Los sociólogos de la ciudad, Gianfranco Bettin

Los sociólogos de la ciudad es un libro de Gianfranco Bettin de 1979 que trataba de sistematizar los conocimientos de la sociología urbana hasta dicha fecha. No era una época casual: tanto Lefebvre como Castells ya habían publicado (el primero prácticamente toda su obra, el segundo acababa de empezar pero ya había dado un par de golpes sobre la mesa con Problemas de investigación en sociología urbana (1971) y La cuestión urbana (1972)). Bettin hace una relectura de los principales autores que han investigado el hecho urbano, y ahí surge el que, si acaso, es el único reproche que le podemos hacer: que muchos de esos lugares ya los hemos transitado. Pero eso no es, ni mucho menos, un reproche hacia su obra o hacia sus análisis, por lo que éste se convierte en un muy buen manual para interesarse por la materia.

Bettin dedica los tres primeros capítulos a analizar, a fondo, a tres autores que se podrían considerar precursores de la sociología urbana, si bien dos de ellos no estudiaron, per se, el hecho urbano: Weber con La ciudad y su análisis de la ciudad medieval, y Marx y Engels, que, si bien no entraban directamente en el hecho, no olvidemos que tanto la burguesía como el proletariado son clases evidentemente urbanas. Además, Engels dedicó toda una obra al problema de la vivienda, por lo que eran manifiestamente conscientes de las condiciones urbanas en que se vivía. El tercer autor sí que se centró en el hecho urbano, en concreto, en la forma en que la mente de los habitantes de la ciudad deja de lado el pensamiento emocional y se centra en una actitud racional, marcada por el dinero y por el hastío ante tanto estímulo. Sí: se trata de Simmel, la actitud blasé del ciudadano y la obra Las grandes urbes y la vida del espíritu (o Las metrópolis y la vida mental, depende de la traducción).

La Escuela de Chicago merece dos capítulos: el primero, dedicado a la ecología urbana de Park, Burgess y McKenzie, al estudio de las áreas naturales y a los diagramas de anillos concéntricos del tercero, que fueron evolucionando a medida que lo hacía su comprensión de la ciudad. El segundo está dedicado al urbanismo de Louis Wirth, del que ya leímos «El urbanismo como forma de vida«.

El sexto capítulo, y el que más nos interesa en el blog, trata los dos estudios que llevó a cabo el matrimonio Lynd en una «ciudad media» de Estados Unidos. La gracia del asunto es que hicieron el primer estudio antes del crack del 29 y el siguiente unos años después, con lo que pudieron comprobar, de primera mano, los cambios que habían sucedido. Los dos últimos capítulos tratan la obra de Henri Lefebvre y los primeros libros de Castells, que ya hemos reseñado en el blog, por lo que sólo los trataremos brevemente. Sin más preámbulo, vamos al estudio de los Lynd.

Las investigaciones de Robert y Helen Lynd representan dentro de este sector del trabajo sociológico una contribución pionera ya clásica que, sin embargo, sigue teniendo el valor de un modelo al que es conveniente todavía referirse. Como ya es sabido, se trata de un estudio sobre una pequeña ciudad del Middle West, realizado en el curso de dos periodos importantes de la historia norteamericana moderna, caracterizados respectivamente por la difusión del proceso de industrialización en todo el territorio nacional y por la Gran Depresión. (p. 110)

Middletown: A Study in Modern American Culture, publicado en 1929, cubre el periodo entre 1890 y 1925, aproximadamente. El estudio empezó en 1924 y supuso bastante trabajo de campo en la ciudad de Muncie, en Indiana (aunque los autores no concretaron el lugar y hablaron de «una población de treinta y pico mil habitantes»). Durante sus observaciones, que cubren una época de bonanza y crecimientos económicos, los Lynd se dan cuenta de que existen dos grandes grupos sociales: la working class y la bussiness class. «En general, los miembros del primer grupo orientan sus actividades lucrativas especialmente hacia las cosas, utilizando instrumentos materiales en la fabricación de objetos y en el cumplimiento de servicios, mientras que los miembros del segundo grupo dirigen sus actividades hacia las personas, en particular, vendiendo o difundiendo cosas, servicios o ideas.» La clase «obrera» está constituida por el 71% de los sujetos económicamente activos y la clase «empresarial», por el 29% restante, y los Lynd constatan que «el simple hecho de haber nacido en una o en otra parte de la vertiente,constituida grosso modo por estos dos grupos, representa el factor cultural específico más significativo que influye en lo que una persona hace durante el día en el curso de su vida».

