Puentes desde la arquitectura hacia la etnografía

En algunas de las entradas anteriores (lo dionisíaco en la ciudad, de Manuel Delgado; un análisis desde la antropología de la arquitectura sobre la Vila Olímpica, de María Gabriela Navas Perrone; y Un habitar más fuerte que la metrópolis, de Consejo Nocturno) ya hemos comentado que estamos asistiendo al postgrado Antropología de la arquitectura, impartido en la Universidad de Barcelona por Manuel Delgado y María Gabriela Navas Perrone. Uno de los objetivos del mismo es servir como puente tendido entre la arquitectura y la antropología (o su aplicación directa, la etnografía). El punto de partida es, someramente, que la arquitectura, a pesar de ser un saber técnico, ha tendido, sobre todo en nuestro mundo postfordista, neoliberal y globalizado, a convertirse en una herramienta validadora del régimen capitalista; sus supuestos no se cuestionan y, basándose en cuestiones indiscutibles como la higiene, la ecología (como veremos en la próxima entrada) o la democracia (y el papel que juega en el espacio público, en oposición a las calles, como vimos hace tiempo en un video de Manuel Delgado), esconden en realidad imposiciones ideológicas que no tienen en cuenta la morfología social ni los usos urbanos que los ciudadanos llevan a cabo de los lugares; o, más incluso, simplemente se trata de excusas para la enésima privatización de un barrio o la obtención descarada de beneficios.

Hace seis décadas ya surgieron voces discordantes que avisaban de que el modernismo arquitectónico (Le Corbusier y la funcionalización de la ciudad) estaba, en su interés por reformar y racionalizar la ciudad, acabando con la vida de los barrios. Tal vez la obra que con más sentido común y entusiasmo llevó a cabo esta crítica fue la monumental Muerte y vida de las grandes ciudades, de Jane Jacobs, donde abogaba por la integración de usos en las calles y defendía el «ballet de las aceras», una coreografía de personas que sentían esas calles como suyas y, por lo tanto, las defendían. También Kevin Lynch, con La imagen de la ciudad, daba a entender que no percibimos y vivimos la ciudad únicamente como un lugar a transitar, sino que dotamos de sentido a algunos de sus puntos y los usamos como espacios singulares para orientarnos: las sendas, los nodos, los hitos, los barrios, los bordes. Espacios destacados a los que dotamos, de forma subjetiva, de un sentido; porque, de forma objetiva, también lo tienen. Y, aún por otras vías, Lefebvre (por ejemplo, con El derecho a la ciudad o La producción del espacio) fue desgranando el modo en que el espacio es producido y el papel que juega el poder en la discusión de la que acaba gestándose ese mismo espacio.

La propia arquitectura no ha sido ciega a los efectos de sus proyectos. La gran embestida capitalista globalizadora de los años 90 y la primera década de los 2000 fue acompañada por la creación de edificios singulares que no sólo no pretendían integrarse con el lugar o la ciudad en la que se erigían, sino que querían, voluntariamente, diferenciarse de ella. Ahí podríamos enmarcar desde La Défense, de la que hablaba Bauman como un espacio ajeno a la ciudad de París y propiedad, en realidad, de unas élites, una clase flotante que no siente verdadera vinculación con ningún lugar, hasta el Museo Guggenheim de Bilbao, que sirvió para lanzar la ciudad a los flujos del capital (y a oleadas de gentrificación) o «el pepinillo», tanto el original de Londres como su émulo, la Torre Agbar de Barcelona. El objetivo de estas creaciones singulares no era otro que mostrar a la palestra internacional que esa ciudad, o al menos la parte proyectada, se estaba volviendo un lugar idóneo para el aterrizaje de los flujos del capital; y esa parte se volvía un lugar ajeno para los habitantes originales de la ciudad (en la distinción que, por ejemplo, hacía Castells entre el «espacio de los flujos» y el «espacio de los lugares»).

