Título: Modernidad Líquida.
Autor: Zygmung Bauman.
Año de publicación original: 2000, Polity Press, Cambridge.
Edición leída: Fonde de Cultura Económica, 2003.
Traducción: Mirta Rosenberg, en colaboración con Jaime Arrambide Squirru.
Vamos directos al capítulo 3, titulado Espacio/Tiempo, a la página 102.
<<Según la definición clásica de Richard Sennett, una ciudad es «un asentamiento humano en el que los extraños tienen probabilidades de conocerse» [Richard Sennett, The Fall of Public Man]. (…) Los extraños se encuentran de la manera que corresponde a los extraños; un encuentro entre extraños no se parece a un encuentre entre familiares, amigos o conocidos -es, comparativamente, un desencuentro-. En el encuentro entre extraños no se retoma el punto en el que quedó el último encuentro, ni se recuentan las pruebas y tribulaciones o las alegrías del ínterin, ni hay recuerdos comunes: no hay nada en qué basarse ni que seguir en el curso del encuentro presente. El encuentro entre extraños es un acontecimiento sin pasado. Con frecuencia es también un acontecimiento sin futuro (…), una historia que, sin dudas, no «continuará», una oportunidad única, que debe ser consumada plenamente mientras dura y en el acto, sin demora y sin postergaciones para otra ocasión.
<<De ello se desprende que la vida urbana exige un tipo de habilidad bastante especial y sofisticada, toda una familia de habilidades que Sennett consignó bajo el rótulo de «civilidad». «Usar una máscara es la esencia de la civilidad.» [Sennett, íbid].
Por ello, el entorno urbano debe ser un lugar «civil», para permitir (y fomentar) el desarrollo de la civilidad. Entorno civil, entiende Bauman, significa un lugar donde las personas puedan comportarse como personas públicas, «lugares donde no se las inste, presiones u obligue a quitarse la máscara y «soltarse», «expresarse», confesar sus sentimientos íntimos y exhibir sus pensamientos, sueños preocupaciones más profundos» (p. 104). Lugar civil es, pues, el espacio público.
Sin embargo, hoy en día la mayoría de espacios públicos, sigue Bauman, pertenecen a una de dos categorías, ambas se apartan del modelo ideal de espacio civil en dos direcciones opuestas aunque complementarias.
La primera se ejemplifica con La Défense de París, un lugar enorme, inhumano, que no invita al paseo ni la estancia ociosa. «El visitante de La Défense advierte de inmediato que se trata de un lugar inhóspito: todo lo que está a la vista inspira respeto pero desalienta la permanencia. (…) Estas fortalezas/ermitas herméticamente selladas están en el lugar, pero no pertenecen a él…» (p. 105).
Me viene a la mente el Fórum de Barcelona: igual de amplio, con espacios enormes de cemento, rodeado por edificios de cristal y sin nada que hacer allí.
La segunda categoría de espacio público pero no civil está destinada a prestar servicios a los consumidores o, más bien, a convertir al residente de la ciudad en consumidor, es decir, los centros comerciales. Pensemos (vuelvo a Barcelona) en Diagonal Mar, L’Illa, Glòries, Las Arenas o Gran Via 2, o en todos los que han ido brotando a su alrededor: Mataró Park, Splau, Vilamarina, Ànec Blau, formando un anillo. Los ciudadanos no ejercen como tal, y ni siquiera son lugares de paso: se podría pensar en Portal de l’Àngel, donde existe la misma aglomeración de tiendas, pero ahí está la calle, se puede ir de paso, se puede transitar de un lugar a otro: fuera de los establecimientos sigue siendo un espacio público. No es así en los centros comerciales: los pasillos son lugares de tránsito de una tienda a otra, de tiendas a cines, de cines a restaurantes. No son lugares colectivos: las compras son individuales, y «los encuentros, inevitables en un espacio atestado, interfieren con el propósito». El lugar, de hecho, está protegido para evitar interrupciones: no son bien recibidos los que no gasten, los que paseen, los ociosos; incluso se los considera sospechosos de algo que atente contra el correcto uso de esos lugares.
