Sociología Urbana 03: la era del urbanismo

Tercera entrada dedicada al libro Sociología Urbana: de Marx y Engels a las escuelas posmodernas, de Francisco Javier Ullán de la Rosa. La primera entrada trataba sobre los sociólogos precursores de la disciplina, la segunda sobre la Escuela de Chicago y esta tercera lo hará, especialmente, sobre urbanismo.

Hasta mediados del siglo XIX, el urbanismo planificado se había limitado al terreno de los grandes conjuntos y edificaciones de poder. En esa fecha, sin embargo, la necesidad de resolver los grandes problemas de hacinamiento, polución e insalubridad en que vivían los inmigrantes y obreros llegados a la ciudad al calor de las sucesivas revoluciones industriales requiere de la intervención de los poderes y las administraciones. «Preocupaciones higienistas y políticas son dos de los tres pilares que empujan al nacimiento del urbanismo. (…) El tercer pilar es la posibilidad, en aquella fase más madura del capitalismo, de convertir la construcción en un sector empresarial más» (p. 121), hecho que no fue posible hasta que hubo una base financiera lo bastante grande (que permitía enormes inversiones) y un mercado lo bastante rentable (es decir, una clase mediana extensa). A partir de ese momento, la construcción implementaría los desarrollos de la producción industrial para abaratar costes y aumentar beneficios:

  • economía de escala: es decir, construir barrios o poblaciones enteras, y no casas una a una;
  • racionalización: lo que requiere planificación urbanística, de las vías de acceso y comunicación, disposición de los edificios en función de sus usos;
  • estandarización;
  • avances científicos como, por ejemplo, el descubrimiento del hormigón armado.

Existirán tres grandes movimientos que tratarán de dar respuestas a las nuevas necesidades de la ciudad: los ensanches y la ciudad jardín, en un primer momento, y el racionalismo, algo más tarde. Veámoslos uno por uno.

Los ensanches son la primera respuesta racional a los problemas de hacinamiento en las metrópolis. Tratan de superar la caótica y enrevesada ciudad medieval, con su trazado de callejas complicadas y llenas de revueltas, por una cuadrícula ortogonal de grandes calles rectas, abiertas a los vehículos y atravesadas también por enormes avenidas. El primer ejemplo es Dublín, pero los que se han llevado la fama son París y Barcelona.

Sobre Haussmann y París hemos hablado innumerables veces; quería higienizar París, limpiar la ciudad de las luces, llenarla de lugares hermosos y racionales; también una vía de acceso para que las tropas militares llegasen fácil y rápidamente hasta los puntos donde los obreros se estuviesen revolucionando y una forma de evitar que formasen barricadas con los adoquines.

Con los ensanches aparece una de las formas de poder «totalitario» más potentes que ha conocido la historia: el poder de transformar «total y unilateralmente», sin contar con las sensibilidades de la población, el conjunto del entorno material. Un poder que emana en última instancia del Estado central, pero que es aplicado por toda una cadena de poderes intermedios -la mayoría de ellos no democrático- dotados, cada uno de ellos, de parcial autonomía y capacidad de decisión: el alcalde, el urbanista, el promotor inmobiliario, el arquitecto. (p. 123)

Las características esenciales del ensanche de París son sus avenidas, su ortogonalidad, su racionalidad y su completa ausencia de zonas de socialización como habían sido las plazas medievales, donde los ciudadanos podían encontrarse o montar mercados y negocios. Las únicas grandes plazas que Haussmann concedió a su diseño fueron las que gestionaba el tráfico rodado: plazas por las que no se puede pasear, sólo transitar. «Y como no se puede pasear, al espacio infrautilizado del centro se le encontrará otra función: la monumental, es decir, la publicitación del poder.» (p. 125)

Este momento quedó magníficamente retratado por el poema de Baudelaire El cisne, y la sociología urbana, en especial la francesa, no ha dejado de volver a él como uno de sus temas predilectos.

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Visión del diseño original del Ensanche barcelonés de Cerdà.

El otro ensanche famoso es el de Barcelona. Si el de París es famoso por su éxito, el de Barcelona, si acaso, lo es por su fracaso y por lo poco que tiene que ver con lo que diseñó originalmente su creador, Ildefons Cerdà, que fue, también, el inventor de la disciplina del «urbanismo». Cerdà propuso una trama ortogonal con jardines en el centro de cada manzana y construcciones sólo en dos lados paralelos, de forma que se dibujaban dos líneas de edificios a cada lado de un jardín y separadas de la siguiente manzana por la calle. Además, tuvo la genial idea de dotar a las cuadrículas de chaflanes, es decir, esquinas redondeadas, que no sólo mejoraban enormemente el tráfico sino que también se han convertido en espacios perfectos para la socialización de la ciudad.

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Resultado final. Jueguen a las 7 diferencias.

La intención de Cerdà era permitir una vida con vegetación y aire libre para todos, basado en sus ideas socialdemócratas; la realidad y las ansias de obtener réditos acabaron convirtiendo su proyecto en islas prácticamente cerradas, como mucho con un espacio diminuto por el que acceder a un jardín interior, rodeadas de grandes bloques de pisos.

La otra gran forma que adoptó el urbanismo en su afán de ofrecer viviendas a las clases medias y bajas fue la ciudad jardín. Surgida de una visión romántica de las casas veraniegas donde los nobles se dedicaban a cazar y descansar en plena campiña, adoptó la idea a todos los bolsillos y la fue reconvirtiendo en casas aparceladas a menudo alejadas de la ciudad. La llegada del ferrocarril y la extensión de grandes vías que permitían el acceso rápido al centro de la ciudad supuso el desarrollo de este tipo de urbanismo, que halló su suelo más fértil en Estados Unidos.

Por ahora, seguimos en Europa, sin embargo, donde las primeras ciudades jardín se llevaron a cabo en Inglaterra de la mano de la extensión de las vías de ferrocarril. Ya no tenían nada que ver con las grandes mansiones de la nobleza, sino que iban desde casas más o menos grandes hasta su mínima expresión, las terraced houses (terraced porque sus aspiraciones a jardín habían quedado reducidas a un pequeño patio no mucho más grande que una terraza). Se trataba de barrios planificados y construidos por una única promotora, con dimensiones adecuadas al poder adquisitivo de sus futuros propietarios, y a menudo en las zonas que ocupaban o iban a ocupar nuevas estaciones del ferrocarril.

En Francia las ciudades jardín tuvieron un cariz más obrero o social; por un lado encontramos las que se forman alrededor de una fábrica para permitir a los obreros vivir más cerca del trabajo. Se consideraba que los obreros, a diferencia de los burgueses, no tenían necesidad en absoluto de acceder a la ciudad, por lo que les bastaba disponer de sus hogares cerca del trabajo y, además, se les cortaba el contacto con los obreros de la ciudad, con lo que se erradicaba el problema del virus marxista o la aparición de revueltas populares. El otro frente que adoptaron las ciudades jardín en Francia fueron las sociales, siguiendo la estela de los postulados de Le Play, pero también formadas con un fuerte acento paternalista.

Otra rama que tuvo cierto éxito en Inglaterra fue la de la cooperación, es decir, constuir una ciudad jardín de forma cooperativa. Hubo iniciativas, pero donde de verdad triunfó esta iniciativa fue en los bloques de pisos de Nueva York, muchos de los cuales siguen existiendo bajo ese régimen. La iniciativa social de las ciudades jardín, sin embargo, tuvo un enorme éxito como modelo teórico bajo la visión de Ebenezer Howard con su celebérrimo libro Garden Cities of To-morrow (1902). Como bien se encarga de demostrar Ullán de la Rosa, Howard no fue el precursor ni de las ciudades jardín ni del urbanismo socialista que yacía tras ellas; sin embargo, sí que fue el que se llevó la fama y a su nombre ha quedado asociado el concepto.