Otra de las embestidas del capital flanqueadas por los proyectos arquitectónicos eran las reformas que suponían la gentrificación. Desde la arquitectura hostil, cuyo objetivo es expulsar a las personas sin suficiente renda de un barrio determinado (y que nunca tratan de resolver el problema, sólo alejarlo), hasta la progresiva dejadez que conllevaba el estigma en un barrio (y que lo volvía ideal para los grandes inversores inmobiliarios, que compraban suelo a precio de saldo con la idea de revenderlo una vez el barrio se hubiese saneado) pasando por la forma actual de arquitectura «amable» capitaneada por carriles bici y espacios ecológicamente responsables para clases creativas que no dejan de ser un espacio público desconflictivizado para clases medias cuya renta les permite evitar los grandes conflictos de clase, pobreza o hasta raza y género.

Pero no todo el panorama es tan negativo. Poco a poco, la propia arquitectura, o partes de ella, han ido siendo conscientes de los efectos que estos proyectos tienen sobre los ciudadanos y han surgido una serie de corrientes que buscan entender, en primer lugar, y respetar, en segundo, los usos sociales del espacio construido. Uno de ellos es, claro, el propio objetivo del postgrado: tender un puente entre los urbanistas, diseñadores y arquitectos, por un lado, como generadores de espacio construido; y los antropólogos, sociólogos y otros estudiosos de lo social, como aquellos capaces de visualizar los usos reales (apropiaciones y ausencias incluidas) de esas calles.

Sin embargo, hay otras corrientes desde la arquitectura que han tenido el mismo objetivo, centrándose en aspectos distintos. Como hemos ido leyendo algunos de sus artículos contenidos en la bibliografía del postgrado, aprovechamos para presentarlos aquí agrupados.

La primera corriente tiene que ver con repensar la arquitectura desde un entorno gráfico. Su punto central es la experimentación gráfica, partiendo del punto de que la arquitectura, antes que un entorno construido, se comunica como un dibujo (en la actualidad, más a menudo, un render) y, posteriormente, como una maqueta. Esa primera aproximación a lo que puede ser el resultado final es la forma en que los no arquitectos podemos acercarnos al proyecto, por lo que han surgido una serie de propuestas para que sean los propios usuarios los que se acerquen a la expresión gráfica del mismo y puedan intervenir en ella con los mismos términos: dibujando o aportando sus propuestas al proyecto. Nos recuerda a la intervención artística (lo vimos en el documental Urbanized) que se dio a cabo en Nueva Orleans tras los efectos del huracán Katrina, cuando Candy Chang recorrió la ciudad pegando adhesivos en blanco en distintos lugares con las letras: I wish this was… y un espacio en blanco junto a un bolígrafo. De modo que los transeúntes y habitantes de la zona podían escribir sus propuestas, tan abstractas como «un lugar bonito» o tan concretas como «una panadería» o «una biblioteca». También las propuestas que encontramos en esta corriente son, en general, de índole artística, como las del Atelier Bow-wow y su «etnografía arquitectónica» (Momoyo Kojima, 2018) en la Bienal de Venecia.

Parte del objetivo de esta corriente es una huida declarada del concepto del «star system» arquitectónico formado por estrellas como Frank Gehry (por citar sólo uno; en realidad, aquí entraría la mayoría de los arquitectos cuyo nombre los que no somos expertos en arquitectura conocemos, y que en general conocemos porque sus obras han tratado de convertirse en un revulsivo para el entorno, y no en una parte integrada del mismo) y una preocupación por otros aspectos más humanos, como son ese mismo entorno, los aspectos sociales o el impacto ecológico de sus construcciones.

La siguiente corriente, probablemente la más antigua, tiene su origen en el debate que ya hemos comentado y que se dio durante la década de los años 60-70 del siglo pasado donde voces como la de Jacobs, Lynch o Lefebvre denunciaron el racionalismo y la funcionalización. De ahí surgieron estudios que trataban, mediante la observación, de comprender los usos sociales de los espacios, por ejemplo los del arquitecto Philippe Boudon, que estudió lo que sucedió con algunos de los proyectos y viviendas diseñadas por la arquitectura modernista una vez fueron en efecto habitados. Tal vez uno de los más conocidos de estos estudios sea The Social Life of Small Urban Spaces (1980), de William H. Whyte (lectura que tenemos pendiente desde hace tiempo). Whyte y su equipo observaron durante largo tiempo las plazas y calles de Nueva York (hay un documental posterior, de 1988, que enumera los descubrimientos del estudio) para descubrir qué es lo que hacían las personas, dónde se detenían, qué espacios transitaban y cuáles no; y, lo más importante, trataron de deducir cuáles eran los elementos relacionados con dichos comportamientos. Sus conclusiones fueron, sobre todo, la importancia de lugares donde las personas pudiesen sentarse.

