Espacios del capital. Hacia una geografía crítica es un libro del geógrafo David Harvey publicado en 2001 que recoge 18 artículos del autor donde se refleja su tránsito de «geógrafo burgués» a geógrafo radical marxista. La recopilación de artículos se divide en dos grandes partes: la primera establece las bases del trayecto teórico y la segunda es una reflexión sobre «la producción capitalista del espacio».

El primer artículo es una entrevista; pasamos directamente al segundo: «¿Qué tipo de geografía para qué tipo de política pública?«, donde Harvey analiza el papel que tradicionalmente había tenido la disciplina de la geografía al servicio de los intereses estatales. Hace un apunte especialmente interesante: «el surgimiento del Estado corporativo«. «Cada uno de los países capitalistas avanzados se ha movido a tientas hacia alguna versión de Estado corporativo (Miliband, 1969). La manifestación exacta de dicho Estado en un país concreto depende del marco constitucional del que disponga, de sus tradiciones políticas, la ideología dominante y las oportunidades de crecimiento económico y desarrollo.» (p. 43)
Harvey define el Estado corporativo del siguiente modo: «Parece una estructura relativamente firme y jerárquicamente ordenada de instituciones interrelacionadas -políticas, adminsitrativas, judiciales, financieras, militares y demás- que transmite información de manera descendente y da a los individuos y a los grupos situados en niveles jerárquicos «inferiores» instrucciones sobre qué comportamientos son adecuados para la supervivencia de la sociedad en conjunto. El lema de dicho funcionamiento es el «interés nacional». La ética de la «racionalidad y eficacia» son los pilares que dominan el Estado corporativo; y, puesto que ambas requieren de un objetivo para funcionar, «el interés nacional -la supervivencia del Estado corporativo- se convierte en el propósito de facto.» En los países capitalistas, la clase gobernante «sale casi exclusivamente de las filas de los intereses industriales y financieros. En los países comunistas, muchos de los cuales han asumido la forma del Estado corporativo, la elite gobernante se obtiene del partido.»
Creo que en un futuro (tal vez no muy lejano) habrá que optar entre un «Estado incorporado» que refleje las necesidades creativas de personas que luchan por controlar las condiciones sociales de su propia existencia de una forma esencialmente humana (que es lo que Marx quería decir con la expresión «dictadura del proletariado») y un Estado corporativo que dé instrucciones desde arriba en interés del capitalismo financiero (las naciones capitalistas avanzadas) o de la burocracia del partido (Rusia y Europa Oriental). (p. 49); [el artículo apareció en 1974, de ahí las referencias históricas algo caducas.]
El tercer artículo se titula «La población, los recursos y la ideología de la ciencia«. Para Harvey, la ciencia no es éticamente neutral. Esta conclusión, de por sí, genérica, no lleva a mucho, por lo que propone abordarla en el estudio de un tema concreto: el de la relación entre la población y los recursos disponibles y su estudio por parte de Malthus, Ricardo (en el que no entramos) y Marx.
Malthus era empirista. «El empirismo supone que se pueden entender los objetos independientemente de los sujetos que los observan», explica Harvey, por lo que permite asumir que «la verdad radica en un mundo externo al observador, cuya tarea es registrar y reflejar fielmente los atributos de los objetos.» Mediante sus postulados «la comida es necesaria para los hombres» y «la pasión entre los sexos es constante y necesaria» (lo que supone la reproducción de la humanidad) se llega a su famosa teoría de que la humanidad está condenada a una superpoblación que sufrirá hambre y miseria (el crecimiento de la población es geométrico, el de los recursos, aritmético). Malthus concluyó que «la miseria tiene que tocarle a alguien»: las clases más bajas, por lo que estaba explicando la miseria de los pobres como el «resultado de una ley natural», en palabras de Harvey.
El método de Marx se denomina «materialismo dialéctico«, para cuya definición es necesario recurrir a las bases de la visión no aristotélica de la filosofía crítica alemana. «El uso que Marx hace del lenguaje es, como ha señalado Ollman, relacional en vez de absoluto.» No es posible entender una «cosa» con independencia de las relaciones que mantiene con otras cosas. La visión aristotélica da por sentado que las cosas tienen algún tipo de esencia y son, por consiguiente, definibles sin referencia a las relaciones que tienen con otras cosas. La «totalidad» en Marx es algo «emergente»: «tiene uan existencia independiente de sus partes y al mismo tiempo también domina y modela las partes contenidas en ella» (p. 65) Por ello, en la filosofía de Marx ofrece una tercera perspectiva donde no se consideran fundamentales ni las partes ni el todo, sino las relaciones dentro de la totalidad. «El capitalismo, por ejemplo, modela las actividades y los elementos de su interior para mantenerse como sistema. Pero a la inversa, los elementos también están continuamente modelando la totalidad para convertirla en configuraciones nuevas a medida que necesariamente se resuelven las contradicciones y conflictos internos del sistema.»
La base económica de la sociedad, para Marx, comprende dos estructuras: las fuerzas de producción (las actividades concretas del hacer) y las relaciones sociales de producción (las formas de organización social establecidas para facilitar el hacer). Además, existen las distintas estructuras: del derecho, la política, la ideología… Todas las estructuras están interrelacionadas, pero Marx dio cierta primacía a la base económica porque «el hombre tiene que comer para vivir, por lo que la producción -la transformación de la naturaleza- tiene que preceder a las demás estructuras».
