Edward W. Soja; Núria Benach y Abel Albet

Edward W. Soja. La perspectiva postmoderna de un geógrafo radical, escrita por los también geógrafos Núria Benach y Abel Albet (editorial Icaria, 2010, en la colección Espacios Críticos, centrada, precisamente, en publicaciones sobre la visión espacial y de la que sin duda leeremos más libros) es un repaso a la vida y obra del geógrafo de Estados Unidos, uno de los miembros destacados de la Escuela de Los Ángeles (si es que llegó a existir). De Soja ya leímos Postmetrópolis, una de sus obras capitales, así como algunos artículos (en Variaciones sobre un parque temático y en Postmodern Cities and Spaces) donde se evidenciaba la que es la gran tendencia de este autor (y que Benach y Albet no esconden en ningún momento): su forma muy personal de percibir el hecho geográfico (lo que el propio Soja llamaría «el giro espacial») y el modo en que transmite dicha visión, con textos que pueden alejarse de las formas más académicas y recrear diálogos, escenas o hasta situaciones imaginadas para tratar de abarcar la ciudad.

Edward Soja nació en el Bronx en 1941. Estudió Geografía primero en la Universidad del Bronx (la única de la ciudad de Nueva York que, por entonces, tenía un departamento dedicado a la disciplina) y luego en la Universidad de Wisconsin, donde un hallazgo casi anecdótico condicionaría su forma de pensar la geografía:

…en un manual de climatología, un cartograma muestra un fascinante «mundo de continentes hipotéticos» definidos a partir de las zonas climáticas «previsibles» surgidos por la clasificación convencional de Köppen y considerando la dinámica atmosférica, los efectos de la orografía básica, las corrientes oceánicas (…). Este cartograma le permite concebir una nueva y maravillosa fórmula para percibir el mundo tanto de manera real como figurativa, ya que hace posible predecir (aunque sea de manera aproximada) las pautas térmicas y de precipitación de prácticamente cualquier rincón del planeta, así como presuponer el tipo de vegetación, de paisaje e incluso de producción agrícola. Este cartograma no muestra unos continentes «reales» sino que es una especie de quimera inventada por la imaginación de algún geógrafo: una remarcable condensación de conocimiento geográfico que estimula la comprensión general de una enorme variedad de condiciones efectivamente existentes. Esta visión, que, de hecho, viene a ser una perfecta definición de lo que es la teoría, es la que contribuye a que Soja empiece a considerarse no sólo como geógrafo sino más bien como teórico de la geografía a la búsqueda de modelos evocadores de mundos imaginarios que no se hallan sobre el terreno. (pp 22-3)

Precisamente por esa visión peculiar, Soja se fija también en los lugares, pequeños y concretos, donde estas normas no se cumplen, «anomalías climáticas que necesitan de detallados análisis para interpretar las razones de su desviación respecto a lo considerado normativo» (y que lo llevaron, por ejemplo, a solicitar, durante una visita a Barcelona con los autores del libro, poder visitar Andorra, «un país perdido entre montañas»).

Buscando ampliar su formación teórica, Soja vuelve a Nueva York, a la Universidad Estatal, donde obtiene el doctorado en Geografía en 1967. En este momento, Soja ya concibe la geografía como «la organización espacial de la sociedad humana», lo que lo lleva, durante los años siguientes, a centrarse en la geografía política y viajar a África (Kenia y Nigeria) para realizar su tesis doctoral.

Pero el cambio verdaderamente radical que sufre el geógrafo fue su traslado a la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) en 1972. No sólo por ser un lugar con una amplitud de miras teóricas mucho más amplias, sino por la propia enormidad y singularidad de la ciudad, algo que ya lo acompañaría durante el resto de su carrera.

Para Soja, pensar espacialmente sobre Los Ángeles a través de un trabajo empírico detallado tiene una intencionalidad esencialmente nomotética y de producción de conocimiento generalizable. El objetivo no es mostrar la incomparable singularidad de la ciudad californiana sino más bien presentar cómo el conocimiento localizado puede ayudar a entender lo que sucede en otras ciudades del mundo. Según él, Los Ángeles (mucho mejor que la gran mayoría de ciudades del mundo) hierve como laboratorio de hipótesis para desarrollar nuevas teorías urbanas centradas en los procesos de reestructuración que han configurado las ciudades de todo el mundo en los últimos 40 años, y en especial en relación con la formación de una nueva economía flexible postfordista, con la globalización del capital, del trabajo y de la cultura, así como con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. (pp. 28-9)

La llegada de Soja a Los Ángeles coincide con el «giro espacial», un momento en que las ciencias sociales revisitan y actualizan el concepto de espacio y del que el propio Soja es un elemento clave. Soja se concibe a sí mismo como geógrafo marxista; y, sin embargo, rechaza la visión cerrada del espacio característica del marxismo. Por ello, y aferrándose a las tesis de Lefebre (sobre todo, a su división trialéctica entre la práctica espacial, los espacios de representación y la representación de los espacios), Soja publica en 1980 el artículo «The Socio-Spatial Dialectic», cuya tesis principal es que «los procesos espaciales configuran las formas sociales al igual que los procesos sociales definen las formas espaciales» (p. 31) y donde denuncia la importancia exclusiva que los marxistas dan al concepto de clase social, dejando de lado otros, para él igual de importantes, como el propio espacio.