La novedad de la ciudad jardín de Howard es que la usaba como herramienta de reforma social y como propuesta para unir lo mejor de las dos formas de vida (campo y ciudad) y eliminar de un plumazo muchos de sus inconvenientes. Howard proponía que un grupo grande de personas se uniese en régimen de cooperativa y construyesen una ciudad jardín (de dimensiones determinadas, un máximo de 30 mil personas) alrededor de un centro comercial gestionado por ellos y rodeado de campos de cultuvo y de un cinturón exterior de industrias. Los trabajadores estarían cerca de la industria, por lo que ahorrarían tiempo en desplazamientos; podrían alimentarse directamente de los productos cosechados en la ciudad, que serían mucho más baratos al ser de proximidad, y obtendrían plusvalías tanto de la venta de las viviendas como del alquiler del espacio a las industrias. Con ello, y en poco tiempo, podrían financiar la ciudad y obtener rédito de ella para gestionarla; los obreros pasaban a ser propietarios en un régimen de cooperativa. Cada ciudad se entendía, no como extensión de una metrópolis, sino como ente independiente que se iría relacionando con las ciudades jardín que fuesen apareciendo alrededor.

No suena mal; pero la ausencia de financiación y el poco interés que suscitó en los empresarios condenaron los pocos intentos que se llevaron a cabo a ser un foco de clases medias y acomodadas con cierto aire bohemio.

Donde la ciudad jardín halló su más fecunda visión fue en Estados Unidos, donde la capacidad de los planes urbanísticos para decidir los usos del suelo era prácticamente un tema tabú. Por ello, los suburbs a las afueras de las ciudades con casas individuales, valla blanca y familias similares fueron brotando como setas por todo el territorio y convirtiéndose en el sueño de propiedad de toda una clase media sobreextendida. El ejemplo típico es Levittown, pero multitud sirven.

Europa, en cambio, «endeudada hasta las cejas por el conflicto [bélico, la Segunda Guerra Mundial] y destruido buena parte de su parque inmobiliario, no podía darse el lujo de construir vivienda unifamiliar» (p. 172). Por ello, y añadiendo el incipiente movimiento racionalista de Le Corbusier y los suyos con La carta de Atenas, acabó generando bloques y bloques de pisos en las afueras de las ciudades, alejados de todo, carentes de los mínimos servicios básicos y donde ir alojando a las progresivas oleadas migratorios que iban llegando al país. Especialmente notorios son los casos de los banlieus de París (precisamente el nombre, banlieu, siginifica «alejado una legua del ban«, que es la zona donde reside la población; de ahí bandido, por ejemplo, el que agrede al ban, o el inglés to ban, desterrar).

Estos fueron los tres grandes frentes urbanistas. De todos ellos, los que más éxito tuvieron fueron los suburbs americanos y las ciudades satélite (en las muchas versiones a lo largo y ancho del continente europeo: desde las ciudades satélite españolas o inglesas hasta los los grands ensembles franceses). Y precisamente en ellos se centraron los estudios sociológicos de la fecha.

La ausencia de barreras entre las casas pudo tener dos efectos de naturaleza contraria: favorecer la socialización, reconstruir el sentido de comunidad perdido en los más alienantes bloques de apartamentos del downtown (un rasgo posmoderno) o mejorar la eficacia policial y aumentar el control social (un rasgo moderno), obligando a sus habitantes a autodisciplinarse por temor al qué dirán o al qué me harán (un rasgo incluso premoderno). (p. 177)

Otras características de los suburbs americanos:

  • densidades bajas;
  • estandarización de las tipologías constructivas;
  • red viaria jerarquizada, desde la calle privada sin salida hasta las grandes autopistas de conexión; lo que supone facilidad para el control social, pues basta con controlar la principal vía de acceso y se controla toda la ramificación del suburb;
  • zonificación extrema: sólo hay viviendas, los servicios y zonas de trabajo están a una distancia tal que hay que recorrerla en coche;
  • deficiente transporte público, lo que supone dependencia total del vehículo;
  • grandes centros comerciales con enormes zonas de aparcamiento como únicos lugares de socialización y consumismo;
  • por primera vez en la historia de Estados Unidos, se consigue una identidad racial pancaucásica donde uno ya no es irlandés, italiano o alemán sino white american; porque, recordemos, en general los negros tenían el acceso vetado al suburb al tener limitado el acceso al crédito necesario para adquirir una casa en ellos.

La prosperidad ofrecida por el impulso económico de las siguientes décadas, en el país vencedor de la guerra, permitió reemplazar las subculturas étnicas previas por una nueva cultura estandarizada de consumo de masas, fundada en una nueva forma ética que combinaba, de forma sin duda original, la vieja ética puritana del trabajo con una nueva tendencia a la satisfacción hedonística inmediata y cuyos iconos eran la propia casa, el coche, la televisión y las vacaciones y su templo el shopping mall, el gran centro comercial. […] El centro comercial era una nueva forma histórica de ágora en la que el espacio público había quedado privatizado por el capital y sometido a una disciplina multívoca: dirigismo (era la compañía propietaria quien decidía dónde emplazar la plaza, sus características físicas y sus reglamentos, sin consultar con los ciudadanos), estandarización y control. A cambio, el shopping mall ofrecía seguridad total (cero carteristas, cero posibilidades de agresión física o sexual), la ilusión de una sociedad diseñada a medida, continuación de la del área residencial (sin mendigos, sin prostitutas, sin excrementos de perro o basura en los inmaculados pasillos interiores que ahora sustituían a las calles) y el confort moderno de un ambiente artificial sustraído a las inclemencias del tiempo y a las limitaciones del ciclo lumínico natural (…)

 

«Los americanos empiezan a definirse y realizarse no por lo que eran previamente sino por lo que consumían o por sus expectativas de consumo futuro.» Consumo que en los suburbs se produce a la vista de todos, estimulando la tendencia a la homeostasis social y potenciando exponencialmente el consumo (si todos los vecinos lo tienen, uno tiene que tenerlo también). El torrente de crédito fácil de la época, ayudado por los prejuicios de una ética social donde la pobreza se debía a la raza o a la incapacidad personal (el loser) lleva a una cultura profundamente hedonista pero también mucho más controlada socialmente, lo que redujo significativamente las tasas de criminalidad (que, por el contrario, subían en los guettos de las ciudades de forma abrumadora).

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Los habitantes de los suburbios (recordemos que la palabra significa algo distinto en español, por eso a menudo la usamos en inglés) no percibían la pobreza ni las disfunciones del sistema, porque los descastados no tenían acceso a sus zonas; por ello se fue desarrollando una cultura familiar, conservadora, extramoralizada, donde los jóvenes no tenían lugar donde esconderse de la mirada de sus padres y donde las esposas tenían especialmente difícil la infidelidad, porque estaban todo el día controladas por los vecinos (de ahí el mito del lechero o el cartero, porque eran los únicos varones que tenían un motivo legítimo para entrar en sus casas; en cambio los maridos, con sus viajes al exterior, tenían pleno acceso al adulterio); pero no sólo eso, la sociedad del suburb tenía opiniones sobre todo, los alcohólicos, los poco trabajadores, los que no asistían a misa lo bastante… creando una sociedad totalmente homogénea.

Algunos sociólogos lo vieron como el paraíso creado en la tierra; otros, los más críticos, como la manifestación del infierno, un horror artificial que escondía cualquier alternativa u otredad. Por ejemplo, Gordon en 1960 ponía de manifiesto el duro papel de las mujeres, con una carga extra de trabajo al tener que hacerse cargo de un hogar mayor que el de las ciudades y sin contar con una red familiar de apoyo para, por ejemplo, criar a los hijos. De hecho, Gordon creyó encontrar en el suburb el origen de las condiciones ecológicas particulares para una mayor incidencia de ciertas patologías psiquiátricas, como la depresión entre las mujeres. Lewis Mumford, con la publicación en 1961 de La ciudad en la historia, carga también contra las condiciones de los suburbs.

