Los momentos y sus hombres es una recopilación realizada por Yves Winkin de una serie de textos escritos por Erving Goffman. Ya hemos hablado de este sociólogo en alguna otra ocasión (a propósito de su obra La presentación de la persona en la vida cotidiana). Recordemos, Goffman fue de los primeros sociólogos en interesarse por algo que hoy en día nos parece tan esencial como es la microsociología o las relaciones personales que se establecen entre grupos pequeños cuando interactúan. Al ir a comprar el pan, vaya, o al sentarse en el autobús. El libro que ya analizamos explicaba las conclusiones a las que había llegado Goffman tras residir durante un tiempo en un pueblo algo remoto y estudiar la forma como las personas se relacionaban entre ellas. Más o menos asimilaba esta forma de relación a una exposición teatral donde todo participante era siempre consciente de estar sobre un escenario, es decir, expuesto a una opinión pública, y que actuaba en consecuencia, midiendo sus palabras so pena de incurrir en alguna forma de transgresión social que lo convirtiese en un paria.
Pese a que toda su vida se dedicó al estudio, no hay muchas obras publicadas de Goffman, más dedicado a los artículos que a los libros. La presentación de la persona en la vida cotidiana, Estigma e Internados son sus únicas tres obras traducidas a nuestro idioma, aunque cuenta con apenas un par más en su inglés natal. Estigma trata sobre las marcas que llevan las personas que les impiden partir de un punto inicial similar al de los otros actores (por ejemplo, por pertenecer a una raza distinta a la hegemónica) e Internados retrata las vivencias del autor en un manicomio en el que se internó (sin llegar a dormir en él) para estudiar cómo funcionaba esa microsociedad en la que había dos castas muy diferenciadas: los internos y los funcionarios.
El estudio que nos atañe recoge textos diversos de toda la obra del autor: desde los muy iniciales, donde observamos los primeros apuntes que hizo Goffman sobre la microsociología, hasta los del final de su vida, cuando apuntaba hacia la creación de una teoría más sólida que abarcase todos esos momentos.
El gran éxito de Goffman, creemos, no se debe a ninguna obra en concreto sino a la forma como todo aquello que fue estudiando y descubriendo se ha integrado de forma natural en nuestra sociedad, hasta el punto de que muchas de las cosas que le podemos leer hoy nos parecen obvias; pero, recordemos, alguien tuvo que descubrirlas. Suyo es, también, el mérito de descubrir que todo aquel que abandona su hogar y se pierde en la ciudad está actuando y analizando constantemente a su público, es decir, categorizando a las personas con las que se encuentra en su trayecto. De ahí al baile de disfraces del que hablaba Delgado (o incluso al ballet de las aceras de Jane Jacobs) sólo habrá un paso.
El primer texto de esta antología lo forma el capítulo inicial de la tesis de Goffman.
- Hay orden social donde la actividad distinta de diferentes actores se integra en un todo coherente, permitiendo el desarrollo, consciente o inconsciente, de ciertos fines o funciones globales. (…)
- El que un actor contribuya (a la interacción) es una expectativa legítima por parte de los demás actores, que así pueden conocer de antemano los límites dentro de los cuales el actor se comportará probablemente, y tienen el derecho virtual a esperar de él que se comporte de acuerdo con estas limitaciones. (…)
- La contribución adecuada de los participantes se garantiza o «estimula» por medio de sanciones positivas, o recompensas, y sanciones negativas, o castigos. Estas sanciones aseguran o retiran inmediatamente la aprobación social expresada (…) y apoyan y sostienen la definición de reglas sociales que son a la vez prescriptivas y proscriptivas, que estimulan ciertas actividades y prohíben otras.
- Toda manifestación concreta de orden social debe producirse dentro de un contexto social más amplio. (…) El mantenimiento de esta relación depende del mantenimiento del orden socia en el medio. (…)
- Cuando no se respetan las reglas, o cuando ninguna regla parece aplicable, los participantes dejan de saber cómo comportarse y de saber lo que deben esperar el uno del otro. En el plano social, queda perturbada la integración de las acciones de los participantes, con la consecuencia de desorganización social o desorden social. Al mismo tiempo, los participantes padecen de anomia y desorganización personal.
- La persona que infringe las normas es un contraventor. Su infracción es un delito. El que infringe continuamente las reglas es un desviado.
Y sigue. El séptimo punto regula la ofensa que supone para un espectador esta infracción de las normas, el punto ocho habla sobre el castigo que recibe o merece el infractor, el noveno sobre cómo algunas personas se aprovechan de las reglas en beneficio personal sin llegar a infringirlas. Todas estas normas, si nos paramos a pensarlo, las seguimos de forma inconsciente en la calle, en el metro, en la cola del cine, en un restaurante. Cada lugar tiene normas levemente distintas pero en todos ellos los actuantes lo hacen de la misma forma, evitando la infracción social del mismo modo.

