En 1964, Ruth Glass empleó por primera vez el concepto «gentrificación» usando el término gentry (la pequeña nobleza rural británica) para referirse a la llegada de hogares de clase media, muchos de ellos retornados de los suburbios, a barrios tradicionalmente obreros del centro de Londres. En el proceso, los recién llegados promovieron obras de rehabilitación de las viviendas y los edificios de estas áreas, lo cual facilitó el incremento del valor inmobiliario, inicialmente solo de las propiedades reformadas, pero posteriormente también las del barrio en su conjunto. Como resultado, los hogares de clase trabajadora encontraron cada vez más difícil pagar la renta que los propietarios exigían por el alquiler de sus viviendas, de forma que, paulatinamente, tuvieron que abandonar el barrio donde residían. El carácter social de estos territorios cambió mediante la sustitución de las clases trabajadoras por las clases medias y altas profesionales, principalmente de piel blanca, que regresaban a los centros urbanos tras haberlos abandonado décadas antes por las comodidades de la periferia metropolitana. (p. 20)
Tal vez no sea la definición oficial de gentrificación, pero sin duda es una explicación clara del proceso. First We Take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades es un estudio publicado por Daniel Sorando y Álvaro Ardura, Doctor en Sociología el primero, arquitecto y profesor de Urbanismo el segundo, el año 2016. El estudio, que toma el nombre de una canción de Leonard Cohen, navega por barrios en diversos estados de gentrificación (desde algunos de Nueva York ya irremediablemente gentrificados hasta otros de Madrid o Berlín donde han aparecido resistencias) para ejemplificar las diversas fases del proceso. Además, estudia las dos visiones de la gentrificación: por un lado la de los promotores, es decir, la gentrificación entendida como un proceso llevado a cabo por las autoridades y los poderes inmobiliarios; y por el otro la de los ciudadanos, es decir, por qué ciertas clases medias tienen la necesidad de volver al centro y vivir en barrios reconvertidos a sus gustos.
El primer capítulo se llama Bombardear la ciudad: abandono y explica la primera fase de la gentrificación: cuando las autoridades dan un barrio por perdido y renuncian a toda inversión en él, abandonándolo a su propia suerte y, normalmente, condenando a la mayoría a desplazarse a otro lugar para vivir. Los barrios que lo ejemplifican: SoHo, Chelsea, East Village y Lower East Sido, todos de Nueva York. Todos ellos tienen en común que, en los 70, pasaron a ser considerados barrios no rentables por la Home Owners Loan Corporation (la historia es algo más enrevesada), por lo que dejaron de concederse créditos a sus propietarios, los cuales, ante el hecho, dejaron de invertir en ellos. El Ayuntamiento, que por ejemplo poseía el 60% del Lower East Side, siguió una misma política: reducir la inversión de todos los servicios municipales. Por supuesto, la misma situación se vivió en multitud de barrios en multitud de ciudades.
El segundo capítulo, Aquí no vivirás ni tú ni nadie: estigma se centra en la forma como la propia sociedad (las autoridades, los medios) llevan a la convicción de que lo que sucede en estos barrios es causa, únicamente, de sus vecinos; y que por lo tanto renovarlos por completo es la mejor opción y además sólo le supondrá beneficios a la ciudad. Muchos barrios antaño industriales situados en la ciudad sufrieron este efecto; hablamos no hace mucho a propósito de Peter Hall del puerto de Londres y cómo tuvo que reconfigurarse; y también del de Boston y la rousificación.
Así, en torno al extremo empobrecimiento de estas comunidades, «los detractores sostienen que en su mayor parte se debe a la inutilidad de la gente que vive allí. Se equivocan. De un modo efectivo, los gobiernos han diseñado socialmente estas comunidades de clase trabajadora para que tengan los problemas que tienen» (Jones, 2012). (p. 58)
Ése es el estigma que arrastran estos barrios: el gueto, el chino, el barrio bajo, lugares donde nadie quiere estar que representan todos los males de la ciudad. Cuando se ha alcanzado este estado es también cuando el valor inmobiliario de la zona es el más bajo, y por lo tanto el posible rent gap (la diferencia entre lo que cuesta un lugar y lo que puede llegar a costar) está en su máximo nivel. Momento para pasar a la acción.
