Todo lo sólido se desvanece en el aire (IV): Baudelaire y la vida en la calle

Continuamos con la lectura de Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, de Marshall Berman. La primera entrada nos presentó la obra, un estudio sobre la dialéctica del proceso de la modernidad y la modernización; la segunda entrada se centraba en el Fausto de Goethe y su lectura como una tragedia del desarrollo y la tercera giraba sobre la obra de Marx y su impulso moderno.

En esta cuarta entrada avanzamos medio siglo en el tiempo y nos desplazamos a las calles de un París que está cambiando bajo las directrices del barón Haussmann; y veremos los efectos que esto supone en la ciudad y sus calles desde los ojos de un espectador extraordinario: Baudelaire.

Y sin embargo, una cualidad notable de los muchos escritos de Baudelaire acerca de la vida y el arte modernos es que el significado de lo moderno es sorprendentemente escurridizo y difícil de fijar. (p. 131)

La primera visión del modernismo de Baudelaire (Salón del 1846, El pintor de la vida moderna) presenta a la burguesía como una entidad capaz de revolucionar el mundo y de traer progreso; incluso como un desfile incesante de novedades y modas. Berman lo llama «las pastorales modernas de Baudelaire».

Baudelaire, muy sonriente.

Sin embargo, esta visión poco a poco va cambiando. Baudelaire añade a su percepción elementos fluidos («existencias flotantes») y gaseosos («nos envuelve y empapa una atmósfera»), tan propios de la definición de modernidad de la época y posteriores (Marx, Kierkegaard, Dostoievski, Nietzche) y que se condensan en el título de la propia obra, «todo lo sólido se desvanece en el aire». Benjamin, en su lectura de los poemas en prosa de Baudelaire, ya encontró las características de la modernidad.

Los escritos parisienses de Benjamin constituyen una memorable actuación dramática (…) Su corazón y su sensibilidad lo arrastran irresistiblemente hacia las brillantes luces, las hermosas mujeres, la moda, el lujo de la ciudad, su juego de deslumbrantes superficies y escenas radiantes; mientras tanto, su conciencia marxista le arranca insistentemente de estas tentaciones, le dice que todo este mundo refulgente es decadente, hueco, vicioso, espiritualmente vacío, opresivo para el proletariado, condenado por la historia. Toma reiteradas resoluciones ideológicas de abandonar las tentaciones de París, pero no puede resistirse a una última mirada al bulevar o a los soportales; quiere salvarse, pero no todavía. (p. 145)

Y entonces, «a finales de la década de 1850 y a lo largo de la de 1860, mientras Baudelaire trabajaba en El spleen de París, Georges Eugène Haussmann, prefecto de París y sus aledaños, armado de un mandato imperial de Napoleón III, abría una vasta red de bulevares en el corazón de la vieja ciudad medieval» (p. 149). Haussmann abrió París: derribó barrio tras barrio, expandió el comercio local, contrató a una enorme cantidad de trabajadores y creó unos anchos corredores por donde las tropas y la artillería podían desplazarse de un punto a otro de la ciudad.

Pero no sólo ellos: por primera vez, todos los habitantes de París podían desplazarse por toda la ciudad: «después de vivir como una yuxtaposición de células aisladas, París se estaba convirtiendo en un espacio físico y humano unificado» (p. 150).

Los bulevares de Napoleón-Haussmann crearon nuevas bases —económicas, sociales, estéticas— para reunir enormes cantidades de personas. Al nivel de la calle, estaban bordeados de pequeños negocios y tiendas de todas clases, y en todas las esquinas había zonas acotadas para restaurantes y cafés con terrazas en las aceras. Estos cafés, como aquel en que se ven los amantes y la harapienta familia de Baudelaire, pronto serán vistos en todo el mundo como símbolos de la vie parisienne. Las aceras de Haussmann, como los propios bulevares, eran enormemente amplias, bordeadas de bancos y árboles frondosos. [99] Se dispusieron isletas peatonales para cruzar más fácilmente las calles, para separar el tráfico local del interurbano y para abrir rutas alternativas de paseo. Se diseñaron grandes panorámicas, con monumentos al final de cada bulevar, a fin de que cada paseo llevara a un clímax dramático. Todas estas características contribuyeron a hacer de París un espectáculo singularmente seductor, un festín visual y sensual. Cinco generaciones de pintores, escritores y fotógrafos (y un poco más tarde cineastas) modernos, comenzando por los impresionistas en la década de 1860, se nutrirían de la vida y la energía que fluían por los bulevares. Hacia 1880, el modelo de Haussmann era generalmente aclamado como el modelo mismo del urbanismo moderno. Como tal, no tardó en ser impuesto a las ciudades que surgían o se extendían en todos los rincones del mundo, desde Santiago a Saigón. (p. 151)

En este contexto es donde Baudelaire escribe «Los ojos de los pobres». En él, una pareja de amantes está en un café de un bulevar, disfrutando de la novedad, cuando una familia de pobres se asoma desde el exterior del escaparate y contempla el interior. Con ilusión, sí, como una novedad; pero también como algo ajeno, algo que ellos, por ahora, no pueden disfrutar. El chico se maravilla de la ilusión en los ojos de la familia pobre; la chica los aborrece, porque le están estropeando la experiencia. Y él se da cuenta, entonces, del abismo que los separa, y la tarde se vuelve triste.

