Variaciones sobre un parque temático (II): la ciudad análoga

Vamos con la segunda parte de esta recopilación de artículos alrededor del tema de la mercantilización de la ciudad y la pérdida del espacio público. El libro está editado por Michael Sorkin y es del año 1992, aunque no llegó a España hasta 2004 de la mano de la editorial Gustavo Gili. En el primer post que le dedicamos al libro analizamos su primer artículo, El mundo en un centro comercial, de Margaret Crawford; vamos ahora con los siguientes.

«La casa de los misterios de Sillicon Valley», de Langdon Winner, analiza la evolución de dicha zona de territorio semiabandonado dedicado a la agricultura al enorme coloso industrial en que se ha convertido. Teniendo en cuenta la vertiginosa evolución del valle en los más de 20 años que han pasado desde la publicación del artículo, la información ha quedado algo obsoleta.

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Lo mismo le sucede a «Nueva ciudad, nueva frontera», de Neil Smith, que analiza la gentrificación alrededor de Tompkins Square en Nueva York. La perspectiva escogida por Smith es cómo la industria cultural va de la mano de la inmobiliaria para conseguir la gentrificación de una zona: «el hecho de que algunos artistas fuesen víctimas del proceso de gentrificación [en el libro se traduce por «aburguesamiento»] que ellos mismos habían impulsado, ha sido un tema muy debatido en la prensa artística. Lo hubiesen hecho o no a propósito, la industria cultural y la inmobiliaria trabajaron codo a codo en la transformación del Lower East Side en un lugar nuevo, distinto y único, en un acontecimiento, en el lugar culminante de la moda vanguardista. «Cultura» y «lugar» pasaron a ser sinónimos. La moda y la arbitrariedad generaron una escasez cultural, al mismo tiempo que el marcaje del East Village por parte de la industria inmobiliaria generó una escasez de superficie residencial que pasó a ser privilegiada. El arte de calidad y las viviendas de calidad se fusionaron. Y las viviendas de calidad significan dinero.»

Luego viene Edward W. Soja, con (otro) artículo sobre Los Ángeles y el condado de Orange, plagado de escenas dramatizadas de lo que supone que es el condado y con descripciones gráficas de parte de la ciudad que no parecen poder extrapolarse al resto de ciudades. Discúlpenme: no me gusta Soja.

«Subterránea y elevada: la construcción de la ciudad análoga», de Trevor Boddy, analiza un proceso que se ha dado en unas pocas ciudades y que, por suerte, parece no haber creado tendencia: la construcción o bien de un complejo de túneles o bien de un complejo de puentes bajo (o sobre) la propia ciudad, a menudo con dinero privado y generando espacio semipúblico semiprivado, con lo que se crean dos ciudades, una de las cuales tiene su acceso limitado. «»Estas vías peatonales, los centros comerciales, tiendas de alimentación y complejos culturales que unen, ofrecen una visión filtrada de la experiencia de la ciudad, una simulación de la urbanidad. Sin la actividad urbana más fundamental -la gente que anda por las calles-, el nuevo sistema peatonal subterráneo y elevado está transformando la naturaleza de la ciudad norteamericana.» (p. 146).

Esta simulación de la ciudad cobra diversas formas: por un lado la propia construcción de túneles o puentes. El ejemplo perfecto del que habla Boddy es +15 de Calgary, una red de puentes tendidos entre edificios que unen diversos centros comerciales y rascacielos de oficinas (aquí podéis ver el mapa). Calgary, situada en Canadá, es una población fría, por lo que la posibilidad de pasear tranquilamente por el interior para hacer las compras, ir a trabajar o incluso al médico es reconfortante para la mayoría de ciudadanos. ¿Las desventajas? El acceso está controlado: no es público, aunque tampoco privado, pero sí territorio comercial, por lo que vagabundos y parios no son admitidos. Además, su existencia resta vitalidad a las calles que hay debajo, que se han convertido en refugio de los vehículos y donde sólo quedan los no admitidos. Durante un invierno especialmente frío, por ejemplo, las prostitutas tuvieron que dejar las calles y subir a los túneles del complejo, donde los transeúntes no las querían.