El otro gran foco de la sociología urbana de esta época se da en Francia, de la mano del considerado como miembro fundador de la sociología urbana en el país galo, Paul Henri Chombart de Lauwe, y tiene como objeto la otra forma de urbanismo que hemos recorrido: los grands ensembles. Un estudio similar al que llevaban a cabo los de la Escuela de Chicago muestra un París separado en nichos burgueses u obreros algo más difusos que en la ciudad americana; el componente racial está (por ahora) fuera de la ecuación. En siguientes estudios, Chombart describe la clase obrera al mismo tiempo como «un grupo construido por las relaciones de producción (y definido por la pobreza material) y como un grupo subcultural con estilo de vida y valores propios».

La sociología francesa no está formada por académicos burgueses alejados de la clase obrera, como en Chicago, sino por gente que viene de un entorno decididamente crítico con el sistema y que muchas veces le ha presentado batalla. El siguiente trabajo de Chombart, Famille et habitation (1960), analiza tres polígonos de viviendas (grands ensembles), uno de ellos la Cité Radieuse de Nantes, del propio Le Corbusier, y constata que dichos barrios no tienen nada de radiante, en lo que es la primera crítica potente al sistema del racionalismo. Los grands ensembles ejercen una nueva forma de violencia sobre los obreros al alejarlos de sus redes sociales vitales, de su entorno espacial, exiliándolos a un entorno aséptico y carente de sentido, homogéneo y mal comunicado con el centro (salvo para los que dispongan de coches). Chombart, que acuña el término ciudad dormitorio (banlieu dortoir) será también el primero en hablar de la alienación espacial que sufren los obreros, desplazados a un nuevo entorno. Constata, también, que los habitantes de los banlieus los contemplan como algo temporal, como una fase intermedia hasta que consigan su propia vivienda unifamiliar suburbana; por ello, ya avanza que se pueden convertir en guettos hipercriminalizados, como había sucedido en los barrios semiabandonados del interior de las ciudades norteamericanas. El futuro le dará la razón, aunque los que sufrirán esa espiral de decadencia no serán los obreros franceses sino sus sustitutos, «la subclase étnicamente marcada de los inmigrantes».

Las conclusiones de ambos sociólogos, los que estudian los suburbs y los que estudian los grands ensembles, son similares: desarraigo, alienación, exilio de las redes familiares y sociales que se habían establecido en la ciudad, progresiva destrucción de la conciencia y la solidaridad de clase, producida por el desarraigo de la ausencia de estas redes… De aquí surgirá El derecho a la ciudad (1968) de Lefebvre, aunque lo veremos en el siguiente capítulo.

El final del capítulo lo dedica Ullán de la Rosa a analizar la Tercera Generación de la Escuela de Chicago, que desarrollan la Nueva Ecología Urbana (Human Ecology. A Theory of Community Structure, Amos Hawley, 1950) que trata «cómo las poblaciones humanas se adaptan colectivamente al ambiente», huyendo de motivacioners o valores individuales y basado en cuatro conceptos clave:

  • interdependencia entre los distintos grupos, en forma de simbiosis (relaciones complementarias entre grupos diferenciados) o comensalismo (agregación de grupos iguales). La primera la llevan a cabo los grupos corporativos (la familia, por ejemplo, o las asociaciones de vecinos) y la segunda los categoriales (los sindicatos, por ejemplo).
  • función clave, ya que ciertas unidades tienden a desarrollar una función más importante que otras en el proceso de adaptación al ecosistema. La función clave en el ecosistema capitalista es desempeñada por la industria y el comercio.
  • diferenciación funcional, muy baja en sociedades cazador-recolector, elevadísimas, potencialmente ilimitadas, de hecho, en la sociedad capitalista de la altra productividad.
  • dominación: las posiciones dominantes en el sistema las desarrollan quienes llevan a cabo la función clave, es decir, en el caso de Estados Unidos, las empresas privadas.

A través de la dominación, Hawley vuelve a la ciudad: el dominio que ejercen los agentes económicos no se expresa solo en el terreno político sino también en el espacio, ocupando la centralidad de las ciudades.

Como destaca Ullán de la Rosa, sin embargo, la Nueva Ecología Humana es una variante de la escuela funcionalista que primaba en la sociología americana del momento.

Elogi del vianant, de Manuel Delgado: del «modelo Barcelona» a la Barcelona real

Elogi del vianant. Del «model Barcelona» a la Barcelona real es un libro publicado en 2005 por Manuel Delgado donde analiza el camino tomado por la ciudad, especialmente desde los 80 hasta principios de este siglo. Sin duda ahora, 15 años y dos crisis después, su crítica sería otra, o sería más punzante, pues la situación sólo parece haberse agudizado.

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La introducción deja claro el lugar en el que se sitúa Delgado para lanzar su crítica: en uno donde se respetan las acciones llevadas a cabo desde el urbanismo y el poder sobre la ciudad; pero también donde se les reprocha no haber tenido en cuenta lo que es la verdadera Barcelona, o un aspecto esencial de los muchos que tenía, en aras de vender un modelo idealizado (y completamente mercantilizado) de ciudad fashion o, en una traducción libre, de ciudad global. En sus propias palabras: «Lo que se reclama es que las planificaciones planifiquen la ciudad, pero que dejen que la ciudad respire también por sus errores y fracasos, que la idea global de ciudad sea también compatible con los espacios intersticiales donde todo está siempre a punto de suceder. Que la arquitectura reclame su jurisdicción sobre las casas, pero no sobre los cuerpos. No lo mismo intervenir en la ciudad, que intervenir la ciudad.» (p. 16).

Cómo negar la importancia y el valor de los polideportivos, las zonas verdes, los carriles bici, los numerosos aciertos arquitectónicos, las escuelas, la ampliación de la red de transporte público, las bibliotecas, los centros cívicos, los equipamientos culturales? La cuestión es que no se puede estar seguro de que la finalidad de todas estas mejoras no haya sido en gran medida la de mejorar también la oferta de la ciudad, hablando puramente en términos mercantiles. Todas las obras, las iniciativas, las infraestructuras, las rondas, los grandes edificios culturales, la producción de espacios públicos, parecen responder sobre todo a la preocupación por vender mejor -y más cara- la ciudad a sus propios ciudadanos, así como a los turistas y los inversores extranjeros, es decir, a estimular el consumo de ciudad y favorecer las expectaticas especuladoras.

[…] Barcelona es una modelo o mejor una top-model, una mujer que ha sido preparada para permanecer permanentemente atractiva y seductora, que se pasa el tiempo maquillándose y poniéndose guapa ante el espejo para luego ser exhibida en una pasarela destinada a las ciudades-fashion, lo más in en materia urbana. Es la Barcelona-éxito, la Barcelona que está de moda -o que es una moda, como se prefiera-, como lo demuestra la fascinación que ejerce en los turistas de alrededor del mundo que la visitan. Por último, Barcelona es prototipo de la ciudad-fábrica, urbe devenida enorme cadena de producción de sueños y simulacros, que convierte su propia mentira en su principal industria y que convierte su componente humano en un ejército de obreros-prisioneros, productores y al mismo tiempo vendedores de su propia nada. Para que nadie se distraiga de esta tarea fundamental -producir y vender sin descanso-, un mecanismo panóptico no pierde de vista nada de lo que sucede en las calles y las plazas de la gran factoría, vigilando que toda espontaneidad quede conjurada, toda rebeldía abortada y ninguna desobediencia sin castigo, convirtiendo la ciudad en una cárcel donde solo los sumisos viven contentos. (p. 17).

No se puede hacer mejor resumen que el anterior: Barcelona, en sus ansias por convertirse en un destino atrayente, se ha preocupado tanto de proyectarse al exterior y de saberse vender que ha muerto por su propio éxito, convirtiéndose en una ciudad difícil de habitar, plagada de extranjeros e inversión rentable para los fondos de inversión o para que a cualquiera le salga más a cuenta establecer un piso de Airbnb para turistas que una residencia para habitantes de la ciudad. Estos problemas no son propios sólo de Barcelona, y muchos de ellos han acabado siendo algunos de los principales problemas de las ciudades actuales, pero ya apuntaban maneras en 2005 en la ciudad condal.

