Si la primera parte de Espacios del capital. Hacia una geografía crítica, de David Harvey (entradas I, II, III y IV) se centraba en el papel de la geografía y la teoría marxista en los tiempos de la acumulación flexible, la segunda parte reflexiona sobre la aplicación de dicha teoría a la producción del espacio actual.
«La teoría marxista del crecimiento en el capitalismo sitúa la acumulación de capital en el centro de las cosas.» Para ello, son necesarios algunos factores, entre los cuales la «existencia de un excedente de trabajo, un ejército industrial de reserva que pueda alimentar la expansión de la producción»; los «medios de producción necesarios en el mercado», para que todo aquel que pueda invertir obtenga plusvalía; y «la existencia de un mercado». Dado que las tres anteriores, en un mercado capitalista, «se producen bajo el modo de producción capitalista, Marx concluye que el capitalismo tiende activamente a producir algunos de los obstáculos a su propio desarrollo». O, dicho de otro modo: que las crisis son endémicas.
De los cuatro métodos a los que el propio capitalismo recurre para tratar de paliar las crisis (aumento de la productividad, reducción del coste del trabajo, aparición de nuevas líneas de producción rentables y aumento de la demanda), Harvey se centra en esta última y la desgrana a su vez en cuatro subapartados (penetración del capital en nuevas esferas de actividad que amplíen su mercado; crear nuevos deseos y necesidades sociales; facilitar la expansión de la población; y, la que más nos interesa, expandirse hacia nuevas regiones). Es decir: la organización espacial y la expansión geográficas son productos necesarios del proceso de acumulación.
En este punto, Marx no propuso una teoría del imperialismo, sino que elaboró una teoría sobre la acumulación en un modo de producción capitalista «sin referencia a niguna situación histórica particular», mientras que cualquier teoría del imperialismo tiene que hacer referencia, necesariamente, a aspectos históricos.
Antes de avanzar en la teoría, Harvey hace un apunte para tratar la concepción marxista del Estado. Dado que «la producción y el intercambio son inherentemente anárquicos», es necesaria la creación o aparición de un marco que garantice su funcionamiento. «Debido a que el capital es fudamentalmente antagónico al trabajo, Marx considera que el Estado burgués es necesariamente el vehículo por medio del cual la clase burguesa ejerce la violencia sobre el trabajo.» El Estado sirve como vehículo de expresión de los intereses de clase. Sin embargo, y aquí entramos en terreno de Gramsci, «la democracia burguesa sólo puede sobrevivir con el consentimiento de la mayoría de los gobernados, al tiempo que debe expresar un interés específico de la clase dominante» (p. 295) mediante «un sistema político que sólo puede controlar indirectamente». Lejos queda la visión del Estado capitalista como «nada más que una enorme conspiración capitalista para la explotación de los trabajadores», sino un medio complejo donde se entrecruzan diversos intereses. Por ello el Estado vela por un mínimo bienestar de la clase trabajadora, a cambio de obtener la «fidelidad de las clases subordinadas». «Podemos considerar las políticas estatales que estimulan la propiedad de vivienda por parte de la clase trabajadora, por ejemplo, simultáneamente ideológicas (el principio de los derechos de propiedad privada alcanza respaldo generalizado) y económicas (se proporcionan criterios mínimos de cobijo y se abre un nuevo mercado para la producción capitalista.» (p. 296)
Además, y alejándonos de la teoría ahistórica de Marx, cada Estado ha acabado conformado de una determinada manera en función de su situación histórica (Harvey da múltiples ejemplos, de los que citamos sólo algunos: la violenta Revolución Francesa eliminó a la aristocracia feudal, mientras que el proceso mucho más lento tras la guerra civil en Inglaterra permitió la integración de la aristocracia en terratenientes primero y en la estructura de poder industrial después, o la ausencia de sociedades feudales en Estados Unidos, Canadá o Australia, que ha dado estructuras muy diferenciadas a las de Europa).
En el siguiente artículo, Harvey se plantea si existe una «solución espacial» a las contradicciones internas del capitalismo (las crisis de sobreproducción). «Marx, Marshall, Weber y Durkheim tienen en común que dan prioridad al tiempo y a la historia sobre el espacio y la geografía» (p. 345). Marx apuntó que la «historia capitalista está propulsada por la explotación de una clase por parte de la otra», mientras que Lenin modificó la frase por «la explotación de la población de un lugar por la de otro (la periferia por el centro, el Tercer Mundo por el Primero)». Para ello, tuvo que introducir la cuestión del Estado («el concepto fundamental por el que se expresa la territorialidad»). Sin embargo, Harvey rechaza reducir «la idea de las relaciones espaciales y la estructura geográfica a una teoría del Estado».
