La primera entrada de Breve historia del neoliberalismo, del geógrafo David Harvey, recorría la historia del capitalismo tardío: desde las crisis económicas de los años 70 hasta la implantación, mundial, de esta nueva forma de capitalismo mucho más acusado en la que vivimos inmersos y que, en esencia, lo ha mercantilizado prácticamente todo. La segunda entrada analizaba los casos en que el neoliberalismo no fue implementado mediante un golpe de Estado o una invasión, sino consiguiendo una tácita aceptación democrática (lo de democrática podría ir perfectamente entre comillas), así como cuál es el papel del Estado en esta nueva forma neoliberal global. Finalmente, esta tercera entrada, que se centra en los dos últimos capítulos del libro, se convierte en una especie de juicio moral sobre cinco décadas de esta forma económica y cultural.
Precisamente, el sexto capítulo del libro se titula «El neoliberalismo a juicio».
Por otro lado, una crisis financiera global provocada en parte por su propia política económica temeraria, permitiría al gobierno de Estados Unidos librarse definitivamente de toda obligación de costear el bienestar de sus ciudadanos salvo en lo que respecta al incremento del poder militar y policial, que podría ser necesario para sofocar el malestar social y para imponer la disciplina a escala global. Es posible que después de haber escuchado con atención las advertencias de figuras como Paul Volcker acerca de la elevada probabilidad de una grave crisis financiera en los próximos cinco años, prevalezcan algunas voces más sensatas dentro de la clase capitalista. (p. 168)
Recordemos: el texto es de 2006, por lo que los efectos moralmente más nocivos del neoliberalismo (en esencia, la respuesta a la crisis económica de 2007-8) aún no habían sucedido. Harvey ya avanzaba dicha crisis, pero no era consciente aún de cómo todo el sistema se retorcería para proteger a los bancos y reflotarlos, para no juzgar (ni legal ni moralmente) a los principales causantes de la crisis y para aprovechar sus efectos para seguir obteniendo beneficios (como explicó brillantemente Raquel Rolnik en La guerra de los lugares, la crisis de las subpymes en Estados Unidos y de las hipotecas en Europa sirvió para que los fondos de inversión se hiciesen con una enorme cartera de viviendas –en algunos casos, regalada con fondos públicos, como en España con el Sareb, que ya nos explicó Manuel Gabarre en Tocar fondo. La mano invisible tras la subida del alquiler— que luego usaron para aumentar artificialmente los precios del alquiler).
Uno de los mitos neoliberales es que el libre funcionamiento del mercado es el mejor estímulo para el crecimiento. Falso.
Las tasas de crecimiento global agregadas fueron del 3,5 % aproximadamente durante la década de 1960, y durante la turbulenta década de 1970 tan sólo cayeron al 2,4 %. Pero las tasas de crecimiento posteriores, del 1,4 y del 1,1 % de las décadas de 1980 y de 1990 respectivamente (y una tasa que apenas roza el 1% desde 2000) indican que la neoliberalización ha sido un rotundo fracaso para la estimulación del crecimiento en todo el mundo. En algunos casos, como en los territorios de la antigua Unión Soviética y en aquellos países de Europa central que se sometieron a la «terapia de choque» neoliberal, se han producido pérdidas catastróficas. Durante la década de 1990, la renta per cápita en Rusia descendió a una tasa del 3,5 % anual. Una gran parte de la población se vio sumida en la pobreza y como resultado la expectativa de vida en los varones descendió 5 años. La experiencia ucraniana fue similar. Únicamente Polonia, que desobedeció las recomendaciones del FMI, mostró una apreciable mejoría. (p. 169)
Donde sí ha tenido éxito ha sido en dos vertientes: por un lado, la «volatilidad del desarrollo geográfico desigual se ha acelerado», lo que supone que ciertos territorios han podido avanzar de forma espectacular (durante un tiempo, al menos) a costa de otros. Eso permitía reforzar la idea de que había una competición y los más aptos estaban sobreviviendo o triunfando. Esa misma idea se da en la segunda vertiente:
La neoliberalización, en tanto que proceso y no como teoría, ha tenido un éxito arrollador desde el punto de vista de las clases altas. O bien ha servido para restituir el poder de clase a las clases dominantes (como en Estados Unidos y hasta cierto punto en Gran Bretaña) o bien ha creado las condiciones para la formación de una clase capitalista (como en China, Rusia, India y otros lugares). Gracias al dominio de los medios de comunicación por los intereses de las clases altas, pudo propagarse el mito de que los Estados fracasaban desde el punto de vista económico porque no eran competitivos (creando, por lo tanto, una demanda de reformas todavía más neoliberales). El incremento de la desigualdad social dentro de un territorio era interpretado como algo necesario para estimular el riesgo y la innovación empresariales que propiciaban el poder competitivo e impulsaban el crecimiento. Si las condiciones de vida entre las clases más bajas de la sociedad se deterioraban, ésto se debía a su incapacidad, en general debida a razones personales y culturales, para aumentar su capital humano (a través de la dedicación a la educación, a la adquisición de una ética protestante del trabajo y la sumisión a la flexibilidad y a la disciplina laborales, etc.). En definitiva, los problemas concretos emergen por la falta de fuerza competitiva o por fracasos personales, culturales y políticos. En un mundo darwiniano neoliberal, según esta línea de razonamiento, únicamente los más aptos sobreviven, o deberían sobrevivir. (p. 172)
Este proceso se ha reflejado en las ciudades globales, que «se han convertido en grandiosas islas de riqueza y de privilegio, con altísimos rascacielos y millones de millones de metros cuadrados de espacio de oficinas destinados a albergar estas operaciones» (p. 173). Ello ha venido vinculado con un extraordinario avance en las teorías de la información, que para Harvey «es la tecnología privilegiada del neoliberalismo», porque permite acelerar la flexibilidad del mercado y porque tiene mayor efecto en las «emergentes industrias culturales», donde ha sido más relevante que en la propia producción de mercancías.
Para Harvey, sin embargo, el principal logro del neoliberalismo «ha consistido en redistribuir, no en generar, la riqueza y la renta», algo que ya analizó en el libro Espacios de esperanza, que aún no hemos leído. Parece que allí exploró lo que denomina «acumulación por desposesión», que tiene cuatro aspectos esenciales y que reseñamos brevemente (pero que seguramente lo haremos más a fondo cuando leamos el libro):
- 1. Privatización y mercantilización. Que es la apertura al mercado de ámbitos que hasta ese momento se habían considerado fuera de él: la vivienda es un ejemplo palpable, pero también la educación, asistencia sanitario, incluso el sistema de pensiones, la seguridad privada o la «privatización» de las fuerzas militares, en referencia a los «contratistas privados» que lucharon en Irak. Incluye también la mercantilización de la cultura: el turismo, la música, las propias ciudades, cuyos edificios y espacios públicos se convierten en un bien de consumo cuyos beneficios acaban, en general, en manos privadas.
- 2. Financiarización. O, en términos muy generales, la circulación cada vez más veloz del capital y la posibilidad de obtener dinero entre las fisuras de las transacciones de los bienes producidos. Es decir: fondos buitres, fondos de inversión y similares.
- 3. La gestión y la manipulación de la crisis. O la utilización de la deuda como forma de someter a países y acumular beneficios, privándoles de las reformas necesarias para beneficiar a su población a cambio de que deban refinanciar constantemente esa deuda. En palabras de Stiglitz: «Qué mundo tan curioso, en el que los países pobres están en efecto financiando a los ricos.» (Stiglitz, El malestar en la globalización, citado a menudo por Harvey en este libro.)
- 4. Redistribuciones estatales. Incluye todos los pasos (descarados o no) que da el Estado para invertir el flujo de riqueza que se dio durante los años del keynesianismo: si entonces se gravaba la riqueza de los que más tenían para beneficiar a los que menos (o redistribuir, en general), ahora se recauda de los que menos tiene para beneficiar a los que más. Ejemplos de ello los hay a patadas: desde el Sareb que ya hemos mentado (comprar viviendas a precio de mercado por parte del Estado para revenderlas a los fondos de inversión a precio de saldo), la evolución de vivienda pública a vivienda privada en Gran Bretaña, la reducción de la tributación de las empresas que más facturan frente al aumento de los impuestos no progresivos).
Y, finalmente, lo que Harvey denomina «la mercantilización de todo».