Una de las principales denuncias de Delgado es que precisamente los poderes públicos, los que debían velar por todos los ciudadanos y protegerlos, entre otras, de los desmanes inmobiliarios, han sido los aliados de estos últimos en la desmantelación de parte de la ciudad. Ya hablamos del trasvase del Barrio Chino al Raval, el nuevo centro gentrificado e higienizado de la ciudad, en nuestra reseña del libro First We Take Manhattan, de Daniel Soriando y Álvaro Ardura. Pero, además de su papel como impulsora de la gentrificación de distintas zonas, por acción u omisión, las autoridades también han colaborado destinando la mayor parte de las inversiones a grandes obras faraónicas  destinadas a edificios empresariales: la torre Mapfre, la torre Agbar, Gas Natural; centros comerciales como Diagonal Mar o La Maquinista, encargados también de borrar todo rastro de la historia de la ciudad.

Y es que la rehabilitación no sólo debía ser formal; tenía que ser, sobre todo, moral. El enemigo a batir no era sólo la pobreza y la marginación: era el mismo Diablo. Los signos inequívocos de su presencia convertían el esponjamiento, el proceso de gentrificación, la distribución de templos levantados en honor a la cultura y la apertura de espacios vigilables en una gran ceremonia exorcizadora de las energías malignas que habían poseído al barrio y que conformaban lo que Garry McDonogh llamaba una auténtica «geografía del Mal». (p. 39).

Volveremos luego al tema de la cultura; pero la denuncia aquí se centra en cómo cada nueva infraestructura se usaba, además de como forma de obtener dinero, como modo de enterrar una parte de la historia de la ciudad, la que no interesaba que formase parte del discurso con el que se vende el modelo Barcelona. La Maquinista, por ejemplo, obvia que se levanta en terrenos que habían visto grandes luchas obreras, como Diagonal Mar no hace ninguna concesión en su diseño al hecho de que se levanta junto a La Mina, un barrio que siempre ha sido considerado el peor de Barcelona, aquel donde habitan «clases peligrosas»; o sea, gitanos y delincuentes. Los centros comerciales se convierten, así, y tomando el nombre de uno de ellos, en islas que se levantan en medio de la nada, dotadas de una oferta de ocio, consumo, entretenimiento y fast-food que no necesita más condimentos para funcionar.

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Torre Agbar, que al principio a nadie le gustaba pero acabará siendo parte de la ciudad, probablemente

De hecho, sigue Delgado, cada uno de estos centros comerciales se convierte en un agujero, un vacío, un paisaje ausente, pues ni se relaciona con el resto de la ciudad ni aporta memoria o personalidad. No lugares, en definitiva, que parecen apoderarse poco a poco de todo el territorio, y este no es un problema exclusivo de Barcelona. Los pasillos de los aeropuertos, de las estaciones de ferrocarril, van poco a poco convirtiéndose en terreno comercial; como sucede con los centros de las ciudades y algunas de sus zonas. Paseo de Gracia, el Portal del Ángel, la calle de Hostafrancs… no es baladí que el lema de Barcelona haya sido, durante muchos años: «Barcelona, la millor botiga del món» (Barcelona, la mejor ciudad del mundo).

No es baladí, tampoco, que se prohíba tender la ropa en los balcones que dan a calles turísticas o que se intente desesperadamente esconder centros como los Encantes, que se han convertido en un embudo moderno y ridículo que se enrolla sobre sí mismo en la zona de las Glorias. Oriol Bohigas, responsable de urbanismo en la ciudad durante muchos años y gran figura tras todo este proyecto, denunció en su momento el «síndrome Pessoa» como esa melancolía abrumadora ante todo cambio en la ciudad. Nada más lejos, argumenta Delgado: lo que se ha hecho en Barcelona es liquidar la cultura de una de las ciudades más vibrantes del sur del Mediterráneo «en nombre de un proyecto politicourbanístico que no prevee la existencia de una sociedad naturalmente alterada y conflictiva». Se ha obviado que los barrios habían sido, hasta recientemente, puentes de civilidad, de vínculos ciudadanos, nexo de unión entre aquello completamente privado (el hogar) y aquello público (la calle, el centro cívico, los otros barrios, la totalidad de la ciudad).

El capítulo segundo se centra en el gran adalid que sirve para desestructurar barrios enteros: la cultura, una «noción fetiche». ¿Qué es la cultura?, se plantea Delgado. Para los antropólogos, la cultura es el medio en que una sociedad existe y se relaciona con otras y consigo misma; recordemos el uso que hacía Lluís Duch del término en su maravilloso Antropología de la ciudad. Se habla, hoy en día, de políticas culturales, iniciativas, gestión, promoción, industrias, agentes, sectores… que se materializan en equipamientos, instalaciones, festivales, mercados, plataformas… todos ellos culturales, por supuesto.

En ninguna de estas instancias o actividades concretas que se anuncian como culturales se insinúa el más mínimo intento por establecer qué es lo que hay que entender con el término cultura y, cuando se intenta, las definiciones propiciadas son de una vaguedad absoluta. En la práctica, lo que se incorpora en este territorio supuesto como segregable puede inventariarse a partir de los temas a los que se refieren las revistas especializadas llamadas culturales o las secciones o suplementos de cultura de la prensa periódica: libros, artes plásticas, «pensamiento», música clásica, teatro, cine de autor, danza, patrimonio histórico, arquitectura, museos… Esta idea corresponde bastante con la idea de la cultura de élite, que podríamos designar como Cultura, en mayúsculas, para distinguirla de otras expresiones formales de amplia aceptación por parte del público en general y que suelen agruparse bajo el título -tampoco demasiado claro- de cultura de masas, las manifestaciones más despreciables de la cual serían las que se clasifican como kitsch, horteras, cursis, snobs, etc. (p. 65)

Se asimila, entonces, la cultura con lo que tradicionalmente se conoce como highbrow, en contraposición a la middlebrow o lowbrow. La Cultura es, pues, todo lo mencionado anteriormente, lo que eleva, lo que mejora al ser humano; ¿pero no lo que gusta a una mayoría? Delgado lleva a cabo un símil entre aquellos que consumen dicha cultura como los fieles que asisten a los templos, donde son imbuidos de una verdad trascendente en medio de espacios amplios y de luz difusa: evoquemos cómo son los museos, teatros y festivales de hoy en día. Para relacionarse con dicha entidad sobrenatural existe una casta de mediadores, los funcionarios por un lado, los artistas por el otro «que comunican instancias que, si no fuese por ellos, permanecerían aisladas unas de otras, y que son la Cultura, por un lado, y la vida ordinaria de los simples mortales, por el otro, siendo sus producciones análogas a las mediaciones de que trata la teología católica, las imágenes o los objetos que hacen posible al pueblo fiel concebir en términos físicos y venerar entidades celestiales» (p. 69).

La Cultura se promueve, solamente, des de las instancias políticas, es un ámbito institucional; y, sin embargo, sus beneficios van directamente a entidades privadas, además de los servicios asociados, como cafeterías o librerías que se instalan cerca o directamente en los museos. Y además en su nombre se levantan edificios por toda la ciudad que dotan de una pátina de proceso completado todos aquellos desmanes inmobiliarios llevados a cabo: la Filmoteca en el Raval, como ya comentamos; pero también la Facultad de Geografía y Filosofía o la Escola Massana o el CCCB y el MacBa anteriormente.

