Los nuevos principios del urbanismo, François Ascher

François Ascher es un sociólogo urbano y urbanista francés, conocido, sobre todo, por haber acuñado el término metápolis en el libro Métapolis, ou, l’Avenir des villes (1995), refiriéndose a entornos urbanos que habían superado el concepto de megalópolis (esto es, ciudades colosales, aglomeración de grandes espacios urbanos que se unían o establecían una relación concreta) y se erigían como enormes espacios con distintos grados de urbanización y complejas relaciones. Este Los nuevos principios del urbanismo es una reescritura de una conferencia que dio en su país natal sobre el devenir de la ciudad en el siglo XXI. El libro se publicó en Francia en 2001 y en España cuatro años más tarde (Alianza), con un prólogo de Jordi Borja.

El nombre de Jordi Borja parece perseguirnos. Leímos hace nada El espacio público: ciudad y ciudadanía, donde criticamos, como habíamos hecho antes en la lectura de La ciudad conquistada, la mezcla de descripción y actuación; la confusión entre narrar lo que son las ciudades y aconsejar lo que deberían ser sin concretar, nunca, quién o por qué debe seguir esos consejos. Lo encontramos también en Barrios corsarios, donde apuntaban a que era uno de los principales ideólogos y legitimadores tras el modelo Barcelona.

Por lo tanto, cuando Borja loa, con grandes palabras, la figura de Ascher, y cuando dice que es un sociólogo valiente porque se atreve, a diferencia del resto de sociólogos, a proponer cambios en las ciudades, ya nos tememos algo. Nos vienen a la mente las palabras de Deyan Sudjic en La arquitectura del poder:

Pese a cierta cantidad de retórica moralista en los últimos años sobre el deber de la arquitectura de servir a la comunidad, para poder trabajar en cualquier cultura el arquitecto tiene que relacionarse con los ricos y poderosos. Nadie más tiene los recursos para construir. (…) Así, la misión del arquitecto puede verse, no como bien intencionada, sino como la de alguien dispuesto a hacer un pacto faustiano.

Algo similar sucede con el sociólogo: los sociólogos no diseñan ciudades; ni los antropólogos. Lo hacen los urbanistas, los políticos, los empresarios, los propietarios del terreno; y, por ello, para conseguir modificar el entorno urbano, uno debe dar el paso de ser uno de los primeros a convertirse en uno de los segundos. Lo dio Borja en su momento al hacerse político y, parece, también Ascher, o al menos fue dirigente de gran cantidad de instituciones francesas dedicadas al urbanismo.

Por lo tanto, llegamos a la lectura de este Los nuevos principios del urbanismo de forma algo sesgada: disfrutamos enormemente de la primera parte del libro, donde Ascher destaca que las ciudades deben ser un reflejo de las sociedades donde están insertas y, por lo tanto, analiza la sociedad de finales del siglo XX, la misma, con salvedades, en la que vivimos. Y luego llega, en la parte final del libro, a las propuestas.

Proponía Fredric Jameson en El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado la creación de mapas cognitivos como alternativa a la progresiva mercantilización de todo, espacio e individuos incluidos. Es algo que cualquiera de sus lectores puede llevar a cabo: un cambio en la forma de percibir y de percibirse. Proponía Jan Gehl en, por ejemplo, Ciudades para la gente, pasar de una arquitectura del automóvil (60 km/h) a una del peatón (5 km/h) y explicaba los motivos por los cuales sería beneficioso para la vida pública en las ciudades. Pero no eran consejos para políticos: era una explicación de por qué para los peatones es más beneficiosa la segunda que la primera, una lista de ciudades en las que se ha aplicado y cómo han mejorado y, finalmente, una invitación a quien quisiese llevar a cabo esas prácticas.

Los principios del urbanismo de Ascher caen en saco roto. Sí, las ciudades tienen que ser flexibles, adaptarse a nuevos objetivos, tener en cuenta las nuevas movilidades y adaptar una nueva democracia más participativa, así hasta cumplir los 10 puntos que propone el sociólogo. Pero… ¿quién tiene que hacerlo, y por qué?