Enfocando en la clase obrera, se dan cuenta de que son los que más sufren las consecuencias de los cambios económicos. En general provienen de entornos campesinos y, en apenas una generación, la mayoría de sus constantes sociales cambian. Las mujeres, hasta entonces madres y esposas, deben buscar trabajo para adaptarse al nuevo entorno económico, con lo que ya no pueden ocuparse en la misma medida de la crianza de los hijos. Este papel recae en la educación, donde, sin embargo, los hijos de la clase obrera no pueden competir con los de la clase empresarial: los segundos tienen un coeficiente intelectual mayor (teniendo en cuenta que «distintas circunstancias sociales influyen en el nivel de inteligencia», por lo que suponemos que se mide como una variable coyuntural, no permanente).

Por otro lado, el trabajo de los obreros se lleva a cabo en entornos industriales, a menudo con máquinas. Su única valoración en el trabajo es la capacidad que tenga para resistir la repetición constante del vaivén de la máquina: dan igual su destreza o su actitud, por lo que, en general, el único valor proviene de su edad y mengua con el paso del tiempo. Además, y puesto que los obreros se convierten en una población flotante que migra en función de la demanda de trabajo, sus raíces con la comunidad son más débiles y habitan en las zonas menos agradables del lugar.

Por contra, los miembros de la bussiness class «participan activamente en la vida de varios círculos ciudadanos» e incluso «fundan nuevos círculos sobre la base paraprofesional», generando una vida asociativa entre ellos que «convierte a la bussiness class en la única clase social consciente de sus funciones y de sus intereses, es decir, organizada para una enérgica defensa frente al resto de la comunidad» (p. 115).

En cuanto a la movilidad social, se llega a una conclusión unívoca: no existe.

La movilidad social es un valor-mito, un elemento cultural que forma parte de una ideología tradicional que ya no tiene sentido, desmentida por la realidad de manera muy clara sobre todo en esta primera fase de expansión capitalista. Los obreros no sólo no tienen la posibilidad concreta de abandonar su condición de asalariados y de transformarse en pequeños empresarios, puesto que el mercado está ya controlado por empresas mecanizadas, con abundancia de capital, sino que incluso en el ámbito del trabajo de fábrica tienen muy pocas oportunidades de mejorar. Y esto ocurre por dos motivos: la no disponibilidad de puestos de encargados y la tendencia, debido al desarrollo del sistema administrativo, a emplear a niveles intermedios personales técnicamente preparados; el obrero común, totalmente agotado por su trabajo cotidiano, no tiene ni tiempo ni energía para adquirir este tipo de conocimiento. (p. 116)

Por ello, la clase obrera suele volcar sus esperanzas en la educación, para que sus hijos sí que disfruten de esa ansiada movilidad social, aunque también luego ahí encontrarán escollos, puesto que no es su «destino natural». «Se puede decir entonces que en Middletown no existe conflicto de clase. Es más correcto hablar de convivencia, una convivencia basada en la distancia social y en la indiferencia. La confrontación cotidiana entre las clases, en muchas áreas de la vida comunitaria, no se traduce en un conflicto abierto organizado; ni siquiera podemos decir que el conflicto esté latente» (p. 116).

En 1935, los Lynd vuelven a Muncie para comprobar los efectos de la crisis sobre la población. El estudio resultante, Middletown in Transition: A Study in Cultural Conflicts se publicará en 1937. Este segundo estudio lo llevaron a cabo muchos menos investigadores que el primero, por lo que no es tan exhaustivo. El gran foco se centra en la familia X, una determinada familia que ejerce un gran poder sobre la comunidad.

La crisis llega a Middletown algo más tarde que a las grandes capitales norteamericanas pero, cuando lo hace, arrasa entre los obreros: uno de cada cuatro pierde el empleo durante el primer año. La clase empresarial, sin embargo, se obceca empecinadamente en negarse a aceptar la existencia de dicha crisis. Pero, cuando los obreros empiezan a sindicarse y a organizarse, la clase empresarial «reaccionará incrementando la organización interempresarial e intentará desalentar por todos los medios la organización de la mano de obra. Se extiende también un credo cívico basado en tres principios relacionados entre sí, según los cuales una producción en función del provecho, una ciudad sin sindicatos y «un mercado favorable al trabajo» (es decir, con una oferta de mano de obra que exceda a la demanda) son las condiciones necesarias para salvaguardar el interés común y el bienestar de toda la ciudad» (p. 118).

