Cultura y simulacro, Jean Baudrillard

Jean Baudrillard fue un filósofo y sociólogo francés, especialmente conocido por su concepto de hiperrealidad, que desarrolló en el ensayo de 1981 Simulacro y simulación (traducido al español como Cultura y simulacro). Hemos tratado el tema de la hiperrealidad (o de la precesión del simulacro antes que la realidad) en diversas ocasiones en el blog (por citar las más relevantes: La an-estética de la arquitectura, de Neil Leach; Urbanalización, de Francesc Muñoz, y también en Aprendiendo de Las Vegas). Como sucedía con la obra del también pensador francés Guy Debord La sociedad del espectáculo, Cultura y simulacro es difícil de resumir sin diluir sus contenidos.

«La precesión de los simulacros» empieza con una referencia al cuento de Borges de El hacedor en el que el Imperio, en su búsqueda del mapa exacto, acabó generando uno tan grande como el propio Imperio; un mapa que al final, perdido su sentido, dejaron decaer y pudrirse de modo que sus jirones cubrían los territorios del Imperio.

Hoy en día, la abstracción ya no es la del mapa, la del doble, la del espejo o la del concepto. La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al mapa ni le sobrevive. En adelante será el mapa el que preceda al territorio —PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS— y el que lo engendre, y si fuera preciso retomar la fábula, hoy serían los jirones del territorio los que se pudrirían lentamente sobre la superficie del mapa. Son los vestigios de lo real, no los del mapa, los que todavía subsisten esparcidos por unos desiertos que ya no son los del Imperio, sino nuestro desierto. El propio desierto de lo real. (p. 9-10).

Es un ejemplo que ya hemos puesto en otras ocasiones. Las cafeterías de los parques temáticos, por ejemplo, o de las zonas turísticas, simulan una cafetería italiana: manteles a cuadros blancos y rojos, buen pan regado con aceite de oliva, pasta, pizzas y tal vez camareros estridentes que gesticulen con la mano. Cuando los turistas, conocidas ya las «cafeterías italianas», acuden a Italia, esperan que las cafeterías allí sean como las que ya han visto; y éstas, para satisfacer su demanda y no provocar su enfado, acatan y se convierten. De modo que las cafeterías italianas, que eran las cafeterías que había en Italia, acaban simulando algo que no eran: las cafeterías italianas creadas en el resto del mundo a imitación de un ideal inexistente. Eso es la hiperrealidad.

Disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia. Pero la cuestión es más complicada, puesto que simular no es fingir: «Aquel que finge una enfermedad puede sencillamente meterse en cama y hacer creer que está enfermo. Aquel que simula una enfermedad aparenta tener algunos síntomas de ella» (Littré). Así, pues, fingir, o disimular, dejan intacto el principio de realidad: hay una diferencia clara, sólo que enmascarada. Por su parte la simulación vuelve a cuestionar la diferencia de lo «verdadero» y de lo «falso», de lo «real» y de lo «imaginario». El que simula, ¿está o no está enfermo contando con que ostenta «verdaderos» síntomas? Objetivamente, no se le puede tratar ni como enfermo ni como no–enfermo. La psicología y la medicina se detienen ahí, frente a una verdad de la enfermedad inencontrable en lo sucesivo. (p. 12)

Ahí yace el verdadero problema de la simulación: no permite una distinción clara con la realidad; la aniquila. «Al contrario que la utopía, la simulación parte del principio de equivalencia, de la negación radical del signo como valor, parte del signo como reversión y eliminación de toda referencia.» Se forman cuatro fases sucesivas o capas de realidad:

  • la primera «es el reflejo de una realidad profunda»; es una buena apariencia que pertenece al orden del sacramento;
  • la segunda «enmascara y desnaturaliza una realidad profunda»; es una mala apariencia y es del orden de lo maléfico;
  • la tercera «enmascara la ausencia de realidad profunda»; juega a ser una apariencia y pertenece al orden del sortilegio;
  • la cuarta «no tiene nada que ver con ningún tipo de realidad, es ya su propio y puro simulacro»; ya no corresponde al orden de la apariencia, sino al de la simulación.