Una de las tesis del blog, que ha ido madurando durante estos años y a la que apuntan muchas de nuestras lecturas, es que la ciudad es el resultado, cada vez menos disimulado, de las necesidades y pugnas del capital. Por ello, y teniendo en cuenta que ése es el poder… ¿por qué iban éstos a escuchar, o tener en cuenta, cualquiera de las propuestas de Ascher, si no va a redundar en su beneficio? ¿Cómo puede cualquier ciudadano, a priori sin verdadero poder económico o inmobiliario, incidir en los vaivenes urbanos? ¿A quién, en concreto, se dirige entonces este libro?

Dicho lo cual, nos centramos en el análisis social de Ascher, que no tiene desperdicio.

La modernización es un proceso que surge mucho antes de la época que conocemos como Edad Moderna. Fue el resultado de la interacción de tres dinámicas socioantropológicas cuyas huellas encontramos en distintas sociedades pero que, al entrar en resonancia en Europa durante la Edad Media, dieron lugar a las sociedades modernas: la individualización, la racionalización y la diferenciación social. (p. 21)

La individualización hace referencia al paso del «nosotros» al «yo» y de la representación del mundo a partir de la propia persona, en vez de a partir del grupo al que se pertenece. La racionalización supone la substitución de la tradición por la razón al tomar decisiones y comporta un progresivo «desencanto del mundo» «porque adjudica a las acciones humanas y a las leyes naturales lo que antes se atribuía a los dioses». Finalmente, la diferenciación social, surgida de la división técnica y social del trabajo, supone la diversificación de las funciones de grupos e individuos.

Dentro del proceso de modernización existen tres etapas diferenciadas que se corresponden con tres revoluciones urbanas:

  • la medieval, que dio lugar a ciudades monumentales, concebidas como un espectáculo y diseñadas con sus plazas y espacios, reflejo del Estado-nación que se estaba forjando por entonces, y organizadas por lo que llamará paleourbanismo;
  • la industrial, cuando surge el urbanismo (finales del siglo XIX y cuyos padres serían Haussmann, Cerdà, Sitte, Howard y, más tarde, Le Corbusier) y que tratan de organizar las ciudades según los patrones industriales de consumo, especialización y taylorismo (lo que acabará derivando en el fordismo) y que culminan con la zonificación de La carta de Atenas;
  • y una tercera etapa, la actual, caracterizada por la globalización, el aumento de los riesgos y la diversidad de opciones, la velocidad, el debilitamiento de los lazos sociales fuertes, etc. «En la sociedad moderna avanzada, los individuos no sólo pueden elegir, sino que deben hacerlo constantemente.»

Ascher hablará de «la sociedad hipertexto», por la forma en que se vincula múltiplemente en red pero también porque cada concepto se puede insertar en un nuevo contexto y cobra otro significado (como los vínculos de internet). Lo mismo sucede con los habitantes de este espacio moderno, que deben ir saltando de un contexto a otro en geografías cambiantes. Puesto que ahora la economía se dirige desde los grandes nodos urbanos, y puesto que son las ideas y el diseño lo que impera, Ascher propone que la economía de nuestra era es una «economía cognitiva».

Finalmente, y antes de pasar a las propuestas urbanas, en las que no entraremos, destaca los cinco grandes cambios que caracterizan esta tercera revolución urbana:

  • la metapolización, es decir, la acumulación en territorios cada vez más grandes pero ya no sólo de urbes anexionadas, sino de espacios diversos organizados para la obtención masiva de capital;
  • la transformación del sistema de movilidad urbana, ocasionado por las nuevas formas de mercado (por ejemplo, aunque incipiente en el momento de redacción del texto pero acusado en nuestros días, la aparición de grandes almacenes alejados de los centros urbanos y dedicados al comercio online);
  • la individualización del espacio-tiempo, que supone, por un lado, la necesidad individual de movilidad (por ejemplo: el auge de las bicicletas y los patinetes), puesto que cada vez hay mayor diversidad de formas de vivir la ciudad; y, por extensión, la necesidad o voluntad de habitar espacios distintos aunque colindantes, lo que nos lleva al concepto de territoriantes de Francesc Muñoz;
  • redefinición de los intereses individuales y colectivos, puesto que espacios tan enormes incluyen una gran complejidad de personas con intereses alternos o incluso opuestos;
  • y, finalmente, el avance de los riesgos; aunque tal vez sería más acertado hablar del avance de las incertidumbres, generado por la (aparente) enormidad de elección que se nos presenta en cada momento.