Por otro lado, la estructura de clases, tan clara en los años 20, se ha complicado bastante (aunque esta parte es algo vaga, seguramente porque los Lynd no pudieron recabar datos definitivos). Cada una de las dos clases anteriores se ha dividido en tres subgrupos, a saber:

  • un grupo pequeño de banqueros, grandes empresarios y directores de empresas nacionales con sede local, que orbita alrededor de la familia X y se define como el núcleo de la anterior clase empresarial; «actúa como grupo de control y fija también los estándares comunitarios de comportamiento de consumo y tiempo libre»;
  • un segundo grupo formado por empresarios menos relevantes, comerciantes o profesionales liberales que también actúa como grupo socialmente homogéneo y que, en ocasiones, se opone a las decisiones del grupo anterior, aunque en otras lo apoya de forma férrea;
  • un grupo residual dentro de la clase empresarial, que siguen formando parte de ella pero nunca alcanzarán el «nivel» de los dos grupos anteriores;
  • el cuarto grupo lo forma la «aristocracia local obrera», es decir, los capataces de fábrica, por ejemplo, que coincide en estándares de vida y en aspiraciones con «la clase media asalariada»;
  • el quinto estrato son los obreros, en el sentido más amplio;
  • y el sexto estrato lo forman el subproletariado y obreros sin trabajo estable.

Pero en la estructura de Middletown, a medida que se vuelve más compleja, también influyen otros factores, como ser o no miembro de una «vieja familia», que confiere un determinado prestigio social; o las creencias religiosas o ser blanco o negro, «la línea de división más profunda que la comunidad admite ciegamente» (p. 123). A medida que la población crece (pasó de los 36.500 habitantes del primer estudio a cerca de 47.000 en el segundo), la cohesión social se reduce. Despunta entonces el primero de los seis grupos analizados, el de las mayores rentas (y la familia X), que luchan con mayor denuedo por mantener la unidad social que, «aunque se trate de un objetivo que se alcanza sólo aparentemente, será perseguido para poder mantener un nivel de integración que permita a los pocos que ostentan el poder conservarlo y ejercerlo sin molestias.

Por un lado, éstos se preocuparán de «invocar cada vez más toscos símbolos emotivos de tipo no selectivo que les permitan guiar a las masas» y, por otro lado, representan la única fuente autorizada de ideologías y símbolos para la comunidad, la cual no será ya capaz de dar vida de forma espontánea y desde abajo a una cultura autónoma e independiente. (p. 124)

Es decir: a medida que la estructura social se vuelve más y más compleja, sólo los grupos de poder ya organizados y con medios suficientes son capaces de establecer los temas y símbolos de cohesión de la totalidad, que pueden, o bien aferrarse a ellos, o bien rechazarlos; pero que se ven forzados a una toma de posición frente a ellos.

Bettin acaba elogiando el hecho de que, a diferencia de la Escuela de Chicago, que pretendía obtener conclusiones universales aplicables a toda ciudad a partir del estudio de la capital de Illinois, los Lynd «tienen tendencia a restringir el ámbito de aplicación de su interpretación sociológica a la comunidad local que les ha proporcionado el material de observación empírica».

El siguiente capítulo está dedicado a la obra de Lefebvre, (La producción del espacio, El derecho a la ciudad), de la que citamos sólo algunas frases:

  • «La urbanización total es la hipótesis guía de Lefebvre: la historia de la sociedad se traduce en movimiento hacia su progresiva urbanización.» (p. 126)
  • «La industria se somete a la urbanización que ella misma ha provocado, y esta fase es la que confiere significación a la revolución urbana, fase de transición que desembocará en una nueva era: lo urbano, que representa el final de la historia.» (p. 128)
  • La naturaleza social de las fuerzas productivas se vislumbra hoy en la producción social del espacio. La producción del espacio no es ciertamente un hecho históricamente nuevo; los grupos dominantes plasmaron siempre su espacio urbano. El hecho nuevo, en cambio, es evidente en la extensión sin precedentes de la actividad productiva, donde el capitalismo está interesado en emplear el espacio en la producción de plusvalía.» (p. 131)
  • «El urbanismo olvida las necesidades sociales; víctima del fetichismo del espacio se ilusiona en crear el espacio, pensando que de este modo controlará también de la mejor manera la vida cotidiana y creará nuevas relaciones sociales entre los habitantes de la ciudad.» (p. 132)

La Escuela de Chicago (II): segunda y tercera generaciones

Seguimos con la monografia de La Escuela de Chicago de Sociología de Josep Picó e Inmaculada Serra. Si en la primera entrada vimos los antecedentes de la Escuela y su primera generación (Small y Thomas), ahora veremos la segunda generación (Park y Burgess), centrados en lo que llamaron ecología humana, y la tercera generación (Wirth y los discípulos de Park), así como la decadencia de la Escuela tras la Segunda Guerra Mundial.

Tras la Primera Guerra Mundial, el panorama cambió en Estados Unidos. La industria del automóvil sufre una gran expansión, lo que modifica el aspecto de las ciudades y extiende las carreteras por todo el país, permitiendo también progreso en la arquitectura y la construcción. Asimismo, el ecosistema empresarial pasó de empresas medianas y pequeñas a grandes corporaciones. En 1924 el Congreso impuso límites a la inmigración extranjera por países (reduciendo los flujos migratorios de 375 mil personas a 165 mil en apenas dos años, en función del país de procedencia, y esencialmente para prohibir la inmigración no protestante) y el vacío en las industrias del norte fue ocupado por negros del sur, que además percibían el norte como un lugar más seguro para ellos. En las ciudades, además, se estaba desarrollando una incipiente clase media y se pasó de un «progresismo de viejo estilo reformista evangélico» a un nuevo «progresismo urbano que se llamaría a sí mismo liberalismo».