Dos conceptos esenciales que establece Goffman: la working aceptance (traducida como «compromiso de conveniencia») es el punto hasta el que llegarán los actores para evitar «montar una escena». Un ejemplo: en una conversación entre dos personas, a uno de ellos, de forma involuntaria, se le escapa un poquito de saliva que salpica al otro. Aunque los dos se den cuenta, lo más probable es que sigan la conversación como si nada hubiese pasado, porque el hecho de ponerlo de manifiesto es más grave para la continuación de la interacción que el incidente en sí. Las personas, en general, tratan de evitar montar una escena.
Por otro lado, «el empleo de tácticas de ganancia es cosa tan corriente que a menudo es preferible entender la interacción, no como una escena de armonía, sino como una ordenación que permite perseguir una guerra fría. Por tanto, la acogida de conveniencias puede llamarse una tregua momentánea, un modus vivendi que permite atender a las cosas y a los asuntos esenciales.» (p. 97). Dicho de otro modo, lo que toda esta escenificación teatral sostiene no es una armoniosa sociedad donde todo fluye a las mil maravillas, sino un estado salvaje que las personas tratan de mantener soterrado por simple economía y practicidad. Volviendo a Delgado: lo urbano siempre es magmático y está a punto de suceder. Y suceder puede significar fácilmente estallar.
El siguiente texto de la antología es también de la tesis doctoral de Goffman y trata sobre los temas que permiten que la interacción siga sin ponerse abrumadora. En situaciones que requieren levedad, que no pretenden transmitir un mensaje, hay recursos seguros que evitan la incomodidad del silencio, que se puede mantener con los allegados pero no con los simples conocidos. El tiempo, el palique, los cotilleos relativamente sanos, comentarios sobre alguien que ha infringido las normas sociales. Ejemplo: dos personas que, a priori, no se dirigirían la palabra en una cola del supermercado o de un autobús lo pueden hacer si ambos contemplan a un infractor hablando a voz en grito por el teléfono o intentando colarse.

Ya más adelante, y tras un texto sobre las formas en que es representada la mujer en las imágenes publicitarios (muy adelantado a su época, pero que hoy nos dice poco que no se haya estudiado ya mucho más a fondo) encontramos la presentación que el autor iba a leer como presidente del Instituto de Sociología estadounidense, cargo que se le otorgó en el año 1981 y que pudo disfrutar sólo hasta su muerte el año siguiente. No llegó a leer la entrevista por enfermedad, pero quedó escrita como un resumen de todos sus estudios.
La caracterización que un individuo puede hacer de otro gracias a poder observarlo y oírlo directamente se organiza alrededor de dos formas básicas de identificación: una de tipo categórico que implica situarlo en una o más categorías sociales y otra de tipo individual que le asigna una forma de identidad única basada en su apariencia, tono de voz, nombre propio o cualquier otro mecanismo de diferenciación personal.
Los individuos, cuando se encuentran en presencia inmediata de otros, se enfrentan necesariamente al problema persona-territorio. Por definición sólo podemos participar en situaciones sociales si llevamos con nosotros nuestro cuerpo y sus pertrechos, y este equipo es vulnerable a la acción de los demás. (…) De forma similar, en presencia de los demás somos vulnerables a que sus palabras o gestos traspasen nuestras barreras psíquicas y rompan el orden expresivo que esperamos que se mantenga ante nosotros. (Por supuesto, afirmar que somos vulnerables es afirmar también que tenemos a nuestro alcance los recursos para hacer igualmente vulnerables a los demás). (p. 176)
Los cuatro status difusos fundamentales son, para Goffman: edad, sexo, clase social y raza. Todas las personas, en general, pueden ser calificadas en función de alguno o todos de estos parámetros; cuando no es así, se dan situaciones sociales especialmente complejas. De hecho, la mayoría de las personas tratará de evidenciar su posición, o la posición que pretende mostrar, de forma más clara de lo necesario. Es decir: siendo conscientes de que vamos a ser escrutados, no de forma individual, no porque alguien se interese específicamente por nosotros sino por pura necesidad de supervivencia social, lo habitual es que enviemos mensajes claros respecto a quiénes somos y lo que pretendemos en cada situación. Aunque sean falsos.
Aquí reside otra de las normas sociales básicas: la igualdad de trato. En un ámbito determinado se tratará a todas las personas por igual, en función de factores ajenos como puede ser quién ha llegado primero. Veamos una cola para pagar en el super o para entrar en el cine: todos los factores antes mencionados quedan en suspenso y cada cual ocupa el lugar que le corresponde. Pero pueden surgir incidencias: alguien con prisa, o que sólo lleva unos pocos productos, o una persona mayor que no puede estar tanto rato en pie y pide que la dejen pasar. La decisión la tomará la persona cuyo turno le toque en la cola, aunque sea una decisión que afecte al resto, que, en general, delegarán, como forma de disolver la responsabilidad.
Y, si nos permiten, acabamos con las palabras finales del discurso de Goffman:
Creo que todos estamos de acuerdo en que nuestro trabajo consiste en estudiar la sociedad. Si se me preguntara por qué y hasta qué punto, yo respondería: porque está ahí.
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