Espacio público y exclusión social, video de Manuel Delgado

Siempre es un placer volver a los orígenes del blog. Manuel Delgado, uno de los autores que más veces nos ha acompañado, y también el causante indirecto, con sus lecciones sobre lo urbano en la asignatura Antropología Cultural, de la existencia de este blog, reflexiona en el siguiente video sobre algunos de los temas esenciales de la antropología urbana. Llegamos al vídeo buscando información sobre David Lagunas, autor del último libro que reseñamos, El quehacer del antropólogo.

Manuel Delgado empieza la reflexión con dos temas esenciales. El primero, la consideración, ya presente en el Turner de La selva de los símbolos, de que todo transeúnte es un ser liminar, es decir, está en tránsito entre un estado y el siguiente y, por lo tanto, flota en una especie de duermevela, un estado en el que no está definido y es, por lo tanto, pura potencialidad. Esa potencialidad se percibe en cualquier calle, donde la multitud está siempre a punto del estallido, y nos recuerda de hecho la reflexión sobre las fiestas populares del propio Delgado en Ciudad líquida, ciudad interrumpida: que tal vez la fiesta, la exaltación y el estruendo sean el estado natural de la sociedad y la civilización, el urbanismo, la fachada con que se cubre esa communitas.

Y la siguiente reflexión, presente en Lefebvre: que el objetivo del urbanismo sea, tal vez, cubrir lo urbano. Recordemos que Lefebvre definió lo urbano como las relaciones que se establecen, como «la realidad social compuesta por relaciones que concebir, que construir o reconstruir»; los vaivenes del día a día. Recordemos también que, de los cinco ámbitos específicos que generan interrelaciones en la ciudad (hogar y parentesco, aprovisionamiento, ocio, relaciones de vecindad y tráfico) los dos que Hannerz consideraba específicos de la ciudad eran el segundo y el quinto, es decir: los modos de producción y acceso a los bienes y el tráfico entendido como la interacción entre usuarios que obedecen, o se articulan, alrededor de una reglas comunes. Lo urbano, pues, no es lo que sucede en la ciudad, sino una serie de interrelaciones que se producen, sobre todo, en la ciudad, pero que se pueden extender de forma indefinida. Por ejemplo: a lo largo de las vías del tren de un cercanías, donde las normas de conducta son las de lo urbano; y todos sus usuarios, al llegar al mismo pueblo, dejan atrás ese estado magmático y vuelven a su identidad no urbana.

Sin embargo, Delgado no llegó a la antropología urbana mediante estudios específicos: empezó con el hecho religioso, y de esa asignatura ha sido profesor durante 30 años. Precisamente en lo urbano es donde vuelca esa mirada, y recordamos también una de las frases que más citaba en sus clases: Il faut des rites, de El principito. Los ritos son necesarios. Los ritos marcan el paso del día a día, la relación específica entre individuo y sociedad. Los ritos celebran la llegada de un nuevo individuo (bautizo) y su despedida (funeral), el cambio de estatus social (bodas) y rodean con especial importancia toda aquella liturgia de la que se envuelve el poder: la sala de un juicio, una recepción en un ministerio.

Tras una reflexión sobre el valor de algunos conceptos, a los que nos asimos como si fuesen estables («no hay mucha diferencia entre creer en la democracia o en un culto a los ovnis», puesto que en ambos casos se cree en algo intangible, impalpable, cuya existencia viene dada por la fe personal en su propia existencia; o las palabras de Marx sobre que el valor de los objetos era que se convertían en fetiches, pues precisamente ahí, surgido de «la oscuridad de las religiones», es donde se puede hallar la explicación; o, como pregonaba el propio Manuel en sus clases, «lo sagrado es un añadido a la realidad»), tras toda esta reflexión sobre los conceptos, decíamos, Delgado presenta un concepto muy en boga que cada cual define a su manera: el espacio púbico.

«Una calle es una calle. Básicamente es una abertura entre volúmenes construidos por la que circulan los elementos más intranquilos, y con frecuencia más intranquilizantes, de la vida urbana; quizá es lo urbano mismo.» Donde, en general, vemos gente transitando y donde, de vez en cuando, pasan cosas. ¿Eso es el espacio público? No. Cuando una madre le dice al hijo que se vaya a jugar, le dice: «vete a la calle», no «al espacio público». El espacio público era un concepto de la filosofía política, no del urbanismo. La propia Jane Jacobs (a la que Delgado elogia al afirmar que todo su discurso no es más que una nota a pie de página de la gran urbanista americana) no habla en Muerte y vida de las grandes ciudades americanas jamás de espacio público; pero sí, y mucho, de las calles. O Lefebvre en La producción del espacio, que sólo usa el concepto «espacio público» precisamente para afirmar que tal concepto no puede existir, en tanto que «espacio accesible a todos».

