«The Ideology of Public Space and the New Urban Hygienism: Tactical Urbanism in Times of Pandemic», Manuel Delgado

Seguimos comentando los artículos que descubrimos durante el postgrado. A Manuel Delgado ya no hace falta presentarlo: lo hemos reseñado tantas veces en el blog que poco nos queda por decir de él. Por lo tanto, pasamos directamente al artículo, que rastrea los orígenes del urbanismo táctico y su papel en la nueva configuración del espacio urbano en época post-pandemia, con la vista puesta en un espacio social, amable y desconflictivizado. «The Ideology of Public Space and the New Urban Hygienism: Tactical Urbanism in Times of Pandemic» es el octavo capítulo del libro Urbicide. The Death of the City (editado por Fernando Carrión Mena y Paulina Cepeda Pico, Springer, 2023).

Barcelona lleva años presentándose a sí misma como un modelo a seguir en el urbanismo progresista, primero con las reformas para los Juegos Olímpicos, que situaron a la ciudad en la palestra internacional en lo que acabaría siendo conocido como el «modelo Barcelona», y luego con el «post-modelo Barcelona» de las ‘superilles’ y el uso del urbanismo táctico. «Both in the first “model Barcelona” (…) and in the current “post-model Barcelona” (…), the common argument used to justify emblematic urban operations was (and is) the idea of a moral rebound—an argument based on values about good city planning and, by extension, planning of and for good citizenship.» (p. 128). El componente moral es esencial porque parece que las nuevas formas surgidas desde la izquierda más asamblearia y municipal (las surgidas tras el 15M, podrías decir), en vez de luchar de frente contra el capitalismo, tratan de paliar sus efectos socialmente más nocivos: «Its ideology corresponds to what has come to be called citizenism (Delgado, 2016) —an updating of classical republicanism and left-wing liberalism that takes the political perspective of realizing cultural modernity projects and understands democracy not as a form of government but as a way of life and a moral imperative. Citizenism does not call for the dismantling of the capitalist system but instead seeks ethical and aesthetic reform to humanize it and temper its excesses.» (p. 129)

La visión que este nuevo municipalismo tiene del espacio público es el del lugar donde se realizan (o se deberían de realizar) todos los ideales de bienestar, multiculturalidad, ecología y ausencia de conflicto; o conflicto que se resuelve amablemente tras una charla civilizada.

The public space of which dogmatic citizenists speak, with its cleanliness and guarantee of ethical civic norms, is much more than a stage for social life, starring total or relative strangers. Ideologists, politicians, and technicians of new municipalism base the topographical concept of public space, adopted since the 80s of the last century, 2 on a notion taken from political philosophy (Arendt 1958; Habermas 1962)—that of using it to designate a bourgeois public sphere and deploy it for the benefit of civil society. This new use of the concept of public space locates in public places—spaces of public ownership and free concurrence—the proscenium on which abstract democratic principles are enacted as practical ways of being together. This constitutes a formula to ethically achieve the great transformations shaping the capitalist spatial turn—the conversion of urban spaces into major sources of production and the accumulation of surplus value. (p. 130)

El concepto de espacio público ya nació (hace apenas 40 años) como un ideal de lo que tendría que ser, no como una descripción de lo que era (que hubiese tenido que remitir, necesariamente, a Lefebvre y lo urbano).

This means that the notion of public space, in terms of both urban governance and the technocracy of urban citizenship, does not have a mere descriptive function, but serves as a pure ideology (Delgado 2015). Its task is not, as it pretends, to describe accessible voids between built volumes but to morally elevate territories as quality spaces—presumably accessible regions in which appropriate uses, desirable meanings, and good fluidity of displacements is ensured. It is a matter of configuring garrison spaces—in both the military and culinary senses—to guarantee safe, predictable environments for urban reform operations, making them appealing for speculation, tourism, and institutional purposes in terms of legitimacy. To this end, the urban exteriors should be meeting places for orderly multitudes of free and equal beings who will use them to enjoy friendly coexistence, free of conflict, and should become paradises from which anyone who does not espouse middle-class values is expelled or barred. (p. 130)

El nuevo capítulo del urbano neoliberal corresponde a una época donde prima lo cercano, lo ecológico y lo social; por lo tanto, se buscan avenidas libres de coches, con mucha zona verde, accesibles a pie y en bicicleta: «sostenibles, inclusivas, participativas, interculturales y, en consecuencia, beneficiosas para toda la humanidad» (p. 131).

Una de las herramientas decisivas para implementar ese nuevo capítulo ha sido el urbanismo táctico. Su origen se encuentra en revueltas vecinales puntuales de los 60 y los 70, en ocasiones incluso artísticas, que buscaban formas baratas y sencillas de perturbar el orden establecido. «Already widespread in the 2000s, tactical urbanism took the form of small, ephemeral, spontaneous interventions in North American cities such as New York, Dallas, and San Francisco. They involved modifying the local environments through the low-cost, playful use of rudimentary materials for folding picnic furniture, paint-to-zone sidewalks and driveways, plastic and concrete bollards, wooden planters, and site-made materials.» (p. 132). El urbanismo táctico nacía desde abajo, desde la base social, que es quien lo imponía y, en su defecto, lo mantenía o lo rechazaba, por lo que estaba impregnado de ese don «social, auténtico, espontáneo» que tan bien le iba al urbanismo neoliberal, ya que encarna los ideales de participación, inclusión, multicultural, etc.

