Conocimos a Raquel Rolnik con la conferencia «Las ciudades, en manos de las finanzas globales» que dio en el 2017 en un ciclo de conferencias sobre la ciudad en el CCCB. Ya en dicha conferencia adelantaba el que es el gran tema del libro que nos atañe: cómo las grandes finanzas han invadido los recursos destinados a vivienda de todo el planeta con el objetivo de obtener rédito financiero de ellos generando, de paso, las crisis de 2008 y la del alquiler actual y dejando en situación de desposesión a millones de personas.
La propiedad inmobiliaria [real estate] en general y la vivienda en particular configuran una de las más nuevas y poderosas fronteras de la expansión del capital financiero. La creencia de que los mercados pueden regular el destino del suelo urbano y de la vivienda como forma más racional de distribución de recursos, combinada con productos financieros experimentales y «creativos» vinculados a la financiación del espacio construido, hizo que las políticas públicas abandonaran el concepto de vivienda como un bien social y el de ciudad como un artefacto público. Las políticas habitacionales y urbanas renunciaron a la función de distribuir la riqueza, bien común que la sociedad coincide en dividir o proveer a aquellos que tienen menos recursos, pra transformarse en un mecanismo de extracción de ingresos, ganancia financiera y acumulación de riqueza. Este proceso derivó en la desposesión masiva de territorios, en la creación de pobres urbanos «sin lugar», en nuevos procesos de subjetivación estructurados por la lógica del endeudamiento, además de haber ampliado significativamente la segregación en las ciudades. (p. 13; las negritas son nuestras)
La introducción de La guerra de los lugares. La colonización de la tierra y la vivienda en la era de las finanzas ya es clara respecto al tema del libro: dejar claro que todo lo que ha rodeado a la evolución del concepto y el precio de la vivienda en los últimos 30 años no es una serie de azares sino un movimiento orquestado por el capital con la finalidad de obtener rédito financiero y ganancias de algo que antes estaba a disposición de los ciudadanos.
El primer bloque del libro muestra, recorriendo diversos países, cómo se pasó al modelo de vivienda en propiedad obtenida mediante deuda hipotecaria; el segundo, en todos los procesos de desposesión de los pobres y los débiles que se están dando alrededor del mundo como consecuencia de ese cambio de paradigma; y el tercer bloque, en el que no entraremos, recorre la historia y el caso del Brasil natal de la autora y la evolución del tema de la vivienda allí. Raquel Rolnik, arquitecta y urbanista brasileña, fue relatora para la ONU del Derecho a la Vivienda durante 6 años; de aquel periodo surge este libro.
Entre 1980 y 2010, el valor de los activos financieros mundiales -acciones, títulos, títulos de deuda públicos y privados y aplicaciones bancarias- creció 16,2 veces, mientras el PIB mundial aumentó poco menos de 5 veces en el mismo período. Este pool de superacumulación fue consecuencia no sólo del lucro acumulado de grandes corporaciones, sino también de la entrada en escena de nuevas economías emergentes, como China. Esta muralla de dinero comenzó a buscar cada vez más nuevos campos de aplicación, transformando sectores (commodities, finaciamiento estudiantil y planes de salud, por ejemplo) en activos para alimentar el hambre de nuevas líneas de inversión rentables para los inversores. (p. 27)
La vivienda -la creación, reforma y fortalecimiento de sus sistemas financieros- fue uno de estos nuevos campos de aplicación del excedente. Además, permitió vincular, mediante la creación de un mercado secundario de hipotecas, los sistemas de domésticos de financiación habitacional con los mercados globales. La entrada de este excedente de capital hizo aumentar el crédito más allá del tamaño y la capacidad de los mercados internos, creando e inflando las llamadas burbujas inmobiliarias. Además, el propio espacio en las ciudades se modificó a raíz de este cambio de paradigma, provocando cambios profundos en el rediseño y extensión de las ciudades.
Todo esto no hubiese sido posible sin un cambio en la forma de entender el papel del Estado en la adquisición de la vivienda por parte de los ciudadanos.
Formulado en Wall Street y en la City de Londres e implantado en primer lugar por políticos neoliberales estadounidenses e ingleses a finales de los años 1970 y comienzos de los año s1980, el cambio en el sentido y en el papel económico de la vivienda ganó fuerzas con la caída del Muro de Berlín y la consecuente hegemonía del libre mercado. Adoptado por gobiernos e impuesto como condición para que instituciones financieras multilaterales, como el Bando Mundial y el Fondo Monetario Internacional, concedieran préstamos internacionales, el nuevo paradigma se basó principalmente en la implantación de políticas que crean mercados financieros de vivienda más fuertes y más grandes, incluyendo a consumidores de mediano y bajo ingreso, que hasta entonces habían estado excluidos. (p. 30)
En general, los tres modelos de financiación usados fueron:
- sistemas basados en hipotecas;
- sistemas basados en la asociación de créditos financieros con ayudas gubernamentales directas para la compra de unidades producidas en el mercado;
- esquemas de microfinanciación.