Por un lado vemos el nacimiento del espacio urbano moderno, con sus luces y su esplendor. Por el otro, la escena «revela algunas de las ironías y contradicciones más hondas de la vida moderna en la ciudad». «Los bulevares, al abrir grandes huecos a través de los vecindarios más pobres, permitieron a los pobres pasar por esos huecos y salir de sus barrios asolados, descubrir por primera vez la apariencia del resto de su ciudad y del resto de la vida. Y, al mismo tiempo que ven, son vistos: la visión, la epifanía, es en ambos sentidos.» (p. 153)

París, antes [XIR164992 Rue Traversine, from rue d’Arras, Paris, between 1858-78 (b/w photo) by Marville, Charles (1816-79); black and white photograph; Musee de la Ville de Paris, Musee Carnavalet, Paris, France; (add. info.: on the right: rue Fresnel); Giraudon; French, out of copyright]

«¿Cómo podrían los enamorados mirar a las personas andrajosas que aparecen súbitamente entre ellos? En este punto, el amor moderno pierde su inocencia. La presencia de los pobres arroja una sombra inexorable sobre la luminosidad de la ciudad.» Las posiciones de los enamorados reflejan las visiones políticas de la época: la de quien quiere que esos pobres puedan disfrutar de los mismos placeres que uno mismo, y la de quien quiere defender lo que tiene para que no se lo arrebaten.

Pero la disolución va más allá. Tal vez lo que separa y entristece a los amantes no es la disparidad de su visión; sino que, en el fondo, ambos comparten puntos de vista. «Tal vez, incluso cuando él afirma noblemente su parentesco con la familia de ojos universal, comparte los mezquinos deseos de ella de negar a los parientes pobres, de sacarlos de su vista y de sus pensamientos. Tal vez detesta a la mujer que ama porque sus ojos le han mostrado una parte de sí mismo a la que detesta enfrentarse. Tal vez la división más profunda no se dé entre el narrador y su amada, sino dentro del mismo hombre. Si esto es así, nos muestra cómo las contradicciones que animan las calles de la ciudad moderna repercuten en la vida interna del hombre de la calle.» (p. 155)

Y ahí ve Berman la modernidad: en el impulso contradictorio que nos impulsa, valga la redundancia. Viene a la mente la reflexión que hacía Harvey sobre la industria automovilística de Oxford: si debía pensar en todo el bienestar de los obreros del mundo, o centrarse en el bienestar de esos obreros que podían perder su trabajo, en el momento en que ambas son contradictorias (Espacios del capital).

En la siguiente escena, «La pérdida de una aureola», un transeúnte se encuentra a un artista que, al cruzar la calle, azotado por caballos y carruajes que corren de un lado al otro, pierde su aureola tras caer ésta al suelo y decide dejarla atrás, pues teme que si se pone a buscarla entre el barro lo acaben atropellando. Sin embargo, descubre que sin ella es mucho más feliz, pues puede ir a los arrabales y a todo tipo de lugares que antes le estaban vedados.

Como hacía Marx, Baudelaire trata aquí de la desacralización que trae la modernidad. Los bulevares se hicieron increíblemente amplios; nadie entendía por qué hasta que empezaron a ser recorridos a toda velocidad por caballos y carruajes. El pavimento que los recubría hacia que el paso de los caballos fuese ágil y sin fricción; pero ese mismo polvo flotaba en el aire en verano y se llenaba de barrio los meses de lluvia.

Por otro lado, los caminantes son ahora peones lanzados en medio de un tráfico rodado que cada vez tendrá más velocidad. Ante esta explosión de vitalidad, sólo hay dos opciones: caer derrotado o aprender a moverse entre ellas. Así, el hombre moderno no tiene otro remedio que aprender a esquivar el tráfico, a vivir con él, a mezclarse con él; lo que lo lleva a nuevas formas de libertad, expresión y vitalidad.

París, después. Añadan artistas y absenta a discreción.

El resultado del cociente, para Baudelaire, es positivo: se ha perdido la aureola, sí, pero a cambio se abre todo un sinfín de posibilidades. «¿Qué pasaría si la multitud de hombres y mujeres aterrorizados por el tráfico moderno pudiesen aprender a afrontarlo juntos? Esto ocurrirá sólo seis años después de «La pérdida de una aureola» (y tres años después de la muerte de Baudelaire), en los días de la Comuna de París de 1871, y nuevamente en San Petersburgo en 1905 y 1917, en Berlín en 1918, en Barcelona en 1936, en Budapest en 1956, nuevamente en París en 1968, y en decenas de ciudades de todo el mundo, desde los tiempos de Baudelaire hasta los nuestros: el bulevar se transformará bruscamente en el escenario de una nueva escena primaria moderna. No será la clase de escena que le habría gustado ver a Napoleón o a Haussmann, pero será no obstante una escena que su forma de urbanismo habrá contribuido a crear.» (p. 164)

Todo esto da paso a una reflexión sobre el urbanismo, a propósito del hecho de que ya no se dan encuentros como el de «Los ojos de los pobres». «Una de las grandes diferencias entre el siglo XIX y el XX es que nuestro siglo ha creado una red de nuevas aureolas para reemplazar las que Baudelaire y Marx arrebataron.»

Si describimos los complejos espaciales urbanos más recientes que podamos imaginar —todos los que se han desarrollado, digamos, desde el final de la segunda guerra mundial, incluyendo todas nuestras nuevas ciudades y barrios urbanos recientes— nos resulta difícil imaginar que los encuentros primarios de Baudelaire pudieran suceder aquí. Esto no es casual: de hecho, durante la mayor parte de nuestro siglo, los espacios urbanos han sido sistemáticamente diseñados y organizados para asegurar que las colisiones y enfrentamientos no tengan lugar en ellos. El signo distintivo del urbanismo del siglo XIX fue el bulevar, un medio para reunir materiales y fuerzas humanas explosivos; el sello del urbanismo del siglo XX ha sido la autopista, un medio para separarlos. En esto vemos una dialéctica extraña, en que una forma de modernismo se activa y se agota tratando de aniquilar a la otra, todo en nombre del modernismo. (p. 165; la negrita es nuestra)

Y aquí entra otra figura, la del arquitecto más influyente del siglo XX: Le Corbusier. Baudelaire presentaba dos vías para sobrevivir a la vorágine de la modernidad: transformar los «sobresaltos» en una forma nueva de arte que reúna a los hombres modernos o, soterrada entre sus palabras, «la protesta revolucionaria que transforma una multitud de soledades urbanas en un pueblo, y reclama las calles de la ciudad para la vida humana». Le Corbusier da un gran salto: tras describir el tráfico… se identifica con él. El hombre de las calles se convierte en el hombre del tráfico, de la vorágine, de la velocidad y el progreso: el hombre del coche.