Tras la crisis económica de 2008, además, el urbanismo táctico permitía soluciones rápidas, baratas y fáciles de corregir si los ciudadanos se oponían. Su propia fisionomía (palets, estructuras de madera, pintura en el suelo, objetos más o menos curiosos) la acercaba mucho al apelativo «creativo», que es el summum en la ciudad actual: todo lo creativo es maravilloso, siempre que siga las directrices del capital y no se le oponga (dependiendo de esa oposición será violento, antisistema o, el peor epíteto hoy en día: terrorismo).

Tactical urbanism aimed to promote the innovative recycling of urban space by encouraging the use of urban voids or the reuse of abandoned or decrepit land that could not be built upon, which resulted from the real estate crisis. The tactics ended up becoming a strategy through which municipal administrations could modify urban spaces in quick, cheap, and reversible ways, enabling them to test different solutions without mortgaging the urban spaces, waiting for projects to generate satisfactory results, or obtaining guarantees of consensual functional success. Entire cities were conceived of as open-air laboratories in which to test strategies without investing too many public resources (Cardullo et al. 2018; O’Callaghan and Lawton 2016). Despite this culturally anti-establishment patina, which allowed its achievements to be exhibited in contemporary art museums, the success of tactical urbanism served to depoliticize urban issues by varnishing initiatives with aesthetics and moralism and staging a social authenticity (Franco 2018) that won considerable political and media praise for its effectiveness. (p. 133)

Es lo que sucedió en Barcelona tras la pandemia: con la excusa de «revitalizar el espacio público» se recurrió al urbanismo táctico y multitud de chaflanes y esquinas amanecieron llenos de formas geométricas multicolor, con bloques de hormigón y bolardos impidiendo el paso del tráfico de vehículos. De repente los vecinos salían a la calle y podían recorrer espacios limpios, libres de humos e interferencias (tal vez con unas cuantas terrazas de más, pero claro, había que compensar a la hostelería por el tiempo que había estado cerrada, parece). Fue la imagen idílica que Barcelona necesitaba para poner en marcha su nuevo plan urbanístico: una ciudad limpia, con vecinos sonrientes que ya no son desconocidos entre ellos y fluyen, y disfrutan, en ese desconflictivizado espacio público.

Los nuevos indicadores de la vitalidad de la ciudad pasaron a ser científicos y ambientales: la reducción de la polución, la reducción del ruido (lógicamente, los coches hacían más ruido y contaminaban más que el paso de las bicicletas o los peatones), aumento de peatones, aumento de espacios verdes… «Tactical urbanism was presented in Barcelona not as an innovation, but as a next step in its tradition of creative and disruptive urbanism.» (p. 136) Aunado con la implementación de les ‘superilles’ (la agrupación de nueve manzanas del Ensanche para formar una estructura mayor con el tráfico muy reducido en las cuatro calles interiores, formando plazas o espacios peatonales o de preferencia peatonal), se convirtió en una forma de revertir los efectos nocivos del calentamiento global y la emergencia climática, además de las bondades habituales que la publicidad siempre atribuye a este tipo de reformas: amables, igualitarias, sociales, abiertas, tolerantes.

A pesar de los orígenes y las proclamas del gobierno de la nueva izquierda, sin embargo, no hubo nada de asambleario en la imposición de esas reformas urbanas. En cuanto se puso de manifiesto ese hecho, la respuesta del Ayuntamiento fue que las nuevas superilles y los espacios pacificados servían para evitar 667 muertes prematuras al año, debidas a los efectos de la contaminación. Esta y muchas otras respuestas que ligan esta forma de urbanismo a las bondades ecologistas le sirven a Delgado para hablar del «higienismo», que siempre ha sido una de las excusas recurrentes para reformas urbanas (en el fondo, neoliberales) como por ejemplo la «higienización» del barrio chino, el lugar del vicio, la perdición, el tráfico de drogas y la prostitución, un lugar tan horrible e infernal que hubo que derruirlo y abrirlo en canal para que de sus cenizas resurgiese el nuevo Raval, espacio limpio, multicultural y, sobre todo, repleto hasta los topes de museos, facultades, escuelas y filmotecas que le dan esa pátina de espacio respetable.

Pero el higienismo en Barcelona no es sólo físico, sino moral:

However, this new hygienism has the same mission as its predecessors: not only to ward off, as it claims, the pandemics of coronavirus and environmental pollution, but to keep conflict, conceived as a plague, at bay and prevent it from threatening the good health of the bourgeois city. Its objective is to calm life in the streets and turn them into orderly, predictable spaces, to deactivate threats to the peaceful government of cities, and to present appropriate scenarios so that the dominated (the urbanized) can and want to collaborate avidly with those who dominate them (the urbanizers). (p. 140)

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