Sociología Urbana 04: Lefebvre, Castells, Harvey

A lo largo de los años 50 y 60 del siglo XX surgen nuevos retos en las ciudades que la sociología de la época no consigue explicar. Por un lado, el Estado del Bienestar occidental ha conseguido domar bastante a la fiera de lucha de clases, convirtiendo por un lado a los obreros en propietarios (de casas, de pisos, de coches) y por el otro proletarizando a las clases medias profesionales (deflación de títulos universitarios, aumento de nichos laborales de cuello blanco mal pagados…). Por ello, dicotomías como propietarios – no propietarios no sirven para explicar ni la sociedad urbana ni la sociedad en general. Además, no dejan de surgir nuevos movimientos sociales, como Mayo del 68, donde son los estudiantes, y no los obreros, los que encabezan una revolución, o los movimientos contraculturales (hippies, beat generation) o los movimientos vecinales, que son transversales y no tienen su origen ni en la clase ni en la ideología sino en el hecho de compartir un mismo espacio.

Además, muchos de los procesos tradicionalmente considerados por la sociología como propios de las ciudades se dan en otros entornos, no necesariamente urbanos pero tampoco directamente rurales; lo urbano se expande, diríamos en palabras actuales. Pero hizo falta una Nueva Sociología Urbana para abordar todos estos hechos, desarrollada especialmente en la Francia de finales de los 60 y los 70 y de tendencia bastante cercana al marxismo, centrada sobre todo en dos nombres: Henri Lefebvre y Manuel Castells. Este será el tema central de la cuarta entrada que dedicamos a recorrer el libro de Francisco Javier Ullán de la Rosa Sociología urbana: de Marx y Engels a las escuelas posmodernas. Recordemos que ya hemos visto los precursores de la disciplina, la Escuela de Chicago y la era del urbanismo.

La primera parte del capítulo lo dedica Ullán de la Rosa al estudio de los neoweberianos, como Ray Pahl, Peter Saunders, John Rex y Robert Moore. La base de sus estudios es que el espacio «es intrínsecamente desigual, pues por mucho que se quiera negociar o luchar, dos personas o grupos no pueden nunca ocupar el mismo espacio al mismo tiempo». Por ello, se centrarán en los modelos de asignación y distribución de los recursos espaciales, con especial atención al Estado y su mecanismo burocrático. Sin embargo, y pese a que luego otros autores neoweberianos revisaron sus propias teorías, están muy atadas al momento en que fueron desarrolladas (los años 60 y principios de los 70), por lo que la crisis económica del 73, con la ola de privatizaciones, recortes al Estado del bienestar que la siguió y primeras oleadas de la globalización, dejaron obsoletas sus conclusiones.

01
Lefebvre, francés

Henri Lefebvre, nacido en 1901, era un «viejo luchador de izquierdas». Se afilió al Partido Comunista en 1928, participó en la resistencia en la Segunda Guerra Mundial y al terminar el conflicto dio clases de filosofía en un instituto para pasar, en 1961, a la universidad, primero en Estrasburgo y a partir de 1965 en la Universidad de París X, en «una zona de banlieue erizada de grands ensembles«. Uno de sus estudiantes fue Manuel Castells, otro Guy Debord. Por entonces, para alcanzar la universidad en Francia había que pasar por la educación secundaria; teniendo en cuenta que no se enseñaba sociología en los institutos, los universitarios de dicha disciplina habían pasado todos por dar clases de filosofía, lo que les imponía un deje a sus estudios que el propio Castells (nacido más tarde, y que por lo tanto ya no tuvo que pasar por la etapa de profesor y saltó directamente a la universidad) les reprochará.

Lefebvre no es, como será Castells, ni metodológico ni especialmente riguroso; ni falta que le hace. En 1961 publica La crítica de la vida cotidiana, donde propone una liberación que escapa de la que proponían por entonces las izquierdas del momento: Lefebvre aboga por una liberación del «control cultural impuesto, de la cultura estandarizada, a través de la imaginación y la creatividad». El libro tuvo una influencia fundamental en la creación del Movimiento Situacionista de Guy Debord» (p. 218).

