Como es de sobras conocido, la sociología como disciplina científica surge, con ese nombre (es Auguste Comte, el padre del positivismo, quien lo acuña) en el intento de comprender las enormes transformaciones que el capitalismo y los paralelos procesos de modernización estaban operando sobre el tejido social, económico, político y cultural de los países industrializados. El espectacular crecimiento de las ciudades desde mediados del siglo XIX era, sin duda, una de las más evidentes. (p. 17)
Así empieza el segundo capítulo de Sociología Urbana: de Marx y Engels a las escuelas posmodernas, de Francisco Javier Ullán de la Rosa, profesor de Sociología en la Universidad de Alicante. Se trata de un libro que recorre la trayectoria de esta subdisciplina desde sus albores, allá a mitades del siglo XIX, hasta su época actual. La introducción hace un repaso al objeto de la disciplina (lo que trataremos en la última entrada sobre el libro), el segundo capítulo, que aquí reseñamos, se centra en los sociólogos e intelectuales que abordaron el tema antes de que se estableciese como subdisciplina propia; el tercero trata de la Escuela de Chicago, el cuarto, grosso modo, sobre el urbanismo y sus efectos en las ciudades (suburbios, sobre todo); el quinto, la apertura de la sociología a la globalización (Lefebvre, Castellas, Harvey), y el sexto sobre las últimas tendencias en la materia. Cada uno nos llevará a una reseña.
Adelantamos que el libro de Ullán de la Rosa es un texto académico, riguroso, detallado y muy bien documentado que recorre a pies juntillas no sólo la sociología urbana sino también aquellas disciplinas concomitantes necesarias para comprenderla (la ecología urbana de la Escuela de Chicago, el urbanismo de las ciudades de los ensanches, la antropología urbana…).
Los primeros pensadores de la disciplina no fueron, propiamente, sociólogos urbanos. Como destaca el principio del capítulo arriba citado, la industrialización trajo una gran cantidad de cambios en todos los ámbitos que los intelectuales trataban de comprender. Empapados en el positivismo de la época y la conciencia de que el progreso y las ciencias abarcarían la realidad por completo, a menudo los sociólogos estaban más interesados en desarrollar una teoría del todo (le robamos el nombre a la física) que teorías concretas para campos específicos. Sin embargo, no podían evitar tratar un tema tan candente en la época como eran las ciudades y los efectos de las aglomeraciones industriales sobre sus habitantes.
Aquí Ullán de la Rosa hace una distinción, meramente utilitaria, de los autores en dos grandes compartimentos «de acuerdo a su posicionamiento epistemológico con respecto a la ciudad»:
- los que no la reconocen como un objeto de estudio en sí misma, «porque para ellos el espacio urbano es una variable dependiente, un mero reflejo de otros mecanismos sociales» (Marx, Engels, Tönnies, Durkheim y Weber);
- los que la reconocen como un objeto de estudio en sí mismo, «porque para ellos el espacio urbano es una variable independiente, un factor de causalidad que determina o condiciona otros procesos sociales»: Simmel, Sombart yHalbwachs. En este grupo incluiríamos también a los precursores de la Escuela de Chicago (Albion Small, el fundador del Departamento, y Charles Cooley, con su Theory of Transportation (1894) y un primer estudio de los efectos de las redes de transporte urbanos sobre la estructura social y económica), pero serán tratados en su correspondiente capítulo.
Ambos grupos comparten puntos en común:
- por un lado, ven la ciudad como el epítome del progreso y los «logros» occidentales: la racionalidad creciente, la modernidad, la conquista de la naturaleza… Es en la ciudad donde sucederá la vanguardia de los hechos sociales, donde triunfará (o fracasará) la revolución. Por ello, suelen ver la ciudad como una oposición frontal a lo rural, sin tener en cuenta las semejanzas entre ambos (que no se pondrán de manifiesto hasta la llegada de la sociología posmoderna);
- y, sin embargo, la ciudad, epítome del progreso, cúlmen de la razón… se había convertido en un nido de podredumbre y hollín donde los proletarios se hacinaban en condiciones infrahumanas y el humo de las fábricas oscurecía las nubes. «La ciudad era el escaparate más espectacular de los efectos colaterales de la economía de mercado de la primera y segunda revolución industrial, que entraban en trayectoria frontal de colisión con su ideología triunfalista, con el optimismo del progreso» (p. 23). El arte empezaba a anunciar que «el sueño de la razón produce monstruos», que la naturaleza sólo se conseguirá dominar mediante pactos diabólicos (el Fausto de Goethe, 1806); que la locura de pretender dominar la naturaleza lleva a crear monstruos (Frankenstein o el moderno Prometeo, y la elección de la figura de Prometeo no es baladí) o incluso las «metáforas de la sociedad» del Doctor Jekyll y Mr. Hyde (1866) o El retrato de Dorian Grey (1890), «tras cuyas civilizadas epidermis se ocultaba todo el horror de la miseria de su tiempo». Los sociólogos, sin embargo, no eran artistas sino hombres de ciencias armados de la razón, por lo que estaban dispuestos a descubrir (y resolver) los «desajustes temporales» que impedían que la ciudad se manifestase en todo su esplendor.