El hombre nuevo, dice Le Corbusier, necesita «un nuevo tipo de calle» que será «una máquina de tráfico» o, para variar la metáfora básica, «una fábrica de producir tráfico».

(…) Del momento mágico de Le Corbusier en los Campos Elíseos, nace la visión de un mundo nuevo: un mundo totalmente integrado de altas torres rodeadas de amplias áreas de césped y espacio abierto —«la torre en el parque»— unidas por superautopistas aéreas y provistas de garajes subterráneos y arcadas con tiendas. Esta visión tenía un claro objetivo político, enunciado en las últimas palabras de Hacia una nueva arquitectura: «Arquitectura o Revolución. La Revolución puede ser evitada». (p. 168)

Si la tesis había sido que las calles (urbanas) pertenecían al pueblo, la antítesis propuesta por Le Corbusier es: «no hay calles, no hay pueblo.» (p. 168) Recordemos: la zonificación, de la que tantas veces hemos hablado (y que quedó claramente establecida en La carta de Atenas). Todo separado, cada función en su lugar y, uniéndolos, enormes autopistas. Erradicar por completo a los peatones, salvo en los lugares donde deben estar para su ocio: parques debidamente amaestrados o contemplando la vegetación que se alza entre las torres donde habitan.

«La trágica ironía el urbanismo modernista», concluye Berman, «es que su triunfo ha contribuido a destruir la misma vida urbana que esperaba liberar.» (p. 169)

La homogeneización («achatamiento», lo llama Berman) del paisaje urbano corresponde a la del pensamiento social. Por un lado ha surgido una corriente de «modernolatría», donde se pregona el triunfo de la técnica por encima de todo, que será capaz de aliviar todos los males (Le Corbusier, claro, Marinetti, Maiakovski, Fuller, McLuhan); por el otro, la «desesperación cultural» (Ezra Pound, Eliot, Ortega, Foucault, Arendt, Marcuse), para quienes «la totalidad de la vida moderna parece uniformemente vacía, estéril, monótona, «unidimensional», carente de posibilidades humanas: cualquier cosa percibida o sentida como libertad o belleza en realidad es únicamente una pantalla que oculta una esclavitud y un horror más profundos» (p. 170). Ambos frentes se pueden rastrear hasta Baudelaire; pero lo que sin duda estaba en el poeta francés, y no en los intelectuales nombrados, era la voluntad de luchar hasta la última de sus fuerzas «con las complejidades y contradicciones de la vida moderna».

Al menos en el campo del urbanismo, acabaría surgiendo un punto de luz esplendoroso que trataría de poner fin, o al menos daría voz, a una nueva forma de vivir la calle: nuestra querida Jane Jacobs.

Jacobs argumenta brillantemente, primero, que los espacios urbanos creados por el modernismo eran físicamente limpios y ordenados, pero estaban social y espiritualmente muertos; segundo, que eran solamente los vestigios de la congestión, el ruido y la disonancia general del siglo XIX los que mantenían viva la vida urbana contemporánea; tercero, que el antiguo «caos en movimiento» urbano era, de hecho, un orden humano maravillosamente rico y complejo, inadvertido por el modernismo sólo porque sus paradigmas de orden eran mecánicos, reductivos y superficiales; y, finalmente, que lo que todavía pasaba por modernismo en 1960 podría ser algo evanescente y ya obsoleto. (p. 171)

Redes de indignación y esperanza, Manuel Castells

A la espera de la lectura de El poder de la identidad, segunda parte de la trilogía La era de la información, de Manuel Castells (ya comentamos en su momento La sociedad red), ha caído en nuestras manos Redes de indignación y esperanza. Se trata de un libro distinto a los habituales de Castells: en vez de basarse en largos estudios bien documentados, es una reflexión, casi a vuelapluma, escrita por el sociólogo a tenor de los movimientos sociales que estallaron en el año 2011 por todo el planeta, en general como protesta contra la gestión de los gobiernos de la crisis económica de 2008 o en contra de las dictaduras o gobiernos árabes con pocas libertades.

Se analizan las revoluciones de Islandia y Túnez, como punto de partida; después los levantamientos árabes, el 15-M en España y el Occupy Wall Street. Castells explica brevemente el contexto de cada una y luego destaca los puntos que tienen en común. En definitiva, se trata de una reflexión sobre nuevas formas de hacer democracia o de organizas los estados; y, al mismo tiempo, sobre la percepción que tiene la sociedad sobre sí misma.

Castells es bastante más optimista de lo que luego, por desgracia, han sido los movimientos; recordemos que el libro es una publicación de 2012. Sí que destaca, en todo momento, que lo importante de estos movimientos (en general, sin líderes visibles y sin reivindicaciones políticas concretas) es la forma en que calan en la sociedad: por ejemplo, ya forma parte de nuestra cultura la dicotomía entre el 1 y el 99% que usó Occupy Wall Street como lema. Esa es la verdadera utilidad de las revoluciones (cuando no consiguen tumbar regímenes, como sí sucedió en Islandia o Egipto): modifican la percepción que los ciudadanos tienen de sí mismos.

El prólogo de Castells es maravilloso. Remite bastante a su anterior obra, Comunicación y poder (2009), y radiografía el poder (o su percepción) en la era de las redes.

Comienzo con la premisa de que las relaciones de poder constituyen el fundamento de la sociedad porque los que ostentan el poder construyen las instituciones de la sociedad según sus valores e intereses. (…) Las relaciones de poder están incorporadas en las instituciones de la sociedad, y especialmente en el estado. (p. 22)

Sin embargo, y pese a ostentar el monopolio de la violencia legitimada, ésta no es el mejor método de control: «la lucha de poder fundamental es la batalla por la construcción de significados en las mentes.» Ahí es donde entra la comunicación, «compartir significados mediante el intercambio de información». Controlada hasta ahora por el poder, la aparición de internet, una red de acceso libre y multimodal, permite la creación y sostenimiento de diversos discursos a la vez; el oficial (el, o los, del poder) ya no son los únicos.