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+15 en Calgary, Canadá

Otra forma que puede tomar esta simulación de la ciudad de la que habla Boddy es, precisamente, la de un centro comercial o un parque temático. «Los nuevos sistemas peatonales constituyen tan sólo una de las manifestaciones del modo de proceder del urbanismo posmoderno: la ciudad análoga. Una de las observaciones fundamentales de la teoría cultural posmoderna, que vincula a Jean Baudrillard con Robert Venturi, es que nuestra época prefiere la simulación a la realidad. La ciudad análoga de la posmodernidad empeiza con lo que Charles Moore ha definido como el hecho más influyente del urbanismo de posguerra en América: Disneylandia.» (p. 147). Boddy sitúa el origen de esta tendencia en el Puente Vecchio de Florencia («antes de que exista lo análogo, existe la cosa en sí misma», p. 148). La red urbana siempre ha formado parte de la mayoría de ciudades de la historia; los asentamientos a varios niveles son muy poco frecuentes. Durante el Renacimiento, sin embargo, y como regalo de bodas de Francesco de Medici para Johanna de Austria, se desarrolló un sistema de calles injertado a uno ya existente, un corredor que poder atravesar si la familia necesitaba huir: el Puente Vecchio. El corridoio, exquisitamente adornado, tuvo tanto éxito que pronto las familias nobles lo adoptaron incluso cuando no había peligro de revueltas populares.

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El Puente Vecchio

Cinco siglos después, en la Rue Rivoli de París, se instalaron soportales para proteger de la lluvia. «La proliferación de manzanas con soportes ayudaron a promover el desarrollo de la burguesía urbana, pues le ofrecían un lugar de reunión para sus llamativos rituales de consumo y ostentación, que eran sus formas de expresión esenciales.» (p. 151). Sin embargo, pese a la somera protección que ofrecían, la lluvia y el barro no dejaban de estar presentes, y a veces los lacayos debían atravesar a las damas de calle en calle para que pudiesen continuar su paseo.

El siguiente paso lógico, que ya conocemos: las galerías. Nacidas como centro de la mercantilización, exposición permanente de deseo, lugar de ostentación de la burguesía, Boddy recuerda que, en realidad, si Haussmann llenó París de bulevares no fue (sólo) para embellecerla, sanearla, mejorar el tráfico y las conexiones entre monumentos, sino también por motivos militares: dadas las muchas revueltas populares que hubo en la ciudad hasta mediados del XIX, la bulevarización se convirtió en la forma perfecta de forjar un paso abierto que permitiese a los militares alcanzar cualquier zona de la ciudad en un tiempo breve.

Terminamos con una nota al pie del propio autor a un comentario sobre Jane Jacobs:

Una nota a pie de página adecuada para ilustrar el simulacro urbano es la historia de una de las críticas más respetadas del urbanismo contemporáneo. Jane Jacobs abandonó Nueva York y se fue a Toronto, en parte porque la diversidad étnica de la vida callejera de Lower East Side, que ella recordaba de su niñez, estaba despareciendo, y en los años setenta parecía que en Toronto esta vitalidad se mantenía. […] En la actualidad, en Toronto se repiten las mismas condiciones que promovieron su primera huida. Lamentablemente, la piedra angular del urbanismo de Jacobs -pintorescos almacenes étnicos llenos de productos importados, bigotudos vendedores de perritos calientes frente a improvisadas paradas en las esquinas, la vida urbana considerada como un gran día de fiesta nacional- ha sido cruelmente imitada en todos los mercados que la Rouse Company ha construido en los barrios históricos del continente. Para los promotores contemporáneos ha sido muy fácil hallar el modo de amueblar estos símbolos evidentes del urbanismo, al mismo tiempo que han eliminado la diversidad racial, étnica y social, que constituía el interés primordial de Jacobs, y desde hace una generación han promovido una amplia revisión de nuestras ciudades. El urbanismo de Jacobs no ha fracasado, sino que ha triunfado plenamente o, por decirlo de un modo más exacto, un diorama de sus ideas más superficiales se ha apropiado del dominio público. (p. 175).

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