(seguimos el libro Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez).
A finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la historia urbana aún no existía como disciplina, a menudo se abordaba el tema desde dos tendencias distintas: la sociología la usaba como un apéndice a la historia socioecónomica y se preguntaba por la formación de las metrópolis; los historiadores del arte, en cambio, admirando el patrimonio de las ciudades, las abordaban desde el estudio de su morfología urbana.
Hay multitud de ejemplos de esa época: La ciudad antigua (1864) de Fustel de Coulanges; La decadencia de Occidente (1917-22), Oswald Spengler; la ya mencionada La ciudad, de Weber; estudios de morfología de Hugo Hassinger en 1916 sobre Viena o de Walter Geisler en 1918 sobre Danzig.
Hasta la llegada de Marcel Poëte. Poëte vivió en un momento dulce para la llegada de su obra: Francia acababa de aprobar sus primeras leyes urbanísticas (1919 y 1924), por lo que el tema estaba en boga. En su obra monumental en cuatro volúmenes Une Vie de cité. Paris de sa naissance à nos jours (1924-31), Poëte ponía de manifiesto que había sido archivista y director de la Biblioteca Histórica Municipal y recurría a todo tipo de fuentes para rastrear los orígenes y evolución de la ciudad de París, dejando algo de lado el foco en la morfología de la ciudad para comprender los accidentes y devenires que la habían conformado como era. Citando de su entrada en la wikipedia:
In the 1910s and 1920s Poëte developed a new discipline which he called science de la ville and Patrick Geddes called «civics.»[2] Poëte’s writings about Paris and his courses at the EHEU reflect the profound influence of Henri Bergson. He adopted Bergson’s vitalism and his ideas of duration and «creative evolution» in architecture and city plans as opposed to mundane functionalism.[8]
Poëte anticipated a new phase of industrial development in Paris.[9] He viewed a city as an living organism that constantly adapts itself to changes in the economic environment, while retaining relics of the past. He wanted to use the older structures as the basis for a city that was adapted to social needs and that could more easily adjust to industrialization.[10] His writings are full of biological metaphors. He calls the city «a collective human being», a «living organism», with a «natural zoning» based on «the organic needs of a constantly evolving agglomeration.»
La perspectiva tuvo tal éxito que pronto siguieron estudios similares de otras ciudades: Das steinerne Berlin (1930), de Werner Hegemann, o Londres, ciudad única (1934) del arquitecto danés Steen E. Rasmussen.

Los alumnos de Poëte en la École des Hautes Études Urbains, fundada por él y Henri Sellier en 1919 y reconvertida en el Institut d’Urbanisme en 1924, siguieron su estela y su forma de abordar la historia de la ciudad (multitud de fuentes, evolucionismo de la ciudad, morfogénesis).
Uno de ellos fue Pierre Lavedan. «Lavedan fue el autor de la primera historia totalmente generalizante desde el punto de vista espacial y temporal.» (p.41) Histoire de l’urbanisme (en tres volúmenes: Antigüedad y Edad Media: 1926, Renacimiento: 1941 y Época Contemporánea: 1952) abarcaba el urbanismo de todo el planeta desde la antigüedad hasta nuestra época, no sólo en su ejecución sino también en los principios que habían regido en la construcción de las ciudades en cada momento.
El tercer pilar del nacimiento de la historia de las ciudades es Lewis Mumford, un intelectual de tal altura que no se lo puede enmarcar en ninguna corriente. En 1938 escribió La cultura de las ciudades, que abarcaba desde la Europa medieval hasta la América contemporánea. No entramos en más detalle ahora sobre Mumford, porque volverá a aparecer más adelante, saltando de nicho en nicho, con otras de sus obras.
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