Además, y aquí Bauman vuelve a Sennett, se crea una falsa sensación de comunidad: con las puertas cerradas a la diferencia y la otredad, con el acceso garantizado sólo a los que cumplen las reglas y van a consumir, a gastar, a realizar esa experiencia individual donde no habrá sobresaltos y donde todo está pactado y previsto de antemano, no sea que el usuario deba salir y pueda contemplar su máscara de consumidor desde fuera; «la trampa, no obstante, es que el sentimiento de identidad común es una falsificación de la experiencia». No hay desconocidos, en el sentido de que nadie se aparta de la norma: hay distintos niveles de semejanza que refuerzan la experiencia y la validan.
«Claude Lévi-Strauss, el más grande antropólogo cultural de nuestro tiempo, señaló en Tristes trópicos que a lo largo de la historia humana se emplearon dos estrategias para enfrentar la otredad de los otros: la antropoémica y la antropofágica.» (p. 109)
La primera, la «émica» consiste en «vomitar«, expulsando a los otros sin más: cárceles, deportaciones, asesinatos, pero también guetos, acceso selectivo a espacios, simplemente especial atención por las fuerzas de seguridad.
La segunda estrategia. «fágica» consiste en la denominada «desalienación» de sustancias extrañas, es decir, digerir o devorar lo que de extraño hay en el otro para convertirlo en algo idéntico, no diferenciable, del cuerpo que lo devora. La primera estrategia eliminaba al otro, la segunda elimina su otredad. La Defénse, el Fórum, son estrategias émicas del espacio público: apartan al ciudadano, le dejan claro que no forma parte, que ahí, a menos que tenga algo concreto a realizar, no es bienvenido, porque no hay nada que lo retenga ni atraiga; si acaso, es sospechoso por decidirse a permanecer. Los centros comerciales son fágicos: convierten al ciudadano en consumidor, dócil, controlable, directo a los sitios en los que se le ha preparado la experiencia para que la disfrute como debe; sin sobresaltos ni encuentros, sin generar problemas ni otredad.
A estas dos respuestas dadas por la modernidad a la existencia del espacio público se suma una tercera, los denominados no-lugares. Pronto trataremos el libro de Marc Augé, pero avanzamos por ahora la definición: «Un no-lugar es un espacio despojado de las expresiones simbólicas de la identidad, las relaciones y la historia: los ejemplos incluyen aeropuertos, autopistas, autónomos cuartos de hotel, el transporte público.» (p. 111).
Finalmente, se incluye el concepto de Jerzy Kociatkiewicz y Monika Kostera de los «espacios vacíos«, lugares a los que no se les adscribe sentido alguno. No tienen que estar necesariamente vacíos físicamente, sino vacíos de sentido. Bauman lo explica con un ejemplo: al visitar una ciudad de Europa, lo fue a recoger en coche la hija de un colega, y se disculpó por lo mucho que tardarían en llegar a la ciudad, pero es que había que dar una vuelta muy larga. Al volver, Bauman tomó un taxi, y tardó menos de diez minutos: porque el taxista, simplemente, se metió por callejones, barrios pobres, lugares que probablemente la hija del colega evitaba por inercia, que no contemplaba como espacios que transitar. Es sólo un ejemplo: la pobreza puede vaciar un lugar, que sigue lleno, pero de seres cargados de otredad, ajenos; pero es el cambio social en general, la distancia; incluso puede provocarse, y ello nos lleva a la gentrificación.
«La esencia de la civilidad, repetimos, es la capacidad de interactuar con extraños sin atacarlos por eso y sin presionarlos para que dejen de serlo o para que renuncien a algunos de los rasgos que los convierten en extraños. La característica esencial de los lugares públicos pero no civiles -pertenecientes a las cuatro categorías ya enumeradas- es la redundancia de la interacción. Si es imposible evitar la proximidad física, tal vez se la pueda despojar de su cualidad de «unión», con su permanente invitación al diálogo y a la interacción.» (p. 113).
Excelente analisis. No conocia el lugar en Barcelona pero buscandolo y viendo imagenes y descripciones en foros se entiende la referencia. La frivolidad de estos paisajes urbanos de vidrio y concreto nos aleja de los otros y nos despoja de nuestra propia esencia
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