Presumir que los mercados y las señales del mercado son el mejor modo de determinar todas las decisiones relativas a la distribución, es presumir que en principio todo puede ser tratado como una mercancía. La mercantilización presume la existencia de derechos de propiedad sobre procesos, cosas y relaciones sociales, que puede ponerse un precio a los mismos y que pueden ser objeto de comercio sujeto a un contrato legal. Se presume que el mercado funciona como una guía apropiada -una ética- para todas las facetas de la acción humana. (p. 181)
Paradójicamente, es más fácil que se acabe culpando a la izquierda, a los homosexuales (o la nueva fuente de todos los males sociales, las personas transexuales), «a Hollywood o a los posmodernos» de «la desintegración y la inmoralidad social» cuando éstas tienen mucha más relación con los empresarios a los que se idolatra, desde Rupert Murdoch hasta Jeff Bezos. La neoliberalización es la que presenta todos los bienes, productos y contratos como algo flexible, temporal, susceptible de mutar en cuanto convenga. Es un poco el ejemplo, que ya pusimos en la primera entrada, de cómo la flexibilidad laboral supuestamente va a permitir que todo trabajador negocie las condiciones que más le convengan; y cómo, en la práctica, esto se traduce en que una enorme mayoría, que no tiene poder de negociación, ve desmejoradas sus condiciones laborales bajo el pretexto de que hay disponible mano de obra más barata.
Pero, ¿cómo enfrentar algo que, aún siendo global y general, se presenta de modo fragmentario?
La acumulación por desposesión implica un conjunto muy distinto de prácticas desde la acumulación hasta la expansión del trabajo asalariado en la industria y en la agricultura. Este último proceso, que dominó los procesos de acumulación de capital en la década de 1950 y 1960, dio lugar a una cultura opositora (como la que se inscribe en los sindicatos y en los partidos políticos obreros) que produjo el liberalismo embridado. Por otro lado, la desposesión se produce de manera fragmentada y particular: una privatización aquí, un proceso de degradación medioambiental allá, o una crisis financiera o de endeudamiento acullá. Es difícil oponerse a toda esta especificidad y particularidad sin apelar a principios universales. La desposesión entraña la pérdida de derechos. (p. 195)
El último capítulo, «El horizonte de la libertad», se plantea si estamos cerca del fin del neoliberalismo, en parte debido a la (ya evidente en 2006, mucho más evidente ahora) caída de la hegemonía estadounidense como faro mundial. El neoliberalismo es, grosso modo, una imposición del modo de hacer estadounidense (ni siquiera eso: del modo de hacer de las costas de Estados Unidos) al resto del mundo; con la salvedad de que el país americano ha sido siempre un agente libre, imponiendo a los demás lo que no ha permitido para sí mismo; primero mediante hegemonía industrial, luego económica, finalmente, cultural; y con la amenaza militar siempre detrás. A día de hoy estamos en un mundo que vuelve a ser multipolar, con al menos un actor al nivel de Estados Unidos (China), sino superior en determinados aspectos, y otro que les va a la zaga (Rusia), con otros polos (Europa, India, algunos que seguro se nos escapan, pues en el blog no pretendemos ser expertos en un tema tan complejo como es la geopolítica actual). Por lo tanto, el planteamiento de Harvey es consistente: ¿acarreará el fin de la hegemonía estadounidense el fin del neoliberalismo, en algunos aspectos o en su totalidad? Aunque el otro agente, China, es también uno de los dos grandes valedores del propio neoliberalismo (para Harvey son ambos, Estados Unidos y China).
Una de las alternativas por las que podía optar Estados Unidos, escribía Harvey, era el militarismo, asociado al neoconservadurismo: la creación (real o ficticia) de enemigos exteriores (terroristas, rusos, chinos) a los que haya que vencer y cuya derrota justifique todos los medios ante el pueblo americano, ya sean inflación, pérdida de poder adquisitivo o épocas duras; lo cual, claro, no vendría originado por esas guerras, sino pro el propio sistema económica; pero las guerras serían la excusa para justificar las penurias y alargar la vida del neoliberalismo. A la vista de la guerra de Ucrania, no parece un paso descabellado…
Y, sin embargo, acabaremos como lo hace Harvey en todos sus libros: con una nota de optimismo y esperanza y la posibilidad de que surjan alternativas al neoliberalismo. Surgen fisuras entre lo que proclama la doctrina neoliberal (que lo hace todo en aras del bien común) y los efectos de sus acciones (que son siempre en bien de una pequeña clase acaudalada dominante) y esas fisuras son ya algo evidente para todos. Surgen resistencias contra la «acumulación por desposesión», contra el nuevo papel del Estado como garante de los derechos neoliberales, contra la destrucción apabullante de los ecosistemas y el cambio climático.
Hay una perspectiva de la libertad muchísimo más noble que ganar que la que predica el neoliberalismo. Hay un sistema de gobierno muchísimo más valioso que construir que el que permite el neoconservadurismo. (p. 225)