Las diversas redes de poder se interconectan entre ellas. «¿Quién ostenta el poder en la sociedad red? Los programadores de cada una de las redes y los conmutadores (switchers) que conectan diversas redes (magnates de los medios que conectan red de capital con redes multimedia, élites financieras que financian a las élites políticas, élites políticas que rescatan instituciones financieras).»

Si el poder es la conexión de redes, el contrapoder es la reprogramación de redes o bien su desconexión. Ése es el objetivo de los movimientos sociales: puesto que los canales habituales están controlados por las redes de poder, buscan canales alternativos; internet. Y, al mismo tiempo, buscan la ocupación de un espacio pública controlado por el poder (La producción del espacio, de Lefebvre) como forma de visibilizar y legitimar su protesta por tres motivos:

  • la creación de comunidad: para superar el miedo a las posibles represalias del estado (incluso violentas), la comunidad establece lazos de esperanza; de ahí las barricadas levantadas en las calles, que, más que ofrecer protección ante el poder militar del estado, ofrecían una distinción entre el afuera y el adentro, entre «ellos» y «nosotros»;
  • el simbolismo de los espacios ocupados; como lo fue la destrucción de las Torres Gemelas, que no eran dos rascacielos sin más;
  • como conexión entre espacio concreto y espacio virtual.

Las revoluciones de Islandia y Túnez marcaron el punto de partida. Castells destaca, sobre todo, la existencia de una parte importante de la población con presencia e internet y cómo los movimientos eran al mismo tiempo locales y globales. Destaca también el papel de la cadena Al Jazira en los levantamientos árabes.

El movimiento en Islandia fue importante porque, por primera vez, una población se negó a aceptar las consecuencias sobre su bienestar de una clase financiera y política que, a su juicio, no les había representado. El de Túnez, porque acabó con la dictadura de Ben Ali. El primero dio alas a los movimientos que sacudieron Europa y Estados Unidos, el segundo, a todos los levantamientos árabes.

Cada una de ellas, y de las posteriores, tiene un contexto específico en el que no entramos (aunque Castells hace un gran trabajo al narrarlos). De Egipto destaca el intento de desconexión por parte del poder: se «apagó» internet para los ciudadanos. El problema es que una red mundial es muy difícil de cortar y surgieron alternativas por doquier; aquellos con la voluntad de superar las barreras encontraron formas de hacerlo. Además, cortar una red supone debilitar al resto de redes, algo que ni la red del capital ni la del turismo estaban dispuesta a permitir a largo plazo.

Del 15-M, Castells destaca la formación de debates y asambleas donde no había líderes y donde la sociedad tuvo que redescubrir formas nuevas de hacer políticas, de estructurarse y de tratar los diversos temas y tomar decisiones. Precisamente lo que volvió locos a los medios tradicionales, la no existencia de líderes claros, cómo narrar un movimiento donde cada cual se representa a sí mismo, es la gran lección que aprendió la sociedad.

Si en las revoluciones árabes el motivo que impulsó a la sociedad a la calle era la dignidad, la imposibilidad de llevar una vida digna debido a la corrupción política y policial, en Estados Unidos lo que encendió la chispa de Occupy Wall Street fue la respuesta a la crisis de 2008 y cómo dicha respuesta (rescatar a los responsables, que no fueron castigados) sólo acrecentó las diferencias entre una élite financiera y la mayoría de la población.

El nivel de ingresos del 1% de los estadounidenses con mayor nivel de vida pasó del 9% en 1976 al 23,5% en 2007. El crecimiento acumulado de la productividad entre 1998 y 2008 llegó a un 30% aproximadamente, pero los salarios reales sólo subieron un 2% durante esa década. La industria financiera captó la mayoría del incremento en productividad, ya que su cuota de beneficios pasó del 10% en los años ochenta al 40% en 2007, y el valor de sus acciones subió del 6% al 23%, a pesar de emplear tan sólo al 5% de población activa. Efectivamente, el 1% superior se hizo con el 58% del crecimiento económico de ese periodo. En la década anterior a la crisis, el salario real por hora aumentó un 2%, mientas que los ingresos del 5% más rico aumentaron un 42%. El sueldo de un director general era 50 veces mayor que el del trabajador medio en 1980, y 350 veces más en 2010. Éstas ya no eran cifras abstractas. También tenían cara: Madoff, Wagoner, Nardelli, Pandis, Lewis, Sullivan. Y estaban entremezcladas con políticos y funcionarios del gobierno (Bush, Paulsen, Summers, Bernake, Geithner y, por supuesto, Obama). (p. 158)

A modo de conclusión, Castells destaca las características comunes de estos movimientos sociales:

  • Están conectados en red de numerosas formas. Lo que permite no tener un centro identificable y la discusión de numerosos temas a la vez.
  • Se convierten en movimientos al ocupar el espacio urbano. Castells denomina espacio de autonomía al híbrido entre espacio virtual (de las redes) y espacio (físico) de los lugares.
  • Son locales y globales a la vez.
  • Son en gran medida espontáneos, encendidos por una chispa que se vuelve viral.
  • «La transmisión de la indignación a la esperanza se consigue mediante la deliberación en el espacio de la autonomía.» La creación de asambleas, de comisiones, y la no existencia de líderes visibles, en parte debido a la desconfianza de los participantes del movimiento por los representantes políticos.
  • Son redes horizontales.
  • Se trata de movimientos altamente autorreflexivos.
  • Son movimientos raramente programáticos (salvo cuando tienen el objetivo de acabar con una dictadura). Se plantean como una reflexión para alcanzar una nueva forma de consenso, más que como una serie de puntos a alcanzar.