Marx y Engels. Sin centrarse directamente en la ciudad, sí que dan por sentado que es en ella donde los modos de producción capitalista llevan a mayores cotas de división del trabajo, que conducirán a mayor explotación en condiciones cada vez peores y que provocarán la llegada del socialismo. «Era en la ciudad y no en el campo, gracias a su concentración especial de proletarios explotados y a las condiciones de precariedad de su vida material cotidiana, donde se estaban gestando los procesos de aparición de una clase y movilización obrera. La urbanización es así, para Marx y Engels, una condición necesaria para la construcción del socialismo.» (p. 27) Pero la ciudad no es el agente que causa la miseria proletaria, sino el propio sistema capitalista. Recordemos que Engels había estudiado las condiciones de la clase obrera en Inglaterra en su The condition of the Working Class in 1844, «fu eel primer marxista en ligar explícitamente las lógicas del modo de producción capitalista con los procesos de desarrollo urbano y fue, en ese sentido, el primer sociólogo urbano marxista, aunque fuera avant la lettre«, pero no las veía como un producto de la ciudad sino de la estructura capitalista.

Ferdinand Tönnies. Suya es la distinción entre gemeinschaft y gesellschaft, ya comentada en este blog: la gemeinschaft o comunidad, identificada al mundo rural, es aquel lugar donde las relaciones son tradicionales, con economía poco o nada orientada al mercado, baja división social del trabajo y alta homogeneidad social y cultural; el ejemplo por antonomasia, la aldea. La gesellschaft o sociedad (o asociación, también) presenta una economía orientada al mercado, alto nivel de división social del trabajo, sociedad heterogénea organizada a través de relaciones basadas en el contrato legal entre desconocidos, de naturaleza puramente instrumental, mediadas por instituciones, públicas o privadas, de carácter burocrático-racional». Sin embargo, para Tönnies estas categorías no eran ni definitivas ni opuestas, sino los dos extremos de un continuum en el que se desplegaban todas las sociedades contemporáneas de modo que se podían dar características de cualquiera de las dos en la mayoría de sociedades. Si acaso, Tönnies hizo la distinción con la consciencia de que no se podía volver de la sociedad a la comunidad, por su complejidad, pero sí que era necesario tomar aquélla como referencia para «trascender el puro individualismo competitivo del capitalismo».

Durkheim. A diferencia de los anteriores, no contempla la ciudad como algo negativo o incluso transitorio: la ciudad «no solo es funcional sino que genera una solidaridad más fuerte que la mecánica, permitiendo combinar el orden con un elemento muy positivo del que carecían las sociedades agrarias preindustriales: la libertad individual» (p. 34). Durkheim introduce el concepto de anomia: «la situación que se produce cuando, en ciertas condiciones particulares, el sistema no consigue cumplir su misión de regular la vida de los individuos, acomodándolos en roles funcionales para el sistema», lo que se traduce en comportamientos antisociales (abulia, abandono familiar, dejación de las responsabilidades laborales…) o ciudadanas (vandalismo, criminalidad, prostitución, drogadicción…). Estas «anormalidades» no impiden el funcionamiento del sistema, pero hay que ponerles freno para evitar que rebasen el tamaño crítico donde sí puedan hacer peligrar la cohesión social en conjunto. ¿La buena noticia? «El problema se puede desactivar a través de la resocialización, que es un mecanismo de control social.»