Vienen a la mente las palabras de Amalia Signorelli que recogíamos hace nada: el objeto de la etnología del siglo XIX, el auténtico salvaje, ya no existe: era una producción, un simulacro. «Es pues de una inocencia mayúscula el ir a buscar la etnología entre los salvajes o en un Tercer Mundo cualquiera, porque la etnología está aquí, en todas partes, en las metrópolis, entre los blancos, en un mundo completamente recensado, analizado y luego resucitado artificialmente disfrazándolo de realidad«.

Baudrillard ve simulacro en las obras que son copiadas para que las visiten los turistas sin dañar al original. Él habla de las grutas de Lascaux, pero podemos citar la Dama de Elche o las cuevas rupestres de Altamira. Como la mercancía, que debe estar expuesta, también los restos del pasado deben quedar a la luz, desterrado todo secreto. «Las momias no son consumidas por los gusanos sino que perecen al trasladarlas desde el ritmo lento de lo simbólico, dueño de la podredumbre y de la muerte, al orden de la historia, la ciencia y el museo». Los intentos de devolver a los lugares originales aquellas obras artísticas que fueron saqueadas aún añaden otra capa de simulacro: léase la devolución del Museo Británico de sus obras a Egipto o Grecia; ¿qué realidad subyace bajo esa reconstrucción? «Constituye el simulacro total que recupera la «realidad» mediante una circunvolución completa» (p. 27)

Celebration, el pueblo de Disney donde puede usted vivir

«Disneylandia es un modelo perfecto de todos los órdenes de simulacros entremezclados.» En ella se reúnen la Isla del Tesoro, el Mundo Futuro, la Frontera… ya empezando por su logo: el simulacro de un castillo alemán. Disneylandia es «un microcosmos social», los valores americanos exaltados por la miniatura y el dibujo animado. «Disneylandia es presentada como imaginaria con la finalidad de hacer creer que el resto es real, mientras que cuanto la rodea, Los Ángeles, América entera, no es ya real, sino perteneciente al orden de lo hiperreal y de la simulación. No se trata de una interpretación falsa de la realidad (la ideología), sino de ocultar que la realidad ya no es la realidad y, por tanto, de salvar el principio de realidad.» No es casualidad que Los Ángeles, la ciudad del cine y el travelling, esté rodeada por estas «centrales imaginarias». Nos hablaba hace poco Félix de Azúa en La arquitectura de la no-ciudad de un parque temático situado a las afueras de Nueva York donde se reproducen todos los hitos de la ciudad americana; y es mucho más agradable visitarlos allí, encapsulados, limpios, controlados, que en la realidad, llenos de turistas y, en definitiva, de lo urbano.

La política, la sociedad misma, se hallan hundidas en el simulacro (Baudrillard cita el escándalo Watergate: al convertirlo en escándalo, en algo que debe ser denunciado y sacudir a la sociedad, se crea la ilusión de que el resto, la política, la ley, son reales). Si usted simula un robo y es descubierto, ¿cómo explicará a la seguridad que se trata de un hurto simulado? Además, ¿no existen acaso los delitos por «engañar» a la policía? «La ley es un simulacro de segundo orden mientras que la simulación pertenece al tercer orden, más allá de lo verdadero y de lo falso.»