A partir de 1967, Lefebvre, que vivía en el centro de París, empieza a sentir en sus carnes el peso de la gentrificación de la capital francesa y de su afán «museístico» por convertirse en referente internacional con las construcciones del mercado de Les Halles y el Museo Pompidou, «una operación a gran escala que pretendía museificar el centro y atraer nuevos residentes adinerados y turistas, y que Lefebvre interpretó como el impulso final a la «banlieusización» de las clases menos pudientes, como el ataque final a toda una cultura, que era también la suya, centrada en el barrio histórico.» De ese interés nacieron tres obras enormes: El derecho a la ciudad (1698), La revolución urbana (1970) y La producción del espacio (1974).

El argumento central de Lefebvre desarrolla lo ya apuntado por Chombart o los sociólogos críticos del suburb americano: que el espacio es un producto social, basado en ciertos valores y que la producción social del espacio urbano es fundamental para la reproducción del sistema social en su conjunto (en el caso contemporáneo, del sistema capitalista).

[…] El espacio es un elemento clave en la producción y reproducción del sistema capitalista. Hay que estudiar no sólo cómo el sistema capitalista produce capital sino también cómo produce y reproduce el espacio, cómo los intereses de clase colonizan y mercantilizan el espacio, usando y abusando del espacio construido, manipulando ideológicamente los monumentos, conquistando barrios enteros.

Cada economía política produce un cierto tipo de espacio. La ciudad antigua, por ejemplo, no puede entenderse como una simple aglomeración de gente y edificios en el espacio: tiene su propia práctica espacial. Si cada sociedad produce su propio espacio entonces una sociedad que no lo haga será una anomalía. […] El urbanismo racionalista es la gran bestia del viejo sociólogo, como lo había sido de Chombart. Lefevbre lo acusa de totalitario, al imponer transformaciones sin consultar a nadie, de haber desfigurado la ciudad, confundiendo racionalidad con funcionalidad, de aniquilar los lazos sociales y las identidades. El urbanismo se ha convertido en una fuerza de producción, como la ciencia. Una de las formas de generación de plusvalía es ahora el mercado inmobiliario. Lo que él llama el «circuito secundario del capital» (el primero sería el capital industrial). El espacio físico de las ciudades se ha convertido en objeto de explotación. El espacio ha sido mercantilizado, creado y destruido, usado y abusado, se ha especulado sobre él y luchado sobre él. Traslada al espacio la metáfora marxiana de la fetichización de la mercancía. Igual que el trabajo queda deshumanizado, alienado de sus circunstancias concretas al medirse únicamente en términos de su valor económico, lo miso sucede con el espacio: aparece la noción abstracta de espacio en el que este existe al margen de su individualidad, teniendo como única dimensión su valor real o potencial en el mercado (Lefevbre, 1970).

Lefevbre criticó el abandono a que se habían sometido los centros urbanos históricos; sin ellos no podía haber ciudad. Los suburbs, los banlieus o los New Towns eran una forma de «urbanismo desurbanizado y un episodio espacializado de la lucha de claes: el nuevo urbanismo implicaba la expulsión de la clase obrera de la ciudad hacia los grands ensembles periurbanos». Pero también criticó la forma como se estaban recuperando los centros, museificándolos para disfrute de la burguesía y «convertido paulatinamente en su espacio exclusivo de reproducción económica y, sobre todo, simbólica, purgado ya de sus clases obreras».

Pero la solución de Lefebvre no pasaba por volver a un pasado idealizado; proponía un nuevo humanismo, «el ser humano tiene necesidades antropológicas que el urbanismo no ha tenido en cuenta: la necesidad de imaginario, de sentido». Por ello Lefevbre reclamó el derecho a la ciudad, entendiendo por esto la ciudad histórica, compacta, bullendo en su caldo denso de relaciones sociales, de creatividad cultural y de referentes históricos e identitarios. Pero la ciudad para todos y no sólo para unos pocos.» (p. 221) Una ciudad que dé valor al espacio público, a la red de relaciones, al encuentro, a la importancia del lugar para generar identidad.

