Esta semana hemos empezado la lectura de Postmodern Cities & Spaces, una recopilación de artículos editada por Sophie Watson y Katherine Gibson que analiza las nuevas formas espaciales surgidas a finales del pasado siglo (el libro es de 1995). De las tres partes que lo componen, la primera gira alrededor de un concepto que ya es conocido en el blog: la heterotopía de Foucault. Puesto que los dos primeros artículos de la antología eran, en esencia, un resumen del artículo original de Foucault, pensamos que tal vez era el momento de leerlo.
«Des espaces autres», título original del artículo, proviene de una conferencia de Foucault en el «Cercle des études architecturals» del 14 de marzo de 1967. No se incluyó en el cuerpo «oficial» de las obras de Foucault hasta que fue publicado, póstumamente, en la revista Architecture, Mouvement, Continuité de octubre de 1984. Es muy fácil de conseguir en internet y muy sencillo de leer (apenas seis páginas), además de más que interesante; no sólo porque el concepto esencial, la heterotopía, haya hecho fortuna en las ciencias sociales que orbitan alrededor del espacio (antropología, claro, sociología, geografía, etc.), sino por las propias reflexiones de Foucault.
«La época actual quizá sea sobre todo la época del espacio», dice Foucault al poco de empezar. El espacio medieval estaba claramente jerarquizado, o, al menos, claramente organizado: había espacios profanos y espacios sagrados, espacios urbanos y espacios rurales; estaba la civilización y el exterior, el bosque innombrable, el lugar donde no existían leyes, ni humanas ni divinas. Se olvida Foucault de las zonas que, aún existiendo, no estaban claras: las marcas, los pasos fronterizos, la no man’s land de la que hablaba Manuel Delgado en El animal público: lugares surgidos, o creados con ese objetivo, como espacios indeterminados donde todo podía suceder fuera de los límites; como veremos algo más adelante, espacios liminares.
Ahora bien, a pesar de todas las técnicas que lo invisten, a pesar de toda la red de saber que permite determinarlo o formalizarlo, el espacio contemporáneo tal vez no está todavía enteramente desacralizado –a diferencia sin duda del tiempo, que ha sido desacralizado en el siglo XIX. Es verdad que ha habido una cierta desacralización teórica del espacio (aquella cuya señal es la obra de Galileo), pero tal vez no accedimos aún a una desacralización práctica del espacio.
Ésta es la tesis primera del artículo: que el espacio aún no ha sido desacralizado, que siguen existiendo antinomias como espacio público y privado o espacio de trabajo y espacio de ocio. Algo que, creemos, ha sucedido ya desde los tiempos de publicación del artículo. El espacio…. postmoderno, podríamos decir (teniendo en cuenta el origen que nos ha llevado a esta lectura), o postfordista, si lo prefieren, incluso globalizado, es un espacio desacralizado. No hace falta pensar en el confinamiento y la pandemia actuales para ver cómo se han soslayado los espacios de trabajo y ocio e incluso vivienda; ni pensar en personas maquillándose en el metro o trabajando con su smartphone o portátil en el tren. Podemos volver al concepto de los territoriantes de Muñoz: el espacio no es un absoluto que se transita a voluntad del poder (aunque dicha voluntad exista y sea insoslayable, claro), sino una construcción social más o menos individual o comunitaria.
Dicho de otra manera, no vivimos en una especie de vacío, en el interior del cual podrían situarse individuos y cosas. No vivimos en un vacío diversamente tornasolado, vivimos en un conjunto de relaciones que definen emplazamientos irreductibles los unos a los otros y que no deben superponerse.
Los espacios se pueden definir, pues, como emplazamientos determinados por su red de relaciones. «Se podría describir, por el haz de relaciones que permiten definirlos, estos emplazamientos de detención provisoria que son los cafés, los cines, las playas. Se podría también definir, por su red de relaciones, el emplazamiento de descanso, cerrado o medio cerrado, constituido por la casa, la habitación, la cama, etc.»
Pero los que me interesan son, entre todos los emplazamientos, algunos que tienen la curiosa propiedad de estar en relación con todos los otros emplazamientos, pero de un modo tal que suspenden, neutralizan o invierten el conjunto de relaciones que se encuentran, por sí mismos, designados, reflejados o reflexionados. De alguna manera, estos espacios, que están enlazados con todos los otros, que contradicen sin embargo todos los otros emplazamientos, son de dos grandes tipos.
El primero es la utopía: los emplazamientos sin lugar real. Una serie de relaciones tal que no se puede atribuir a ningún lugar existente, pero que nos sirve para plantear la validez de esas relaciones y, a la vez, cuestionar las relaciones existentes en nuestros lugares reales.
También existen, y esto probablemente en toda cultura, en toda civilización, lugares reales, lugares efectivos, lugares que están diseñados en la institución misma de la sociedad, que son especies de contra-emplazamientos, especies de utopías efectivamente realizadas en las cuales los emplazamientos reales, todos los otros emplazamientos reales que se pueden encontrar en el interior de la cultura están a la vez representados, cuestionados e invertidos, especies de lugares que están fuera de todos los lugares, aunque sean sin embargo efectivamente localizables. Estos lugares, porque son absolutamente otros que todos los emplazamientos que reflejan y de los que hablan, los llamaré, por oposición a las utopías, las heterotopías; y creo que entre las utopías y estos emplazamientos absolutamente otros, estas heterotopías, habría sin duda una suerte de experiencia mixta, medianera, que sería el espejo.
