La an-estética de la arquitectura, Neil Leach

La an-estética de la arquitectura es un texto del arquitecto y teórico británico Neil Leach publicado en 1999. El libro reflexiona sobre el papel de la arquitectura a finales de siglo pero también sobre el poder de la imagen y los efectos que la búsqueda perpetua de la estetización (no sólo en la arquitectura) están teniendo sobre la sociedad. El título es ambiguo en inglés: anaesthetics se traduce tanto por anestética como por anestesia, con lo que se juega constantemente con la polisemia del término.

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El primer capítulo, «La saturación de la imagen», recurre frecuentemente a Baudrillard: «La información devora su propia contenido. Devora la comunicación y el intercambio social.» ¿El ejemplo citado por Baudrillard? Un informe de doce volúmenes que fue la respuesta de Exxon al gobierno de Estados Unidos. Una cantidad tan grande de información que se disuelve en sí misma sin aportar nada, al pretender aportarlo todo. De hecho, es habitual que uno busque en internet aquello que confirma lo que ya pensaba antes de entrar a buscar la información; porque los datos en bruto no aportan veracidad ni autenticidad; ésta está reservada a las experiencias que venden las multinacionales; lo que Baudrillard denomina hiperrealidad.

En la resbaladiza pendiente de la cultura de la simulación, la función de la imagen pasa de reflejar la realidad a enmascararla y pervertirla. Una vez que se ha eliminado la realidad misma, todo aquello con lo que nos quedamos es sólo un mundo de imágenes, de hiperrealidad y de simulacro puro. El desprendimiento de esas imágenes de su compleja situación cultural inicial las descontextualiza. Son fetichizadas y juzgadas a partir de su apariencia superficial a expensas de cualquier lectura más profunda. Esta cultura de la reificación objetiviza el acto completo de mirar, de tal forma que cualquier apreciación de profundidad, perspectiva o relieve es reducida, promoviendo en su lugar «una mirada que barre los objetos sin ver en ellos nada más que su objetividad» (Baudrillard). Es en el proceso de lectura de un objeto como mera imagen cuando el objeto se vacía de gran parte de su significado original.

Todo lo que existe es imagen. Todo se traslada a un terreno estético y se valora por su apariencia. El mundo se ha estetizado. Todo ha sido transformado en arte. Como el propio Baudrillard escribe: «El arte, hoy en día, ha penetrado totalmente en la realidad… La estetización del mundo es completa.» Baudrillard localiza este problema dentro de una serie de síntomas más generales: la condición transpolítica, transexual y transestética de la cultura contemporánea, esto es, la condición del exceso, donde todo pasa a ser político, sexual y estético y, consecuentemente, cualquier especificidad en estas esferas se pierde. Porque precisamente cuando todo adquiere significado político, la propia política se hace invisible, y cuando todo adquiere significación sexual el sexo mismo se hace invisible, y lo mismo ocurre cuando todo se hace estético, la noción propia de arte desaparece. Como consecuencia de todo esto, la palabra estética pierde todo su significado: «Cuando todo se hace estético ya nada es ni bello ni feo, y el arte en sí mismo desaparece.» (p. 21).

«A cualquier gama de actividades puede llamársele cultura; esta cultura es un proceso semiológico publicitario y de comunicación que lo invade todo.» Y la arquitectura no es ajena a este proceso: el mundo del arquitecto es el mundo de la imagen. Incluso la ausencia de estilo, la pretensión de hacer algo sin ornamentos, «puro», se vuelve un estilo.

El concepto que prima en la arquitectura es el estético; y la forma de trabajo, la creación de un proyecto y una maqueta que se impondrán sobre un territorio en función de esos criterios estéticos, revela, según Leach, la sospecha de que no sólo «dentro de cada dictador fascista hay un arquitecto, sino que también dentro de cada arquitecto hay un fascista en potencia». Leach llega a estas palabras tras el capítulo donde explica las relaciones entre, por ejemplo, Hitler y Ceaucescu con los arquitectos y la necesidad de fundar nuevas capitales para sus imperios. No iremos tan lejos en el blog como para secundar la sentencia; tal vez se puedan atribuir los efectos de la arquitectura como pieza desgajada de su contexto a la sociedad en que vivimos, la necesidad de las ciudades de generar marca o espacios desgajados (como acabamos de ver en Urbanalización) o, por qué no, la voluntad del arquitecto de hacerse un nombre y ganar dinero.

Simmel, en su famoso estudio Las grandes urbes y la vida del espíritu (que en breve reseñaremos) exponía que el ciudadano de las metrópolis, ante la avalancha de estímulos que recibe en su día a día, debe desarrollar una actitud blasé, a la vez «producto y defensa contra esta situación». Benjamin, en cambio, y siguiendo la inspiración de Baudelaire, lo relacionó con un estado narcótico, similar a un trance, muy parecido al generado por el uso de las drogas.

El antiguo término griego, aesthesis, hace referencia, no a teorías abstractas de la belleza, sino a percepciones sensoriales. Implica una elevación de los sentidos y las emociones y una conciencia de los sentidos, justo lo opuesto a la «anestesia». (…) El proceso de estetización eleva la consciencia hacia la estimulación sensorial, con lo que se desencadena una anestesia compensatoria como protección contra la sobre-estimulación. (…) Estetizar quiere decir, por lo tanto, hundirse dichosamente en un estupor embriagador que sirve al individuo de colchón para con el mundo exterior, como una ofuscación alcohólica.

La respuesta descrita por Simmel es, en gran parte, una respuesta involuntaria producida por las condiciones de la metrópolis moderna, porque son los impulsos fragmentarios y caleidoscópicos de la vida moderna los que generan la actividad blasé, en tanto que los nervios tienden a autodefenderse. Pero la respuesta que da Benjamin depende de una cierta receptividad a esas condiciones. Para aquellos no dispuestos hacia dicha actitud, la ciudad puede ser un lugar de aburrimiento e irritación. (…) Por tanto, la estetización depende de modo crucial del compromiso activo por parte del observador, de una elevación deliberada de la propia conciencia estética. (p. 79)

«El mundo se estetiza y se anestesia.» Ante el arrollador potencial de la imagen, la conciencia social se desvanece. El ejemplo que nos viene a la mente es el Kowloon chino, del que ya hablamos a propósito de Ciudad hojaldre (en un párrafo en el que, precisamente, Carlos García Vázquez se refería al libro de Leach): la belleza del Kowloon en múltiples fotografías nos hace olvidar que ese lugar es la residencia de gran cantidad de personas que viven en condiciones infrahumanas.

La siguiente asimilación de este proceso estético es el espectáculo de Debord: «en la sociedad del espectáctulo, la realidad está tan oculta bajo la acumulación de imágenes, de «espectáculos», que ya no es posible experimentarla directamente». Y, de la celebración del espectáculo, a la arquitectura del espectáculo: Las Vegas y Robert Venturi. Aunque los autores citen al principio de Aprendiendo de Las Vegas que huyen de toda consideración moral (aunque no lo digan con estas palabras) y pretenden sólo un análisis estético, es difícil separar ambos conceptos; e implica no tener en cuenta el poder de la estetización (de la imagen, del espectáculo) sobre la sociedad. Un análisis estético del Holocausto no puede desgajarse de sus aspectos morales.

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