El poder de las ciudades (dossier)

«El poder de las ciudades» es un dossier editado por el periódico español La Vanguardia (Enero/Marzo 2018, núm. 67) que trata, precisamente, de los nuevos retos que afronta la ciudad, concebida ya como un entorno global. Los artículos, escritos por diferentes autores desde perspectivas diversas, abordan el crecimiento de las ciudades, su preeminencia en el mundo globalizado, su posible salto hacia un modelo mayor de gestión política (o el rechazo de pleno a esa idea) así como algunos casos concretos.

El pistoletazo de salida lo da Simon Curtis con «Las ciudades globales y el futuro del orden mundial«. Curtis deja claro que la ciudad global no es un efecto casual ni una evolución necesaria en la historia de las ciudades, sino la confluencia de diversos hechos (a saber: la reestructuración económica tras Bretton Woods, la construcción de un mercado libre global, el hundimiento de la URSS y, por supuesto, el auge de la tecnología) y una voluntad política que, aunque no se hiciese patente, no por ello dejaba de estar presente. Uno de los efectos que ha tenido la presencia creciente de las ciudades como nodos de los flujos globales es, por ejemplo, la puesta en alza de sus líderes políticos, los alcaldes; figuras como Rudolph Giuliani o Boris Johnson, que o bien usaron el puesto como alcalde para dar luego el salto a la política nacional o simplemente se convirtieron en referentes políticos por su posición.

Curtis señala, también, los tres principales problemas que afronta la ciudad global en este principio de siglo:

  • el posible derrumbe de la forma contemporánea de globalización;
  • la debilidad estructural inherente al capitalismo neoliberal;
  • las lógicas rivales de la soberanía estatal y el creciente poder político de las ciudades.

«Si la ciudad global es una criatura del orden liberal, ¿cómo logrará sobrevivir a su derrumbe?» (p. 12), se plantea el autor. Dada una (supuesta, y parece lejana) regresión a Estados proteccionistas que cierren filas sobre su población, las ciudades quedarían, o bien como espacios desgajados, o bien como baluartes de las redes transnacionales; pero para ello deben, claro, afrontar sus contradicciones, como la segregación creciente de sus habitantes, la privatización del espacio, el auge de los suburbios a su alrededor, etc.

Ésa es, de hecho, la segunda amenaza de la ciudad: que concentra las complejidades y las «fuerzas contradictorias del capitalismo de libre mercado». Las ciudades son, por un lado, puntos de gran contaminación, debido a su concentración; pero, por el otro, son también la gran apuesta hacia el uso de energías renovables o nuevas formas de modalidad y convivencia. Lo mismo sucede con algunos de sus barrios, que se encuentran entre los lugares más cotizados del mundo para vivir, y las barriadas donde se hacinan personas pobres destinadas a servir a esa élite; otra de sus muchas contradicciones.

La tercera amenaza o problema creciente es el límite de sus competencias. Se unen aquí dos temas distintos, pero solapados: la retirada del Estado como garante de los derechos de los ciudadanos hacia un Estado empresarial garante del libre mercado, por un lado, y que dejó de lado cada vez mayores de sus deberes (sanidad, educación, acceso a la vivienda) y la creciente concentración de las ciudades. Llegará, pronto, un momento en que algunos Estados deberán lidiar con sus capitales o grandes ciudades, o incluso en que las ciudades, devenidas en megarregiones, reclamarán mayor autoridad sobre todos sus estamentos políticos. Ya existen ciertas autoridades intermedias creadas ex professo para grande urbes como Londres o París (Greater London o la Metrópolis del Gran París, por citar un par de ejemplos), una tendencia que, sin duda, seguirá aumentando y configurará nuevas fuerzas políticas.

En «La ciudad global, la intermediación y los trabajadores con salarios bajos«, Saskia Sassen explica el trasfondo y las diversas investigaciones que la llevaron a elaborar el concepto de ciudad global publicado en el libro del mismo nombre de 1991. Ya en 1980, Sassen observó ciertos cambios en las ciudades. Si, por un lado, éstas llevaban años en decadencia (la casi bancarrota de Nueva York en 1975, sin ir más lejos), por el otro estaban atrayendo a un nuevo tipo de profesional y de empresa: el sector financiero y sus intermediarios.