Max Weber, el último de los autores que no ven la ciudad como un elemento independiente de estudio, es el que sí que tiene un libro con el mismo nombre: La ciudad, publicada en 1921 (aunque escrita antes). Se trata, sin embargo, de un estudio del tipo ideal de la ciudad medieval europea desde el punto de vista económico-político, considerada como sede del poder político y como lugar del mercado y la industria. Es en esta ciudad, el eslabón entre el feudalismo y el capitalismo, donde se empiezan a disolver los valores tradicionales y surgen el individualismo, el auge de la burguesía, la administración y la burocracia. Es decir: la modernidad. «Solamente aquí, durante la Edad Media, las personas se unieron por primera vez como individuos, por encima de y eliminando las pertenencias tribales o familiares. La obra de Weber es una constante vindicación retroactiva de los valores del individualismo y la racionalidad liberales que defendería en su propia vida académica y política y que asocia así mismo con el capitalismo» (p. 40).
Pasamos ahora al segundo grupo, los que ven la ciudad como un elemento diferenciador.

Georg Simmel, del que hablamos hace nada a propósito de su artículo La metrópolis y la vida del espíritu (1903). Ya hemos dicho que Ullán de la Rosa es sociólogo; y, como tal, da un valor extraordinario a la metodología de la disciplina. Por ello destaca, una y otra vez, lo poco ortodoxo que era Simmel, el poco valor sociológico de sus disquisiciones y que sus escritos son más reflexiones ensayísticas que verdadera sociología. Como verán en el subtítulo del blog, aquí, sin cerrarnos a nada, tratamos de aprehender Antropología Urbana; y el autor su servidor, que no es para nada un experto en la materia, da más importancia (y le suena que la antropología también será más laxa en este aspecto) a las ideas y lo que estas puedan generar que a lo bien llevada que esté la praxis que las sustente. Dicho lo cual, Ullán de la Rosa destaca el papel que ha tenido el análisis psicológico de Simmel del estado de agitación nerviosa que sufre el individuo en la metrópolis «en precursor de subdisciplinas sociales que verían la luz décadas más tarde en Estados Unidos: la esculea antropológica (o antropología psicológica) y la psicología social». Recordemos, también, que Robert Ezra Park fue discípulo de Simmel durante su estancia en Alemania, antes de volver a Chicago.

Werner Sombart, autor que desconocíamos en el blog y del que el propio Ullán de la Rosa destaca que ha quedado oscurecido por otros grandes nombres de su tiempo. Llevó a cabo un estudio donde trataba de encontrar las características definitorias de la cultura urbana; y, pese a ser alemán, lo hizo en la ciudad de París, de la que destacó la concentración de mecanismos de producción y reproducción de la alta cultura de una sociedad, sus manufacturas más elevadas y las clases sociales que las elaboran y consumen».

Maurice Halbwachs, autor francés de nombre alemán considerado en el país galo el padre de la sociología urbana. «La tesis fundamental de Halbwachs es la que constituye la piedra angular de la sociología urbana: la organización espacial condiciona las relaciones sociales» (p. 47). Ya en su tesis doctoral, Les expropiations et les prix des terrains à Paris (1860-1900), de 1908, señal:
…cómo el precio del suelo repercute sobre el de las viviendas y los alquileres y este a su vez sobre la distribución de las clases sociales en el espacio pero también cómo esta se produce por medio de mecanismos que no siguen las simples leyes de la economía clásica (la oferta y la demanda) puesto que en ellas influyen así mismo otros muchos factores, a saber: políticos (entre otros la intervención del Estado y la acción de las colectividades locales) y culturales (la representación que los autores tienen del espacio como, por ejemplo, las expectativas futuras de transformación de tal o cual distrito urbano). Halbwachs estudiaría estos mecanismos a través del análisis de la remodelación haussmaniana de París. (p. 48)
Estudió los diversos tipos de bulevares que se habían creado en París y los clasificó en vías de circulación (Usi conectaban dos barrios cuya población crecía) y vías de poblamiento (como prolongación de barrios en expansión), se fijó en la figura del especulador urbano y la importancia que tenía en la configuración del esapcio en las ciudades, promovió la implicación de la sociología en la naciente planificación urbanística…
Y con él cerramos esta primera entrada. Seguiremos con la Escuela de Chicago.
8 comentarios sobre “Sociología urbana, de Francisco Javier Ullán de la Rosa, 01: precursores de la disciplina”