¿Cuál es el balance políticos de estos movimientos? Paradójicamente, su papel en la política o su inclusión en ella se ven como algo muy complejo, incluso como una traición. Efectivamente, las élites políticas y financieras manifiestan que sólo se pueden permitir modificaciones que provengan de los cauces correctos de la política; dichos cauces están, a menudo, preparados de tal modo que diluyen la esencia de los movimientos (por ejemplo, requieren de una jerarquización evidente, algo que ya atenta contra las bases del movimiento). «Como el camino a los cambios de políticas pasa por el cambio político, y el cambio político se configura por los intereses de los políticos que gobiernan, la influencia del movimiento en la política es normalmente limitada».

Sin embargo, el cambio principal se produce en la mente de las personas. Por eso Castells acaba la reflexión con una nota de esperanza: porque las revoluciones supusieron un cambio, como poco, de mentalidad en la sociedad.

Queda pendiente un estudio que relacione el aprendizaje del poder en la lucha contra estos movimientos con la «evolución de los movimientos sociales» que se dio en las protestas de Hong Kong: la sociedad versus la tecnogobernanza china. Castells afirmaba, en La sociedad red, que probablemente una vislumbre del futuro urbano se dará en el Delta del Río de las Perlas; es probable que también gran parte de la gobernanza y la batalla por el control social también se lleve a cabo en sus calles.

Alternativas para burlar los sistemas de reconocimiento facial

Las revoluciones de Hong Kong se están convirtiendo en un escaparate del uso de las nuevas tecnologías aplicadas bien a la revuelta social, bien al control social. Cada paso que da un bando, el otro intenta contrarrestarlo. Por parte de las autoridades ya existían el aterrador sistema del crédito social chino y el control de las comunicaciones, que los manifestantes intentaron burlar usando aplicaciones alternativas para reunirse y organizar las protestas; luego, por ejemplo, la policía ha pasado a usar mangueras con aguas teñidas de azul, para poder reconocer a los disidentes cuando ya se hayan dispersado y detenerlos.

Pero esta lucha (desigual, todo sea dicho) es sólo la punta de lanza en un Estado que, no nos engañemos, disimula poco sus métodos. Aunque nos parezca muy lejano, una lucha similar se da en nuestras calles (no en intensidad, ojo, no estoy comparando sino haciendo un símil): acérquense ustedes a una ciudad mediana y cuenten cuántos metros pueden andar sin encontrar una cámara. Les digo que en Barcelona es casi imposible, y en el centro probablemente se puedan contar con un dedo de la mano los puntos donde no estás siendo enfocado a la vez por un puñado de ellas. Los sistemas de reconocimiento facial están a la orden del día: no sólo los usaba la fenecida Picassa, por ejemplo, con aterradora eficacia (y ya hace años de aquella aplicación) sino que los siguen usando Facebook, Apple, cualquiera de las grandes: para desbloquear los aparatejos tecnológicos, sin ir más lejos, o cada vez que etiquetamos a alguien en instagram y le regalamos más información a las corporaciones.

En este blog somos malpensados. No hace falta recurrir a teorías de la conspiración para ver que, en cuanto les interese, las grandes compañías usarán todos esos datos para ganar dinero, si no lo hacen ya. Llevamos un localizador en el bolsillo, la mayoría de nosotros, que desbloqueamos una media de 150 veces al día por costumbre, sin verdadera necesidad de consultar algo. Pero, aunque no lo llevásemos, el Big Data puede saber dónde estamos en todo momento simplemente reconociendo nuestras caras. Y en este blog, donde no es que tengamos nada especial que ocultar pero tampoco nos apetece que nadie fuera de nuestro entorno tenga por qué saber dónde andamos ni para qué, nos hemos interesado por las alternativas existentes para engañar los sistemas de reconocimiento facial.

El primer problema que encontramos es que hay multitud de formas tecnológicas (¿usan la luz?, ¿infrarrojos?) y ya no digamos algoritmos diferentes para llevar a cabo lo mismo, por lo que habría que saber a qué nos enfrentamos para decidir qué alternativa usar. Las propuestas aquí (tras una búsqueda sencilla en internet, no vayamos tan lejos) suelen burlar un único sistema; ninguna de ellas es disimulada y en todo momento quedará claro lo que pretendemos, al menos al resto de la población que ande por las calles.

CV Dazzle e Hyperface

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Desarrollado por Adam Harvey, «artivista», el sistema en el que se basa es el de distorsionar los algoritmos de reconocimiento: un punto muy importante es el del puente de la nariz, donde convergen la nariz, los ojos y las cejas, por lo que el primer paso consiste en distorsionar esa zona; el segundo, un peinado asimétrico, y luego un maquillaje o sombras que oscurezcan un solo ojo.

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Otros ejemplos del CV Dazzle.

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El mismo artista desarrolló luego otro sistema, Hyperface, que consiste en llevar ropas con multitud de rostros estampados en ellas, para confundir a los sistemas: si no pueden situar el rostro, no podrán intentar el reconocimiento.

El sistema que más se está desarrollando es, por razones obvias, el uso de determinadas gafas. Las gafas son un accesorio no especialmente distorsionador del rostro, por lo que no nos serñalarán en el metro mientras las llevamos. Veamos algunas:

Gafas Privacy Visor

Creadas por el Instituto Nacional de Informática de Japón, estas gafas reflejan la luz del techo en la lente de la cámara, por lo que convierten en virtualmente invisible la zona alrededor de los ojos. Otro modelo, las Reflectacles tienen un efecto similar:

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Gafas con rostros de famosos

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Las gafas no tienen realmente rostros de famosos, pero consiguen convencer a los algoritmos de que somos otras personas mediante el uso de píxeles en la montura. Discretas tampoco son.

Incognito

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Un sistema de joyas colocadas alrededor del rostro que al reflejar la luz impide situar los principales puntos de reconocimiento.