Marx sostenía que el plusvalor se originaba a partir del plustrabajo, la parte del tiempo de trabajo del trabajador entregada de manera gratuita al capitalista. Por ejemplo: un obrero tiene que trabajar diez horas, porque esas son las condiciones laborales imperantes; en seis horas ya ha producido lo suficiente para cubrir sus necesidades de subsistencia: si el capitalista paga un salario de subsistencia, el obrero trabaja cuatro horas gratis para él. Este plustrabajo se convierte, mediante el intercambio de mercado, en su equivalente en dinero: plusvalor. «Y el plusvalor, bajo el capitalismo, es la fuente de la renta, el interés y el beneficio. Basándose en esta teoría del plusvalor, Marx obtiene una teoría de la población específica.»

Para cumplir los objetivos del capital y que el plusvalor produzca aún más plusvalor, hay que invertir en más salarios y en la compra de materias primas y medios de producción. «Si la tasa salarial y la productividad se mantienen constantes, la acumulación [capitalista] requiere una expansión numérica concomitante de la fuerza de trabajo: «la acumulación de capital es, por consiguiente, aumento del proletariado» (Marx)». «Si la oferta de trabajo permanece constante, la creciente demanda de trabajo generada por la acumulación provocará un aumento en la tasa salarial», lo que supondría una reducción del plusvalor y una caída de los beneficios, aunque Marx ya anunció que el propio mecanismo del proceso de producción se encargaba de equilibrarse para «eliminar los mismos obstáculos que crea transitoriamente».
Por lo tanto, Marx habla de una «ley de la población peculiar del modo de producción capitalista«, añadiendo que «cada modo histórico de producción especial tiene sus propias leyes de población especiales, históricamente válidas únicamente dentro de sus límites». Algo bastante opuesto a la teoría de Malthus (y Ricardo), «que atribuían a la ley de población una validez universal y natural», y algo que nos recuerda bastante al Lefebvre de La producción del espacio.
La producción de un excedente de población relativo y de un ejército industrial de reserva se considera en la obra de Marx históricamente específica, intrínseca al modo de producción capitalista. Basándonos en su análisis, podemos predecir que se va a generar pobreza, con independencia de cómo cambie la tasa de producción. (…) [Marx] Sostenía muy específicamente, en contra de la posición de Malthus y Ricardo, que la pobreza de las clases trabajadoras era el producto inevitable de la ley de acumulación capitalista. La pobreza no debía explicarse, por consiguiente, apelando a una ley natural. Había que reconocerla como lo que realmente era: una condición endémica interna del modo de producción capitalista.
Marx no habla de un problema de la población sino de un problema de pobreza y explotación humana. Sustituye el concepto de superpoblación de Malthus por el concepto de excedente de población relativo. Sustituye la inevitabilidad de la «presión de la población sobre los medios de subsistencia» (aceptada por Malthus y Ricardo) por una presión históricamente específica y necesaria de la oferta de trabajo sobre los medios de empleo producidos internamente dentro del modo de producción capitalista. Su método específico permitía esta reformulación del problema población-recursos, y esto situó a Marx en una posición desde la cual podía concebir una transformación de la sociedad que eliminara la pobreza y la miseria en lugar de aceptar su inevitabilidad. (p. 70)
«La superpoblación surge por la escasez de recursos disponibles para cubrir las necesidades de subsistencia de la masa de población.» A diferencia de los recursos, tanto la subsistencia como la escasez son términos sociales y culturales, por lo que Harvey traduce la frase anterior del modo siguiente: «Hay demasiada gente en el mundo porque los fines determinados que tenemos en mente (junto con la forma de organización social que tenemos) y los materiales disponibles en la naturaleza (…) no bastan para proporcionarnos las cosas a las que estamos acostumbrados». Ante la afirmación anterior, se pueden llevar a cabo 4 caminos:
- (1), cambiar los fines y alterar la organización social de la escasez;
- (2) cambiar las evaluaciones técnicas y culturales que hacemos de la naturaleza;
- (3), cambiar nuestros puntos de vista respecto a nuestras costumbres materiales;
- y (4), alterar las cifras (de población, recursos, etc.)
Harvey afirma que «decir que hay muchas personas en el mundo equivale a decir que no tenemos la capacidad, imaginación o voluntad de hacer algo respecto a (1), (2) o (3). (1) o (3) no pueden ser consideradas sin «desmantelar y sustituir la economía de intercambio de mercado capitalista». Por lo tanto, quedan (2), el progreso técnico, y (4), reducir números. Sin embargo, controlar la población requiere decisiones políticas. ¿Qué población? Yo no, por supuesto; nosotros no, por supuesto; por lo tanto, ellos, un ellos genérico que es fácil demostrar que porta menos que nosotros.
Permítaseme hacer una afirmación. Siempre que una teoría de la superpoblación se asienta en una sociedad dominada por una elite, invariablemente la no elite experimenta alguna represión política, económica o social. (p. 76)
Los ejemplos van desde el Reino Unido posterior a las guerras napoleónicas hasta los «resultados especialmente malignos» de la Alemania de Hitler y su búsqueda del lebensraum [el espacio vital].
Si aceptamos la teoría de la superpoblación y de la escasez de recursos pero insistimos en mantener intacto el modo de producción capitalista, los resultados inevitables serán políticas dirigidas hacia la represión étnica o de clase en el interior y políticas de imperialismo y neoimperialismo en el extranjero. Por desgracia, esta relación se puede estructurar en sentido opuesto. Si, por cualquier razón, un grupo de la elite necesita un argumento para respaldar sus políticas represivas, el argumento de la superpoblación es el que más hermosamente se adapta a este propósito. (…)
[Aún más allá:] si cualquier elite se halla amenazada para conservar su posición dominante en la sociedad, puede usar los argumentos de la superpoblación y la escasez de recursos como poderosa palanca ideológica para persuadir a los demás de que acepten la situación existente y el establecimiento de medidas autoritarias para mantenerla. (p. 77)
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