Pues, en definitiva, el capital es quien primero se alimentó, al filo de su historia, de la desestructuración de todo referente, de todo fin humano, quien primero rompió todas las distinciones ideales entre lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, para asentar una ley radical de equivalencia y de intercambios, la ley de cobre de su poder. (p. 51-52)

El capital erradicó toda equivalencia real entre producción y riqueza; y desde entonces trata de solapar esa destrucción «secretando realidad» y multiplicando los signos. «Aquello que toda una sociedad busca al continuar produciendo, y superproduciendo, es resucitar lo real que se le escapa. Por eso, tal producción «material» se convierte hoy en hiperreal.» Podríamos pensar fácilmente en lo que vende todo paquete turístico y todo viaje al extranjero, toda estancia en un balneario o un Airbnb: experiencias. Algo único que puede usted sentir… al igual que el resto de los consumidores que paguen el precio.

Afirmarse (Baudrillard no entra en las redes sociales, claro; a saber qué diría de ellas), por ejemplo, compartiendo una imagen en negro para referir que uno está «a favor» (?) del #blacklivesmatter no deja de ser una simulación; al igual que lo es su opuesto, estar en contra, reconocerse racista. Y, de nuevo paradójicamente, aquí Baudrillard ve la llegada del socialismo: a través de la muerte de lo social. «… el poder del que hablamos, no siendo más que el objeto de una demanda social, será objeto de la ley de oferta y la demanda y no estará ya sujeto a la violencia y a la muerte». No se engañen: el trasfondo de Amazon es la violencia, con que trata a trabajadores y competidores; pero su poder es el de la demanda mundial. Análogo papel el de la política, decidida a venderse para ser consumida como un producto más, sólo que uno que se consume (¿gratuitamente?) en una votación cada cuatro años (y volvemos a la Psicopolítica de Byung-Chul Han). «La ideología no corresponde a otra cosa que a una malversación de la realidad mediante los signos, la simulación corresponde a un cortocircuito de la realidad y a su reduplicación a través de los signos.»

El ensayo acaba tratando otros temas: el de la familia Loud, que fue filmada durante 7 meses bajo la premisa de que «actuaban como si no hubiese cámaras» y que se desintegró tras el rodaje; de nuevo, nos quedamos con las ganas de conocer la opinión de Baudrillard sobre programas de telerealidad como Gran Hermano y todos los sucedáneos que se han dado; el del grupo de países con armas nucleares, donde la simple pertenencia es lo que los disuade de usarlas «(como la sindicación en el mundo obrero) borra rapidísimamente toda veleidad de intervención violenta». Recordemos que Baudrillard vaticinó, y corroboró tras lo sucedido, que «la Guera del Golfo no había sucedido«.

El Centro Pompidou

El segundo ensayo se titula «El efecto Beaubourg» y se refiere al Centro Pompidou en París, del que hemos hablado en otras ocasiones y que se hizo famoso por mostrar en la fachada las tuberías y conductos normalmente reservados al interior de los edificios. ¿Qué proclama este edificio? El reciclado, el flujo, la pura transmisión, la velocidad: es una muestra de la fluidez de nuestras relaciones sociales (Vida líquida, Modernidad líquida); «esto, Beaubourg-Museo quiere ocultarlo pero Beaubourg-armazón lo proclama». Para tan singular edificio, ¿qué habría que poner en su interior? «Nada. El vacío que habría significado la desaparición de toda cultura del sentido y del sentimiento estético. Pero esto es aún demasiado romántico y desgarrador, semejante vacío habría valido aún como obra maestra de la contracultura.»

Pero la propia pregunta ya no tiene sentido: «cualquiera de sus contenidos es un contrasentido y se ve anticipadamente negado por el contenido».