La máscara de URME

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Algo más extremo que las anteriores, el «artivista» Leonardo Selvaggio, de Chicago, vio la oportunidad perfecta para combinar arte y negocio: como forma de luchar contra el reconocimiento facial, propone la creación de una máscara hiperrealista, fabricada mediante impresión 3D de su propio rostro, que vende al precio de unos 180 euros y que permite al que la lleva caminar de incógnito ante cualquier sistema. Esconderse a simple vista, lo llaman.

No podemos terminar esta entrada sin dar a conocer a Lilly Ryan, que se dedica a lo que ella define como «Scientific Hooliganism»; nos hemos enamorado de ella.

Fuentes: 1, 2, 3.

Chalecos amarillos: un análisis

El movimiento de los chalecos amarillos ha sido un movimiento social organizado en Francia y surgido a propósito del aumento del precio de los carburantes en el país galo durante octubre de 2018. El movimiento pronto ganó impulso y pasó a tratar otros temas, sobre todo la pérdida del poder adquisitivo y la injusticia fiscal. A pesar de lo relevante de su magnitud, los medios tradicionales no le han dado una cobertura proporcional, y a menudo su trato ha sido tangencial o muy reductivista.

Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid, publica en ctxt.es un muy detallado ensayo sobre el movimiento, sus miembros, sus intereses, orígenes y posibles repercusiones.

Destacamos dos apuntes: el primero, la tercera forma de organización de huelgas, que el propio autor llama de distribución. Hasta ahora existían dos huelgas tradicionales:

  • huelga de producción, que traba la generación de bienes y servicios,
  • y huelga de consumo, que traba el consumo de dichos productos.

Con su método habitual de protesta, que es la ocupación de las rotondas en las carreteras, los chalecos amarillos han llegado a una nueva forma, la huelga de distribución, cuyo objetivo es impedir que los bienes lleguen a los centros comerciales. Nos viene a la mente el símil de Manuel Delgado (Ciudad líquida, ciudad interrumpida) del flujo de personas y mercancías en la ciudad con el de los líquidos al fluir o verterse.

Y por otro lado, las palabras de Taibo sobre quiénes forman el grupo de chalecos amarillos nos lleva a leer entre líneas una de las reflexiones que hacía Jordi Borja en La Ciudad conquistada: los elementos que no forman parte de la ciudad son aquellos que la propia ciudad ha generado, y no son más que la forma que tiene la ciudadanía de indicar que no está de acuerdo con el modelo que la ciudad (o Estado, o metrópolis, o conurbación) le está proponiendo.

Sin más, copio el texto completo, extraído de aquí.

Chalecos amarillos, un balance provisional

Este movimiento enormemente dispar se ha ido constituyendo como un genuino contrapoder débil pero eficaz. Inasible por las instituciones tradicionales, su fortaleza se derivaría de su liquidez y de su multiplicidad
Carlos Taibo

<p>Manifestación de los chalecos amarillos el pasado 24 de noviembre en los Campos Eliseos, París.</p>

Manifestación de los chalecos amarillos el pasado 24 de noviembre en los Campos Elíseos, París.

BENOIT TESSIER

11 de Septiembre de 2019

La atención que el movimiento francés de los chalecos amarillos –los gilets jaunes– ha suscitado por estos pagos ha sido más bien escasa. Pareciera como si se sobreentendiese, por un lado, que se trata de una iniciativa vinculada estrechamente con la singular realidad del país en que ha germinado y, por el otro, que su destino ineluctable es desaparecer. Sobran las razones, sin embargo, para recelar de esas dos intuiciones que impiden –parece– prestar atención a hechos importantes.

Uno de esos hechos asume la forma de la enorme dificultad que arrastramos en materia de predicción de lo que está llamado a ocurrir con movimientos de muy diverso cariz y, más allá de ellos, con la biología de la realidad social. Y eso que en Francia se habían revelado al respecto señales de muy diverso orden, como las que asumieron la forma del rechazo popular de la llamada Constitución europea en 2005, del crecimiento paulatino de la abstención electoral, del auge del Frente Nacional, de la manifestación de movimientos varios en las banlieues de las grandes ciudades o, más recientemente, de la aparición de iniciativas como Nuit Debout. Parece servida la conclusión de que los treinta gloriosos –la edad de oro de los Estados del bienestar– han quedado muy atrás, de tal suerte que las reglas del juego correspondientes han sido dinamitadas.

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Formas alternativas de organización en las protestas de Hong Kong

Hace casi tres meses que empezaron las protestas en Hong Kong contra la ley de extradición a China y, lejos de reducirse con el tiempo, parece que van a más y que sus formas de organización evolucionan. No es ninguna sorpresa que las redes sociales se han usado durante la última década como forma de organización peer to peer que escapa al control del gobierno de turno; pero, teniendo en cuenta tanto el férreo control sobre internet que ejerce China como sus medidas, ya bastante implementadas, sobre el crédito social y lo que supone sobre reconocimiento facial, Big Data y seguimiento de sus usuarios, no es sorprendente que los habitantes de Hong Kong hayan optado por recurrir a métodos alternativos para organizar las protestas.

Copio la noticia íntegra de xataka, redactada por Raúl Álvarez.

Así es como ‘Pokémon Go’, ‘Tinder’ y otras apps se han convertido en herramientas importantísimas en las manifestaciones de Hong Kong

 

Miremos por un momento a Hong Kong y sus manifestaciones. A diferencia de las protestas de 2014, ahora no están usando Facebook ni WhatsApp. No hay aparentes líderes y todos se organizan en canales cifrados de Telegram y foros privados de internet. El envío de comunicaciones es a través de aplicaciones como Tinder y por medio de AirDrop de Apple. Se hacen reuniones clandestinas disfrazadas de quedadas de ‘Pokémon Go’ con la ayuda de conductores de Uber que también comparten su ubicación por Telegram. Así se libran en pleno 2019 las batallas por defender los derechos e ideales en Hong Kong.

