La ciudad global, Saskia Sassen

Hacia los años 70 del siglo pasado, la economía y la ideología asociada a ella empezaron a virar. Si tras la Segunda Guerra Mundial se había tendido hacia una economía keynesiana, basada en cierta socialización de la riqueza (y el surgimiento de lo que se dio por llamar el estado del bienestar), las progresivas crisis económicas de la década de los 70 supusieron un cambio radical que se acabaría llamando neoliberalismo (o acumulación flexible, si lo desean, o tardocapitalismo). Este cambio no surgió de la nada, y muy pronto veremos sus causas (en la reseña de la Breve historia del neoliberalismo de David Harvey), pero una de las esenciales fue el desarrollo de unas nuevas tecnologías que permitían, finalmente, que el mundo fuese una sola unidad económica funcionando a la vez. Si a esas tecnologías le sumamos la progresiva desaparición de las cortapisas al capital, las empresas fueron buscando nuevos lugares donde instalarse y surgieron la deslocalización y la transnacionalización. En esencia, se podía producir desde cualquier parte del mundo y luego transportar la mercancía, por lo que, también en teoría, las ciudades debían perder protagonismo.

Y, en parte, sucedió eso. Recordemos, por ejemplo, la bancarrota que amenazó a Nueva York en 1975 y la respuesta que dio Ford y que encabezó titulares: Drop Dead, es decir, «ahí os quedáis», en traducción libre. Las ciudades ya no eran esenciales. ¿Por qué pagar más dinero por una sede en plena Quinta Avenida si las funciones de control se podían llevar a cabo desde cualquier lugar?

Pero, paradójicamente, si las ciudades se devaluaban por un lado, por el otro cada vez estaban más demandadas. Los barrios centrales, hasta ahora pasto de la desinversión y los guetos, se iban gentrificando. Oleadas de inmigrantes y de trabajadores no cualificados acudían a las ciudades, a trabajar limpiando oficinas o en el sector servicios. ¿Cómo se explicaba esta contradicción?

Pero no sólo existía esta oleada migratoria hacia la ciudad: en el caso de Nueva York había otra, la de jóvenes universitarios recién licenciados con una formación muy alta. Esta oleada no se daba, por ejemplo, en ciudades como Los Ángeles, pero sí en Londres y en Tokio. Una de las primeras personas en fijarse en esta contradicción y ponerla de manifiesta fue la socióloga Saskia Sassen, como vimos en su artículo «La ciudad global, la intermediación y los trabajadores con salarios bajos» (en el dossier El poder de las ciudades). Y son estas mismas observaciones las que la llevaron a escribir uno de los libros esenciales de la temática urbana y donde acuñó un concepto que ya forma parte de nuestro vocabulario: La ciudad global (1991).

The global city. New York, London, Tokyo (leemos la segunda edición, de 2001) es un término que define, según Sassen, a aquellas ciudades que por su volumen o configuración tienen un peso significativo en la economía mundial. Sassen identificó tres: Nueva York, Londres y Tokio, puesto que, entre las tres, abarcaban todos los husos horarios del mundo. La relación entre Londres y Nueva York es evidente; y Tokio se había erigido, durante los años 90, como un coloso enorme desde el que se gestionaban tanto la economía de Japón como la del Sudeste asiático.

A medida que la globalización aumentaba, sin embargo, cada vez se hacía más necesario establecer unas sedes centrales con unos requisitos determinados. Puesto que el control estatal sobre el dinero decrecía, y aumentaba el control corporativo, por un lado; y, puesto que las empresas, debido a su concentración y a lo distinto de sus activos, eran cada vez más complejas y abarcaban más países, surgió la necesidad de establecer unos puntos de control, centralizados, donde hubiese una red de trabajadores muy cualificados y muy especializados: banca internacional, abogados, empresas de publicidad, de gestión de activos… Ése fue, en definitiva, el nicho que ocuparon inicialmente las ciudades globales que podríamos denominar «pioneras».