El tercer capítulo, El urbanismo exorcista: Regeneración trata precisamente de este paso, y el ejemplo elegido es el barrio chino de Barcelona. Perdón, el Raval, como se lo conoce hoy en día.
Una breve síntesis de las imágenes ligadas al Chino incluye a prostitutas, inmigrantes, mendigos, traficantes, asaltadores y anarquistas reunidos en las inmediaciones del puerto. Todos ellos eran emblemas de una insubordinación al orden establecido por la ciudad oficial que, no obstante, generaba un atractivo evidente sobre sus principales portavoces. Así, no era extraño el caso de los burgueses que por la noche experimentaban el vicio y el pecado del Chino para, a la mañana siguiente, expiar su culpa mediante encendidas columnas donde denunciaban sus intolerables excesos. Sin embargo, el Chino no era tan solo un barrio de excepciones morales. Además, su territorio era el lugar de residencia de importantes sectores de clase obrera de la Barcelona industrial, y en su seno fueron emergiendo diferentes formas de solidaridad procedentes de comunidades organizadas frente al abandono urbano. (p. 68)
El cambio que lleva del Chino al Raval empieza en 1985, cuando se aprueba el PERI, Plan Especial de Reforma Interior, que básicamente busca vaciar las zonas más densas del barrio y permitir la construcción de grandes avenidas y de enormes espacios públicos y culturales. La empresa responsable está compuesta en un 57% por capital público y el resto por capital privado (La Caixa, BBVA, Telefónica). Es decir, el Estado decide permitir que grandes empresas se hagan con una suculenta parte de la ciudad que además va a ver sus precios enormemente incrementados, expulsando a los ciudadanos de sus residencias por el camino.
Ésta es la fase destructiva del proceso; la fase creativa llega cuando, con el barrio ya regenerado, las empresas arriba mencionadas venden los inmuebles que poseían y obtienen una cantidad desmesurada de beneficio. Por el camino, y para disimulo de lo sucedido, se usan expresiones como esponjamiento, regeneración o renovación (para la comprensión de las cuales era necesario publicitar enormemente los conceptos de gueto o estigma arriba mencionados). El MACBA, el CCCB, las Facultades de Geografía e Historia de la UB, la Escola Massana… van ayudando en el proceso. El ejemplo escogido es el de la Filmoteca: en los 80 se consideró que no podía estar en un lugar tan estigmatizado como el Chino y se la trasladó; años más tare, sin embargo, ha vuelto a su lugar de origen.
Pero no ha vuelto al mismo sitio. Huyó del Barrio Chino y ha vuelto al Raval. «Si el Barrio Chino era el territorio del abandono, el conflicto, la miseria y el peligro, el Raval, por el contrario, es un territorio regenerado, pacífico, pujante y atractivo. Las operaciones de destrucción creativa no terminan hasta que no cambian el nombre de la mercancía.» (p. 73; la negrita es nuestra)

Y, mientras tanto, los efectos sobre los vecinos son evidentes: pese a que los planes de «revitalización» de un barrio siempre vienen acompañados por viviendas de protección oficial y formas de ayudar a los residentes que serán desplazados, en la práctica estas respuestas nunca son suficientes y muchos habitantes de la zona acaban sin poder hacer frente a la subida de los precios o a los cambios de los comercios de la zona, ocupados por nuevos locales de moda para la nueva tipología residencial. Obreros, inmigrantes, personas mayores, deben abandonar la zona hacia otros barrios, a menudo en las afueras. Por el camino, sin embargo, la ciudad ha ganado un nuevo barrio que, a partir de ahora sí, disfrutará de todos los servicios otra vez, limpio, saneado y abierto para las hordas de barceloneses de clase media y de turistas que deseen visitarlo.