A casi tres meses de que se inició el movimiento de protesta en Hong Kong, que nació como rechazo al proyecto de ley que permitiría extraditar ciudadanos hongkoneses a China, así como una disminución en ciertas libertades del país, hemos visto una escalada en la violencia donde se han incluido amenazas claras hacia los manifestantes.

Ante este escenario, los responsables de estas protestas han adoptado una ingeniosa estrategia que ha consistido en usar algunos de los actuales servicios digitales y aplicaciones móviles para comunicarse, organizarse y ocultar sus identidades.

Y es que estamos ante las movilizaciones ciudadanas más multitudinarias desde los disturbios de 1967, cuando el país aún se encontraba bajo el control británico. Y mucho de lo que estamos viendo ahora también parte de lo aprendido en aquel ciclo de protestas de 2014, conocido como «Movimiento de los Paraguas«, cuya organización se basó en Facebook y donde la policía se centró en las cabezas del movimiento para restar liderazgo y evitar que las manifestaciones crecieran.

Cuando las batallas ya no sólo se libran en las calles

En los últimos meses, hemos visto como las calles de Hong Kong han estado abarrotadas de manifestantes que buscan mantener esa cierta autonomía de China, mientras que el régimen comunista sigue buscando métodos para llevar acabo su ansiada convergencia. Esto ha llevado a que los ciudadanos se estén organizando de una forma impresionante con acciones que nunca antes se habían visto.

Aquí tenemos, por ejemplo, el uso de láseres contra la policía para evadir los sistemas de reconocimiento facial o la decisión de comprar billetes de tren físicos en lugar de usar la tarjeta ‘contactless’, esto por temor a ser identificados. Y es que estamos hablando de un gobierno que cuenta con un avanzado sistema de vigilancia masiva, el cual incluye desde cámaras con inteligencia artificial, hasta reconocimiento facial y corporal, así como el famoso sistema de puntaje ciudadano y de control conocido como «Crédito Social».

metro.jpg

Ante esto, los manifestantes se las han ingeniado para para mantenerse en pie de lucha aprovechando las herramientas que hay a su alcance. En inicio comenzaron con mensajes cifrados vía Telegram, pero tras el ataque DDoS a la plataforma, que el CEO de Telegram achacó a las autoridades chinas, han tenido que ponerse aún más creativos.

Los manifestantes también se apoyaron en un inicio en Twitch, donde transmitían información dirigida a la población, pero el gobierno chino encontró la manera de bloquear estos canales.

Ante esto, los ciudadanos ahora están haciendo uso de ‘Tinder’, donde han creado perfiles que muestran detalles del origen de las manifestaciones, lo que está pasando en el país, desde el punto de vista de los manifestantes, y pidiendo apoyo para que se sumen y difundan la información a más personas. Todo este tipo de comunicados e información se difunden en las mismas fotos de perfil, pero tras hacer «match» con alguno de estos perfiles, es cuando pueden estar en contacto y comunicarse con algunos de los miles de hongkoneses que están detrás de esto, y de quienes se desconoce su identidad.

tinder

Pero Tinder es apenas la punta del iceberg, ya que también están usando el sistema de transferencia de archivos de Apple, AirDrop, el cual sirve para llegar a una mayor cantidad de usuarios anónimos en lugares públicos y llenos de gente, como el transporte público. Aquí se aprovecha el que muchos usuarios de iPhone lo tienen habilitado por defecto para recibir archivos de cualquier persona, por lo que los manifestantes pueden envíar imágenes con información de las protestas y paros.

airdrop

AirDrop también está ayudando a difundir la información entre la población de China, quienes no pueden tener acceso a algunas de las aplicaciones móviles y plataformas debido al ‘Gran Firewall’. Incluso se ha reportado que algunos turistas han recibido este tipo de imágenes en sus iPhone cuando viajan en trenes o el metro, lo cual se ha convertido en una nueva forma de repartir folletos informativos en la calle.

Mapa Pokemon Go
Imagen que invita a diversas quedadas de Pokémon Go que en realidad son reuniones cuyo objetivo es que evolucionen en protestas.

 

Uno de los casos más curiosos de estas herramientas es el uso de ‘Pokémon Go’, ya que tras la prohibición de la policía a las manifestaciones, los ciudadanos han decidido crear eventos masivos de ‘Pokémon’ cuyo objetivo es que evolucionen hasta convertirse en protestas multitudinarias.

Image1 Otra imagen que invita a un evento de caza de Pokémon, que en realidad es una reunión para manifestarse contra China.

Ante el riesgo que significa manifestarse tras la prohibición, lo cual muchas veces deriva en arrestos y ataques, los ciudadanos usan canales privados de Telegram para informar desde la ubicación de la policía, la situación de los diferentes frentes, hasta la ubicación de puestos de primeros auxilios, máscaras contra gas, gafas protectoras, botellas de agua y ‘Ubers de escape’.

Uber Hong Kong Imagen que llama a voluntarios en Uber a sumarse a las protestas.

Dentro de estos canales también se encuentran voluntarios de Uber, quienes se ponen en contacto con los administradores de los canales para compartir su ubicación en tiempo real, y así los manifestantes puedan tener una vía de escape inmediata en caso de que aumente la violencia. Los conductores de Uber tienen desactivada la aplicación y localización en la app, y todo se hace a través de Telegram. De hecho, antes de cada protesta se dan a conocer diversos puntos de recogida para llevar gente a las manifestaciones, y posteriormente se define el sitio para casos de evacuación.

Pero además de todas estas plataformas y aplicaciones, los manifestantes usan LIHKG, el llamado Reddit de Hong Kong, donde se organizan y dan a conocer los días y horas para las siguientes protestas, que no sólo están disfrazadas de reuniones de ‘Pokémon Go’, también son «grupos de lectura de la Biblia» y «tours turísticos por la ciudad». Así como la realización de pequeños vídeos en Douyin, la versión china de TikTok.

