La nueva frontera urbana (II): las causas de la gentrificación

Tras presentar el tema de la gentrificación a partir de los enfrentamientos en la plaza Tomkins y el barrio de Loisaida de Nueva York (lo vimos en la anterior entrada), Neil Smith entra de lleno en materia en la primera parte de La nueva frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación y trata de buscar las causas por las que sucede dicho proceso.

La gran mayoría de autores de la época (los 80 y los 90 del siglo pasado) atribuían el peso principal de las causas de la gentrificación a sus consumidores: a los cambios sociales, «la tendencia a tener menos hijos, los matrimonios tardíos y una tasa de divorcio en ascenso, los jóvenes que compran y alquilan casas están reemplazando el sueño empañado de sus padres por un nuevo sueño, que viene definidos en términos urbanos más que suburbanos»; o la gentrificación rosa, con el auge de barrios de mayoría homosexual; o por la llegada de la ciudad postindustrial, con más trabajadores de cuello blanco (lo que hoy llamaríamos clase creativa) que dan primacía al consumo y al confort, una clase que quiere volver a las ciudades.

El problema de esta concepción, aduce Smith, es múltiple. Por un lado, ¿todos quieren volver a la ciudad al mismo tiempo?, ¿en Estados Unidos, Europa, Australia, ciudades donde ya se estaban dando casos de gentrificación? Y los propietarios, los prestamistas, las agencias gubernamentales.. ¿no juegan ningún papel en el asunto? Se habla del modelo de «filtrado», por el cual «las nuevas viviendas son ocupadas generalmente por familias de mejor posición económica, que dejan sus viviendas anteriores, menos espaciosas, para que sean ocupadas por inquilinos más pobres, y se mudan hacia la periferia urbana». Pero, de nuevo… ¿todas las clases buscan sólo mejores espacios residenciales?, ¿alguno de los de mayor posición no preferirá una casa en las afueras con jardín?

Smith introduce decididamente al capital en la ecuación. «La relación entre producción y consumo es más bien simbiótica, pero se trata de una simbiosis en la que es el capital en busca de beneficio lo que resulta predominante. La preferencia de los consumidores y la demanda de viviendas gentrificadas puede ser, y es, creada, de forma evidente, por la publicidad.» (p. 110). Es decir: no son los consumidores los que deciden mudarse a los barrios gentrificados, sino las inversiones que se hacen en esos barrios lo que empujan a que haya consumidores de sus inmuebles.

Se inicia aquí una argumentación compleja que no podemos reproducir entera, pero a la que invitamos al lector a consultar; sí que la resumiremos, pero tengan presente que los fallos que puedan darse en los argumentos son del resumen, no del original.

«En una economía capitalista, el suelo y los edificios levantados sobre el mismo se transforman en mercancías. En tanto tales, presumen de ciertas idiosincrasias, de las cuales tres son especialmente importantes para esta discusión.» (p. 111).

  • «los derechos de propiedad privada confieren a los dueños un control cuasi-monopólico sobre el suelo y sus mejoras». Existen ordenanzas, zonificaciones y regulaciones, pero pocas veces son lo bastante severas como para desplazar al mercado como la principal institución que «regula la transferencia y el uso del suelo».
  • «el suelo y sus mejoras están fijadas en el espacio pero su valor es todo menos fijo»; tanto el propio suelo como las mejoras del edificio tienen valores distintos; «dado que el suelo y las construcciones ubicadas sobre el mismo son inseparables, el precio de las edificaciones cuando cambian de mano también refleja el nivel de las rentas del suelo».
  • «mientras que el suelo permanece estable, no ocurre lo mismo con las mejoras construidas sobre el mismo»; entra en escena el deterioro físico de los edificios.

De aquí surgen dos conclusiones rápidas: por un lado, que el desembolso inicial para entrar en el mercado inmobiliario (hablamos de comprar un edificio, no un piso) es enorme, por lo que las instituciones financieras desempeñan un papel importante (Harvey, 1973); y dos, que «los patrones de deterioro de capital constituyen una variable importante en la determinación de las posibilidades y del grado en que el precio de venta de un edificio refleja el nivel de las rentas del suelo».

Esto explica que los centros de las ciudades, sujeto de grandes inversiones que debían verse amortizadas, se volviese un lugar de difícil acceso, por lo que las ciudades, a lo largo del siglo XIX, se fueron desplegando hacia sus exteriores: «durante el siglo XIX, los valores del suelo en la mayoría de las ciudades desplegaron una fisonomía que se aproximaba a la clásica forma cónica: el centro urbano estaba en la cima con un gradiente en disminución hacia la periferia». Esto explica que, a medida que la ciudad se iba industrializando y las fábricas se volvían mayores, las industrias se fuesen desplazando al exterior, donde el terreno era mucho más barato y tanto el automóvil como los distintos medios de transporte público ya permitían el acceso. Con el tiempo, y especialmente en Estados Unidos, los centros se fueron vaciando, salvo los CBD, Central Bussiness District, es decir, el centro económico de la ciudad, a menudo un punto neurálgico de día completamente abandonado durante la noche, a medida que sus usuarios se iban a los suburbios donde residían.