Tras su fase inicial dominada por fusiones y adquisiciones, la intermediación se ha expandido a un creciente número de sectores. Ello también ha incluido sectores pequeños o sencillos. Por ejemplo, la mayoría de floristerías o cafeterías forman hoy parte de alguna cadena; sólo se dedican a vender flores o café, y es la sede central la que lleva las cuentas, las cuestiones legales, la compra de insumos básicos, etc. En tiempos anteriores, estos pequeños establecimientos se encargaban de toda una gama de asuntos; aunque modesto, constituían un espacio de conocimiento. (p. 29)

Esto supone, claro, la desaparición de las redes vecinales, horizontales y de pequeño calado y su substitución por redes verticales jerarquizadas.

Al darse cuenta de ese doble movimiento (que las sedes empresariales abandonaban las ciudades y los profesionales de clase media se iban a vivir a los suburbios, pero en cambio había un incesante goteo de inmigrantes que iban a la cuidad a buscar trabajo para esos nuevos profesionales de las finanzas y el capital), Sassen descubrió que había otra oleada de inmigración hacia las ciudades: «jóvenes estadounidenses con una gran formación».

Sassen viajó a Los Ángeles y descubrió que ese mismo patrón no se repetía; pero sí lo hacía en otros dos grandes nodos: Tokio y Londres. Y de ahí, claro, su publicación de La ciudad global, algo que en 1991 era sólo una tendencia pero que en los 2000 ya se había convertido en evidencia. Pero el paso de la ciudad a nodo global para los entornos financieros posibilitó, también, su ampliación a otros flujos: desde los agentes convencionales (por ejemplo los museos, que podían aprovechar ese entramado de «nuevos instrumentos legales, contables y de seguros capaces de cubrir transacciones internacionales», p. 31) hasta los contrasistémicos (ecologistas, activistas de derechos humanos) hasta las redes de narcotráfico o crimen organizado.

En tanto que espacio de producción e innovación, la ciudad global genera necesidades extremas. Entre ellas se incluyen infraestructuras modernas que casi inevitablemente se encuentran en un nivel mucho más elevado que los estándares de las mayores ciudades internacionales. Por ejemplo, los centros financieros de Nueva York y Londres tuvieron que desarrollar en la década de 199′ unas clases de infraestructuras digitales muy superiores a las existentes en la mayor parte de esas ciudades. (p. 31)

Y, a modo de conclusión:

La función de la ciudad global se crea, y ese proceso de creación es complejo y multifacético. (…)

Ese proceso de creación no podía tener lugar únicamente en el seno de una compañía o una situación de laboratorio. Tenía que estar centrado en la intersección de diferentes tipos de circuitos económicos globales nacientes con contenidos distintivos, que son variados todos ellos en función de los sectores económicos. Necesita espacios donde profesionales y ejecutivos procedentes de diferentes países y culturas del conocimiento acaben uniendo retazos del conocimiento de unos y de otros, aunque no haya sido ésa su intención inicial. (p. 32; el destacado es nuestro)

Finalmente, Sassen destaca «una infraestructura para asegurar el máximo rendimiento por parte del talento de altos ingresos». Más que hablar de «trabajos con bajos salarios, he descrito esas labores como la tarea de mantener una infraestructura estratégica; y esa infraestructura incluye las viviendas de las clases profesionales de nivel superior que tienen que funcionar como un mecanismo de relojería, sin espacio para pequeñas crisis» (p. 32).

En «Las redes de las ciudades», Peter Taylor aborda un tema que, a menudo, se analiza de forma errónea: el comercio internacional. Según Taylor, la tradicional división en comercio (importaciones, exportaciones) por países es algo que ya ha quedado atrás, por lo que recurre a un nuevo índice que rastrea la comunicación entre pares de ciudades.

… la mayoría de las ciudades del mundo son mucho más viejas que los estados en los que se encuentran. Todo ello presupone cierta sutil sensación de poder, pero no se trata del poder centralizado y manifiesto que exhiben los estados (un poder competitivo sobre otros), sino de una noción mucho más difusa (un poder complementario con otros). Se trata de una concepción reticular del poder, algo más difuso que el simple hecho de percibir las principales ciudades contemporáneas como centros de comando y control de la economía mundial. (p. 34)

Por eso mismo, Taylor huye de la noción de que los alcaldes de las ciudades «gobiernen el mundo, una burda idea que refleja una falta de comprensión de las ciudades y su innata complejidad».