02
Castells

El otro gran nombre de la sociología urbana (no sólo de la época, sino en global) es Manuel Castells. Se doctoró en Sociología en 1967, compartió departamento con Lefebvre en Nanterre, donde vivió Mayo del 68 (aunque él tampoco participó). En 1969 se convirtió en el director del Seminario de Sociología Urbana de la École de Hautes Etudes en Sciences Socials, donde publicó varias obras colectivas con su equipo, y en 1979 pasó a trabajar para la Universidad de California, donde comenzó una etapa que lo alejó del marxismo de su época francesa y que dio lugar a su celebérrima teoría de los flujos, que analizaremos en el siguiente capítulo.

Si Lefebvre era un filósofo, Castells es un sociólogo metódico y académico. Siguiendo los pasos de Althusser, Castells se cuestiona los fundamentos de la sociología urbana tal como se había entendido hasta el momento y los desmorona uno a uno. Para él, «la afirmación de que el espacio es un factor causal de las relaciones sociales es meramente ideológica. La relación causal entre espacio y sociedad es un a priori que no se sustenta con los datos. Es, en resumidas cuentas, pura ideología.» (p. 223) Por ejemplo, respecto a la idea de que existía una cultura urbana propia en el suburb americano, Castells demuestra con estudios que no es así, sino que sus características se deben a que dicho espacio se formó por una migración selectiva de un segmento de la estructura social (las clases medias blancas profesionales) que ya tenían dichas características cuando habitaban en el centro de las ciudades.

El espacio es, para Castells, un producto del modo de producción dominante en la sociedad. Y, por lo tanto, no es la ciudad la que crea un tal o cual estilo de vida o proceso social: es la estructura de la economía política en la que está inserta la que lo hace. (p. 225)

Castells invierte el orden causal de la ciudad: primero se heterogeniza la sociedad y luego surge la ciudad. Es la propia dinámica del capitalismo la que acaba superando la autonomía de las ciudades medievales al necesitar un aparato mayor para gestionar sus infraestructuras y recurrir al Estado-nación.

Entonces, si la ciudad no tiene una especificidad concreta, ¿cuál es el objeto de la sociología urbana? Toda formación social necesita reproducir sus fuerzas productivas, tanto los medios de producción como la fuerza de trabajo. Es la relación que establecen los trabajadores no sólo con sus bienes y el consumo sino con los valores culturales en los que habitan y que hacen, por ejemplo, que acepten «esta relación desigual, jerárquica e injusta como algo normal, como un hecho natural» mediante la ideología de forma explícita (propaganda) o implícita (el proceso de socialización). En las ciudades, lugar de residencia de la mayor parte de esa fuerza de trabajo, el aparato del Estado no se limita a medrar en las relaciones de consumo, los bienes de primera necesidad o las relaciones culturales: también es, desde los años 50, el impulsor último de las políticas urbanísticas, el que decide dónde (y cómo) reside esa fuerza de trabajo. «Los grandes desarrollos urbanos, financiados por el Estado, son una herramienta que opera simbióticamente con los grandes conglomerados monopolísticos para fomentar su crecimiento.»

Aquí es donde cobra importancia el papel de las ciudades: el sistema de ciudades, más que las ciudades de forma individual, tienen «un papel esencial en el funcionamiento de la economía política, del sistema en su conjunto». Ese será el objeto de estudio de la sociología urbana a partir de entonces; ése, y la ciudad como lugar de consumo y como lugar donde se dan prioritariamente los movimientos sociales en torno a dicho consumo. Precisamente, los movimientos urbanos serán uno de los objetos de estudio de Castells, junto con las nuevas formas de urbanización de las ciudades del Tercer Mundo.