Una versión algo más actual es el estudio del arquitecto danés Jan Gehl (viejo admirado en el blog, por ejemplo: Ciudades para la gente), que también ha desarrollado herramientas con las que estudiar el espacio público y los usos que se hacen de él. Ambos son exponentes de una corriente que tiene por objetivo situar al usuario final en el centro del proyecto arquitectónico; es decir, para quién se proyecta, para quién se construye.

El problema de esta corriente, tal vez la más extendida hoy en día, es que las observaciones tienen que ser concretas: cada espacio es distinto y tiene sus propias peculiaridades. A menudo, sin embargo, las mismas medidas que se han aplicado en un lugar (con mayor o menor éxito) se acaban replicando en lugares que son, por su morfología, marcadamente distintos, creando fórmulas genéricas que son usada por el poder o los intereses inmobiliarios como una excusa para la mercantilización de un lugar con la excusa de que ya han tenido en cuenta al usuario. Aquí podríamos incluir ese diseño «amable» del que hablábamos al principio de la entrada, con carriles bicis, hileras de vegetación y espacios cedidos al consumo de unas clases medias que son las únicas que pueden acceder a él; puesto que las clases superiores tienen sus propios espacios privados y no requieren, por eso mismo, de nuevos espacios que ocupar.

Una tercera corriente se centra en los sistemas constructivos que se utilizan. Esta corriente está muy influenciada por el concepto de la arquitectura vernácula, es decir: la arquitectura ligada a lo popular, a lo informal, a los modos tradicionales de construir de un determinado lugar. Por ello es de las que menos artículos e investigaciones han generado, porque su objetivo es evidentemente práctico. Podríamos rastrear sus orígenes en Arquitectura sin arquitectos, la famosa obra de Bernard Rudofsky de 1964 (otra lectura pendiente del blog). El documental Hacer mucho con poco, por ejemplo, da una muestra de algunos de los colectivos y grupos de arquitectos que operan bajo esta premisa en Latinoamérica.

Tampoco esta corriente está exenta de críticas, puesto que, al estar relacionada con la patrimonialización de determinadas construcciones o espacios singulares, en ocasiones ha sido utilizada como una forma de justificación de la mercantilización de diversos espacios. Un ejemplo de ello (aunque algo distinto, más que ver con la importancia de una historia oficial, burguesa y blanca, en oposición a la multiplicidad de historias que se dan en cada ciudad) lo denunciaba Sharon Zukin en The cultures of cities: en Nueva York existe una comisión que determina qué edificios hay que proteger y cuáles no. Pero esta elección nunca está exenta de ideología, porque la mayoría de edificios que escogen pertenecen a las clases altas (WASP, vaya) y, por ejemplo, no consideraron que el edifico donde Malcolm X fue asesinado mereciese esa consideración, a pesar de su importancia para la historia de la comunidad negra de la ciudad.