Los autores sitúan el origen de «la apropiación del centro urbano» en Haussmann, nada menos, aunque ponen como mejor ejemplo de la figura mesiánica que destruía el centro para dar paso a otras construcciones a Robert Moses, otro de los conocidos en nuestro blog. Otra de las causas de la gentrificación, sin embargo, es el espacio de los flujos que ha traído la globalización: las ciudades luchan a escala global por el capital; y la forma de atraerlo es seduciendo a la clase creativa (Richard Florida), los trabajadores cualificados que las principales empresas necesitan y que buscan, precisamente, lugares saneados y con una estética muy específica: la que se encuentra en los barrios gentrificados de todo el mundo.
David Harvey, geógrafo al que ya hemos reseñado, «es el principal crítico de este giro emprendedor del gobierno urbano, cuya participación en la competición global le pliega a los requerimientos de la disciplina del mercado». Harvey destaca tres características en el nuevo modo de gobernar las ciudades:
- la colaboración entre sectores públicos y privados: el gobierno se dedica a coordinar oportunidades de inversión, más que a redistribuir sus recursos;
- el gobierno municipal es quien asume los riesgos de todas estas acciones especulativas; en caso de que alguna falle, el que asume las pérdidas es el gobierno, por lo tanto los ciudadanos, mientras que los beneficios son privados;
- por último, la planificación municipal se ve centrada en proyectos parciales, un barrio a la vez, que «reciben una gran atención mediática y desvían los recursos de los problemas más amplios del territorio o región como un todo».
Como consecuencia, el espacio se utiliza para crear negocio y determinadas partes de la ciudad se vuelven nodos con lo global, más que recursos accesibles al ciudadano de la propia ciudad.
El capítulo termina con una consideración hacia otras formas de renovación de la ciudad. El primer ejemplo es Bolonia, cuya rehabilitación recordamos de Ciudad hojaldre. En ella se tuvo en cuenta la historia e idiosincrasia de la zona y se concibió la ciudad como un todo; pero ya el propio García Vázquez nos explicó por qué dicho sistema, exitoso al aplicarlo a una ciudad pequeña, no era extrapolable a las grandes megápolis. La gentrificación es una elección, de las muchas que la ciudad podría haber tomado. Muchos de los argumentos que se esgrimen para ella son falsos, como el de que los vecinos recién llegados contribuirán a elevar la calidad de vida del barrio (lo harán, pero para otros vecinos como ellos, no para los que ya existían: «el elogio de la mezcla social olvida que la vecindad entre grupos socialmente distantes rara vez conlleva su interacción», p. 90). La mezcla social, en definitiva, se usa como reclamo para la gentrificación, porque ¿quién va a estar en contra de la mezcla social? Nadie, como nadie se va a oponer al «saneamiento» de un barrio.
¿Otras opciones son posibles? Los autores citan la aproximación social (alternativa planteada por Bailey y Robertson en 1987): «cuyo objetivo principal es la redistribución de los recursos públicos a favor de los habitantes de los barrios deteriorados. En consecuencia, desde esta aproximación se sostiene que estos vecinos y vecinas, en cuyo nombre se inician los programas de regeneración urbana, deben ser los beneficiados. Esta aproximación nace de la preocupación por la rupturade las redes y las comunidades que componen la vida social de estos barrios y de las que dependen muchos de sus habitantes para satisfacer sus necesidades».
Si en estos tres primeros capítulos hemos estudiado la gentrificación desde el punto de vista de sus promotores, en los dos siguientes lo haremos desde el punto de vista de los consumidores: por qué el ciudadano «demanda» (o acepta, escojan ustedes) barrios gentrificados.
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