Los conflictos étnicos no tardaron en estallar, y Chicago no fue una excepción. Había mucho crimen y la «ley seca» puso en manos de inmigrantes el control del alcohol de contrabando, formándose bandas rivales que se asesinaban por las calles (y si bien las víctimas eran habitualmente parte de esas bandas, proyectaban una sensación de inseguridad por toda la ciudad). Todo ello creó un caldo de cultivo fascinante para convertirse en foco de estudio del departamento de sociología de la Universidad de Chicago.

Mapa de Burgess de Chicago.

Robert Ezra Park (1864-1944) estudió filosofía pero se dedicó al periodismo. Por entonces la disciplina se veía como una forma de sacar a la luz «la criminalidad, el contrabando, la delincuencia y todos aquellos fenómenos sociales y urbanos que se ocultaban a la vista del ciudadano corriente». Más tarde continuó sus estudios y acabó en Alemania, recibiendo clases de Simmel («Las grandes urbes y la vida del espíritu«) y después volvió a Chicago, donde usó su bagaje para abordar el estudio de la ciudad. Park concebía la ciudad como un lugar de estudio y observación del comportamiento humano, las relaciones interétnicas y los conflictos de comunicación. «La relación entre el individuo y la sociedad es un fluir continuo, una interacción continua de conflicto y consenso, que contempla a su vez socialización y extrañamiento en la formación de los grupos sociales y las comunidades.» (p. 87) A diferencia de Simmel, para el cual la urbanización conlleva una «intensificación de la vida nerviosa» que implica la atenuación de los sentidos y el paso a percibir (y vivir) la ciudad de forma racional, no emocional, para Park es la especialización y diferenciación en comunidades o grupos distintos.

Ya en el artículo de 1915 «The City» se observa la teoría de Park de la ecología humana. «… una parcelación de las áreas geográficos como espacios físicos y morales diferentes, donde la motivación de las personas, la interacción de los grupos y las tensiones competitivas ejercen de tamiz selectivo y segregador» (p. 93).

La sociedad humana está organizada en dos niveles, el biótico y el cultural. Los seres humanos compiten por adaptarse al medio ambiente; sin embargo, puesto que la adaptación humana implica, también, la modificación del medio ambiente y requiere la especialización y la diferenciación en el trabajo, que suponen la colaboración, ambos aspectos, competencias y solidaridad, coexisten y articulan la organización social. En colaboración con Burgess publicará, en 1919, «Introduction to the Science of Sociology» donde hablan de 4 etapas:

  • rivalidad (no hay contacto entre grupos)
  • conflicto (los grupos se reconocen como antagonistas por un objetivo similar)
  • adaptación (voluntad por resolver el conflicto pero manteniendo la identidad)
  • asimilación (fusión en un grupo más amplio que abarca los grupos anteriores; no implica necesariamente pérdida de la identidad original).

Fruto de la formación periodística de Park es su concepto de área natural, aquellos espacios en la ciudad diferentes entre sí y definidos por una característica clave, su función (o «principio catalizador de la comunidad que vive ahí»). Áreas industriales, ciudades satélite, suburbios, guetos, barrios bohemios… estas son las áreas naturales.

Son áreas naturales, en primer lugar, porque nacen, existen y se desarrollan sin planificación alguna, y cumplen una función; y, en segundo lugar, porque tienen una historia «natural», es decir, porque con el paso del tiempo asumen algo del carácter de sus habitantes, son el producto, en términos históricos, de quien ha vivido y de quien continúa viviendo allí. Toda planificación urbana que no tenga en cuenta la existencia de áreas naturales está condenada al fracaso. (p. 97)

A partir del concepto de área natural, Ernest Burgess (1886-1966), el otro gran representante de esta segunda generación de la Escuela de Chicago, desarrolló la teoría de los círculos concéntricos. Ya hablamos de ella en la segunda entrada de Sociología Urbana de Francisco Javier Ullán de la Rosa, así que la resumimos brevemente.

  • En el primer círculo está el centro, el núcleo económico y nodal de la ciudad.
  • Industria y deterioro residencial; es la zona que luego se convertirá en guetos y que, mucho más tarde, será reconvertida para la gentrificación.
  • Obreros que han podido abandonar el gueto pero siguen cerca de sus industrias.
  • La zona residencial pudiente (suburbia).
  • Barrios dormitorio.
Mapa de Burgess de Chicago, versión millennials.