La experiencia del espejo, pese a su interés, la dejamos para la filosofía y la estética. La heterotopía es, pues, un «contra-emplazamiento», un lugar que cuestiona de algún modo el resto de los emplazamientos. En el siguiente párrafo Foucault sugiere la creación, no de una ciencia, «porque es una palabra demasiado prostituida ahora», sino una especie de «lectura» o catálogo de estos espacios: una «heterotopología». Que no sería válida por el mismo motivo por el que no lo es un catálogo de espacios liminares: porque no son categorías estancas, como insiste Marc Augé respecto a sus no lugares. Un aeropuerto es un no lugar para el viajero pero es un lugar para sus trabajadores; un hotel es un no lugar para el huésped pero un lugar para el recepcionista y un centro comercial puede ser un no lugar para los compradores ocasionales pero un centro de reunión social para los jóvenes de la zona.
Primer principio de la descripción de las heterotopías. Las heterotopías en los lugares primitivos son lo que Foucault llama «heterotopías de crisis», lugares reservados para personas que se encuentran «en estados de crisis», como adolescentes, mujeres en la menstruación o el parto, viejos… Es decir: zonas liminares. Estas heterotopías de crisis están desapareciendo en nuestra sociedad, aunque quedan restos como los internados o el servicio militar masculino. En su lugar, surgen «heterotopías de desviación»: casas de reposo, clínicas psiquiátricas y, «por supuesto, las prisiones» (estamos hablando de Foucault, al fin y al cabo).
Segundo principio. Las sociedades otorgan una función determinada a sus heterotopías; dicha función puede cambiar a lo largo de la historia. El ejemplo que da Foucault es el cementerio: situado al principio en el centro del pueblo y consistente en poco más que una fosa común donde aparcar a los muertos, va evolucionando hacia un «espacio para después de la muerte» burgués y se traslada a las afueras, para que el recuerdo de la muerte no perturbe la existencia.
«Tercer principio: la heterotopía tiene el poder de yuxtaponer en un solo lugar real múltiples espacios, múltiples emplazamientos que son en sí mismos incompatibles.» Ejemplo de ello son el teatro, que recrea múltiples realidades sobre un escenario rectangular; el cine, o el jardín, que es en sí mismo un microcosmos que recrea un macrocosmos.
Cuarto principio: en general, las heterotopías están asociadas a un «corte de tiempo», una «heterocronía»; puesto que suspenden el espacio, es lógico suponer que también suspenden el tiempo; o que se hayan en un entorno donde ambos quedan suspendidos. Las relaciones entre heterotopías y heterocronías son complejas, claro: desde las «heterotopías del tiempo que se acumulan al infinito», como las bibliotecas o los museos, con su voluntad de ser catálogos de una o de todas las eras; o las heterotopías ligadas al tiempo fútil y efervescente, como las ferias o «las ciudades de veraneo». Lo que, en definitiva, vuelve sobre el concepto de espacio liminar.
Quinto principio: las heterotopías tienen un sistema de apertura y de cierre que, a la vez, «las aíslan y las vuelven penetrables». Hay que llevar a cabo ciertos ritos (a menos que uno se encuentre allí encerrado, como prisiones o geriátricos), algunos de los cuales requieren su propio espacio, como los hammam musulmanes o las saunas escandinavas. Ampliando el concepto, Foucault pone como ejemplo las habitaciones para invitados en las grandes fincas brasileñas (?) o los moteles americanos donde se encontraban los amantes adúlteros en Estados Unidos.
Sexto principio. Las heterotopías son, «con respecto al espacio restante, una función».
O bien tienen por rol crear un espacio de ilusión que denuncia como más ilusorio todavía todo el espacio real, todos los emplazamientos en el interior de los cuales la vida humana está compartimentada (…); o bien, por el contrario, crean otro espacio, otro espacio real, tan perfecto, tan meticuloso, tan bien ordenado, como el nuestro es desordenado, mal administrado y embrollado.
Es decir: o bien se convierten en lugares exagerados que ponen de manifiesto algún aspecto del haz de relaciones de un lugar real (tal vez serían las fábricas del sudeste asiático donde se producen los objetos de consumo del mundo occidental, o simplemente un almacén de amazon donde los trabajadores no tengan tiempo ni para ir al baño); o bien son (aunque Foucault escoge el ejemplo de las colonias) parques temáticos. Recordemos lo que decía Sharon Zukin de Disneylandia: que funciona bien, o al menos da esa apariencia. En primer lugar porque toda función «no agradable» ha sido escondida (la higiene, la eliminación de residuos, etc.) y, sobre todo: porque sus usuarios no son tales, sino clientes que han pagado una entrada.
El concepto de heterotopía, como hemos dicho, ha sido ampliamente utilizado desde entonces, no siempre respetando el sentido original que le dio el autor en este texto. En el blog lo hemos encontrado, sobre todo, en la obra de Stravrides Hacia la ciudad de umbrales, donde la heterotopía era prácticamente un lugar sin ley ocupado por el poder capitalista para llevar a cabo sus desmanes. Aunque nos vienen a la mente los espacios de Post-it City: lugares que no encajan en ninguna otra categoría y que, sin referirse necesariamente a la heterotopía, proponen, sin tener que desafiar a la lectura dominante, una lectura alternativa.
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