¿Qué es, entonces, el espacio público? La definición de Goffmann es que es aquel lugar en el que se llevan a cabo una serie de interacciones con personas que pueden ser más o menos conocidas o desconocidas y la serie de normas implícitas que cada uno aporta a ese «escenario» (recordemos: para Goffman, todos actuamos). [Dice Delgado: «la indiferencia mutua es una forma de pacto social».] La de Hannah Arendt y Jürgen Habermas, que lo conciben como un dominio teórico: el lugar donde las personas se reúnen de forma libre y conforman el pensamiento (reduciendo mucho su explicación), algo así como un ágora (más para Arendt que para Habermas, que si acaso lo confinen a las tertulias de intelectuales en cafés); pero, en ambos casos: es un lugar que no existe físicamente. Tercera acepción: espacio público como lugar de titularidad pública, en oposición a espacio privado o individual. Pero lo son las calles, las estaciones, las playas y los bulevares, sí; también los museos, las facultades y los ministerios, los juzgados y las comisarías.

La proliferación del concepto «espacio público» en los últimos 30 años entre los urbanistas y los arquitectos ha supuesto la superposición del concepto «hiperconcreto» de las calles y las plazas y el concepto ético y político de «lugar de reunión», discusión e incluso igualdad; más aún, lugar de debate, orden y civismo; lo que jamás han sido las calles. El lugar concebido, en definitiva, para la «sociedad civil», algo que Marx ya reprochó a Hegel como «mediciones», espacios donde se supone la existencia de una neutralidad y lugar posible de debate entre pares o grupos antagónicos que firman una tregua temporal.

Delgado denuncia la apropiación de las calles y la suspensión o criminalización de lo que en ellas sucede por parte de unos poderes ávidos de excluir a todo aquello que disienta de su concepto de normalidad y de vender la ciudad como parte de un paisaje o decorado del que obtener el mayor rédito posible; algo que hemos leído innumerables veces en el blog como museificación, disneyficación o reexplicación de la historia pero a lo que tal vez le podamos poner el nombre más concreto de «creación de espacios para las clases creativas» o, aunque sea un concepto más concreto, gentrificación.

Aquí entra la concepción de espacio público como «espacio de la clase media»: en Barcelona no se puede ir por la calle sin camiseta, porque los extranjeros que venían a disfrutar del verano y la sangría daban «mala imagen»; pese a que la normativa española no prohíbe, por ejemplo, el nudismo. En esencia, se quieren calles pobladas por una clase media homogénea en la que algunos siempre serán parias (inmigrantes, prostitutas, drogadictos) salvo que pueda demostrar, apariencia mediante, su adhesión a la clase media.

«La maldición de espacio púbico es que como es un concepto metafísico no es un es, es un deber ser. Y como no sea lo que debe ser, automáticamente cualquier cosa que desmienta, cuestione, matice o simplemente niegue esa evidencia de que es lo que debería ser, será expulsada.»

¿El causante? El neoliberalismo, que, a diferencia del viejo liberalismo, «que quería la desaparición del Estado», no sólo no la quiere sino que reivindica al Estado que convierta sus calles en un espacio seguro y confortable donde dedicarse al consumo, porque no deja de ser una economía basada en la terciarización y la provisión de servicios. «La calles es el espacio de los encuentros… y de los encontronazos. Es el espacio de y para el conflicto. En el espacio público oficial, en cambio, el conflicto es inconcebible, puesto que en él sólo caben quienes estén en condiciones de confirmar la ficción de un terreno neutral de iguales.»

«Las ciudades, en manos de las finanzas globales». Conferencia de Raquel Rolnik

Conferencia dada por Raquel Rolnik en el CCCB en julio de 2017 en el ciclo de conferencias sobre la ciudad. Aquí podéis ver el vídeo completo. Raquel Rolnik es arquitecta y urbanista brasileña. Ha trabajado tanto en el sector privado como el público, y tiene diversos libros sobre el tema de entre los que destacamos La guerra de los lugares. La colonización de la tierra y la vivienda en la era de las finanzas de la editorial descontrol.

La tesis principal es que estamos bajo un nuevo poder colonial desde finales de las décadas del siglo pasado. Este nuevo poder colonial se llama finanzas globales. El uso del término «colonización» no es baladí: implica tanto la dominación territorial como la cultural. Dicha colonización tiene un único objetivo: la obtención de renta mediante la abertura de nuevas fronteras que sean capaces de generar interés para el capital.