Ya comentamos que uno de los problemas de este mapa es su especificidad sobre Chicago; y otro, que no tienen en cuenta, por ejemplo, los ejes viarios o las línes del tren y metro. Lo importante, sin embargo, era la idea de que las distintas zonas compiten entre ellas.

La otra gran crítica a la ecología humana era su etnocentrismo. Estudiaron en gran medida los conflictos étnicos, los vagabundos, los judíos, los negros, los delincuentes… y, sin embargo, no hubo estudios sobre los angloamericanos ni sobre los italianos integrados, por ejemplo. Percibían, sin ser conscientes de ello, la ciudad como un lugar donde llegaban nuevos grupos de personas que se organizaban y reorganizaban en función de su «equipaje» hasta acabar, con el tiempo, integrados en un grupo asimilado. Por lo tanto, de algún modo, existían dos tipos de ciudadanos, los asimilados y por lo tanto no estudiables y aquellos que sí lo eran y en los que se podía descubrir los entresijos sociales; de algún modo, como denunciaba Amalia Signorelli, se inventaron al «nativo perfecto» en sus propias ciudades.

El estudio de Picó y Serra es sociológico y dan especial importancia a los métodos de investigación que usaron los sociólogos de Chicago. Así, el capítulo más extenso del libro, con diferencia, «Los discípulos de la escuela», se centra en su metodología y deja un poco de lado el objeto de su estudio. Es comprensible, dado el enfoque escogido por los autores; aunque nos deja un sabor de boca agridulce, porque se pierde la oportunidad de disfrutar de la descripción de la ciudad en la época hecha por unos observadores excepcionales. Sin entrar en la metodología que usamos, repasamos algunos de los principales estudios:

  • «The Hobo», de Neil Anderson (1923), centrado en los vagabundos itinerantes que recorrían el país. Se trataba de una población flotante (sólo por Chicago pasaban cerca de 300.000 personas cada año), la mayoría hombres, que recorrían Estados Unidos acercándose a los lugares donde había trabajo en momentos determinados (por ejemplo, para recoger la vendimia, o determinadas cosechas, o descargar mercantes en los puertos o dedicarse a la minería). Se desplazaban usando el ferrocarril y desarrollaron un sistema de símbolos para indicarse unos a otros refugios seguros, lugares donde serían acogidos o zonas peligrosas para ellos.
  • «The Gang» (1927), de Frederic Trasher, centrada en las (según él, 1313) bandas de delincuencia de Chicago. Trasher estudió su formación, el porqué de su existencia y qué beneficios aportaba a los jóvenes su pertenencia.
  • «The Ghetto» (1928), de Louis Wirth, del que hablaremos a continuación.
  • «Taxi-Dance Hall» (1932), de Paul Crassey, recogía testimonios de las muchachas, clientes y gestores de los locales conocidos con ese nombre. En ellos, los hombres, principalmente inmigrantes proletarios, iban a bailar y las mujeres que allí había disponibles cobraban por cada baile y compartían un porcentaje con los dueños. Los límites, en general, los ponían las propias chicas, por lo que los casos iban desde simplemente bailar hasta prostitución encubierta.

Louis Wirth (1857-1952) es el representante de la tercera generación de la Escuela de Chicago. Publicó «The Ghetto» en 1927, centrada en la comunidad judía de Chicago. Los judíos eran un buen objeto de estudio por su asimilación en la cultura americana. En 1880 vivían en la ciudad unos 10 mil, la mayoría de origen alemán y muy cosmopolitas. En 1890 ya eran 80 mil y en 1930, 275 mil. Pero si bien los primeros habían sido cosmopolitas y abiertos, los siguientes provenían de Europa del Este y en general eran provincianos y permanecían anclados en costumbres del viejo mundo. Los primeros judíos fundaron escuelas y organizaciones para intentar que las siguientes oleadas se integrasen mejor; todo ello dio un buen objeto de estudio a Wirth, porque se trataba de una comunidad bien diferenciada que había conseguido mantener su cultura sin dejar de asimilarse a la cultura mayoritaria. Lo novedoso del estudio de Wirth es que, más que centrarse en las características «ecológicas» de la comunidad, lo hizo en su cultura determinada.