El gran desmán urbanístico de Barcelona, por supuesto, fue el Fórum de las Culturas de 2004. Si los Juegos Olímpicos aún eran una buena excusa para modificar la ciudad y situarla en el mapa (oportunidad que se aprovechó, de forma innegable) y Barcelona los usó para reconvertir toda su zona portuaria, amén de otras construcciones, el Fórum fue una invención ridícula, nunca bien explicada, con la que justificar la promoción del final de la Diagonal vendida con la excusa de «reconectar Barcelona con el mar». Como si alguna vez hubiesen dejado de estar conectados, cuando está ahí, a un tiro de piedra de todo el litoral. Pero reconectar significa, en el lenguaje oficial, desparasitar, vaciar de clases bajas y llenarlo de formas de obtener dinero y de territorializarlo adecuadamente para las clases medias y el consumo. Se levantaron edificios cuyo espacio físico se asienta en unos parques vallados que se cierran cada noche, volviéndose privados. Se erigió un centro comercial de espaldas a la zona y se levantó un monumento a las Culturas (¿?) que permanece a día de hoy como espacio vacío donde llevar a cabo, de forma puntual, conciertos multitudinarios y poco más.

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«La identidad es una estructura, por mucho que sentimentalmente a menudo se nos presente bajo el aspecto de una esencia.» Y la identidad de Barcelona ha sido modificada, a golpe de intervención, para olvidar tanto su pasado obrero y revolucionario como sus puntos canallas y oscuros en un movimiento que Delgado asimila al de la creación de los nacionalismos en pleno siglo XVIII y XIX: las ciudades son las nuevas patrias en el siglo XXI, y requieren de una invención histórica y cultural similar a la que requirieron en su momento los estados. No olvidemos, además, que la identificación de Barcelona con la de Cataluña deja en la cuneta todo el resto del territorio catalán, convertido a las ciudades del interior (y no hablemos ya de las otras provincias) en colonias y ciudades dormitorio sin vida propia.

Apuntes con los que terminar:

  • Un detalle muy significativo que ya salió a colación en la reseña de Ciudad líquida, ciudad interrumpida: la demonización constante de las fiestas de San Juan y las Fiestas de Grácia que se lleva a cabo por parte de las autoridades. Cada verbena de San Juan amanecemos con imágenes en todos los periódicos de los desperdicios que llenan la playa, para evidenciar lo incívica y costosa que es esta fiesta; ¿por qué no vemos nunca los desperdicios de la celebración de una Liga del Barça o de un Festival musical celebrado en cualquier parte de la ciudad? Porque la primera es una fiesta ajena al ayuntamiento, que pertenece a la ciudadanía y se celebra a espaldas de las autoridades, y las otras son fiestas oficiales; y o bien no generan dinero, o no forman parte del discurso que Barcelona se explica a sí misma y al exterior.
  • «Todo monumento -Lefebvre lo entendió inmejorablemente- expresa la voluntad de afirmar con la máxima rotundidad un principio debido a Hegel: el Tiempo histórico engendra el Espacio el cual se extiende y sobre el cual reina el Estado. El monumento siempre es una erección no sólo en sino también del territorio. Proclama la centralización machista que coloca su propio falo en el centro del universo, cetro que reclama la monarquía absoluta de lo Único. (…) Es el Poder del padre: la ciudad fálica. A su alrededor, sin embargo, se extienden inquietantes todas las expresiones de la Potencia. A pie de calle, todo son intersticios, grietas, agujeros, ranuras, intervalos, huecos… La ciudad profunda y oculta, la república del Múltipe. Lo uterino de la ciudad.» (p. 129)
  • «Como escribió Maurice Halbwachs a principios de siglo, la diferencia entre la memoria social en las sociedades tradicionales y la memoria social en las ciudades es que la primera es compartida, mientras que la segunda es colectiva.» (p. 133) Pero no todo aquello que es colectivo tiene por qué ser común, destaca Delgado.
  • «En Barcelona se pueden observar los efectos de una convicción que un buen número de urbanistas y arquitectos suelen tener respecto a que la disposición conceptual de las construcciones determina de un modo casi irrevocable la forma como se llevarán a cabo en ellas, o a su alrededor, las actividades sociales.» (p. 137). Estas palabras nos recuerdan a las de Jan Gehl cuando mostraba fotografías de los senderos que los peatones trazan sobre el césped cuando corrigen a los urbanistas y toman el camino más directo entre ambos puntos, huyendo de los ángulos rectos que tan hermosos quedan en las maquetas pero tan poco útiles son a los peatones sobre el mapa de la realidad.

Construir, edificar, delinear calles implica siempre la aspiración a someter la incerteza de las acciones humanas, a prever y exorcizar los imprevistos caóticos que siempre acechan, a mantener a ralla las potencias disolventes, dotar de perfiles todo lo que no tiene forma ni destino.

[…] Walter Gropius reconocía que la arquitectura y el urbanismo debían servir como instrumentos al servicio de la victoria final de Apolo sobre Dioniso, es decir, de la belleza y lo orgánico sobre la desmembración de los vínculos sociales, sobre la «disolución general del nexo cultural, que ha hecho que el hombre moderno haya perdido su sentido de la totalidad» [Walter Gropius: Apolo en democracia]. Esto se traduce en una verdadera vocación pacificadora de lo urbano, entendido como aquello magmático, inorgánico y desregulado que se produce constantemente en una ciudad. El plan urbanístico y el proyecto arquitectónico sueñan una ciudad imposible, una ciudad dotada de espíritu, perpetuamente ejemplar, un anagrama morfogético que evoluciona sin traumas. El arquitecto y el urbanista saben qeu la informalidad de las prácticas sociales es, por principio, implanificable e improyectable. La vida urbana es su pesadilla.

Y es que los planificadores y proyectores creen que son ellos los que hacen la ciudad, y hablan de ella como forma urbana, dando a entender que lo urbano tiene forma. Se engañan: es la ciudad la que puede tener forma; en cambio, lo urbano no tiene forma, sino que es pura formalización ininterrumpida, no finalista y, por ello, nunca finalizada. (…)

Babel -la ciudad que Yahvé ordenó construir a Caín después de la caída- es el contrario negativo de Jerusalén. Si esta es la plasmación urbanística del orden celestial, Babel se funda sobre una blasfemia suplantación-exclusión de Dios. Iniciadora de una saga de ciudades malditas, las ciudades-rameras -Sodoma, Gomorra, Babilonia, Roma-, Babel es la antiutopía por antonomasia, el reverso en clave humana del proyecto sagrado de espacio social. Babel es un espacio sin códigos ni territorios, escenario de una hibridación generalizada y de todo tipo de incongruencias. Frente a la ciudad politizada -prístina y esplendorosa, comprensible, apaciguada, lisa, ordenada, dividida en «comarcas fáciles pero no por eso accesibles», la ciudad socializada, aquello que Foucalt llamó heterotopía, lugar caótico pero autoorganizado, saturado de signos flotantes, ilegibles, sobresalientes de una multitud anónima y plural hasta el infinito. (p. 148 y ss)

Urbanalización (III): playas de ocio

La urbanalización (primera entrada, sobre la ciudad multiplicada y los territoriantes; segunda, sobre la propia urbanalización y los no lugares que genera) surge a partir de tres procesos, según Francesc Muñoz:

  • la especialización económica y mundial reduce la diversidad de actividades y otorga predominio a los monocultivos; sucede con los productos básicos, el café, el cacao, el aguacate; y sucede también con las ciudades o con partes de ellas;
  • la segregación morfológica del espacio urbano: los paisajes no se mezclan entre ellos, se generan «islas de funcionamiento especializado», lo que genera paisajes autistas y con poca o nula relación entre ellos;
  • la tematización del paisaje de la ciudad.

En la ciudad urbanalizada se dan cuatro requerimientos urbanos:

  • la imagen de la ciudad;
  • la necesidad de seguridad;
  • la existencia de playas de ocio en partes de la ciudad;
  • el consumo del espacio urbano a tiempo parcial.

Los analizaremos uno a uno.