The growth of global markets for finance and specialized services, the need for transnational servicing networks due to sharp increases in international investment, the reduced role of the government in the regulation of international economy activity and the corresponding ascendance of other institutional arenas, notably global markets and corporate headquarters –all these point to the existence of a series of transnational networks of cities. One implication of this, and a related hypothesis for research is that the economic fortunes of these cities become increasingly disconnected from their broader hinterlands or even their national economies. We can see the formation, at least inicipient, of transnational urban systems. (p. xxi)

La ciudad global trata, como expresa la primera frase del primer capítulo, de cómo la economía mundial ha configurado la forma de las ciudades durante siglos. Cambios en la economía, por lo tanto, conllevan cambios en las ciudades. Sassen se refiere al «desmantelamiento de los antaño poderosos centros de poder industriales en los Estados Unidos, el Reino Unido y, más recientemente, Japón; la industrialización acelerada de diversos países del Tercer Mundo; la rápida internacionalización de la industria financiera en una red global de transacciones» (p. 3). A ello hay que sumarle el cambio de paradigma económico y la desaparición de los acuerdos de Bretton Woods (o, como lo articula Sassen: «la desintegración de las condiciones que soportaban dicho régimen».

«La combinación de la dispersión espacial y la integración global ha creado un nuevo papel estratégico para las grandes ciudades. Además de su larga trayectoria como centros del comercio global y bancario, ahora estas ciudades funcionan de cuatro nuevas maneras:

  • primero, como centros de control altamente concentrados de la economía global;
  • segundo, como lugares clave para las finanzas y las empresas especializadas, que han substituido a la industria como los sectores principales;
  • tercero, como lugares de producción, incluida la producción de innovaciones, en estas industrias punteras;
  • y cuarto, como mercados para los productos e innovaciones producidas.

Estos cambios en el funcionamiento de las ciudades han tenido un impacto enorme tanto sobre la actividad económica internacional como sobre la forma urbana: en las ciudades se concentra el control sobre enormes recursos, mientras la economía y las industrias de servicios especializados han reestructurado el orden social y económico. Debido a ello, ha surgido un nuevo tipo de ciudad. Se trata de la ciudad global. Ejemplos relevantes son Nueva York, Londres, Tokio, Fráncfort y París. Las tres primeras son el objeto de este libro.» (p. 3-4)

La última frase se refiere a la que, probablemente, ha sido la crítica que más se le ha hecho a La ciudad global: el hecho de que, en su momento, Sassen sólo consideró las tres ciudades que dan nombre al libro como ciudades globales. Con el correr del tiempo, sin embargo, ciudad global ha pasado a designar un concepto del que participan muchas ciudades del mundo: el de formar parte de los flujos globales (por citar La sociedad red de Castells) o, simplemente, tener un papel relevante en cualquiera de los muchos aspectos que ahora son globales.

Trough finance more than trough other international flows, a global network of cities has emerged, with New York, London, and Tokyo and today also Frankfurt and Paris the leading cities fulfilling coordinating roles and functioning as international market places for the buying and selling of capital and expertise. Stock markets from a large number of countries are now linked with one another trough this network of cities. In the era of global telecommunications, we have what is reminiscent of the role of an old-fashioned marketplace in each city, which serves as a connecting and contact point for a wide diversity of often distant companies, brokers and individuals.

Furthermore, the book sought to show that in many regards New York, London, and Tokyo function as one transterritorial marketplace. Each market is in an increasingly instituitionalized network of such marketplaces. These three cities do not simply compete with each other for the same business. They also fulfill distinct roles and function as a triad. Briefly, in the 1980s Tokyo emerged as the main center for the export of capital; London, as the main center for the processing of capital, largely trough its vast international banking network linking London to most countries in the world and trough the Euromarkets; and New York as the mian receiver of capital, the center for investment decisions and for the production of innovations that can maximize profitability. Beyond the often-mentioned need to cover the time zones, there is an operational aspect that suggests a distinct transterritorial economy for a specific set of functions.

The management and servicing of a global network of factories, service outlets, and financial markets imposes specific forms on the spatial organization in these cities. The vastness of the operation and the complexity of the transactions, which require a vast array of specialized services, lead to extremely high densities and, at least for a period, extremely high agglomeration economies, as suggested by the rapid building of one high-rise complex after another in all three cities, extremely high land prices, and sharp competition for land. This process of rapid and acute agglomeration represents a specific phase in the formation and expansion of an industrial complex dominated by command functions and finance.