The Ghetto fue la investigación de donde surgieron buena parte de sus tesis sobre la sociedad; allí presenta una teoría del cambio social que considera la ciudad como el factor más dinámico y rechaza el determinismo cultural basado en la superioridad o inferioridad de la raza. También rechaza la idea de que las sociedades se desarrollan en línea recta, desde formas simples de organización primaria, caracterizadas por grupos pequeños y relaciones personales, hacia formas complejas de organización social secundaria, caracterizadas por grandes grupos que mantienen relaciones impersonales, y defiende que ambos tipos de organización interactúan en el proceso de formación de las ciudades donde, en último término, se han impuesto las segundas. (p. 188)

En 1938, Wirth publicó su famoso artículo «El urbanismo como forma de vida«, que ya analizamos en su momento. Dicha publicación, pese a ser uno de los artículos más importantes de la sociología urbana, se llevó a cabo cuando la Escuela de Chicago ya estaba en decadencia. En efecto, la crisis del 29 y la posterior bancarrota pusieron sobre la mesa otros temas como epicentro para la sociología: el paro, la vivienda, las desigualdades sociales, la pobreza. Los fondos, especialmente los federales, ahora apuntaba a nuevos objetivos.

Otros aspectos que influyeron en esta decadencia fueron la llegada de muchos investigadores sociales refugiados de Europa huyendo de la guerra, que erosionaron la visión de la ecología humana, y la creciente importancia de los métodos cuantitativos (estadísticos) en la sociología. La decadencia se escenificó en el Congreso de Sociología de 1935, donde se votó la formación de una nueva revista no vinculada a Chicago (la revista «pseudooficial» de sociología americana hasta la fecha la editaban los de Chicago, en un cuasimonopolio) como piedra de toque que dejaba clara la decreciente influencia de la escuela.

El urbanismo como forma de vida, Louis Wirth

Leer la ciudad. Ensayos de Antropología Urbana es una recopilación de artículos sobre la materia seleccionados por Mercedes Fernández-Martorell, Doctora en Antropología Social y profesora de Antropología Urbana, y editados en 1988. Los siete artículos se dividen en tres grupos temáticos:

  • los dos primeros tratan sobre el urbanismo: «El urbanismo como forma de vida», de Louis Wirth, que reseñaremos a continuación, y «Génesis y evolución de una aldea urbana», de Jacques Barou, donde analiza la tipología de las residencias en un barrio pescador de Marsella y la importancia que dan a la figura del patio, que les permite un paso fluido de las zonas privadas a las zonas públicas, creando espacios semipúblicos-semiprivados donde se da la vida social, similares a los que propondrá luego Jan Gehl en su Ciudades para la gente;
  • los tres siguientes, sobre las categorías socioculturales en la ciudad: «Una noche en la Ópera», de Gary W. McDonogh, analiza la figura del Liceo de Barcelona como sede de la alta sociedad y su significación simbólica; «Modernidad y aculturaciones. En torno a los trabajadores emigrados», de Dominique Schnapper, estudia el papel de los emigrados en París y su adaptación al entorno, así como la emulación sociocultural que hacen de su país; «Precio del novio en la India urbana: clase, casta y «mal de la dote» entre los cristianos de Madrás», de Lionel Caplan, recorre el tema de la dote en la ciudad India y las conexiones sociales y familiares que crea;
  • finalmente, dos artículos que giran alrededor del análisis del medio urbano, el primero respecto a las redes, «Análisis de red», de Norman E. Whitten, Jr. y Alvin W. Wolfe, y «Aspectos organizativos y cognitivos del razonamiento del diagnóstico médico», Aaron V. Cicourel.

Seis de los siete artículos se centran en aspectos concretos que se dan en grupos diversos de la ciudad; algo a lo que no hemos prestado excesiva atención en el blog, motivo por el que no los reseñamos en profundidad. Sin embargo, su lectura suscita, una vez más, una pregunta que lleva tiempo persiguiéndonos: ¿qué es la antropología urbana? Disciplina pequeña nacida en los 60, en cuanto el término «urbano» se volvió omnipresente, como destacaba Josepa Cucó en la introducción de su Antropología Urbana, todo puede ser estudiado desde el prisma de esta disciplina. Por ahora nos parece que la mejor definición la ha dado Lluís Duch en su monumental Antropología de la ciudad: la antropología es el estudio de la cultura de las personas; por lo tanto, la antropología urbana es el estudio de la cultura urbana en la que habitan las personas que habitan lo urbano. Pero eso, en un mundo globalizado de ciudades, valga la redundancia, globales, donde los flujos del capital, del turismo o de las movilizaciones de personas no cesan, lo incluye prácticamente todo.

El objeto de estudio de estos artículos es más pequeño: trata de hallar lo general a partir de lo específico de los casos: la cultura de la que provienen los norteafricanos trasladados al barrio pescador de Marsella, reproducida en la tipología de casas que deciden / pueden habitar en su nuevo entorno. En esa mezcla se encuentran las dos culturas, la de origen y la de destino; y ese grupo social las engloba a las dos, en una mezcolanza propia que los describe y también les proporciona el marco cultural en el que se moverán. Eso es, innegablemente, antropología. Luego, los estudios sobre flujos, gentrificación, vacíos urbanos, smart cities, configuración del espacio, etc., a que prestamos tanta atención en el blog… ¿son también antropología urbana? ¿Nos estamos desviando? El inconveniente de ser nuevos en la temática es que no conocemos exactamente el camino a recorrer, si es que lo hay; la ventaja es que vagamos sin rumbo, prestando atención a lo que nos llama y atrae, sin pretensiones y disfrutando del camino. Gracias a ustedes por acompañarnos, y perdónennos la reflexión.