El exilio hacia los suburbios que se dio durante los años 40 a 60, sumado a otros factores como el red-lining, que impidió el acceso a la financiación a los habitantes marginales de los guettos en el centro de la ciudad (sobre todo por cuestiones raciales), acabó generando un «valle» en el diagrama de valor de las ciudades en relación con su distancia al centro.

Relación entre el valor del suelo y la distancia al centro en Chicago. El valle es la zona ideal para gentrificar (imagen del libro).

Hacia finales de la década de 1960, el valle de Chicago pudo haber alcanzado más de seis millas de ancho (McDonald y Bowman, 1979) y ser de un tamaño similar a la ciudad de Nueva York (Heilbrun, 1974: 110-111). Las evidencias de otras ciudades sugieren que esta desvalorización del capital y el consecuente ensanchamiento del valle en el valor del suelo ocurrió en las ciudades más antiguas de Estados Unidos (Davis, 1965; Edel y Sclar, 1975), dando pie a los barrios humildes y a los guettos que fueron repentinamente descubiertos como «problema» por la difunta clase media suburbana de la etapa de postguerra. (p. 115)

Ahora Smith introduce cuatro conceptos clave:

  • el valor de la vivienda: no su precio, sino el valor, en función tanto de la cantidad de «trabajo» para crear el edificio como la relación con las leyes de oferta y demanda que afectan sobre él;
  • el precio de venta, donde confluyen tanto el v alor del suelo como el del edificio que hay construido sobre él;
  • la renta capitalizada del suelo: el dinero que se obtiene por el uso del edificio, en función de si se alquila o se vende. Por ahora: precio de venta = valor de la casa + renta capitalizada del suelo.
  • renta potencial del suelo: el máximo valor que se podría llegar a obtener si todas las características que afectan al valor de la vivienda son las óptimas.
Evolución del valor de la vivienda (imagen del libro)

La diferencia de renta es la diferencia entre el nivel de la renta potencial del suelo y la renta actual capitalizada del suelo bajo el actual uso del suelo (gráfico anterior). (…) A medida que el filtrado y el deterioro del barrio tienen lugar, la diferencia potencial de renta se agranda. La gentrificación ocurre cuando la diferencia es tan grande que los promotores inmobiliarios pueden comprar a precios bajos, pagar los costes de los constructores y obtener ganancias de la restauración; así mismo pueden pagar los intereses de las hipotecas y los préstamos, y luego vender el producto terminado a un precio de venta que les deja una considerable ganancia. Toda la renta del suelo, o una gran proporción de la misma, se encuentra ahora capitalizada: el barrio, por lo tanto, está «reciclado» y comienza un nuevo ciclo de uso. (p. 126; las negritas son nuestras)

Y ahí está el verdadero problema de la gentrificación: el propio capital favorece dejar morir los barrios por falta de inversión, porque la cantidad de dinero que se podrá obtener luego es mucho mayor. De ahí el redlining, el acoso inmobiliario, los múltiples abusos a vecinos que llevan tiempo para que dejen los edificios libres; porque compensa económicamente. «Hoy es más común la gentrificación del mercado privado: una o más instituciones financieras modifican radicalmente una prolongada política de no concesión de créditos y promueven activamente un barrio en tanto mercado potencial para los préstamos e hipotecas a la construcción. Las preferencia de los consumidores serán inoperantes a menos que esta fuente de financiación, que ha estado largo tiempo ausente, reaparezca.» (p. 127)

La gentrificación forma parte de un proceso de redesarrollo más amplio, orientado a la revitalización de la tasa de beneficios. En este proceso, muchos centros urbanos se están convirtiendo en patios de juego burgueses repletos de pintorescos mercados, casas restauradas, hileras de boutiques, puertos deportivos para yates y Hyatt Regencies. Estas alteraciones sumamente visuales del paisaje urbano no constituyen en lo más mínimo un efecto secundario accidental de un desequilibrio económico temporal sino que están enraizadas en la estructura de la sociedad capitalista, de un modo tan profundo como la suburbanización. (p. 157)

Smith dedica el siguiente capítulo a analizar las relaciones entre la gentrificación y sus «sujetos», entonces identificados como los «yuppies» de los 80: jóvenes, con movilidad ascendente, completamente urbanos y «con un estilo de vida dedicado al consumo empedernido». Hoy los consideraríamos clase creativa, pero el concepto no ha cambiado demasiado. La conclusión del autor, tras analizar algunas variables, es que dicha relación es más cultural o publicitaria que real: la gentrificación es una serie de procesos compleja que no responde a un único factor, y atribuirla a la eclosión de los yuppies (o de la clase creativa, o colectivos específicos como los homosexuales, incluso relacionarla con la incorporación de la mujer, no al mercado laboral, sino al grupo de encargados y gerentes que lo gestionan) es simplificarla.

