«Urban tourism and its discontents», Johannes Novy and Claire Colomb

Que el turismo es un problema urbano es ya tan evidente que poco habría que comentar. Sin embargo, de entre las lecturas para el postgrado Antropología de la arquitectura leímos este maravilloso artículo «Urban tourism and its discontents. An introduction», de Johannes Novy y Claire Colomb que sirve, precisamente, como introducción al libro Protest and Resistance in the Tourist City (Claire Colomb y Johannes Novey, eds., Routledge, 2018; aunque nosotros leemos una versión de prueba editada por el propio autor, por lo que tal vez las páginas citadas no se correspondan con esas edición) y que hace un buen resumen tanto de la situación como de la forma en que ha sido académicamente abordado.

Empieza en Berlín y un símbolo que fue apareciendo por la ciudad durante el año 2011: el nombre de la ciudad, seguido por un corazón tachado y la letra U: «Berlín no te ama».

Their emergence did not come out of the blue, however, but reflected a conflict that had been brewing for some time. Boosted by ever-growing visitor numbers and revenues, Berlin’s business elites and politicians celebrated the city’s booming tourism trade throughout the 1990s and early 2000s as a kind of saviour for the economically troubled city, and proactively designed various campaigns to lure even more visitors to Berlin. The reaction of many residents, especially in Berlin’s central residential neighbourhoods, towards the rocketing presence – and prevalence – of tourism in their midst has been, meanwhile, decisively less enthusiastic. (p. 1).

Otro incidente que se remarca es el de la atención mediática que suscitaron tres jóvenes italianos que decidieron desnudarse y pasear por las Ramblas de Barcelona en 2014 a plena luz del día, despertando, lógicamente, una oleada de indignación entre los vecinos. Precisamente en ese barrio, La Barceloneta, uno de los turísticamente más castigados (y no sólo por los numerosos turistas, sino por la presencia cada vez mayor de pisos turísticos y, además, de pisos vendidos como inversión a extranjeros que sólo residen allí temporalmente o los utilizan para especular) es donde los vecinos ya se habían organizado para luchar contra las hordas de turistas y los problemas asociados con ellos: la abundancia de esos mismos pisos, los problemas asociados a las diferencias de comportamiento entre quien habita un espacio y trabaja en él y quien lo utiliza para la fiesta y el consumo y la progresiva adaptación del barrio hacia los turistas, no hacia los residentes.

Ese es el problema de fondo, claro: qué uso hacemos de las ciudades y, sobre todo, para quién se construyen. Pero, antes de abordarlo, hay que plantearse: ¿qué es un turista?

The fundamental premise that underpins this volume is as simple as it is frequently overlooked, namely that tourism is fundamentally political. In fact, the process of defining, conceptualizing and measuring tourism is itself, from the onset, deeply political. The way tourism is accounted for and made sense of locally, for instance, has usually been shaped by the hotel industry and associated businesses. (p. 6)

Pero plantear el turista como la persona que llega a una ciudad y se queda en un hotel pinta un panorama completamente enmarcado e interesado. Puesto que, sin embargo, es difícil definir al turista, los autores recurren a la definición de la Organización de las Naciones Unidas para el Turismo: «alguien que viaja y permanece en lugares que están fuera de su entorno habitual durante menos de un año y lo hace por motivos de ocio, trabajo u otros». Aquí ya entran, por ejemplo, los nómadas digitales, para los cuales el gobierno de España acaba de preparar una ley ad hoc que les permite pagar bastantes menos impuesto de los que un ciudadano español pagaría en la misma situación. O podríamos fácilmente recordar la «golden visa»: si invierte usted más de medio millón de euros en un inmueble en España, o más de dos millones comprando deuda, ¡alehop!, dispone usted automáticamente de la nacionalidad española.

Con ello, claro, los gobiernos y ayuntamientos dejan claro que, en general, quieren a los turistas; sobre todo, si van con altas sumas de dinero asociados. Pero no son ellos quienes van a pagar el precio de la presencia de esos turistas, con barrios desbordados, colas en todas partes, cambios en los comercios de una zona o incluso el aumento del uso de los servicios públicos.

Besides, growing numbers of ‘temporary city users’ (Costa and Martinotti 2003; Maitland and Newman 2009) that are neither readily identified as ‘tourists’ nor as ‘locals’, e.g. second-homers, frequent business travellers on short-term assignments, mobile ‘creatives’ or artists in temporary residence, or students going on exchanges, also make it increasingly difficult to establish a clear-cut distinction between tourism and everyday life. These ‘temporary city users’ have become more prevalent in a number of cities over the past decades and their practices have visible impacts on urban spaces and socio-economic relations in the city (Novy 2010). (p. 7)

Los autores los denominan «short term city users» aunque un término más acertado (y mucho menos parcial) sería «city consumer». Se establece una dicotomía de términos entre los habitantes permanentes o usuarios de ciudades y los habitantes temporales, o consumidores de ciudades. Los primeros son residentes; los segundos turistas, visitantes, nómadas y similares; los primeros llevan a cabo todas las actividades en la ciudad, mientras que a los segundos les corresponde sólo el ocio. Y, hasta ahora, los primeros ocupaban el espacio cotidiano de la ciudad y a los segundos les estaba reservado un espacio concreto: las zonas centrales, tal vez, aquellas colindantes a los monumentos. Con el tiempo, la cantidad de espacio, recursos y zonas ha crecido; puesto que no busca lo mismo un turista de tres días, que probablemente se acerque a los museos y monumentos, que un nómada digital que busca la «autenticidad» de la ciudad. Sin darse cuenta de que, como citan al principio del artículo la frase de Magnus Enzensberger: «The tourist destroys what he seeks by finding it».