Sin más, pasamos al artículo de Wirth. «El urbanismo como forma de vida» («Urbanism as a Way of Life») publicado en 1938, es uno de los artículos más famosos de la sociología y antropología urbanas. En él, Wirth, estudioso de la Escuela de Chicago, que llevaba ya años en el departamento y había publicado, por ejemplo, The Guetto, trata de hallar una definición del urbanismo y de qué es una ciudad desde la sociología. «Una definición de la ciudad sociológicamente válida ha de diferenciar los elementos del urbanismo que la delimitan como forma de agrupación distintiva de la vida humana. Considerar urbana una comunidad basándose sólo en el número de habitantes es claramente arbitrario.» Recordemos que la población de Chicago había crecido de forma extraordinaria en muy poco tiempo y su ciudad se había dividido en zonas en función de diversos factores: la clase social, por supuesto, o la religión, pero sobre todo la procedencia de los muchos grupos de inmigrantes llegados. La Escuela de Chicago trató de analizar sus interacciones mediante la ecología humana, una disciplina que seguía en parte la teoría de la evolución y que veía a los distintos grupos como contendientes por el espacio en una pugna que los iba integrando a una especie de cultura mayoritaria (blanca y WASP, por supuesto, y de ahí saldrán luego las críticas a la Escuela de Chicago) mientras nuevos grupos entraban a la palestra.

Una definición sociológica debe ser evidentemente lo bastante amplia para incluir las características esenciales que tienen en común estos diferentes tipos de ciudades como entidades sociales, pero no puede ser, claro, tan detallada que incluya todas las variaciones correspondientes a las diversas clases de ciudades que hemos enumerado. Es de suponer que haya algunas características urbanas más significativas en el sentido de que condicionan más que otras el carácter de la vida urbana, y es de suponer que los rasgos sobresalientes del escenario social urbano varíen según el número de habitantes, la densidad y las diferencias en el tipo funcional de ciudades. Además, podemos suponer que la vida rural llevará el sello del urbanismo en la medida en que, por el contacto y la comunicación, caiga bajo la influencia de las ciudades.

Lo que lleva a la definición clásica que dio:

A efectos sociológicos puede definirse una ciudad como un asentamiento relativamente grande, denso y permanente, de individuos socialmente heterogéneos.

Wirth trata de avanzar hacia una teoría del urbanismo mediante esas tres variables: tamaño, densidad y heterogeneidad. El tamaño, donde cita tanto a Weber como a Simmel, implica que la ciudad es demasiado grande para conocer a todo el mundo, por lo que las relaciones se dan «en papeles sumamente segmentarios». «Es indudable que los contactos de la ciudad pueden ser directos, pero son sin embargo impersonales, superficiales, transitorios y segmentarios. La reserva, la indiferencia y esa expresión de estar de vuelta de todo que se manifiestan los urbanitas en sus relaciones pueden considerarse por tanto instrumentos para inmunizarse frente a las expectativas y pretensiones personales de otros.» Oímos ecos de Simmel en estas palabras, por supuesto, pero también de la anomia de Durkheim, como el propio Wirth cita: «En consecuencia, el individuo gana, por una parte, un cierto grado de emancipación o libertad respecto a los controles emotivos y personales de grupos íntimos, y pierde, por otra, la autoexpresión espontánea, la moralidad y el sentido de participación que aporta el vivir en una sociedad integrada».

La densidad lo lleva a hablar de la ecología urbana. «Estamos expuestos a tremendos contrastes de esplendor y miseria, de riqueza y pobreza, inteligencia e ignorancia, orden y caos. La rivalidad por el espacio es grande, y por ello cada área tiende en general a utilizarse para el fin que proporciona mayor beneficio económico. El lugar de trabajo tiende a disociarse del de residencia, pues la proximidad de establecimientos comerciales e industriales hace que un área deje de ser deseable, económica y socialmente para fines residenciales.»

La heterogeneidad sirve para explicar «el refinamiento y el cosmopolitismo del urbanita»; de igual modo que las fábricas producen en serie, las personas consumen en serie, se rigen por sus intereses económicos, más que sociales: «el nexo pecuniario que entraña el hecho de que se compren servicios y artículos ha ido desplazando las relaciones personales como base de asociación». «Para que el individuo participe de algún modo en la vida social, política y económica de la ciudad, ha de subordinar parte de su individualidad a las exigencias de la comunidad más amplia, y en esa medida sumergirse en los movimientos de masas.»