Para garantizar que toda la población acatase mansamente el nuevo mandato de poseer una vivienda fue necesario el cambio del paradigma del papel del gobierno. «… fue después de la Segunda Guerra Mundial, especialmente en los años 1650 y 1960, cuando la provisión pública de habitación se convirtió en uno de los pilares para construir una política de bienestar social en Europa, un pacto redistributivo entre capital y trabajo que sustentó décadas de crecimiento económico». Algunos países disponían de un importante stock de vivienda pública (Austria, Dinamaca, Finlandia, Holanda, Reino Unido, por citar sólo algunos de los que indica Rolnik), otros disponían de ayudas para acceder a la vivienda (Alemania) y otros, por ejemplo España, Grecia o Portugal, no fueron grandes promotores de vivienda pública en absoluto. «A partir de la crisis económico-financiera de los años 1970, el período más extenso de recesión económica internacional después de los años 30, se formula en la teoría y en la práctica la idea de que el papel de los gobiernos ha de transformarse: de proveedores de vivienda a «facilitadores», y su misión será abrir espacio y apoyar la expansión de los mercados privados. Es decir, crear y promover la existencia de sistemas financieros que hagan posible la compra de la casa en propiedad. Para ello, además, era necesario crear la conexión entre vivienda pública y precariedad o pobreza: estigmatizarla, considerarla como algo que sólo los incapaces de manejar activos en el mercado podían tener.
Los precursores de este cambio de paradigma fueron Reino Unido y Estados Unidos. Reino Unido pasó de un 52% de propietarios en 1971 a un 70% en 2007; y la vivienda de arrendamiento social cayó del 30% en los 70 al 18% en 2007. Por el camino, el Estado había pasado de ser el responsable del bienestar -incluida la vivienda- de los ciudadanos a un «sistema en el que el individuo carga con las responsabilidades de su propio bienestar y seguridad social, volviéndose un consumidor de activos financieros que le proveerán una renta en la vejez» (p. 48). La vivienda subió un 200% del 1997 a 2012; los sueldos, un 55%. Y la mayor parte de los fondos destinados a vivienda social se redirigieron a ayudar a pagar los alquileres de los menos favorecidos; es decir, fueron directamente a manos de los arrendadores privados. La vivienda se convirtió en un activo financiero para las familias, basado en la deuda y propiciando un aumento del consumo en una época en que la capacidad económica de los ciudadanos no paraba de decrecer.
En Estados Unidos la situación fue algo distinta. En 1934 se creó la Federal House Administration (FHA), que ya conocemos por su famosa política del redlining que llevó a la gentrificación de muchas ciudades. La FHA tomó dos caminos: por un lado, apoyar a las familias de clase media que querían comprar una vivienda ofreciéndoles condiciones muy generosas; por otro, ayudar a pagar el alquiler a la clase obrera, en general, blanca. Poco a poco, a medida que llegaban migraciones provenientes del sur, sobre todo afroamericanos, el perfil se fue segregando por razas: las clases medias blancas fueron incentivadas a comprar casas suburbanas a las afueras de las ciudades (más de la mitad de todas las viviendas construidas durante los 50 y 60 fueron financiadas con esos fondos) mientras que las ayudas al alquiler fueron rebajándose y eran entregadas a las clases obreras negras que no podían emigrar a los suburbios, por cuestión tanto de economía como por racismo estructural. Eso generó la pobreza extrema en los centros de las ciudades americanas que acabaría llevando a la gentrificación; y, por otro lado, una enorme extensión de suburbios donde toda clase media blanca americana poseía su propia casa con terreno y la necesidad de usar el coche para cualquier motivo.

En cuanto llegó la ampliación de las grandes finanzas al mercado de la vivienda, una de sus extensiones fue la creación del crédito subprime; una ley de 1977 obligaba a los bancos a «alquilar parte de sus carteras hipotecarias en los barrio donde se originaban sus depósitos», barrios que hasta ahora habían sido considerados redline y que se convirtieron en subprimes «o crédito de altísimo coste ofrecido sobre todo a familias compuestas por minorías y a otros grupos que históricamente no tuvieron acceso al crédito por ser considerados de alto riesgo».