Ya hablamos en su momento, a partir de Espacios del capital, de Harvey, sobre cómo las ciudades tratan de crear cierta imagen para atraer a los turistas. Dicha imagen puede ir desde un entorno «auténtico», pero relativamente veraz, hasta el puro simulacro y la hiperrealidad (de hecho Sharon Zukin reflexionaba sobre este término, autenticidad, en relación a la ciudad, en Naked City). Pardójicamente, cuanto más «auténtico» se percibe un lugar (distinto al resto), más lo buscan estas hordas de pioneros y nómadas digitales. Y, al mostrarlo al mundo, lo consumen, lo mastican, lo trituran hasta dotarlo de una cierta homogeneidad que acaba con esa autenticidad. Ian Brossat hablaba, en Airbnb. La ciudad uberizada, de la «parisinidad» como ese halo, completamente falso, que ciertos negocios pretendían emanar y que consiste en colocar un trozo de pan (baguette, por supuesto) con un poco de brie o camembert mientras suena Edith Piaf de fondo; lo que en Italia sería un plato de pasta o una pizza con un mantel a cuadros rojo y negro y en España, unas tapas con sangría o paella. La realidad, mascada para ser consumida.

Las ciudades, o mejor dicho, las autoridades, sin embargo, han sido siempre receptivas a estos flujos de turistas.

Examples of the latter include traditional amenity-based development strategies to lure investment capital, residents and businesses, culture-based strategies (Bianchini and Parkinson 1993; Zukin 1995; Evans 2001; Miles 2007), or the more recent ‘creative city’ craze that has gripped mayors, planners and policy advisors in Europe, North America and elsewhere. Tourism moreover has been perceived by urban policy-makers and elites as an economic sector easy to promote, requiring little public investment besides promotional campaigns to stimulate the overall growth of the sector (Greenberg 2008; Colomb 2011) and measures supporting the ‘tourist-friendly’ reshaping of the city’s spaces (e.g. through more policing of tourist hotspots).

(…) and many of the above-mentioned trends first observed in Western cities are also increasingly influencing the trajectories of cities in other contexts as well, in part due to the global emulation between city elites (…) and the globetrotting travels of various forms of neoliberal urban policies (p. 10)

A menudo estas políticas van ligadas a estrechas relaciones con la empresa privada (las famosas public-private partnerships) y consisten en la promoción de determinados aspectos de la ciudad, sobre todo lo cultural «and the redevelopment of central locations, especially, heritage/historic centres, for tourism consumption, and in doing so transform them into ‘wealth production machines’ and prepare the ground for tourism gentrification» (p. 11).

A pesar de ese interés por aumentar el turismo, sin embargo, las evidencias son cada vez más claras de que tiene su parte oscura:

Urban inequality has grown considerably in most countries of the world and it has become increasingly clear that there is a flip side to the ‘renaissance’ or ‘triumph’ cities are said to have experienced in recent decades (see, inter alia, Porter and Shaw 2013). Escalating rents and housing prices make them increasingly unaffordable for low-income groups, while the most dynamic and desirable destinations among them are increasingly turning into exclusive playgrounds for the rich. That increasing social polarization and inequality, as well as gentrification and the destruction of low- and mixed-income communities, have become defining characteristics of the current urban moment is not accidental but in part the direct, often even deliberate, result of political actions such as the reduction of welfare spending, the dismantling of public housing and the shift towards market-oriented and property-led urban development strategies. (p. 11)

Ahí es donde se han articulado las protestas antituristas. El problema, destacan los autores, es que a menudo el turismo no es el causante directo de dichos problemas, sino la propia mercantilización de la ciudad o la preeminencia de la ciudad neoliberal (Brenner). El hecho de que los turistas consigan convertir los negocios del barrio en zonas gentrificadas, terrazas genéricas o tiendas de souvenirs es, en el fondo, la evidencia de los bajos ingresos de los ciudadanos autóctonos y de lo mísero de los trabajos dedicados a los servicios, donde el dinero va a manos de los inversores, aumentado la brecha de la desigualdad. «The city is a site of struggles over what type of urban development model should be prioritized, and tourism is often part and package of a broad economic model which has increasingly generated popular discontent.» (p. 15)

Harvey, in Spaces of Capital (2001), stresses that contradictions – and thus conflict – emerge from this appropriation and commodification of a locale’s cultural capital upon which consumption-driven urban economies and tourism are based. First, the exploitation of local marks of distinction with the potential to yield monopoly rents inevitably tends to lead to homogenization, which decreases uniqueness and ‘erase(s) the monopoly advantage’ which can be extracted from a place, item or event – something commonly discussed by critical cultural geographers in their investigation of tourism and place marketing strategies around the world (e.g. Kearns and Philo 1993). Second, drawing on uniqueness and local specificities to maintain a competitive edge and appropriate monopoly rents implies that capital has to ‘support a form of differentiation and allow of divergent and to some degree uncontrollable local cultural developments that can be antagonistic to its own smooth functioning’ (Harvey 2002: n.p.). (p. 16)

De esa mezcla es de donde surge una mezcla abigarrada de protestas que vinculan (y se disuelven en, también) distintos flujos neoliberales y la forma en que se vive y se opera la ciudad. Harey lo resume en la palabra «conflicto», que es tanto algo con lo que los ciudadanos van a tener que convivir como, a la vez, la posibilidad de llegar a alternativas o incluso alianzas por la búsqueda de nuevas formas de disfrutar del derecho a la ciudad.

Tourism can – and often does – create numerous benefits for both visitors and host communities. At the same time, however, we recognize that its practice and structures are rooted in unequal power relations and unsustainable development patterns which frequently inhibit any real ability for those being visited to assert control over tourism development, and cause largely negative consequences for the world we occupy (as residents) and travel through (as visitors). (p. 25)

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