Basándose en estas tres variables, Wirth aborda el urbanismo desde tres puntos de vista interrelacionados:

  • como estructura física con una base de población, una tecnología y un orden ecológico; por ejemplo, la diversidad étnica en las ciudades de Estados Unidos, lo que lleva a que una característica esencial de los urbanitas es «la disimilitud respecto a sus conciudadanos» y a la organización de los diversos grupos;
  • como forma de organización social: pujanza de las relaciones secundarias frente a las primarias, debilitamiento de los lazos de parentesco… «Lo que los servicios comunales no le proporcionan el urbanita ha de comprarlo y no hay prácticamente una sola necesidad humana que no haya explotado el comercialismo. (…) El urbanita, al verse reducido a un estado de práctica impotencia como individuo, ha de procurar unirse con otros de intereses afines en grupos organizados para alcanzar sus objetivos.»
  • como una serie de actitudes e ideas, conductas y mecanismos de control social: el urbanita se expresa y desarrolla su personalidad mediante «grupos de afiliación voluntaria», aunque esto, que no dejan de ser lazos tenues, segmentados, llevan a que el «desequilibrio mental, las crisis, el suicidio… abunden más en la comunidad urbana que la rural». «Como los vínculos de parentesco concretos no son eficaces creamos grupos de parentesco ficticios. Como desparece la unidad territorial como base de solidaridad social creamos unidades de intereses. Y mientras la ciudad como comunidad se disuelve en una serie de relaciones segmentarias tenues superpuestas a una base territorial con centro definido pero sin periferia definida y una división del trabajo que trasciende ostensiblemente su emplazamiento concreto y alcanza un ámbito mundial.»

Acaba Wirth observando que «la dirección que sigan los cambios que se están produciendo en el urbanismo transformarán, para bien o para mal, no sólo la sociedad, sino el mundo.»

Exploración de la ciudad, de Ulf Hannerz: el urbanismo de Louis Wirth

Tras el anterior artículo donde hablamos del primer capítulo de este libro de Ulf Hannerz, dedicado a la Escuela de Chicago, en el segundo el autor se centra en el que probablemente sea el artículo sobre urbanismo más famoso de toda esa época: «Urbanism as a Way of Life«, publicado por Louis Wirth en 1938 (si le dais al enlace os lo descarga directamente desde Google, 25 páginas de nada).

A diferencia de las sociedades rurales o primitivas, los habitantes de la ciudad no son autosuficientes y dependen unos de otros para satisfacer casi todas sus necesidades.

De manera característica, los urbanitas se encuentran unos a otros en papeles altamente segmentados. Desde luego, dependen de más personas para la satisfacción de sus necesidades vitales que la gente rural, y, por tanto, se asocian con un número mayor de grupos organizados; pero dependen menos de personas particulares, y su dependencia de los demás se limita a un aspecto sumamente fraccionado de la ronda de actividades de esas otras personas. Esto es en esencia lo que se quiere decir con que la ciudad se caracteriza por contactos secundarios más que primarios. Los contactos de la ciudad pueden ciertamente producirse cara a cara, pero son de todas maneras impersonales, superficiales, transitorios y segmentarios. La reserva, la indiferencia, la actitud hastiada que los urbanitas manifiestan en sus relaciones pueden así ser consideradas como mecanismos para inmunizarse contra las exigencias y expectativas personales de los demás (Wirth, p. 12,  aunque la traducción es la que da el libro de Hannerz).

«Al no tener un particular interés por los otros como personas completas, los habitantes de la ciudad suelen formarse una idea totalmente racional de sus interacciones, y consideran a los demás como medios para la realización de sus propios fines. Esto puede considerarse una emancipación del control del grupo. Al mismo tiempo, sin embargo, implica una pérdida del sentido de participación que viene de tener una identificación más íntima con otras personas. Ésta se reemplaza, señalaba Wirth (citando a Durkheim) por un estado de anomia, un vacío social.» (p. 76 del libro de Hannerz).

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¡Monorraíl!, ¡monorraíl!

«Dado que los contactos físicos son cercanos pero los contactos sociales son distantes, uno responde al uniforme más que al hombre» (p. 77), y precisamente por eso es tan importante el baile de disfraces del que hablaba Delgado: porque en la ciudad uno se acostumbra a clasificar a las personas por su apariencia, por los indicios que su vestimenta, actuación, forma, nos permite vislumbrar de él; y por ello mismo existen personas estigmatizadas que no pueden esconder su condición, por un lado, y por ello mismo también todos intentamos escamotear a los posibles observadores la verdad más íntima, que percibimos como algo que debemos resguardar so pena de que sea socavada por la percepción ajena. Sigue leyendo «Exploración de la ciudad, de Ulf Hannerz: el urbanismo de Louis Wirth»