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Rolnik habla de este capital como un «wall of money», un muro de dinero que levita sobre el planeta y busca lugares sobre los que descender para someterlos y extenderse. Recuerda al concepto de Bauman de el capital flotante o el gran capital, una suma de dinero y las personas que lo van siguiendo que no viven en ningún lugar y exigen que cada ciudad les tenga preparado un «puerto» o lugar donde poder establecerse y con similares características en todas las ciudades. Una de las características de este wall of money es que circula en paraísos fiscales donde no paga impuestos; además, teniendo en cuenta que aproximadamente el 80% de los beneficios que obtiene no son para reinversión, sino para entregar dividendos a sus accionistas, se tiene un capital enorme que no repercute positivamente en la población y que sólo busca expoliar.

Se trata de capital desterritorializado, no vinculado con población ni territorio. Y una de las inversiones que ha captado últimamente es la de los inmuebles, cambiando el concepto tradicional de «bien raíz», es decir, establecido, y que hoy en día ha perdido su sentido y se ha convertido en capital también flotante mediante la operación de «titulización«: transformar un espacio construido en un equivalente en un papelito, un bit, información en la nube. Un ejemplo actual de esto es el caso de las viviendas de protección oficial de Madrid que el equipo de Ana Botella vendió al fondo buitre Blackstone a un precio inferior al del mercado, pero Rolnik pone como ejemplo los centros comerciales: fundados por compañías de fondos y con accionistas que sólo esperan obtener réditos de ellos.

La ventaja de estos centros es que los fondos buitre pueden invertir o desinvertir en ellos con un simple gesto, en función de si obtienen beneficios o si existen sitios en los que la inversión es más rentable. Algo así sucedió en Barcelona, donde llegaron de repente grandes fondos de inversión y los ciudadanos de la calle se encontraba de repente compitiendo con grandes jeques, grandes fondos de inversión tejanos, etc. Estos fondos se pueden permitir inversiones a grandes plazos: aunque ahora mismo un edificio no les sea rentable, lo pueden mantener aparcado, vacío, a media construcción, etc, a la espera de que el mercado los revalorice. De nuevo, el ejemplo del gran parque inmobiliario a manos de los bancos que hay en España a la espera de que los precios suban o de que los clientes acepten hipotecas que sólo concede cada banco para la compra de sus propios pisos. Además, su único objetivo es obtener beneficio, con lo que subirán los alquileres o venderán a otros fondos sin tener en cuenta las repercusiones para los ciudadanos.

Hay otros ejemplos, como los barrios sin titularización oficial existentes en América Latina, enormes extensiones a las afueras de las ciudades donde vivían multitud de personas pero que fueron arrasados para ofrecerlos a los grandes inversores.

El siguiente paso en esta cadena de obtención de beneficios pasa de la posesión de las viviendas a la gestión del espacio: smart cities. Productos unificados y construidos en cadena, mismos espacios en distintas ciudades: la hegemonía de los productos inmobiliarios sometidos a la misma lógica del capital. «Las ciudades se transforman en paisajes para la renta y no para la producción y reproducción de la vida que era la ciudad del capitalismo fordista.»

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Y todo este proceso surge de una esfera pública, mediada políticamente, hacia un espacio privado, mediado por corporaciones. La utopía de la autoregulación del capitalismo ha perdido su sentido y ha quedado demostrada como mentira: la gestión política se ha sometido al mercado. Todos los procesos que Rolnik ha explicado hubiesen sido imposibles sin la complicidad de las estados: al permitir el capital flotante, al permitir las inveresiones en vivienda e inmueble, desregularizando la necesidad de la estabilidad de los ciudadanos, incluso financiando estas operaciones (de nuevo: las viviendas de protección oficial que compró Blackstone fueron levantadas con dinero público).

Por suerte, existen cada vez más movilizaciones y resistencias contra esta colonización.

El aumento de las ocupaciones, tanto de vivienda como de espacio público, son tácticas esenciales, experiencias de prefiguración de nuevas formas de organizar la sociedad, de toma de decisión, de autogobierno, de gestión de la vida colectiva que son procesos de construcción de lo común; el espacio público no es un lugar, sino un proceso de construcción autónoma y de definición de un destino de lugar que se opone claramente al papel que el lugar ha tenido bajo la colonización de las finanzas. Creo que hoy tenemos una confrontación entre la toma del territorio para extracción de la renta versus la liberación del lugar para permitir que la vida se desarrolle y que la gente pueda vivir. Son procesos colectivos que eventualmente llegan a explosiones y protestas que permiten vislumbrar la potencia, aunque no está claro cuál es el modelo del futuro, cuál es la nueva organización social que vamos a tener; pero cada resistencia contra un desahucio o contra una privatización, cada apropiación del espacio como lugar de la multiplicidad y la libertad es esencial para construir esta otra alternativa al avance de la colonización.