Y no obstante… si alguna cosa debería haber en Beaubourg tendría que ser una especie de laberinto, una biblioteca combinatoria infinita, una redistribución aleatoria de los destinos mediante el juego o la lotería —en suma, el universo de Borges— o quizá las Ruinas circulares: un encadenamiento de individuos soñados los unos por los otros (no una Disneylandia del sueño, un laboratorio de ficción práctica). Una experimentación de los distintos procesos de la representación: difracción, implosión, encadenamientos y desencadenamientos aleatorios —un poco como en el Exploratorium de San Francisco o en las novelas de Philip Dick— en definitiva, una cultura de simulación y de fascinación, y no la de siempre de producción y de sentido: he aquí lo que podría ser propuesto que no fuera una miserable contracultura. ¿Es ello posible? No aquí, evidentemente. Pero este tipo de cultura se está haciendo por ahí, en todas partes y en ninguna en concreto. En adelante, la única verdadera práctica cultural será la de las masas, la nuestra (se acabó la diferencia) es una práctica manipulatoria, aleatoria, de laberintos de signos, que ya no tiene sentido. (p. 89)

«Beaubourg es un monumento de disuasión cultural». Entendida la cultura como lugar (sea o no físico) de reflexión casi personal, de exposición a la dialéctica, todos estos centros y museos que surgen a día de hoy como colofón, normalmente, a una ejecución inmobiliaria (recordemos las palabras de Manuel Delgado: «la cultura», entendida como lugar donde se consume algo cultural, es siempre lo que da pátina de «legalidad» o normalidad a los barrios gentrificados). El propio éxisto del lugar lo entierra, pues son las masas, su número, su deseo y voluntad de verlo y manipularlo todo; los museos esconden un simulacro de cultura, una cultura mercantilizada. «Es preciso que la masa de consumidores sea equivalente u homóloga a la masa de los productos. La confrontación y la fusión de estas dos masas que se dan tanto en el hipermercado como en Beaubourg, hacen de éste algo muy distinto de los lugares tradicionales de la cultura. Aquí se elabora la masa crítica, más allá de la cual la mercancía deviene hipermercancía y la cultura hipercultura.»

El cuarto de los ensayos del libro, «El fin de lo social», prosigue este tema con tres posibles hipótesis:

  • 1) lo social jamás existió;
  • 2) lo social existió, existe y, de hecho, lo inviste todo. Sin embargo, lo que entendemos por social es lo anecdótico, lo anormal, «el caso»; ¿qué hay en las páginas de sociedad de los periódicos o revistas, qué hechos pueblan las redes sociales? Asesinatos, inmigrantes, delincuentes, el juego, sátrapas que venden sus miserias. «Poniendo bajo la rúbrica de «Sociedad» a las categorías residuales, lo social se designa a sí mismo como el resto
  • 3) lo social existió pero ya no existe. Convertido en nodos de realidad, los ciudadanos (conectados a una realidad alterna e hipersimulada mediante sus smartphones, habitando ciudades múltiples y devenidos más territoriantes de espacios que habitantes de ciudades); ¿siguen siendo socius, la base de lo social? «Lo hiperreal es la abolición de lo real no por destrucción violenta, sino por asunción, elevación a la potencia del modelo.»
  • 4) La implosión de lo social en las masas.

Y esta cuarta hipótesis es la que trata en el tercer ensayo, «A la sombra de las mayorías silenciosas», de la que nos quedamos con una reflexión: » El espacio político es el comienzo del mismo orden que el teatro de máquinas del Renacimiento, o del espacio persepectivo de la pintura, que se inventa en el mismo momento. La forma es la de un juego, no de un sistema de representación». En el siglo XVIII, y sobre todo tras la Revolución Francesa, lo social inviste lo político y es dominado por los mecanismos representativos, como sucede con el teatro: se convierte en un espacio representativo. «La escena política se convierte en la de la evocación de un significado fundamental: el pueblo, la voluntad del pueblo, etc.» Es decir, pasa a trabajar sobre un sentido y empieza a querer ser transparente, a moralizarse, a responder al ideal de una buena representación. Se mantuvo equilibrado durante un tiempo («corresponde a la edad dorada de los sistemas representativos burgueses») y con el pensamiento marxista «se inaugura el fin de lo político». «Lo social venció.» ¿El resultado? Las masas.

Anuncio publicitario

12 comentarios sobre “Cultura y simulacro, Jean Baudrillard

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s