La gentrificación es el proceso mediante el cual se revaloriza una zona determinada de una ciudad, a menudo habitada por personas de bajo poder adquisitivo y localización relativamente céntrica, y se substituye a sus habitantes por otros de poder adquisitivo superior. El término proviene del artículo «London: Aspectos of Change» de la socióloga Ruth Glass, publicado en 1964, que se refería a la gentry, la pequeña nobleza inglesa que había abandonado la ciudad y a finales de los años 50 y principios de los 60 volvía a las casas victorianas de la ciudad de Londres.
La gran crítica a la gentrificación es que es un proceso natural en las ciudades: se pasa de barrios incómodos, donde abundan las drogas, prostitución y que se percibe como un punto negro de la ciudad, a un barrio saneado donde pasear y disfrutar en una terraza o comprar un helado artesano. Precisamente en este aspecto se centra Lisa Vollmer, socióloga y activista alemana, en Estrategias contra la gentrificación. Por una ciudad desde abajo (2019, Katakrak): la gentrificación forma parte de la producción capitalista de la ciudad. Dicho de otro modo: la connivencia de los poderes públicos, ya sea no actuando (y dando paso libre al capital), ya sea como participante activo (permitiendo inversiones inmobiliarias y dejando morir los barrios para alcanzar la diferencia potencial de renta), es necesaria para la gentrificación. Y sus consecuencias, especialmente para las clases menos pudientes: expulsión y segregación.

Ya descubrimos las fases de la gentrificación en First We Take Manhattan: primero se da el estigma, cuando un barrio se percibe como un punto negro o foco de delincuencia; a él llegan los pioneros, en general artistas o jóvenes estudiantes que buscan un lugar económico y también se sienten atraídos por el potencial del barrio, por las alternativas heterodoxas que ofrece al resto de la ciudad; a partir de aquí, el barrio se revaloriza: aparecen galerías, restaurantes, tiendas gourmet, reseñas en los medios de comunicación, que citan el lugar como aquel que hay que visitar. Cuando las clases más acomodadas se mudan al barrio, los inversores se lanzan a la compra de terrenos o edificios y los reforman para un público de mayor poder adquisitivo. Para cerrar el círculo, los vecinos originales, junto a los pioneros, son expulsados en cuanto no pueden hacer frente al nuevo precio del barrio. A menudo, toda la operación se cierra con el cambio de nombre del barrio (por ejemplo: el Barrio Chino de Barcelona se convierte en El Raval o aparece SoHo, la zona al South de la calle Houston).
La consecuencia más importante de la gentrificación no es el cambio visible de la oferta de consumo en un barrio, sino la expulsión (a veces difícil de ver) de las personas que lo habitan y sus comerciantes. La expulsión no es un efecto colateral de la gentrificación, es su característica principal. (p. 36)
Existen dos tipos de expulsiones:
- expulsión directa: cuando los habitantes pierden el hogar de forma inmediata, ya sea por la venta del inmueble o por el aumento del alquiler;
- expulsión simbólica o expresión desplazatoria: cuando los vecinos abandonan un barrio que ya no les resulta atractivo, en el que sus redes vecinales han desaparecido y en el que no encuentran tiendas adecuadas a su nivel de vida.
A menudo, y puesto que la gentrificación es una rueda que va pasando por la mayoría de los barrios céntricos, los expulsados deben mudarse a una zona alejada de la ciudad, lo que les supone mayor tiempo de desplazamiento hasta el trabajo.
La vivienda es algo esencial: no sólo como ente físico, como lugar donde resguardarse del frío y las inclemencias del tiempo y donde cocinar y dormir, sino también como expresión de la identidad: uno habita un lugar y estructura a partir de él sus relaciones sociales. «La ubicación de la vivienda dentro de una ciudad puede reflejar el estatus social y está ligada a la distribución de recursos públicos.» En el capitalismo, la vivienda se ha convertido en una mercancía que «debe generar retornos». Ya lo denunció Engels en 1873, y además opinaba que no sería posible resolver el problema de la vivienda dentro del capitalismo (avisaba de que la solución capitalista era «expulsar el problema» cada vez más lejos) y lo vimos también en La guerra de los lugares de Raquel Rolnik cuando evidenció el acceso de los fondos de capital e inversión al mercado de la vivienda desde mediados de los años 70 y 80 del siglo pasado.