Para entender la producción de la organización espacial, Harvey recurre al concepto de coherencia estructurada de la producción y el consumo dentro de un espacio dado. «El territorio en el que prevalece esta coherencia estructurada se define en general como el espacio en el que el capital puede circular sin que el coste y el tiempo de movimiento excedan los límites del beneficio impuestos por el tiempo de rotación socialmente necesario.» O, dicho de otro modo, «un espacio de trabajo en el que prevalece un mercado de trabajo relativamente coherente». La coherencia se refuerza con políticas u organización del trabajo, que afectan a todo un territorio, o de modo informal mediante la creación o persistencia de culturas y conciencias nacionales, regionales o locales (p. 350).
Pero también existen procesos que socavan la coherencia «inherentes a las características primordiales del capitalismo». La movilidad del capital, sin ir más lejos, a la búsqueda de un mercado de trabajo más dócil, o la huida de la fuerza de trabajo ante unas condiciones draconianas.
La capacidad del capital y de la fuerza de trabajo para moverse con rapidez y a bajo coste de un lugar a otro depende de la creación de infraestructuras físicas, seguras y en gran medida inmovilizadas. La capacidad para superar el espacio se basa en la producción de espacio. Las infraestructuras necesarias absorben, sin embargo, capital y fuerza de trabajo en su producción y mantenimiento. (…) Una porción del capital y de la fuerza de trabajo totales debe ser inmovilizada en el espacio, congelada en su lugar, para facilitar una mayor libertad de movimiento al resto. (…) Si no se cumple esta condición -por ejemplo, si se genera insuficiente tráfico para hacer que el ferrocarril sea rentable, o si no se expande la producción después de una enorme inversión en educación- el capital y el trabajo invertidos se devalúan. (…)
La coherencia regional estructurada hacia la que tienden la circulación del capital y el intercambio de fuerza de trabajo bajo restricciones espaciales tecnológicamente determinadas tiende a su vez a ser debilitada por las poderosas fuerzas de la acumulación y la sobreacumulación, el cambio tecnológico y la lucha de clases. La capacidad debilitadora depende, sin embargo, de las movilidades geográficas del capital y de la fuerza de trabajo; y éstas dependen, a su vez, de la creación de infraestructuras fijas e inmovilizadas cuya permanencia relativa en el paisaje del capitalismo refuerza la coherencia regional estructurada que está siendo debilitada. Pero entonces la viabilidad de las infraestructuras se pone a su vez en riesgo mediante la acción de las movilidades geográficas que éstas facilitan.
El resultado sólo puede ser una inestabilidad crónica en las configuraciones regionales y espaciales, una tensión dentro de la geografía de la acumulación entre la fijeza y el movimiento, entre la creciente capacidad para superar el espacio y las estructuras espaciales inmovilizadas que hacen falta para dicho fin. Deseo resaltar que esta inestabilidad es algo que ninguna cantidad de intervencionismo puede curar (…)
El capitalismo lucha perpetuamente, en consecuencia, por crear un paisaje social y físico a su propia imagen y exigencia, para sus propias necesidades en un momento determinado en el tiempo, sólo para ciertamente debilitar, desestabilizar e incluso destruir ese paisaje en un momento posterior en el tiempo. Las contradicciones internas del capitalismo se expresan mediante la remodelación y recreación continua de paisajes geográficos. Éste es el son al que la geografía histórica del capitalismo debe bailar incesantemente. (p. 353-354)
En consecuencia, «todos los agentes económicos (…) toman decisiones sobre la circulación de su capital o el despliegue de su fuerza de trabajo en un contexto marcado por una profunda tensión entre separarse e irse a donde la tasa de remuneración sea más elevada, o quedarse, apegados a compromisos pasados para recuperar valores ya materializados.» Esta tensión es la que permite a Harvey integrar «la historia de la dinámica capitalista ofrecida por Marx con la geografía de la dinámica capitalista presentada por Lenin».
Ello no quita, sin embargo, para que el Estado siga siendo un sujeto esencial en la geopolítica, debido a los intereses de sus ciudadanos, a su autoridad, su capacidad sobre la moneda o la política de un territorio o incluso debido al nacionalismo de cada espacio. Sin embargo, el predominio es el regional, alianzas efímeras para influir y obtener rédito de un territorio concreto, aunque a menudo reforzadas por los intereses estatales.
Estas alianzas se extienden también a países enteros, a veces en forma de colonización. Entonces el país original debe escoger entre convertir el territorio en un súbdito (Inglaterra y la India), del que puede obtener cierto rédito económico pero que mantienen sometido, o en una colonia más o menos libre (Estados Unidos), de la que podrá obtener un rédito mucho mayor pero a la que, tarde o temprano, es posible que deba enfrentarse. Sucedió entre Inglaterra y Estados Unidos y ahora lo vemos en la pugna entre China y Estados Unidos; y tal vez en el futuro se dé entre China y la nueva fábrica del mundo, África (lo vimos en esta noticia). Harvey lo denomina «crisis de desplazamiento»: «es como si, habiendo intentado aniquilar el espacio mediante el tiempo, el capitalismo comprara tiempo para sí mismo a partir del espacio que conquista».
6 comentarios sobre “Espacios del capital (V): la producción capitalista del espacio”