Otros aspectos de la política financiera del momento, en los años en que el capital se fue liberando de sus cadenas, fue la posibilidad de titularizar préstamos y juntarlos en paquetes que se podían comprar; «la titularización permitía limpiar los balances de instituciones de crédito a través de su venta a bancos o fondos de inversión». A este festival se sumaron los hedge funds y las agencias de rating, formando paquetes tóxicos que las grandes empresas se iban pasando como una patata caliente para que no les estallase en las manos. Todos sabemos cómo acabó el tema.
Por otro lado, la crisis hipotecaria de los préstamos subprime no fue producto de un intento desafortunado de ampliar el mercado privado de casas en propiedad para los más pobres, disminuyendo la dependencia en relación con los fondos públicos y del Estado. Por el contrario, fue fruto de una política clara y progresiva de destrucción de alternativas de acceso a la vivienda para los más pobres. Dicha política pretendía constituir, exactamente en el sector habitacional de más bajos ingresos, una nueva forma de extracción de renta -de los mercados de hipotecas, así como de los propios propietarios privados endeudados- para los inversores financieros. (p. 70)
En Europa, las cosas fueron similares. Como ejemplo, en el 2008 la Comisión Europea restringía las ayudas para la vivienda sólo a aquellas personas socialmente menos favorecidas cuya situación no les permitía mantener una vivienda al precio de mercado. El objetivo de esta decisión: favorecer el libre mercado en el tema de la vivienda.
Este paradigma, sin embargo, no se detuvo en Estados Unidos y Europa, donde se generó, sino que, mediante las grandes entidades financieras internacionales, el Banco Mundial y el FMI, se fue extendiendo al resto del planeta. La receta del Banco Mundial para poner la vivienda al alcance de todo el mundo seguía el siguiente modelo, donde los tres primeros puntos son para dar curso a la demanda y los tres siguientes, a la oferta:
- el derecho de propiedad, mediante registros de tierras y propiedades y una ley clara al respecto;
- desarrollo de un sistema financiero que permita la creación de créditos para que los pobres accedan a la vivienda endeudándose;
- «racionalizar» los subsidios para que no entorpezcan la labor de los dos puntos anteriores.
Y en cuanto a la oferta:
- facilitar infraestructuras para la urbanización;
- reformas urbanísticas, cambios necesarios en las leyes sobre el suelo y la propiedad pública;
- privatizar la industria de la construcción civil, a fin de fomentar la competición.
Como destaca Rolnik, estas políticas sirvieron mucho más para ampliar los mercados financieros que para aumentar el acceso a la vivienda de los más pobres y vulnerables.
Cuando finalmente la crisis de todo esto estalló, ¿los Estados se dieron cuenta de lo ciegos que habían estado y lo erróneo de sus políticas y trataron de volver atrás, de fomentar otra vez la construcción de vivienda pública, de huir de la deuda, de evitar la formación de otra burbuja? Para nada: «se limitaron a inyectar fondos públicos en los bancos y las insituciones de crédito para evitar su bancarrota»; los 65.000 millones de euros que regaló España a la banca son el ejemplo que usa Rolnik, además de la creación del SAREB.

Pero el capital no se detuvo aquí: aprovechando la crisis y que el precio de las viviendas había caído en picado, los hedge funds empezaron a comprarlas en paquetes, sobre todo aquellas cuyas hipotecas habían sido ejecutadas. Rolnik habla de Blackstone, un fondo de inversión inmobiliaria participado por inversores internacionales como J. P. Morgan, Deutsche Bank, Citigroup, Goldman Sachs… los mismos nombres que se enriquecieron con la creación de la burbuja inmobiliaria.
Al comienzo de esta parte del libro ya habíamos afirmado que, en función de la sobreacumulación, la expansión territorial y sectorial del mercado permitió absorber el capital excedente, a través de la transformación de la vivienda en mercancía y en activo financiero en varias regiones del planeta. Esto, a la vez, generó un boom y un nuevo ciclo de sobreacumulación bajo el control de los agentes financieros. Cuando el mercado quedó saturado de collateral, la rápida retirada de los inversores desvalorizó enseguida este stock, creando un nuevo mercado de alquiler residencial, lo que constituyó una nueva frontera para la acumulación financiera. (p. 120)
Con la posesión de estos paquetes de viviendas, los grandes fondos han sido capaces de gestionar el mercado del alquiler para crear otra burbuja mediante la que continuar explotando el acceso a la vivienda de las clases medias y bajas; pero esto queda para la segunda entrada, donde también abordaremos el efecto que tiene sobre las poblaciones más vulnerables este cambio de paradigma.
Reblogueó esto en Urbanismo Mujeres y Ciudad en Latinoamérica.
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