Surge una pregunta del público asistente sobre si existe una diferencia entre el proceso de exclusión generado por esta nueva colonización y el proceso de exclusión generado, por ejemplo, en la ciudad fordista, cuando los que tenían menos debían abandonar el centro por el precio del suelo. Una similitud: en ambos casos la vivienda es una mercancía, tiene un precio, y por lo tanto sólo es asequible a quien pueda pagar ese precio, generando clases de ciudadanos. Una diferencia: ahora en una ciudad ya no compiten los mismos ciudadanos unos contra otros, el inversor por ejemplo contra su trabajador, sino que los ciudadanos compiten con grandes fondos de inversión. Antes el proceso político trataba de equilibrar la situación para no vaciar las ciudades (más o menos en función del signo político de cada gobierno), pero hasta ahora las clases populares tenían algo de fuerza en la gestión de la ciudad que les permitía cierta redistribución. Eso hoy ha desaparecido y el poder de gestión local ha sido casi anulado por una gestión política favorable al capital. Hoy no es posible hablar con, ni convencer al, capital, porque no es un fondo de inversión: es toda una cantidad de ellos; si uno cede, vendrá otro a ocupar su lugar, cuando no están tan inextricablemente unidos que son indistinguibles. Incluso algunos ciudadanos participan de esta gestión: cediendo sus casas a plataformas de alquiler para poder tener una renta adicional, por ejemplo. Esto es lo poderoso de esta hegemonía cultural: que los ciudadanos son cómplices, no les queda más remedio que ser cómplices.

«La estrategia de Margaret Thatcher para imponer el neoliberalismo fue increíble: casi el 40% de todos los pisos o casas a principios de los 70 era vivienda pública, habitada por la clase obrera británica. ¿Qué hizo Thatcher? Vendió los pisos a la clase obrera a gran descuento, por lo que quebraron la base política del partido laboral: a eso siguió congelación de los sueldos y estancamiento del dinero, por lo que tuvieron que usar sus viviendas como moneda para comprar coches, sobrevivir, pagar la educación de sus hijos.» ¿Cuál fue la consecuencia a largo plazo? La crisis de la vivienda actual: los hijos de aquellos propietarios no pueden acceder a la vivienda.

¿Se puede luchar a pie de calle contra esta colonización? Sí, con movimientos de cultura periféricos y asociaciones. Un muchacho de Sao Paulo hablaba a Rolnik de «prototipar el futuro«. La diferencia entre las luchas de la izquierda por sus demandas y sus aumentos de sueldo y contra la privatización de los 70 y «prototipar el futuro» es que los primeros lucharon por poner en puestos de gobierno a personas con la capacidad de liderar esas luchas e implantarlas en la agenda mientras que los movimientos de hoy no intentan crear partidos políticos o entes capaces de llegar al gobierno e implantar desde allí sus ideas, sino que viven en persona formas nuevas de organizarse y vivir. Existe una gran cantidad de trabajadores al servicio del capital, el Big Data y el control de las personas; pero también otra gran cantidad que lucha contra ello no mediante la oposición, sino mediante la búsqueda de nuevas formas alternativas.

Finalmente, Rolnik habla de las complicaciones actuales con las palabras de Franco Berardi: estamos viviendo en el cadáver de un modelo (de Estado, de sociedad, de forma de vida, sobre todo del capitalismo; lo dice por ejemplo en esta entrevista) que da sus último coletazos: es normal que huela mal y sea duro, pero de aquí surgirán los nuevos modelos para el futuro. Pero no hay que caer en la trampa de la supremacía de lo global, con el ejemplo de los 90 (en el que la propia Rolnik admite haber caído) y con el liderazgo de Barcelona. Barcelona se propuso a finales de los 80 y bajo los cambios propiciados por la cercanía de los Juegos Olímpicos como algo más que una ciudad, un estamento superior: se anunció como un lugar en él que valía la pena estar, un lugar donde vivir e invertir; y, tal vez desde la buena fe, pero dio lugar a la competición entre ciudades y a la llamada al gran capital invirtiendo en ciudades (posesión primero, luego gestión) que ha dado lugar a toda la situación actual.