El peso de la imagen. La ciudad siempre ha intentado ser bella. Podríamos citar el ejemplo de Haussmann en París o la beautiful city en Chicago. «Desde finales de 1970, sin embargo, empieza a entenderse que todo en la ciudad puede ser diseñado, incluso elementos no estrictamente urbanísticos como la misma imagen urbana o el sentimiento de pertenencia a ella por parte de los habitantes» (p. 68). El siguiente paso en la evolución de las marcas y el consumo se da cuando las propias marcas o el logo pasan a ser más importantes que el producto en sí. Hasta entonces, Adidas, Nike o Reebok eran marcas que garantizaban que sus bambas tuviesen una determinada calidad; a partir de los 80, sin embargo, lo importante pasa a ser la propia marca, no sus productos; cada zapatilla se convierte en una plataforma que da publicidad a la marca. Lo explica Naomi Klein en No logo:

Tommy HIlfiger se ocupa menos de fabricar ropa que de poner su firma. La sociedad está íntegramente dirigida por medio de acuerdos de explotación bajo licencia, y Hilfiger pasa todos sus productos a un conjunto de sociedades distintas: Jockey fabrica la ropa interior Hilfiger, Pepe Jeans London fabrica los Jeans Hilfiger, Oxford Industries fabrica las camisas Tommy, la Sride Rite Corporation fabrica su calzado. ¿Qué fabrica Tommy Hilfiger? Nada”.

Es decir: marca. Tommy Hilfiger genera productos que refuerzan su marca. Ikea, Starbucks o The Body Shop ya no publicitan sus productos, sino su propia existencia, unos valores determinados, una visión del mundo, tal vez.

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El tercer paso se da cuando las marcas entran directamente en la ciudad y esponsorizan partes de ella, festivales, actividades, la liga de fútbol, una estación de metro. La propia ciudad se vuelve una marca: I love NY, Barelona posa’t guapa. Al mismo tiempo, las marcas se vuelven ciudad, sobre todo en Estados Unidos: Disneylandia, pero también la villa que creó, Celebration, donde todo se vende como idílico; La Roca Village, un refugio entre autopistas donde ir a comprar ropa a precios outlet de distintas marcas; o el Sony Center de la Potsdamer Platz de Berlín.

La necesidad de seguridad se refiere a un imperativo que impone el comercio: que haya regiones de la ciudad lo bastante seguras para llevarlo a cabo de forma relajada. Segura no implica que no se permitan los crímenes, sino que se regule la entrada, como a los centros comerciales: no sólo que no haya delincuentes sino nadie susceptible de generar inseguridad: vagabundos, borrachos, prostitutas, parias de cualquier tipo. De la necesidad de seguridad a la vigilancia sólo hay un paso, fácil de dar; y pronto llegamos a las gates communities, de las que hemos hablado en el blog hasta la saciedad.

Los puntos tres y cuatro se solapan. De la necesidad de hacer la compra semanal para adquirir víveres y otros productos de primera necesidad se pasó a los supermercados, luego a los hipermercados y finalmente a los centros comerciales. De ahí, y viendo que las personas cada vez pasaban más rato en él, se instalaron cines, se aclimató el espacio, llegó la música… en fin, todo lo que comentamos en el maravilloso artículo de Margaret Crawford cuando lo analizamos.

De esos lugares se ha llegado a las playas de ocio de que habla Muñoz: lugares dedicados por completo al consumo, a menudo en forma de monocultivo, pero que se presentan como lugares seguros donde poder pasar el rato de ocio. Ejemplo evidente: Ikea. Uno no va a Ikea sólo porque necesite comprar algo: va a Ikea y ya comprará algo. O no, simplemente pasa la tarde, admira los nuevos modelos y se plantea cómo redecorar la casa, una habitación, o se limita a comprar unas velas o unos jarrones. Nunca estamos satisfechos, por lo que siempre necesitamos más. Algo similar ocurre con los grandes centros del bricolaje, la jardinería… Uno no va a adquirir productos sino a pasar el tiempo. «La diferencia entre ir a comprar e ir de compras es esencial y tiene que ver con toda una serie de contenidos y atributos de esa modernidad urbana» (p. 84).

Poland Ikea's Transformation

Estos espacios de ocio son capaces de generar una gran atracción: cualquier población que cuente con un Ikea verá aumentar considerablemente su número de visitantes. Pero no nos engañemos: no es la población la que aumenta, es la zona concreta donde se instala Ikea, que recibirá gran cantidad de visitantes y probablemente verá la generación de otras tiendas de muebles, cafeterías, párquings, etcétera, a su alrededor.

Acostumbrados a estos espacios, pues, es lógico que el siguiente paso sea solicitar que el espacio público se vuelva similar al espacio de ocio donde nos movemos habitualmente. Si el territorio Ikea, Starbucks, el Akí, los centros comerciales, los hípers, son seguros, asépticos, irreales, ¿por qué la ciudad no lo es? Por ello empiezan a generarse espacios dentro de la ciudad que sí lo son: el Portal de l’Àngel o el Paseo de Grácia en Barcelona, la Gran Vía de Madrid, otras mil calles que ustedes podrían nombrar, entregadas al comercio y pobladas sólo por consumidores que las buscan en las horas en que pueden llevar a cabo ese consumo. La ciudad, poco a poco, cede su terreno a este tipo de lugares; y lo hace mediante el diseño y la colocación estratégicas de mobiliario urbano. «Filtros en tanto que reglas, convenciones y regulaciones -junto con los elementos físicos cuya función es favorecer el cumplimiento de estas regulaciones- orientadas hacia el control y la organización de un espacio de naturaleza compleja.» (p. 87)

El gran problema antropológico de estos monocultivos es la falta de mezcla y diversidad: uno sólo encuentra a sus pares. De hecho, cada monocultivo tiene sutiles diferencias que atraen a personas determinadas, como cada supermercado está orientado a un tipo de cliente levemente distinto a los demás.

Existe otro problema de fondo: la gestión de estos espacios corresponde, casi siempre, a la iniciativa privada, aunque se trate de suelo público. Y los poderes públicos deben garantizar unos derechos (no entraremos aquí en si los garantizan o no; eso nos daría para un blog político inagotable) mientras que los promotores privados se rigen por un único fin: el beneficio.

A continuación, y como muestra de toda su exposición, Muñoz retrata cuatro ciudades que representan otros tantos aspectos de la urbanalización:

  • Londres es la ciudad intercambiada: prima los requerimientos de la economía global y entrega zonas completas de su territorio a los flujos de capital;
  • Berlín es la ciudad logo, un logo creado con el que vender la ciudad en los mercados globales que acaba impostando su propio carácter a la ciudad;
  • Buenos Aires es la ciudad cuarteada;
  • y Barcelona, la ciudad marca.

Los dos últimos capítulos del libro se centran en tratar de responder a sendas preguntas. La primera: ¿existen elementos comunes en toda forma de urbanalización de la ciudad? Aquí Muñoz recurre a Baudrillard:

Jean Baudrillard propondrá en obras como Cultura y simulacro un salto cualitativo en esta argumentación cuando explique la sustitución del original por el modelo. La copia siempre se había referido a la representación del objeto original, de forma que se podía hablar con propiedad de una buena o una mala copia. En cambio, el modelo no representa sino que sustituye al objeto original para, gracias a las posibilidades técnicas de reproducción, dar lugar a un conjunto infinito de copias.

[…] Todas las copias son, así pues, homólogas, intercambiables, y es esta condición estandarizada la que hace que, como ya observara Benjamin al reflexionar sobre la placa fotográfica, no tenga sentido interrogarse por el origen de la copia, es decir, el original, ya que este no es otro que el modelo. Es decir, en la serie hecha de infinitas copias la autenticidad del objeto original desaparece.

[…] La principal consecuencia de todo ello es que el modelo deviene así la única verosimilitud, lo cual significa, en último extremo, la negación de la capacidad de representación de la realidad. La simulación niega la propia realidad o, más bien, la supera.

El resultado final no es otro que la superación de los límites de la simple imitación o la repetición para llegar a la sustitución de lo real -lo original, lo auténtico- por lo «hiperreal», algo paradójicamente real pero sin origen ni realidad. (p. 187)

Un ejemplo urbano de ello: Venice, el barrio de Los Ángeles que imita los puentes y canales de Venecia. En este caso existen copia y original. El siguiente paso: The Venetian, un casino en Las Vegas que reproduce los principales elementos de la ciudad pero situados de tal manera que ya no tratan la Venecia original como objeto auténtico sino como modelo. Todas las Venecias simuladas «no serían, por tanto, copias del original sino simulaciones equivalentes entre sí».