Entre Lefebvre y Castells se desató un debate que duró años y abarca las tres obras del filósofo y algunas del español en la que Lefebvre le reprochaba a Castells su falta de compromiso político. Para Castells el espacio era sólo un lugar de producción, consumo o intercambio, mientras que para Lefebvre el espacio es también una fuerza productiva, como el capital y el trabajo. Incluso cuando un espacio está vacío su control es disputado por el poder económico, argumentará, porque puede ser potencialmente usado para alguna actividad productiva. «Por esta y otras razones las relaciones espaciales son siempre una fuente constante de conflicto social y necesitan ser analizadas en sus propios términos y ni ninguneadas, como hacen los althusserianos, como un mero reflejo de los conflictos generados por el proceso de producción en sí mismo.» (p. 233) El conflicto de clase también se proyecta en la dimensión espacial, dirá Lefebvre; y el espacio es en sí mismo un objeto de consumo, y no sólo el lugar donde se realiza el consumo, como ponen de manifiesto la industria del turismo.

03
Harvey, profético

El otro gran nombre de la sociología urbana marxista es David Harvey, pese a que se trata de un geógrafo británico que ha realizado la mayor parte de su carrera en Estados Unidos. Su primer libro, Social Justice and the City (1973), empieza denunciando los estudios de la Escuela de Chicago como mantenedores del statu quo, y por lo tanto conservadores. En la ciudad de Baltimore, donde llevó a cabo sus estudios Harvey, el 66% de la población del centro histórico de la ciudad son afroamericanos que no han podido subirse al tren de la escapada a los suburbs. Las causas, según Harvey, eran tres:

  • el racismo institucionalizado como instrumento ideológico;
  • el redlining, del que hablamos en la entrada anterior, que consistía en considerar diversas zonas de la ciudad como de alto riesgo (el centro donde vivían las poblaciones pobres, en general negras) y por ello limitarles la capacidad de recibir créditos bancarios;
  • el blockbusting, que es la práctica de dejar morir a los edificios del centro con potencial para convertirse en sedes de oficinas mediante la total ausencia de inversión en ellos para que sus habitantes actuales se marchasen.

Harvey describe la existencia de una clase verdaderamente poderosa de propietarios que consiguen «retener el valor del suelo» creando una situación perfecta para maximizar sus beneficios. Por ello denuncia que los intereses del capitalismo no están regulados por una mano invisible sino a través de estrategias deliberadas de obstrucción del mismo para conseguir ese máximo beneficio posible. Dejando, por el camino, gran cantidad de víctimas en forma de desplazados o personas que veían sus viviendas desvalorizadas. Estos especuladores financieros, a los que Harvey bautizó con las siglas FIRE (Financial, Insurance and Real Estate) juegan un papel esencial en la conformidad de la estructura residencial de la ciudad. «El espacio urbano es el escenario de la última fase de evolución de la lucha de clases, mucho más compleja que las anteriores». Ya en sus obras de 1982 y 1985, Harvey avisaba de las prácticas del capital inmobiliario de crear una burbuja enorme de deuda mediante el crédito barato que, cuando estallaba, no salpicaba a todos por igual, sino a los que habían sido los últimos en subirse a ella. Teniendo en cuenta la crisis de 2008, sus palabras parecen proféticas.

El paisaje físico de la ciudad capitalista se caracteriza, pues, por estar sometido a ondas cíclicas de devaluación/revaluación, crisis y auge especulativo, decadencia y deterioro (en absoluto espontáneos sino guiados por mecanismos del sistema) y renovación bajo nuevas formas (el vehículo de una nueva ola de acumulación). (p. 243)

Este movimiento no dejará de crecer a partir de la crisis económica de 1973, cuando el estado del bienestar empezará a adelgazar y las ciudades a competir entre ellas en el mercado global por atraer y afianzar el nuevo capital global mediante la creación de infraestructuras bussiness-friendly. Todo ello, en la siguiente entrada.

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