«La vida social de la Vila Olímpica de Barcelona», María Gabriela Navas Perrone

Ya les comentamos en la reseña del artículo «Dionisos en las ciudades«, de Manuel Delgado, que hemos empezado el postgrado Antropología de la arquitectura en la UB. Sus profesores son el antropólogo Manuel Delgado, viejo conocido del blog, y la arquitecta y antropóloga María Gabriela Navas Perrone, de quien hoy reseñaremos un artículo. El objetivo del postgrado, y parte esencial del objeto de estudio de Navas Parrone, es tender un puente entre la arquitectura y la antropología. Desde esta última disciplina se han llevado a cabo múltiples estudios sobre el espacio y cómo se habitaba (sin ir muy lejos, en la anterior reseña, Estudios de ecología humana, hablamos entre otros sobre la Escuela de Chicago, que hacían su muy particular etnografía urbana), pero en cambio la arquitectura, hasta recientemente, no ha empezado a cuestionarse cuáles eran los efectos de sus proyectos sobre la vida social de la ciudad.

Lejos quedan ya, afortunadamente, los enormes proyectos modernistas que desgajaron ciudades (Le Corbusier, Moses), sometiéndolas a bloques de hormigón, a colosales autopistas y a la elevación de ciudades satélite o grands ensembles. No tan lejos, pero esperemos que algo más superados, están los proyectos que trataron de catapultar la ciudad a los flujos del capital global (entre ellos, claro, el Museo Guggenheim, pero en esta categoría entrarían desde La Défense, que tanto criticaba Bauman, hasta The Gherkin, tanto en Londres como en Barcelona, y cualquier otro proyecto de renovación urbana del frente marítimo, como los de Baltimore o el Canary Wharf, que les venga a la mente). Por un lado, y gracias a aportaciones desde las ciencias sociales como las de Jane Jacobs o Kevin Lynch, entre muchas otras, la propia legislación urbana se ha ido modificando, adaptándose a nuevas formas urbanas (y aquí tendríamos que hablar tanto de la arquitectura hostil como de las clases creativas); por otro lado, la propia disciplina de la arquitectura se ha ido planteando su papel como copartícipes de la ciudad y han surgido una serie de propuestas y movimientos (algunos de los cuales reseñaremos en una próxima entrada) que quieren tener en cuenta el papel que sus proyectos y construcciones juegan sobre la ciudad, sus habitantes y la vida urbana en general.

Una de estas propuestas es la Antropología de la arquitectura de Navas Perrone, un puente tendido entre la arquitectura y la etnografía que busca entender el papel de la arquitectura y sus efectos (y, sobre todo, su grado de participación en la construcción de la ciudad neoliberal).

La antropología de la arquitectura propone una etnografía de la producción arquitectónica, desvelando la trayectoria del diseño, desde la red de actores, consensos, imprevistos y circunstancias que condicionaron la toma de decisiones sobre la configuración de una determinada obra arquitectónica o plan urbanístico. En ese sentido, vincula la etnografía y la investigación proyectual como punto de intersección entre la antropología y la arquitectura, para analizar el complejo proceso de producción del espacio urbano. Su aplicación demanda una perspectiva reflexiva respecto al rol del profesional de la arquitectura en la gestión urbana empresarial. Pone al descubierto las demandas de clientes, las dinámicas del mercado inmobiliario, los intereses políticos y los pactos entre los agentes urbanos que participan en la configuración del diseño. Además, ofrece un modelo de investigación para detectar los impactos sociales de las reformas urbanísticas y su compleja interacción con las formas de habitar. (p. 44)

«Antropología de la arquitectura. La vida social de la Vila Olímpica de Barcelona» (recién publicado, en QuAderns, núm. 39, 2023) es un análisis de la destrucción y posterior reconstrucción de un barrio de Barcelona ante la inminencia de los Juegos Olímpicos de 1992 llevado a cabo desde la visión de la antropología de la arquitectura. Navas Perrone recurrió a un análisis documental del discurso oficial que justificó el derribo de gran parte del barrio y su substitución por uno nuevo, residencial, amén de la mercantilización y privatización del suelo que supuso, así como entrevistas personales y un análisis directo de la vida del nuevo barrio.

