VII. La metápolis de los sociólogos: Manuel Castells, Saskia Sassen, Mike Davies

Seguimos el libro Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez.

El origen del término ‘metápolis’

En 1973 estalló la crisis del petróleo, un auténtico torpedo en la línea de flotación del Estado del bienestar (…) la «época dorada del capitalismo» había llegado a su fin (…) la revisión del modelo económico corrió a cargo de los neoconservadores (…) Gobiernos y grandes empresas aprovecharon la desaparición de toda alternativa al capitalismo para poner en marcha un proceso de reestructuración cuyo objetivo era desmantelar el Estado del bienestar (…) dicha reestructuración confluyó en el tiempo con la III Revolución Tecnológica, cuyos fundamentos eran la informática y las telecomunicaciones. (p . 140).

Del fomento del humanismo se pasó a la competencia. Ciudades que no tenían tradición industrial quisieron crecer, llamar al capital: construyeron distritos financieros, parques tecnológicos, aeropuertos, megapuertos; exposiciones universales, juegos olímpicos, cualquier acontecimiento que las colocase en el mapa.

El espacio de la megalópolis quedó redefinido. El centro, hasta ahora obviado, casi abandonado, se revitalizó. Las corporaciones lo valoraban como lugar de exposición de sus sedes, muestra de poder y prestigio, y a las grandes empresas las siguieron las de servicios. Pronto volvieron los residentes: pero eran sectores muy específicos, jóvenes profesionales, parejas sin hijos, artistas, homosexuales. Sofisticados urbanitas que huían del aburrimiento de los suburbios y exigían cultura a grandes niveles: museos mediáticos, grandes exposiciones, restaurantes exóticos, tiendas de diseño. Su llegada provocó lo que se ha acabado conociendo como gentrificación: aumento del precio de la vivienda, expulsión de los antiguos residentes.

La periferia, repleta tras la crisis del petróleo de ruinas industriales y barriadas adyacentes depauperadas, fueron superadas por compañías que se deslocalizaban aún más lejos; por lo que la periferia fue ocupada por empresas medianas, que huían de la ciudad pero no podían irse tan lejos, formando complejos de trabajo, polígonos donde cohabitaban diversidad de industrias.

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Los nuevos suburbios

Las ciudades, más que expandirse, estallaron. El termino megalópolis ya no las recogía: éste hacía referencia a ciudades que habían ido creciendo y se habían unido unas a otras, suma de ciudades; el sociólogo François Ascher propuso uno nuevo, metápolis («más allá de la ciudad»).

Su reflexión partía de la constatación de que las urbes ya no crecían por dilataciones, como en el caso de las megalópolis, que era resultado de la fusión de áreas metropolitanas colindantes, sino por la incorporación a su funcionamiento de zonas lejanas y no limítrofes. (…) El resultado era la metápolis, una galaxia de ciudades cuyas actividades económicas estaban tan integradas y cuyos principios organizativos dependían de sofisticadas redes infraestructurales, un territorio profundamente urbano donde convergían tejidos urbanos, entornos naturales y zonas agrícolas. (p. 142)

Las dos escalas de la globalización: espacio de los flujos y ciudad dual

El cambio de timón de las ciencias sociales, una vez abandonado el neopositivismo debido a la crisis económica y la pérdida de confianza (incluso en las ideologías) lo lideró Manuel Castells, quien definió los grandes temas de las ciencias sociales metapolitanas: el consumo y la globalización.

El espacio urbano coincide con el espacio de consumo, según Castells. El consumo, principal instrumento utilizado por el capitalismo para autorreproducirse y desactivar la lucha de clases. Por lo tanto, había que dejar de considerar la ciudad como un centro de producción industrial cuyos habitantes eran explotados por las empresas y considerarla como «una unidad de consumo social y espacialmente organizada». [Más sobre este tema en Fantasy City (1998), del sociólogo John Hannigan]

En cuanto al segundo tema, la globalización, Castells (siguiendo la estela de John Friedmann, que publicó en 1986 «The World City Hypothesis»), Castells sostuvo la tesis de que, para desenmascarar las estrategias de producción y difusión tardocapitalistas, era necesario trascender la escala urbana. Lo denominó «espacio de los flujos», un ámbito de producción integrado cuya base eran las redes de la información, ubicuas, y que estaba reorganizando territorialmente el planeta, obviando las fronteras que antes le existían, no sólo físicas, sino las propias de la tecnología que no le permitía manejar volúmenes tan extensos en tan extenso espacio.

La socióloga Saskia Sassen desveló el papel que ocupaba la metápolis en este entramado en su libro La ciudad global. Nueva York, Londres, Tokio (1991). Destacaba la aparente dicotomía entre la descentralización de las empresas y la concentración en grandes ciudades, pero en realidad se debía a que la globalización de las actividades económicas no había ido acompañada de una dispersión similar del capital. Al contrario, éste se había acumulado cada vez más en menos sitios, donde necesariamente debía ejercerse una capacidad directiva altamente centralizada. Ése era el papel de algunas metápolis, a las que Sassia denominó «ciudades globales»: ser la sede de las grandes multinacionales, enclaves dotados de infraestructura y tecnología donde localizar los centros de poder; nodos esenciales en la red.

