Tras el anterior artículo donde hablamos del primer capítulo de este libro de Ulf Hannerz, dedicado a la Escuela de Chicago, en el segundo el autor se centra en el que probablemente sea el artículo sobre urbanismo más famoso de toda esa época: «Urbanism as a Way of Life«, publicado por Louis Wirth en 1938 (si le dais al enlace os lo descarga directamente desde Google, 25 páginas de nada).
A diferencia de las sociedades rurales o primitivas, los habitantes de la ciudad no son autosuficientes y dependen unos de otros para satisfacer casi todas sus necesidades.
De manera característica, los urbanitas se encuentran unos a otros en papeles altamente segmentados. Desde luego, dependen de más personas para la satisfacción de sus necesidades vitales que la gente rural, y, por tanto, se asocian con un número mayor de grupos organizados; pero dependen menos de personas particulares, y su dependencia de los demás se limita a un aspecto sumamente fraccionado de la ronda de actividades de esas otras personas. Esto es en esencia lo que se quiere decir con que la ciudad se caracteriza por contactos secundarios más que primarios. Los contactos de la ciudad pueden ciertamente producirse cara a cara, pero son de todas maneras impersonales, superficiales, transitorios y segmentarios. La reserva, la indiferencia, la actitud hastiada que los urbanitas manifiestan en sus relaciones pueden así ser consideradas como mecanismos para inmunizarse contra las exigencias y expectativas personales de los demás (Wirth, p. 12, aunque la traducción es la que da el libro de Hannerz).
«Al no tener un particular interés por los otros como personas completas, los habitantes de la ciudad suelen formarse una idea totalmente racional de sus interacciones, y consideran a los demás como medios para la realización de sus propios fines. Esto puede considerarse una emancipación del control del grupo. Al mismo tiempo, sin embargo, implica una pérdida del sentido de participación que viene de tener una identificación más íntima con otras personas. Ésta se reemplaza, señalaba Wirth (citando a Durkheim) por un estado de anomia, un vacío social.» (p. 76 del libro de Hannerz).

«Dado que los contactos físicos son cercanos pero los contactos sociales son distantes, uno responde al uniforme más que al hombre» (p. 77), y precisamente por eso es tan importante el baile de disfraces del que hablaba Delgado: porque en la ciudad uno se acostumbra a clasificar a las personas por su apariencia, por los indicios que su vestimenta, actuación, forma, nos permite vislumbrar de él; y por ello mismo existen personas estigmatizadas que no pueden esconder su condición, por un lado, y por ello mismo también todos intentamos escamotear a los posibles observadores la verdad más íntima, que percibimos como algo que debemos resguardar so pena de que sea socavada por la percepción ajena.
«Como el urbanita está expuesto a la heterogeneidad de la ciudad y se mueve a través de contactos con diversos individuos y grupos, llega a aceptar la inestabilidad y la inseguridad como normales, experiencia que contribuye a su cosmopolitismo y sofisticación. Ningún grupo tiene su lealtad completa.»
Hannerz le encuentra un par de defectos al artículo de Wirth: por un lado, la concepción que tiene de la ciudad como un sistema prácticamente cerrado; y, por el otro, el hecho de que a veces se confunda la ciudad, en genérico, con Chicago, la ciudad donde centraron sus estudios. «En palabras de Francisco Benet, le prometía a Chicago una posición en los estudios urbanos paralela a la de la familia burguesa de Viena en la psicología freudiana.» (p. 89). El propio Wirth se dio cuenta de que era importante diferenciar entre urbanismo e industrialismo y capitalismo modernos, pero Hannerz cree que el propio Wirth no tuvo muy en cuenta ese punto, al menos, en el artículo del 38.
A continuación Hannerz entra en una clasificación de las ciudades por sus tipos o funciones, y luego detalla la teoría del lugar central de Walter Crhistaller: pongamos por ejemplo que hay un médico para muchos pacientes. La localidad donde esté ese médico se convierte así en un centro de atracción para otras personas. La teoría del lugar central emplea los términos de función (el médico, en este caso) y mercado (los pacientes) y de umbral (el mercado mínimo necesario para hacer viable una función, i. e., los pacientes mínimos que necesita un doctor) y alcance (la distancia a la que una función se puede ofrecer con eficacia; si el doctor está a 100 km o seis horas en coche, maldita la gracia).
Algunas funciones tienen umbrales más altos y alcances más amplios: se requiere un mercado más grande para vender muebles que para vender barras de pan, pero probablemente el mercado está más dispuesto a desplazarse una gran distancia para comprar muebles que para comprar barras de pan, por lo que para cada tienda de muebles habrá muchas panaderías. Se crea así una jerarquía de los lugares centrales: un lugar de primer orden es aquel donde una o más funciones tienen umbrales tan altos que no pueden existir en ningún otro lugar del área; las de segundo orden se sitúan las funciones cuyos umbrales son los siguientes más altos… En la ciudad, donde hay una concentración de funciones, hay también una concentración de personas, pues muchas funciones encarnan en personas.
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