El geógrafo inglés David Harvey ha denunciado en numerosas ocasiones que «la urbanización y la producción de viviendas son pilares centrales de la acumulación capitalista» (como lo demuestra el hecho de que la crisis de 2007 en Estados Unidos vino propiciada por el mercado subprime de las hipotecas o el estallido de la burbuja inmobiliaria en España en 2008). La teoría del filtro (o efecto goteo) da por sentado que, construyendo inmuebles de alto valor económico, se inicia una cadena de mudanzas que acaba ampliando la oferta del mercado inmobiliario. Esta teoría es falsa por el simple motivo de que la vivienda no es un bien unívoco que uno sólo adquiere una vez en su vida: es también un bien inmobiliario de determinado valor que se puede obtener como fuente de ingresos o incluso mantener como inversión; como quien tiene oro en una caja fuerte. (Recordemos a Ian Brossat en Airbnb. La ciudad uberizada y su estudio sobre cuántos grandes pisos de París no se usan como vivienda, sino como inversión, o como casa de veraneo de las grandes fortunas que visitan a veces un par de semanas al año.)
También fue Harvey quien denunció la evolución del Estado como garante de las necesidades de los ciudadanos (políticas keynesianas) a protector de las reglas de juego del capital. Esto se refleja en el espacio público de las ciudades, a menudo cedido mediante las PPP (sociedades público privadas) a empresas o gestión privada, como sucede en los centros comerciales (y de ahí la arquitectura hostil) o en la reforma de los centros urbanos para convertirlos en lugares agradables, asépticos, adecuados para una creciente clase creativa.
A menudo el enfoque de las ciencias sociales sobre la gentrificación ha distinguido entre la que proviene de la oferta y la que proviene de la demanda.
- Desde el punto de vista de la demanda consideran que la gentrificación es un proceso impuesto por las demandas de los consumidores. Con el paso del fordismo al postfordismo y la conversión de las ciudades en sedes para grandes empresas y en nodos de servicios, los individuos buscan afirmar su identidad con todas sus elecciones. El lugar en el que se vive determina la idiosincrasia de aquellos que lo habitan, por lo que los ciudadanos buscan barrios adecuados a sus intereses y la ciudad permite o favorece la gentrificación. («Suzanne Frank habla de una suburbanización interna.») Además, la gentrificación siempre busca zonas limítrofes, alternativas, heterodoxas; en una paradoja, las propias resistencias ante la gentrificación se convierten en algo que da carácter al barrio, que lo vuelve más auténtico y atrae más pioneros, dando más poder a la rueda.
- Desde el punto de vista de la oferta se pone el énfasis en el valor de la vivienda como mercancía. Volvemos a Neil Smith y el rent gap, el diferencial entre lo que se obtiene de una vivienda y el valor potencial que ésta puede dar.
Es interesante que Vollmer añada a los diversos tipos de gentrificación (de obra nueva, que derrumba edificios asequibles y los substituye por otros de alto poder adquisitivo; y comercial, que cambia las tiendas de barrio y comestibles por boutiques o cafeterías de lujo) la turistificación: la llegada masiva de visitantes que sólo permanecen unos días y lo hacen en casas de Airbnb, que buscan descanso, lujo y experiencias y que chocan con los intereses de los vecinos.
La segunda parte del libro presenta resistencias y formas posibles de luchar contra la gentrificación y es donde se nota que Vollmer, además de socióloga, es activista y está implicada en la lucha contra la mercantilización de la ciudad. Los tres pilares en los que debe centrarse la lucha contra la gentrificación son:
- asequibilidad de la vivienda para todos los estamentos sociales;
- desmercantilización de la vivienda (aumento de vivienda pública en detrimento del sector privado);
- y democratización de las instituciones y procesos que gestionan la vivienda.