Un ejemplo de los debates que suscita esta corriente lo encontramos en el artículo «An award controversy: Anthropology, architecture, and the robustness of knowledge» de Stewart Allen (Journal of Material Culture, 2014, Vol 19(2)). En 2001, uno de los receptores del prestigioso premio de arquitectura Aga Khan fue el campus y los alrededores del ‘Barefoot College», en Rajastán, la India. Las primeras construcciones del proyecto fueron encargadas a un joven arquitecto indio, Neehar Raina. Tras años de construcción y proyectos, cuando, finalmente, se recibió el premio, éste iba destinado a «un agricultor analfabeto» y otros doce arquitectos, como los dirigentes del proyecto; pero entre esos nombres no se encontraba el de Raina. La polémica estuvo servida y, tras muchos dimes y diretes, acabó con la renuncia al premio por parte de todos los implicados. Pero lo que realmente pone de manifiesto la polémica es el tema de quién es el verdadero autor de una obra; si quien la diseña, quien la construye, quien la modifica. Por un lado, el director del campus afirmaba que Raina fue «sólo el diseñador del proyecto, y no el arquitecto»; y, además, que Raina aprendió de la aldea, de los métodos que allí se llevaban a cabo y de las formas de construcción (arquitectura vernácula) de la zona. Raina, por el contrario, argumentaba que él fue quien proyectó los primeros edificios y quien puso en marcha toda la construcción; al modo, tal vez, como un director lleva a cabo el complejo papel de mediar entre todas las personas implicadas en una película para que ésta finalmente se lleve a cabo.

In the architectural case, the elements to be considered include the location of the site, the nature of the proposed building, the schedule of accommodation and, most importantly, the cost. Each component has to be carefully weighed and analysed before it is incorporated into the whole, the test of the architect’s mettle being how successfully he or she can assimilate these many disparate elements into a unified design. Once a design has been approved by the client, tenders will be invited for the work. In the Tilonia case, however, owing to the rural location and ideological underpinnings of the college, only local masons and labourers were approached for the building work. Working drawings were then prepared for the head mason, whose role was to interpret the drawings and assign jobs to the masons and labourers for their execution. Throughout, the architect supervises the work in progress, but is not expected to give constant supervision, only enough to ensure that the work is in accordance with the drawings and contract. (p. 175-6)

Y, finalmente, la cuarta corriente que comentamos es la que está relacionada con la etnografía de la propia arquitectura. Esta corriente busca llevar la etnografía al corazón de la práctica arquitectónica y, partiendo de la Actor-Network Theory (traducido a menudo como teoría del actor-red y abreviado por sus siglas en inglés, ANT) de Bruno Latour, da importancia a todas las partes del proceso y a todas las partes implicadas (sean o no personales, es decir, también el material, el contexto o el discurso se contemplan como agentes, «actantes», desde esta perspectiva). Esto se traduce en el estudio de las relaciones entre arquitectos y clientes, por ejemplo, o en el análisis del discurso (de los arquitectos, de los medios, comunicación del proyecto, cómo se hace llegar a los ciudadanos), o incluso en la propia gestión de los proyectos en el seno de los despachos de arquitectura donde se llevan a cabo. El artículo «Assemblages, Actor-Networks, and the Challenges of Critical Urban Theory», de Neil Brenner, David J. Madden y David Wachsmuth (en Cities for People, Not for Profit. Critical Urban Theory and the Right to the City, editado por Neil Brenner et al., 2011), precisamente, analiza el papel que está teniendo esta nueva corriente (ellos parten desde el «assemblages», el ensamblaje, palabra con la que se tradujo en inglés el «agencement» francés de Las mil mesetas de Deleuze y Guattari y que desde entonces se ha mantenido y, si acaso, ha ido ganando profundidad de significado). El artículo, como decíamos, analiza tanto las ventajas como las carencias ontológicas de la ANT para un estudio actual de las ciudades.

Una figura destacada de esta corriente es Albena Yeneva, arquitecta de formación cuyo trabajo, sin embargo, trasciende a otras disciplinas, especialmente las ciencias sociales y la antropología. Yeneva publicó en 2009 Made by the OMA: An Ethnography of Design, un estudio que, mediante el uso de técnicas etnográficas (entrevistas en profundidad, observación participante), que llevó a cabo durante un año en el despacho de arquitectos de Rem Koolhas, replanteaba las formas en que la arquitectura tiene lugar. En vez de una sola voz que genera un proyecto y éste acaba materializándose, el libro muestra cómo todo el proyecto va avanzando a trompicones fruto de una larga serie de negociaciones donde todos los aspectos implicados tienen relevancia. Posteriormente, Yeneva publicó Latour for Architects (2022), una guía práctica donde replantea la disciplina de la arquitectura partiendo de los postulados de la Actor-Network Theory.

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