Hemos comentado a menudo en el blog que Barcelona aprovechó la excusa de los Juegos Olímpicos de 1992 para modernizarse y proyectarse en el exterior como una ciudad abierta y turística (hoy la llamaríamos global). Sus reformas urbanísticas, que abarcaron una gran parte de la ciudad, con mayor o menor intensidad dependiendo de la zona, han acabado siendo conocidas como el «modelo Barcelona», una forma de hacer ciudad que durante años se exportó a otros lugares y que muchas ciudades han querido imitar. Con el tiempo, sin embargo, tanto las ciencias sociales como la propia situación de la ciudad han puesto de manifiesto las muchas sombras de este proyecto: una ciudad masificada, vendida al turismo, terciarizada y museificada, donde la gentrificación va rondando por gran cantidad de barrios y donde el espacio público es una puesta en escena al servicio del capital y el turista.

La zona que es ahora la Vila Olímpica no fue ajena al proceso. Oriol Bohigas, el arquitecto máximo del proyecto (primero como arquitecto, luego como miembro del Ayuntamiento) describió la zona como «una especie de vacío urbano y, por lo tanto, un lugar idóneo para hacer una renovación a fondo, implantando el primer barrio moderno junto al mar» (p. 47). No era cierto. Se trataba de un terreno densamente poblado y con una enorme vida industrial; cerca del mar, eso sí. El proyecto, aprobado en 1986, supuso el mayor derribo de casas en la historia de Barcelona; a pesar de eso, sin embargo, y debido al discurso oficial que se promulgó, no se lo tiene en la memoria como una gran obra o como una gran pérdida, a diferencia de derribos mucho menores en extensión que la memoria popular sí que recuerda.

Se creó una sociedad privada municipal, VOSA, que fue la encargada de obtener o expropiar los terrenos. «Así, unos terrenos de propiedad industrial pasaron a ser de titularidad pública, para luego ser aportados como capital municipal a la empresa mixta creada para gestionar la operación inmobiliaria» (p. 48). Es decir: VOSA aportó la propiedad de los suelos a NISA, (Nova Icària, S. A.), una inmobiliaria participada con un 40% por el Ayuntamiento (es decir: la aportación de ese suelo) y con un 60% por capital privado, por lo que, en la práctica, fue una excusa encubierta para que la participación público-privada (gestionada, eso sí, por manos privadas) pasase a ostentar la propiedad del suelo y obtener réditos con ella.

Lógicamente, los accionistas privadas olvidaron todas las promesas de vivienda pública y reubicación de los desplazados que siempre acompañan a este tipo de proyectos y apuntaron hacia el beneficio, creando inmuebles para clases medias y altas y acabando con la sociabilidad de un barrio obrero e industrial, donde precisamente los vecinos, al carecer de recursos económicos, tienden a colaborar más unos con otros. Pero, cuando la nueva Vila Olímpica pasó a ser habitada, en diciembre de 1992, los nuevos habitantes se encontraron con un «desierto de fantasmas» (p. 55). Primero se achacó a que muchas de las viviendas aún no estaban ocupadas, pero el paso del tiempo fue dejando claro que se trataba de un barrio residencial con escaso uso del espacio público. Precisamente esa ausencia de uso del espacio llevó a delimitara aún más la separación entre espacio público y espacio privado, vallando los jardines y los interiores de las comunidades de vecinos, en algunos casos de forma porosa (límites que se podían traspasar), en otro caso con muros sólo accesibles a los vecinos.

Esta segregación también se refleja en las diferentes formas de usar el espacio público. Las observaciones sobre el terreno permitieron corroborar que la escasa presencia de transeúntes en la Vila Olímpica contrasta con la efervescente interacción social que existe en el barrio vecino, Poblenou. Si se realiza un recorrido comprendido entre la calle principal de ambos barrios, se puede apreciar cómo la baja densidad peatonal de la Avinguda Icària de la Vila Olímpica difiere de la elevada frecuencia de uso existente en la Rambla de Poblenou. (p. 59)

Esta sensación de poco tránsito no ha variado mucho con el tiempo. A día de hoy, la Vila Olímpica sigue siendo una zona residencial con un uso muy escaso y marcado de sus calles: salidas del metro, alrededores de los colegios y zonas puntuales. El resto, precisamente por la ausencia de usos habituales, se percibe como un espacio vulnerable e inseguro y, por eso mismo, los vecinos de la zona reclaman mayor seguridad al Ayuntamiento. De hecho, en 2019 se anunció que uno de los parques del barrio iba a ser vallado y se cerraría «por seguridad» durante las noches.