Hay dos formas básicas de describir la geografía de la globalización contemporánea. Según un destacado punto de vista, ha sido generada por una combinación de teoría/ideología y política/práctica económica neoliberal en relación con la retirada del Estado de los asuntos económicos. Realizada de modo voluntario en los países ricos (sobre todo, a partir de la reaganmania y el thatcherismo) e impuesta en los países pobres (condiciones de financiación del Fondo Monetario Internacional), el resultado ha sido una economía internacional más integrada e intensiva. Así, neoliberalismo y globalización suelen verse inextricablemente unidos por medio de esas políticas estatales. Sin embargo, la globalización puede considerarse como mucho más que ese proceso económico internacional específico. De manera más general, está basada en una economía global que es transnacional más que internacional. Según este segundo razonamiento, el neoliberalismo es un medio para conseguir un fin, no un fin en sí mismo. La consecuencia en un locus cambiante del poder en el mundo, una transferencia desde las élites políticas a las élites económicas: vivimos en un mundo corporativo. El neoliberalismo está produciendo una globalización corporativa.

De ahí que los índices sobre comercio «nacional» sean erróneos: el comercio no se produce entre estados, «sino entre entidades comerciales, y cada vez más el flujo ocurre entre grandes corporaciones». Precisamente la búsqueda de nuevas formas de negocio a lo largo del siglo XX llevó a las empresas a esa evolución.

En un inicio, el establecimiento de fábricas tras los muros arancelarios de países extranjeros condujo a las corporaciones multinacionales; el movimiento de la producción desde países con altos salarios a países con bajos salarios condujo a las corporaciones internacionales (por ejemplo, la nueva división internacional del trabajo de la década de 1970); el más sofisticado uso estratégico económico de las fronteras políticas generó las corporaciones transnacionales, que se han transformado en las actuales corporaciones globales. La tecnología clave facilitadora de la globalización final provino a finales de los años setenta de la fusión del ordenador y las industrias de la comunicación, que hizo manejable la estrategia global corporativa en un marco temporal mundial instantáneo. (p. 35)

Para ello la red de investigación Globalización y Ciudades Mundiales (GaWC), que mide la conectividad de las ciudades. No sorprende que la primera sea Londres y la segunda Nueva York (no queremos malpensar por el hecho de que la base del GaWC esté, precisamente, en la capital inglesa) ni que la inmensa mayoría de las 30 primeras relaciones duales entre ciudades incluya, casi en todos sus casos, o a Londres o Nueva York; parece que Tokio, debido a la economía japonesas, ha perdido fuelle respecto a la década de los 90, cuando Sassen la situó en el pódium junto a las otras dos. Sin embargo, esta conectividad sí que permite observar que, de las 30 ciudades globales repartidas por el mundo, hay un clúster central que incluye a las ciudades europeas, las norteamericanas de las costas y las principales ciudades chinas «en una suerte de zona central de la red».

La explicación al papel preeminente de Londres que da Taylor se remonta a la escasez de dólares tras la Segunda Guerra Mundial y la solución a la que se llegó: el eurodólar. Se formó una tríada compuesta por Nueva York (centro financiero), Washington (centro político) y Londres (centro comercial offshore). «Así, Londres se ha desarrollado como plataforma fundamental para la globalización corporativa, y ésa es la base de las enormes externalidades de aglomeración y de conectividad» (p. 40).

Para acabar, enumeramos a modo de lista algunos otros de los artículos que aparecen en el dossier: sin ir más lejos está Castells (aunque son temas ya tratados en el blog en otras lecturas («El poder de las ciudades en un mundo de redes»), se habla del auge de las ciudades chinas («Las ciudades más dinámicas estarán en el este», Jaana Remes y Maria Joao Ribeirinho), se explica la idiosincrasia del caso de Singapur («Singapur, un modelo de éxito», Cecilia Tortajada y Asit K. Biswas), la pugna entre globalidad y localidad en ciertas ciudades norteamericanas («El nuevo localismo: las ciudades estadounidenses ante los desafíos que Washington es incapaz de resolver», Bruce Katz y Jeremy Nowak) o el caso de las ciudades latinoamericanas («Ciudades latinoamericanas: modernización y pobreza», Alicia Ziccardi).

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