There are two questions at this point. One concerns the durability of an economic system dominated by such management, servicing, and financial activities; the second one concerns the durability of the spatial form associated with the formation and expansion of this industrial complex in the 1980s. (p. 333-4)

Una de las consecuencias de la pugna por el espacio y el aumento de los precios en las ciudades globales es que los negocios medianos no pueden sobrevivir, por lo que acaban siendo substituidos por franquicias, desmantelando la red vecinal y empresarial de la zona; otra, que los trabajadores de medio y bajo nivel no pueden vivir en la zona, por lo que hay, como ya estamos viendo en grandes ciudades y zonas muy turísticas (Ibiza o Mallorca son ejemplos de ello), escasez de personal docente o sanitario; y, por supuesto, los trabajadores no cualificados tienen que hacer viajes cada vez más largos para acudir a sus puestos de trabajo en ciudades centrales.

Surge, también, una nueva clase social que no se identifica exactamente con la anterior élite económica o política: los trabajadores con gran formación que dedican enormes cantidades de horas al trabajo pero que, a cambio, obtienen grandes remuneraciones. Esta nueva clase, a la que poco a poco (durante los 80, sobre todo) se fueron incorporando las mujeres, supone cambios también culturales en las ciudades. Pero la sola existencia de esta nueva clase social no explica dichos cambios.

Concomitantly, we see what amounts to a new social aesthetic in everyday living, where previously the functional criteria of the middle class ruled. An examination of this transformation reveals a dynamic whereby economic potential –the consumption capacity represented by high disposable income– is realized trough the emergence of a new vision of the good life. Hence the importance not just of food but of cuisine, not just of clotes but of designer labels, not just of decoration but of authentic objets d’art. This transformation is captured in the rise of the ever more abundant boutique and art gallery. Similarly, the ideal residence is no longer a «home» in suburbia, but a converted former warehouse in ultraurban downtown. (p. 341)

La distinción entre trabajadores de alto y bajo nivel ya no es sólo por el dinero que recibe cada uno, sino que se convierte en algo cultural; y todo el que aspire a subir de clase debe, por lo tanto, como poco aparentar ser de la clase a la que aspira.

El epílogo del libro sirve para que Sassen refiera algunas de las críticas que se le hicieron a la primera edición, como la de si sólo existían tres ciudades globales o los paralelismos, o diferencias, respecto a la visión del espacio de los flujos de Castells.

The above conditions signal that there is no such entity as a single global city. This is one important difference with the capitals of earlier empires or particular world cities in earlier periods. The global city is a function of a cross border network of strategic sites. In my reading there is no fixed number of global cities, because it depends on countries deregulating their economies, privatizing public sectores (to have something to offer to international investors), and the extent to which national and foreing firms and markets make a particular city (usually and established business center of sorts) a basing point for their operations. What we have seen since the early 1990s is a growing number of countries opting or being pressured into the new rules of the game and hence a rapid expansion of the network of cities that either are global cities or have global city functions –a somewhat fuzzy distinction that I find useful in my research. The global city network is the operational scaffolding of that other fuzzy notion, the global economy. (p. 348; el destacado es nuestro)

En cuanto a las diferencias con Castells, Sassen concreta que, si bien para ella la ciudad global es «una función dentro de una red» (a function of a network), «es también un lugar».

The place-ness of the global city is a crucial theoretical and methodological issue in my work. Theoretically it captures Harvey’s notion of capital fixity as necesary for hypermobility. A key issue for me has been to introdue into our notions of globalization the fact that capital even if dematerialized is not simply hypermobile or that trade and investmed and information flows are not only about flows. Further, place-ness also signals an embeddedness in what has been constructed as the «national», as in national economy and national territory. (…) One could say that I do not agree with the opposite space of flow vs. place. Global cities are places but they are so in terms of their functions in specific, often highly specialized networks. (p. 350)

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