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Parafaseando las palabras de Guy Debord sobre el espectáculo, Muñoz concluye:

La urbanalización es el lugar en el cual la imagen ha conseguido la ocupación total de la vida social. La relación con la imagen no sólo es visible sino que es lo únicdo visible.

Muñoz habla de banalscapes, «morfologías urbanas relativamente autistas en relación con el territorio, reproducibles independientemente del lugar y sus características» y dan lugar a un género de paisajes «que, en realidad, no pertenecen a ningún territorio». Se trata de escenas urbanas donde se usa el pasado no como modelo, sino como simulación: pequeños detalles que evocan un pasado industrial en las ciudades pero, por ejemplo, sin traer a colación las luchas obreras, formando un pasado idealizado.

El último capítulo plantea formas de luchas contra la urbanalización. Lo hace desde la reflexión de que existen pequeñas diferencias en todas las ciudades banalizadas en cuanto a la gestión de su propia urbanalización. Sin embargo,ya mentamos a propósito de las revueltas de Kreuzberg contra la gentrificación cómo esas pequeñas diferencias son, en realidad, semillas que el tardocapitalismo aprovecha para vender como auténticas o diversas las experiencias que se pueden vivir por separado en cada ciudad. Si realmente todos los espacios fuesen igualmente banales no existiría la necesidad de moverse ni del turismo; algo que la sociedad requiere, y por ello también no sólo permite sino que impulsa esas pequeñas diferencias.

Lo cual no quita valor a la reflexión de Muñoz que lo hace llegar a un símil muy válido: la relación existente entre la imagen del puerto y la de la ciudad. Durante el siglo XIX y principios del XX, el puerto representaba la ciudad, tanto en el cine como en la iconografía general: el puerto era el lugar en el que la ciudad se relacionaba con el mundo exterior, lugar exótico, abierto, oscuro, sí, también zona de intercambio y de promesa. A partir de la mitad del siglo XX, sin embargo, las zonas portuarias, cada vez más abandonadas por el cambio en las formas de industrialización y relegadas a zonas alejadas de la ciudad donde poder absorber bien el enorme crecimiento del movimiento de mercancías, estas zonas, decíamos, se convirtieron en frentes marítimos vendidos al capital y al espacio de los flujos, lugares de ocio y altas finanzas, similares unos a los otros. «La promoción de la imagen de la ciudad ha encontrado en las operaciones de transformación portuario un referente que, en no pocos casos, ha inspirado incluso el modelo de cambio de imagen urbana que se proponía para toda la ciudad.» (p. 206)

Ya para concluir, Muñoz propone dos objetivos para luchar contra la urbanalización:

  • primero, favorecer los usos públicos del tiempo en detrimento de los privados; modificando el axioma del derecho a la ciudad como «el derecho al tiempo de la ciudad»;
  • segundo, reivindicar una geografía de los tiempos muertos. El nombre nace d ela paradoja que, mientras más avanza la tecnología y nos permite reducir los tiempos en el ejercicio de nuestras actividades cotidianas, los tiempos libres que resultan de esa mayor productividad del tiempo no restan como espacios vacíos o intervalos sino que son el nicho de nuevas actividades que estandarizan de forma acelerada el tiempo. «Hacer visible esta cartografía de los tiempos muertos es, sin embargo, necesario y reivindicable en aras de una mayor diversidad urbana, humana y social.» (p. 214)

Post-it City: ciudades ocasionales

Como un texto lleno de post-it, la ciudad contemporánea está ocupada temporalmente por comportamientos que no dejan rastro -como tampoco lo dejan los post-it en los libros-, que aparecen y desaparecen de manera recurrente, que tienen sus formas de comunicación y de atracción pero que cada vez resultan más difíciles de ignorar.

(…) La ciudad contemporánea ha construido sus espacios edificados a través de la elaboración de nuevas tipologías y nuevos tejidos -patrones infinitos de casas unifamiliares, ciudades de naves industriales, parques temáticos falsamente medievales- pero no ha tenido la misma creatividad ni la misma desenvoltura para el espacio público.

Pero se ha producido una reacción: el espacio urbano es hoy el palimpsesto de una experimentación continua de formas de vida en público. Lo que nace no son nuevos espacios públicos, sino nuevas dimensiones de vida y relación en público. Y el espacio ocupado por estos fenómenos raras veces es «público» en un sentido estricto, es el espacio de enclaves infraestructurales, de recintos industriales abandonados, de aparcamientos inutilizados, de terrain vague de diversa índole. Hoy por la ciudad vagan espacios públicos errantes, que rozan los espacios públicos tradicionales, nacen, se enraízan, mueren y renacen en otro sitio.

Post-it City es este texto errante por la ciudad, una manera de subrayar, esconder, resaltar el texto original para dotarlo de un aspecto temporal, hacer adaptaciones rápidas, ligeras. Es un proyecto público aún nuevo, de una multitud que aún no conocemos, el conjunto de exigencias imprevisibles pero que encuentran un espacio, construyen nuevos vínculos, establecen relaciones identitarias vagas con los lugares que ocupan y después los liberan para ocupar otros. (p. 14).

Estas palabras de Giovanni La Varra nos sirven para situar el libro Post-it City. Ciudades ocasionales. Se trata de un recopilatorio sobre una exposición que se llevó a cabo en el CCCB de Barcelona durante 2008 y que retrataba el concepto de ciudad post-it, término desarrollado por el propio La Varra y que define una ciudad temporal que se acopla sobre el espacio público de forma alternativa, con un uso no sancionado por las autoridades pero que responde a una necesidad de parte de la población que no encuentra otro lugar donde llevarlo a cabo.

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O, dicho en otras palabras, en concreto las de William Gibson: la calle siempre encuentra sus usos.

El concepto es completamente adecuado, debemos añadir. No sé ustedes, pero en el blog, donde somos asiduos a coger libros en la biblioteca, a menudo los encontramos subrayados, anotados al margen, comentados; lo que da lugar a una segunda lectura, la oficial, la que pretendía el autor, y la de alguno de sus lectores. Sorprende encontrar lectores que subrayan partes que uno ignora, otros que subrayan las mismas que uno va a destacar; se forma así una afinidad o carencia de ella con ese segundo lector, así como con el autor.

Algo similar sucede en la ciudad, y a partir de dicha idea se desarrolló la exposición del CCCB. El concepto le surgió a La Varra a partir del incidente en Moscú el 28 de mayo de 1987, cuando Mathis Rust, un estudiante de Berlín y piloto aficionado de 19 años, se decidió a salir volando (literalmente) de su ciudad para aterrizar en la Plaza Roja de Moscú, nada menos, como una forma de mostrar la unión entre los pueblos. Esa idea, por mucho que loca, presenta una nueva concepción del espacio público (¡la Plaza Roja como pista de aterrizaje!) similar a la que conciben los usuarios que no encuentran dónde llevar a cabo sus necesidades.

¿Qué se aprende mirando las ciudades post-it, según La Varra? Tres cosas:

  • los materiales con que se construyen, a menudo reciclados, sostenibles, ocupaciones de espacio abandonado, que tienden a la invisibilidad;
  • la temporalidad del espacio; a menudo se concibe el espacio público como lugar atemporal, estable, con usos determinados; por ello, cuando «un párquing se convierte en un espacio público y compartido, cuando una infraestructura deviene mercado o un terrain vague un jardín, se convierten en sensores de una cualidad urbana latente, de un espacio abierto a dinámicas no invasivas; una señal de promiscuidad, de intercambio, te tensión entre previsión y uso»;
  • el lenguaje: cada ciudad post-it genera un nuevo argot, una forma de referirse a sí misma como espacio y comunidad; son voces que la ciudad «oficial» no tiene en cuenta o desatiente, pero que forman igual parte de ella.