China se suma a la batalla digital

Pero los ciudadanos no son los únicos que están aprovechando las herramientas digitales para comunicarse y organizarse, ya que el mismo gobierno chino ha estado implementando estrategias que buscan informar a los ciudadanos, tanto de China como de Hong Kong, su versión de los hechos y el cómo estas manifestaciones están afectado la imagen del país en todo el mundo.

Desde hace unas semanas, China ha estado difundiendo vídeos pro-militares en Douyin, la versión china de TikTok. Algunos de estos vídeos muestran simulacros antidisturbios ejecutados por el Ejército Popular de Liberación, así como vídeos con amenazas claras hacia los manifestantes.

 

Por ejemplo, en uno de los vídeos aparece Yang Guang, representante de la Oficina de Asuntos de Hong Kong y Macao en China, advirtiendo a los manifestantes que «los que juegan con fuego perecerán por ello». Y en un segundo vídeo el mismo representante amenaza con que el castigo desde China llegará y «sólo es cuestión de tiempo».

«Me gustaría advertir a todos los criminales: nunca juzguen mal la situación y no confundan nuestra compostura con debilidad».

Esta misma semana, China publicó un inquietante vídeo donde tropas militares se dirigen a la frontera de Hong Kong, esto tras la toma del aeropuerto por parte de los manifestantes, que llevó a la cancelación de más de 1000 vuelos.

También han aparecido fotografías aéreas en redes sociales mostrando a las tropas chinas junto a la que a día de hoy ha sido la advertencia más clara ante una posible intervención: «Nos toma 10 minutos desde Shenzhen… al aeropuerto de Hong Kong».

La sociedad del espectáculo (II): Fragmentos

Como ya dijimos en la presentación e introducción del libro, La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, es difícil de explicar sin diluir sus contenidos. Se podría resumir, muy de lejos, muy por encima, diciendo que se trata de una denuncia sobre cómo el capitalismo abandonó la pugna por doblegar al trabajador en su puesto de trabajo (batalla que ya tenía ganada) y generó una sociedad, la del espectáculo, para someterlo en todos los otros ámbitos de su vida, llegando al extremo de eliminar la realidad y convertirla en espectáculo (espejismo, simulación; nos vienen a la mente tanto Baudrillard con su Cultura y simulacro como, por ejemplo, y llevándolo al terreno del blog, Sorkin y Variaciones sobre un parque temático [I, II y III]).

la societe

I. La separación perfecta

1.

La vida entera de las sociedades en las que imperan las condiciones de producción modernas se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo directamente experimentado se ha convertido en una representación.

2.

(…) La realidad, considerada parcialmente, se despliega en su propia unidad general como un seudomundo aparte, objeto de la mera contemplación. (…) El espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es el movimiento autónomo de lo no vivo.

3.

El espectáculo se presenta como la sociedad misma y, a la vez, como una parte de la sociedad y como un instrumento de unificación (…) se trata explícitamente de aquel sector que concentra toda mirada y toda conciencia.

4.

El espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre las personas mediatizadas por las imágenes.

5.

No debe entenderse el espectáculo como el engaño de un mundo visual (…) se trata más bien de una Weltanschauung (…) es una visión del mundo objetivada.

6.

El espectáculo, entendido en su totalidad, es al mismo tiempo el resultado y el proyecto del modo de producción existente. No es un suplemento del mundo real, una decoración sobreañadida. Es el núcleo del irrealismo de la sociedad real. (…) Es la omnipresente afirmación de una opción ya efectuada en la producción y su consiguiente consumo.

10.

Considerado en sus propios términos, el espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida humana , o sea social, como simple apariencia.

11.

Al analizar el espectáculo, se habla en cierto modo el lenguaje mismo de lo espectacular, en cuanto se ocupa el terreno metodológico de aquella sociedad que se expresa en el espectáculo. Pero el espectáculo no es sino el sentido de la práctica total de una formación económico-social, su empleo del tiempo. Es el momento histórico en que estamos inmersos.

12.

La actitud que por principio exige es esa aceptación pasiva que ya ha obtenido de hecho gracias a su manera de aparecer sin réplica, gracias a su monopolio de las apariencias.

13.

El carácter fundamental tautológico del espectáculo se deriva del hecho simple de que sus medios son, al mismo tiempo, su fin.

16.

El espectáculo somete a los seres humanos en la medida en que la economía los ha sometido ya totalmente. No es otra cosa que la economía que se desarrolla por sí sola.

17.

La primera fase de la dominación de la economía sobre la vida social comportó una evidente degradación del ser en tener en lo que respecta a toda valoración humana. La fase actual de ocupación total de la vida social por los resultados acumulados de la economía conduce a un desplazamiento generalizado del tener al parecer.

23.

El espectáculo es el discurso ininterrumpido que el orden actual mantiene sobre sí mismo, su monólogo autoelogioso. Es el autorretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia.

26.

Con la separación generalizada del trabajador y su producto, se pierden todo punto de vista unitario sobre la actividad realizada y toda comunicación personal directa entre los productores. (…) El triunfo del sistema económico de la separación es la proletarización del mundo.

27.

(…) De modo que la actual «liberación del trabajo», el aumento del tiempo de ocio, no es en modo alguno una liberación en el trabajo, ni una liberación del mundo conformado por ese trabajo. La actividad enajenada en el trabajo no puede nunca recuperarse mediante la sumisión a los resultados de ese mismo trabajo alienado.

30.

La alienación del espectador en favor del objeto contemplado (…) se expresa de este modo: cuanto más contempla, menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, menos comprende su propia existencia y su propio deseo. La exterioridad del espectáculo en relación con el hombre activo se hace manifiesta en el hecho de que sus propios gestos dejan de ser suyos, para convertirse en los gestos de otro que los representa para él.

34.

El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación que se ha convertido en imagen. Sigue leyendo «La sociedad del espectáculo (II): Fragmentos»