sobre ciudades que me compré. Totalmente convencido de que su contenido me superaba (de que no era un manual introductorio sino una lectura para estudiosos del tema con amplios conocimientos), me llamó la atención que citase, en uno de los posibles modelos de ciudades que define, tanto a Neuromante de William Gibson como el cyberpunk y la ciberciudad. Tengo que reconocer que no comprendí todas las tesis de su primera parte y, sobre todo, que me aburrieron enormemente todas las referencias a Los Ángeles de la segunda.

Postmetrópolis se divide en dos partes, en efecto: la primera es un repaso a la historia urbana, poniendo de manifiesto las tres Revoluciones Urbanas que Soja destaca en la historia y algo más del estudio urbano actual. La segunda parte es una previsión de los distintos caminos que las ciudades actuales pueden acabar tomando, fragmentado en seis capítulos y ejemplificado con distintas zonas o barrios de la ciudad de Los Ángeles. Para Soja, Los Ángeles se ha convertido en una ciudad tan exagerada, enorme, colosal, que escapa toda definición y en ella se hayan todas las posibilidades. A mí, que no la conozco, las partes donde relaciona esos seis posibles modelos de ciudad con la ciudad americana me aburrieron. En general, Soja me pareció algo pedante, ansioso por introducir nuevos conceptos y citándose en exceso a sí mismo en anteriores obras; tal vez se trate de un gran renovador teórico del estudio urbano y mi ignorancia del tema me impidió verlo, así que pido perdón al lector si es el caso. Vayamos ahora con la primera parte del libro.

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Reconstrucción de Çatal Hüyük. Las casas no tenían puertas: se accedía a ellas desde un agujero en el techo.

La Primera Revolución Urbana se dio bien en Jerusalén, bien en Çatal Hüyük, las dos urbes más antiguas exploradas, y supuso la reunión de una gran cantidad de personas en un entorno amurallado. La Segunda Revolución Urbana se fue fraguando durante los años 5000 a 2000 a. C. con la invención de la rueda, los sistemas de regadío y, sobre todo, la escritura cuneiforme, hazaña decididamente urbana, todo lo cual generó una nueva organización del Estado que se transfirió a una nueva organización urbana. Normalmente se considera que ésta es la Revolución Urbana (la primera y única, hasta la industrial de finales del XVIII); Soja la denomina Segunda para enfatizar la importancia de la primera, el acto de amurallar la ciudad (o el desarrollo humano tal que requirió poner murallas a agrupaciones de personas). Sigue leyendo «Postmetrópolis, de Edward W. Soja: Las Tres Revoluciones Urbanas»