Bajo condiciones capitalistas, mientras la vivienda sea una mercancía, la cuestión habitacional no tiene solución. (p. 115)
Los ejemplos que da Vollmer son experiencias suyas, por lo que tratan sobre ciudades alemanas (especialmente Berlín y Hannover). La mayoría de reivindicaciones pasan por formas de conseguir que los terrenos reviertan en beneficio para la sociedad. Por ejemplo: permitiendo sólo la venta con unas cláusulas que especifiquen un determinado porcentaje de las viviendas resultantes que deben ser de protección oficial. Otra de las propuestas pasa por las cooperativas o la posesión colectiva de un terreno o edificio; parte del precio del alquiler revierte sobre la comunidad, que puede afrontar reformas y no queda sometida a la lógica del beneficio.
Antes de estar preparados para hacer demandas políticas y transformadoras, y que estas se apliquen, los inquilinos afectados por las subidas de los alquileres primero tienen que abstraerse de su propia consternación y formar un interlocutor que pueda hablar y ser escuchado, para politizar la cuestión de la vivienda. Esto no resulta tan evidente en una sociedad neoliberal, que promueve la separación de las personas y de los temas y donde se nos machaca, diciéndonos que si no nos va bien es por nuestra culpa. (p. 129)
Vollmer no es ajena a una paradoja social neoliberal: si el Estado no garantiza la vivienda (en ocasiones incluso defiende a los fondos buitre o grandes empresas en contra de los habitantes) y son los propios ciudadanos los que tienen que plantar cara… ¿cuál es el papel del Estado? O, dicho de otro modo, ¿para qué tener Estado? Es una batalla en la que el capital siempre vence; por eso la reivindicación no debe ser únicamente ganar una batalla concreta, sino forzar a los poderes públicos a defender la vivienda asequible y democrática, por ardua que pueda ser la batalla.
La gobernanza son las nuevas formas de poder y gestión que surgen en las ciudades del presente. Presentan la ventaja de que son los propios implicados quienes deciden; pero también el inconveniente de que sólo se les permite decidir sobre aquello que les afecta directamente, dejando el resto de cuestiones mayores a otros gobiernos. Y la gentrificación es una batalla que se lucha edificio a edificio pero es también la manifestación de una organización socioespacial capitalista mucho más amplia que los vecinos no tienen capacidad para modificar.

Destacamos el manifiesto «Not In Our Name, Marke Hamburg», de un colectivo de artistas de la ciudad alemana que se reunieron en torno a la ocupación del barrio Gängeviertel. En 2005, este barrio obrero, con gran margen para la gentrificación, fue vendido a un inversor holandés para ser derruido y construir viviendas de alto nivel adquisitivo. Hamburgo es una ciudad que ya se presentaba a sí misma como empresa desde 1980 y donde no escondían que querían atraer, además de inversiones del capital, a las nuevas clases creativas. 200 artistas ocuparon la zona en 2009 para impedirlo y, en contra de lo habitual en la ciudad, no fueron desalojados sino que el ayuntamiento negoció con ellos (a ello ayudó la crisis financieron del 2008 que también había afectado al inversor holandés). El ayuntamiento recompró los terrenos y firmó un pacto de colaboración con los artistas.
A spectre has been haunting Europe since US economist Richard Florida predicted that the future belongs to cities in which the «creative class» feels at home. (…) Many European capitals are competing with one another to be the settlement zone for this «creative class». In Hamburg’s case, the competition now means that city politics are increasingly subordinated to an «Image City». The idea is to send out a very specific image of the city into the world: the image of the «pulsating capital», which offers a «stimulating atmosphere and the best opportunities for creatives of all stripes». (…)
We say: Ouch, this is painful. Stop this shit. We won’t be taken for fools. Dear location politicians: we refuse to talk about this city in marketing categories. (…) We are thinking about other things. About the million-plus square metres of empty office space, for example, or the fact that you continue to line the Elbe with premium glass teeth. We hereby state, that in the western city centre it is almost impossible to rent a room in a shared flat for less than 450 Euro per month, or a flat for under 10 Euro per square meter. That the amount of social housing will be slashed by half within ten years. That the poor, elderly and immigrant inhabitants are being driven to the edge of town by Hartz IV (welfare money) and city housing-distribution policies. We think that your «growing city» is actually a segregated city of the 19th century: promenades for the wealthy, tenements for the rabble. (Not In Our Name, Marke Hamburg Manifesto)