V. La megalópolis de los historiadores: Harold J. Dyos, Colin Rowe, Manfredo Tafuri

(Seguimos el libro Teorías e historia de la ciudad contemporánea, de Carlos García Vázquez).

Cerramos el anterior apartado, la metrópolis de los historiadores, hablando de Lewis Mumford y su La cultura de las ciudades, y abrimos éste hablando nuevamente de él y de la publicación de su monumental La ciudad en la historia, donde ampliaba el estudio de la historia de la ciudad a Mesopotamia e incluso hasta el Paleolítico. La ciudad en la historia (que trataremos próximamente) tuvo mucho impacto por dos motivos: el primero, por la visión, poco subjetiva, en la que Mumford dejaba claro lo poco que le gustaba la ciudad actual, según él, abocada al desastre. Por el otro, la poca ortodoxia con la que Mumford recurría a diversas fuentes y las usaba para apoyar en ellas sus opiniones. Fue el último libro de ese estilo: desde entonces, la historiografía urbana se volvió más académica y formal, y figuras como Mumford serían un rara avis.

Se hacía necesaria la creación de un método para la historia. A ello se aplicaron los historiadores, reuniéndose en congresos, especialmente en Reino Unido y Estados Unidos (The Historian and the City en 1961 tras la reunión entre el MIT y Harvard, The Study of Urban History en 1966 tras el congreso organizado por la Universidad de Leicester). La mayoría, sin embargo, trataban de extraer el conocimiento de la morfología urbana, olvidando algo esencial: la economía. Tuvo que llegar Harold J. Dyos a recordárselo.

En Victorian Suburb puso el énfasis e la dimensión constructiva, en los maestros de obra, en los promotores…; en definitiva, en los factores económicos que habían determinado la expansión de la metrópolis, demostración de que Dyos, profesor de Historia de la Economía en la University of Leicester, no estaba dispuesto a prescindir de la historia económica y social. De ella aprendió que las ciudades resultaban de procesos históricos prolongados y trascendentes. Para estudiarlos, la historia urbana debía concatenar casos individuales en una narración lineal y universal; es decir, utilizar el análisis comparativo para construir un discurso generalizante. Esta interconexión de procesos y lugares requería dos niveles de análisis: el de las relaciones entre el espacio urbano y la sociedad que lo habitaba y el del papel de las ciudades en la historia de la humanidad.

A comienzos de los 70, pues, la historiografía urbana ya estaba completa, con lo que se la pudo poner al servicio de sociólogos y arquitectos en su lucha contra el urban renewal, la lacra que estaba arrasando las ciudades con la excusa de convertirlas en lugar de paso de la mayor cantidad de vehículos posible. En la lucha entre ambas visiones, la ciudad del vehículo y la ciudad tradicional, el historiador Colin Rowe y el arquitecto Fred Koetter publicaron Ciudad collage, amparada en la psicología del arte, específicamente en la teoría de la Gestalt, adoptando el método dialéctico entre dos conceptos antinómicos (lleno y vacío, articulación y aislamiento). «Los edificios no debían proyectarse como objetos aislados para ser vistos desde el automóvil, sino como fondo de espacios públicos a escala de observación de peatón.» (p. 100).

Ciudad collage fue un libro visionario. Trasladó a la historia, el análisis y el diseño urbanos el interés por lo complejo y lo incompleto. Rowe apelaba a entender la ciudad como un patchwork de piezas que podían convivir entre sí. Con esta defensa de la colisión y el fragmento daba el primer paso hacia el reconocimiento de la megalópolis como un ente impuro. Tal como había ocurrido con la sociología urbana, también la historia urbana se asomaba al abismo de la posmodernidad.

Finalmente, de la mano de Manfredo Tafuri, se dio el paso de la historia de la arquitectura a la historia del urbanismo. En su libro Teorías e historia de la arquitectura, Tafuri intentaba desenmascarar cómo la historia de la ciudad había estado al servicio de la visión capitalista. En un estudio sobre las ciudades americanas concluía que la metrópolis era «un negocio, una gran máquina injusta, sin valores, segregadora»; y que los arquitectos modernos habían sido sus «ideólogos». De la conjunción entre esta crítica de clase marxista y la teoría urbanística surgió la historia del urbanismo.

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