El corolario geográfico de este argumento es la afirmación de que «la ideología de la reforma urbana» de la nueva clase media, «la contraparte actual de la clase ociosa de Veblen», está configurando una ciudad postindustrial asociada a un paisaje de consumo, en lugar de a un paisaje de producción (Ley, 1980; también Mills, 1988; Warde, 1991; Caulfield, 1994). El mundo del capitalismo industrial es superado por la ideología del pluralismo de consumo, y la gentrificación es uno de los pilares de esta transformación histórica, inscrita en el paisaje moderno. Un sueño urbano viene a superar el sueño suburbano de las décadas pasadas.

(…) [Al observar la transformación de Glasgow en capital europea de la cultura o el postmoderno Hotel Bonaventure en el centro de Los Ángeles] nuestros sentidos nos indican que los tiempos ciertamente están cambiando y que, de hecho, algo similar a un patio de juegos burgués está en proceso de construcción en muchos centros urbanos. ¿Pero acaso es esto merecedor de la conclusión de que hoy en día la forma urbana está siendo estructurada por las ideologías de consumo y las preferencias de la demanda, en lugar de por los requerimientos de la producción y los patrones geográficos de la movilidad del capital? (p. 185)

En la segunda parte del libro, Smith analiza algunos casos concretos de gentrificación:

  • Society Hill, en Filadelfia;
  • Harlem, en Nueva York, un barrio profundamente decadente cuando se escribió el libro pero que ya empezaba a ser gentrificado;
  • Ámsterdam, Budapest y París (para comprender las diversas formas de la gentrificación y comprobar si, efectivamente, era un proceso global, y no local);

Y en la tercera y última parte, vuelve al tema del mito de la frontera con el que empezó, en Tomkins Square:

Más allá del brío cultural y del optimismo con el que se considera la ciudad en tanto frontera, el imaginario funciona, precisamente, porque logra expresar todos estos significados en un mismo lugar. Ese lugar es la frontera de la gentrificación. La frontera de la gentrificación absorbe y retransmite el destilado optimismo de una nueva ciudad, la promesa de la oportunidad económica, la ilusión combinada del romance y la voracidad; es el lugar donde se crea el futuro. Estas resonancias culturales crean el lugar, pero el lugar aparece como una frontera debido a la existencia de una línea económica muy afilada dentro del paisaje. Detrás de la línea, la civilización y el lucro se cobran su peaje; pasada la línea todavía campan la barbarie, la promesa y la oportunidad.

[…] La «frontera de la gentrificación» representa, en realidad, una línea que divide las zonas del paisaje urbano en las que se desinvierte, de aquella en las que se reinvierte. (p. 296)

Valor del suelo en el Lower East Side a medida que se iba gentrificando (imagen del libro).

Smith acaba el libro tratando el tema de la ciudad revanchista, la que expulsa a los pobres y a los sin hogar, la que permite el gobierno despiadado del capital sin oposición, la que incluso fomenta el miedo (él habla de casos concretos de los 90 en Estados Unidos, como el atentado en el World Trade Center, o del ascenso de Giuliano, el alcalde de Nueva York que hizo de la limpieza de la ciudad su política; pero nos serviría hablar, por ejemplo, de la publicidad antiokupas que se está dando en la actualidad en nuestro contexto). Y finaliza con una invitación:

Antes de 1862, la mayoría de los heroicos pioneros eran, en realidad, ocupantes ilegales que estaban democratizando la tierra. Tomaban la tierra que necesitaban para vivir, y se aliaban para defender sus reclamaciones ante los especuladores y los acaparadores de tierra, establecían grupos para proveerse de los servicios sociales básicos y estimulaban a otros ocupantes a establecerse, ya que la fuerza estaba en el número. La organización de los ocupantes era la clave de su poder político, y fue frente a esta organización y a la proliferación de las ocupaciones en la frontera, que se sancionó la Ley de Asentamientos Rurales de 1862.

Toda la fuerza del mito ha consistido en ensombrecer esta inscripción de clase en la frontera, en borrar la amenaza a la autoridad que la frontera suponía, envolviéndola en un romántico manto de individualismo y patriotismo. Si queremos ser fieles a la historia, si pretendemos, realmente, comprender la ciudad como una nueva frontera urbana, el acto más patriótico, y con el que debemos empezar, en tanto pioneros, es la ocupación de viviendas. Es muy posible que en un mundo futuro también lleguemos a reconocer a los okupas de hoy como aquellos que tenían la visión más inteligente de la frontera urbana. Que la ciudad se haya vuelto un nuevo Lejano Oeste puede ser lamentable, pero no cabe duda de que esto está fuera de discusión; lo que está en disputa es, precisamente, qué tipo de Lejano Oeste. (p. 355)

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