Una vez que la sociología hubo establecido que el ámbito necesario para el estudio de las ciencias sociales era la escala planetaria, las otras disciplinas la siguieron. En la antropología con Anthony Leeds, «Locality Power in Relation to Supralocal Power Institution», donde renovaba el concepto de «localidad»: cualquier sitio habitado, independientemente de su magnitud, genera sus propias unidades culturales; son los «lugares de la interacción». O la geografía, donde Stephen Graham y Simon Marvin (Splintering Urbanism, 2001) desvelaron que la geografía de las redes de infraestructuras no eran isótropas en las ciudades: unas zonas estaban repletas de conexiones de acceso, mientras que por otras los flujos discurrían sin detenerse (lo que se denominó «efecto túnel»). La ciudad ya no era una unidad espacial: mediante las conexiones, su verdadera magnitud sólo era comprensible a escala global.

El concepto de ciudad de la Escuela de Chicago había quedado obsoleto. Se propusieron términos nuevos (la posmetrópolis de Soja, la Edge City de Joel Garreau, etc) para una nueva realidad, difícil de definir.

Pero dentro de las ciudades también hubo cambios. «Tras dinamitar el Estado del bienestar (la cobertura social de los trabajadores y la estabilidad en el empleo), el tardocapitalismo extendió la precariedad y la desigualdad salarial » (p. 153). El imperio de la clase media se desmoronó y de entre sus escombros surgió lo que Castells denominó «ciudad dual». La obra Ciudad de cuarzo, del sociólogo Mike Davis, popularizó dos temas principales:

  • la lucha por el territorio (hacia el centro urbano)
  • la obsesión por la seguridad (hacia la periferia)

El primer tema hace referencia a la lucha entre los recién llegados a la ciudad, o a alguno de sus barrios, gente pudiente por un lado y oleadas de inmigrantes, por el otro, que se enfrentan a los residentes que se resisten a abandonar su territorio. Por el otro lado, esa lucha encarnizada había convencido a algunos de los más afortunados de la necesidad de huir a enclaves protegidos, lugares con vallas y seguridad privada donde el acceso quedaba restringido y que Davis denominó «archipiélago carcelario».

Richard Florida abundó en el tema en La clase creativa. Por primera vez en la ciudad, se había invertido el polo: antes las ciudades sobrevivían y prosperaban si en ellas se instalaban las empresas; ahora sólo lo hacían si en ellas se instalaba el capital humano que captaba empresas. Hordas de profesores universitarios, científicos, ingenieros, escritores, artistas, arquitectos, analistas… profesiones que el gran capital demandaba y exigía para abastecer su sede. En palabras de Florida:

  • talento, una población altamente educada y formada;
  • tecnología, infraestructuras necesarias para la cultura empresarial,
  • tolerancia, un ambiente social abierto al recién llegado y respetuoso con él.

Pierre Bourdieu ya había tratado el tema en La distinción: criterios y bases sociales del gusto (1979): el espacio social de una persona se componía de un capital económico y uno cultural. Los individuos con similares niveles de mabos compartían habitus, un repertorio de pensamientos, gustos y tendencias, muchos de ellos inconscientes, que conformaban la marca cultural que los posicionaba en el espacio: cómo hablaban, vestían, se relacionaban. Al llegar a una zona, los conquistadores desplegaban su habitus: gimnasios, tiendas de estilo, galerías de arte; de este forma, el habitante tradicional del barrio se sentía cada vez más desplazado, al verse privado de su ecosistema y de aquello que requería para sentirse en su zona.

Sociedad de minorías y estudios culturales: poscolonialismo, género y sexualidad

La «sociedad de masas» quedó reemplazada por una «sociedad de minorías», en palabras de Fredric Jameson en El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (1984), ocasionado por la pérdida de legitimidad experimentada por los partidos políticos, sindicatos, instituciones públicas… lo que Bauman llamaría sociedad líquida. Jameson propuso superar el concepto de clase social, demasiado genérico y abstracto, y sustituirlo por el de grupo social, un conjunto de individuos que se identificaba con una determinada expresión cultural independientemente de su nivel económico.

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Castro: que quede claro qué tipo de barrio es

John Urry acusó al tardocapitalismo de la completa homogeneización que estaba sufirendo el mundo. Lo denominó «mcdonalización», y destacó tres frentes abiertos:

  • las multinacionales, que destruían los gustos locales e inundaban el mercado con productos estandarizados (Starbucks);
  • el mercado global de servicios mediáticos y de comunicaciones (Google);
  • el hardware y software de la industria informática (también Google, Apple, Intel, IBM).

Arquitectónicamente, este proceso cristalizó en los no lugares descritos por Marc Augé: espacios sin identidad ni historia por donde el ciudadano sólo transitaba, siguiendo las reglas, lo que, de algún modo, generaba la posibilidad de disfrutar del anonimato.

Las ciencias sociales se fueron decantando progresivamente hacia los estudios culturales. La premisa era cierta: la mayoría de estudios sociales, geográficos, sociológicos, históricos, los habían llevado a cabo hombres blancos occidentales que habían impuesto, siquiera de forma inconsciente, sus puntos de vista. Surgieron tres corrientes principales:

  • poscolonialismo
  • estudios de género
  • estudios queer
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