Con unas tesis similares, pero mejor elaboradas, en 1989 publica Postmodern Geographies, el primero de los tres libros que concentran todo su pensamiento. El subtítulo es toda una declaración de intenciones: The Reassertion of Space in Critical Social Theory. Para Soja no basta con las reivindicaciones que, por la época, estaban haciendo Castells, Harvey, Smith y tantos otros, donde reconocían que las ciencias sociales habían dejado de lado la visión espacial; no, Soja afirma que lo espacial es tan esencial como lo social; que uno no se puede concebir sin lo otro y que la «sociedad es, desde su inicio, intrínsecamente espacial y espacializada, de la misma manera que el espacio es intrínsecamente social y socializado» (p. 32).

Que estas críticas se incorporen en un libro titulado Postmodern Geographies no es nada anecdótico ni oportunista. Soja se reconoce plenamente en el marco del postmodernismo porque ve en este momento una excelente y oportuna ocasión para deconstruir los discursos anteriormente privilegiados y las dicotomías incontestablemente establecidas, entre los cuales este predominio del tiempo sobre el espacio. También porque Soja ve en la etapa de la postmodernidad (es decir, en las transformaciones económicas, sociales, culturales y territoriales llegadas a través del postfordismo, la globalización y la economía flexible) la penúltima manifestación de la evolución del desarrollo capitalista. (p. 33)

Durante la década siguiente, la idea de la «dialéctica socio-espacial» de Soja evoluciona hasta convertirse en la triple dialéctica del espacio, el tiempo y lo social. Otra trialéctica preside (y da nombre a) Thirdspace, segundo libro de Soja, publicado en 1996. «El tercer espacio es propuesto como paradigma del análisis postmoderno, entendido como una aproximación que sitúa la trialéctica en el centro de atención, pero también entendido como una forma de asumir la complejidad que caracteriza la configuración cotidiana de los espacios vividos» (p. 36). Si el primer espacio es el mundo real y material y el segundo espacio, «el mundo imaginado de las representaciones de la espacialidad», el tercer espacio es el comodín que permite superar la falsa dicotomía entre los dos anteriores.

Sin embargo, al igual que, por ejemplo, la heterotopía de Foucault (como denunciaba Genocchio también en Postmodern Cities and Spaces), el tercer espacio no tiene una definición clara. Ésa es una de las principales críticas que se le hicieron, siendo las otras que estaba situado en un nivel de generalidad ontológica muy alto (es decir, que servía para discutir teoría, pero poco como una aplicación práctica) y que podía consistir en, simplemente, pura retórica postmoderna.

En ese mismo año, 1996, se publica la antología de artículos The City: Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century, editada por Allen J. Scott y Soja; la piedra de toque de la Escuela de Los Ángeles, que, si existe, está formada por la lista de nombres que firman dichos artículos. El de Soja, que leeremos y reseñaremos en la segunda entrada dedicada a este libro, presenta una serie de conceptos que el geógrafo ya no abandonará y que son las seis formas distintas que adopta la ciudad de Los Ángeles merced a los cambios de la globalización y el postfordismo.

Estas mismas seis «ciudades» o seis ideas de ciudad son las que formarán la segunda parte del tercer libro de Soja: Postmetrópolis. Estudios críticos sobre las ciudades y las regiones (2000). La primera parte está dedicada a un concepto nuevo del que parte, también de forma casi anecdótica, al contemplar un mural de la ciudad de Çatalhöyük, uno de los asentamientos humanos más antiguos descubiertos. La casualidad no sólo es que el arqueólogo que realizó el hallazgo y estudiaba la excavación, amigo del padre de Soja, le hablase de ese mural, sino también el que hizo el propio Soja: encontrar, entre las páginas de La economía de las ciudades (segundo libro , de 1969, de Jane Jacobs tras Muerte y vida de las grandes ciudades, mucho menos conocido y de tesis más polémicas), una mención hecha por Jacobs a Çatalhöyük. Jacobs sostenía, y lo hizo durante toda su vida, que las ciudades y el urbanismo no eran el resultado de un excedente de producción agrícola que permitió el asentamiento y el surgimiento de clases no productivas (burócratas, sacerdotes), sino precisamente lo contrario: que el urbanismo, que es anterior, fue lo que permitió el excedente de producción. Es decir: que las ciudades son el origen de la humanidad (entendida como ser social asentado, vaya).

A partir de esa casualidad, Soja acuñó el concepto de sinecismo o «el estímulo de la aglomeración urbana», al que dedica la primera mitad de Postmetrópolis (lo vimos en su reseña) al mismo tiempo que habla de las «tres revoluciones urbanas» (siendo la primera el origen de las ciudades, ya fuese en Çatalhöyük o en Jericó; la segunda, la invención de la rueda, el regadío, la escritura, etc., que conformarían una nueva estructura urbana; y la tercera, la revolución industrial).

En la siguiente entrada reseñaremos los textos de muestra escogidos por Benach y Albet para representar las ideas de Soja.

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