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Antes de entrar en ejemplos concretos, comentamos brevemente algunos de los artículos que dan pie a la exposición.

Martí Perna en Post-t City. Ciudades ocasionales destaca el origen de este tipo de enclaves como una forma heterogénea e informal en que la ciudad deja claro que sus propuestas oficiales, surgidas de unas autoridades que buscan la homogeneidad completa, no son suficientes para todos los ciudadanos. Especialmente en el tardocapitalismo cultural, que pretende formar ciudadanos consumidores que expresen su individualidad, fabricada en despachos, únicamente mediante transacciones sancionadas. La necesidad de las ciudades ocasionales entronca con el derecho a la ciudad, con la expresión de las necesidades latentes.

Robert Kronenburg se ocupa, en Arquitectura subversiva, en dos aspectos: por un lado, las casas precarias instaladas en determinados intersticios de las ciudades japonesas, a menudo reconocibles por sus lonas azules, entregadas por las autoridades para los sin techo; a diferencia de las occidentales, que suelen ser agrupaciones de objetos sin más, las casas japonesas de este tipo son enclaves de madera, con unas bases que las elevan del suelo por si hay inundaciones (suelen estar junto a los ríos y canales) y a menudo incluso cuentan con sus propias bicicletas, tendederos de ropa y otras necesidades. El otro aspecto que retrata el artículo son las formas «alternativas» de habitar: desde contenedores de mercancías reconvertidos en casas o bloques de edificios hasta propuesta artísticas que tematizan el tema de la vivienda, como la del artista Santiago Cirugeda que, por ejemplo, obtiene permisos para levantar andamios junto a edificios con la excusa de renovar sus fachadas y luego convierte la estructura en algo estable.

Alessandro Petti (Zonas temporales. ¿Espacios alternativos o territorios de control socioespacioal?) se plantea la forma como algunas ciudades se han aprovechado del espacio informal que había en ellas, como Berlín, ejemplo de recorrido doble: ciudad planificada desde las autoridades verticales pero en cambio ciudad vida y repleta de microespacios e intersticios que los ciudadanos han ido aprovechando, si bien luego las autoridades les han ido detrás para apropiarse de ellos. Habla luego del caso de Génova, ciudad donde se llevó a cabo una reunión del G8 motivo por el cual se dividió la ciudad en tres zonas: rojas, verdes y amarillas. Las verdes eran las habituales, las rojas eran zonas de extrema vigilancia donde todos los derechos ciudadanos quedaban suspendidos en aras de una vigilancia extrema y control de todos aquellos que accedían, y la amarilla un espacio de transición entre ambas. El mismo esquema se ha llevado luego a cabo en Praga, Niza, Nápoles, Davos… También trata el concepto de ciudades autónomas, como el Burning Man Festival.

Manuel Delgado (Apropiaciones inapropiadas. Usos insolentes del espacio público en Barcelona) destaca también cómo las ciudades post-it surgen como resultado de la pugna entre la concepción oficial del espacio público (lugar vacío entre construcciones, para las autoridades, donde los ciudadanos realizan las ideas de democracia, civismo, consenso y, en general, pasean entre consumo y ordenada educación) y la verdadera, la de las necesidades de aquellos que lo pueblan. Sorprende, por lo tanto, que en 2005 se promulgasen una serie de leyes en Barcelona que impedían desde andar sin camiseta por la calle hasta usar las fuentes para bañarse, beber alcohol en las calles o prácticamente jugar en las plazas. Sorprende, dice Delgado, porque estas mismas autoridades, tan contrarias a todas las expresiones informales de los ciudadanos, no tienen el más mínimo rubor en permitirlas si vienen acompañadas del correcto consumo (beber botellón, es decir, consumir alcohol sentados en una plaza, es ilegal; beberlo sentados en las terrazas de los comercios que pagan sus adecuados impuestos es legal, cuando el acto es el mismo); o autoridades que permiten la gentrificación y los desmanes urbanísticos o inmobiliarios sin el más mínimo rubor. Erradicar a las prostitutas del Barrio Chino para convertirlo en el Raval (lo hablamos hace nada tratando el tema de la gentrificación) sin preocuparse por erradicar el problema, sólo por desplazarlo.

Delgado acaba destacando el papel de la fiesta en la ciudad de Barcelona «como lo que siempre ha sido: «un territorio en el que el carácter crónicamente problemático de la vida social encuentra una oportunidad para expresarse». Recordando sus palabras en Ciudad líquida, ciudad interrumpida sobre que la fiesta, en vez del estado de excepción que a menudo se considera es lo contrario, el estado real de las cosas, Delgado habla de las «fiestas ingobernables», en palabras del Ayuntamiento: San Juán, las fiestas de Grácia, de Sants, ocasiones festivas en que la población ocupa las calles o las playas de formas que las autoridades detestan y contra las que luchan con todas sus fuerzas. Cada 24 de junio se abren los periódicos de la zona con imágenes de lo sucia que ha quedado la playa tras la verbena; ¿por qué jamás se abren los periódicos con lo sucias que quedan las calles tras la celebración de una victoria del Barça, por ejemplo? «Pero el denominado «auge del incivismo» [en Barcelona durante los años 2005-2008] no es el resultado de un grado excesivo de libertad, sino todo lo contrario».

A continuación destacamos algunos de los 78 proyectos recogidos en el libro. Los tienen todos aquí.

  • Unreal States of China, un documental que retrata usos alternativos de las grandes infraestructuras en las megalópolis chinas, como mercados surgidos bajo las vigas de una autopista.
  • Economic borders habla de los comerciantes que, subidos en un camión, recorren Sicilia organizando mercados ambulantes previamente establecidos, como forma en que el comercio usa los intersticios para establecerse. Es una reflexión que nos permite acercarnos, por ejemplo, a los mercados semanales que se llevan a cabo en multitud de pueblos y ciudades de España, a menudo informales y callejeros, pero que sirven para que la población aproveche el día como ocasión casi festiva.
  • Street Economy Archive reflexiona sobre el concepto del top manta.
  • Schengen, El castillo, lo hace sobre las fronteras y las oportunidades que éstas generan, centrándose en el cruce de la frontera entre África y España como forma de alcanzar el sueño europeo para numerosos africanos.
  • En el mismo sentido, Movimenti di Confine retrata los camiones que esperan en la frontera entre Italia y Eslovenia el momento adecuado para entrar, en relación con la historia reciente europea (la frontera italoeslovena dejó de existir en la frontera del 21 de diciembre de 2007). Si el anterior reflexionaba sobre los flujos de personas, este lo hace sobre los flujos de mercancías.

jardines

  • Loisada o los jardines comunitarios de Nueva York, que surgen de forma impulsiva y son cuidados por los vecinos de la zona.
  • Gas Station (Tobias Zielony) reflexiona sobre los puntos de encuentro de los jóvenes en Alemania que viven en zonas periféricas, sin infraestructuras donde pasar el rato, que acaban reuniéndose en las áreas de servicio de las autopistas.

gasolinera

  • Do and Undo lo hace sobre la construcción de la ciudad de Burning Man Festival, una ciudad brotada de la nada en el desierto y construida con la idea de desaparecer, una vez terminado el festival, sin dejar rastro.
  • Parco retrata las actividades que se llevan a cabo en los parques de la ciudad, especialmente como forma de relación entre los diversos usos, oficiales-alternativos, de personas cercanas y lejanas, que hace cada comunidad de ellos.

First We Take Manhattan, de Daniel Sorando y Álvaro Ardura

En 1964, Ruth Glass empleó por primera vez el concepto «gentrificación» usando el término gentry (la pequeña nobleza rural británica) para referirse a la llegada de hogares de clase media, muchos de ellos retornados de los suburbios, a barrios tradicionalmente obreros del centro de Londres. En el proceso, los recién llegados promovieron obras de rehabilitación de las viviendas y los edificios de estas áreas, lo cual facilitó el incremento del valor inmobiliario, inicialmente solo de las propiedades reformadas, pero posteriormente también las del barrio en su conjunto. Como resultado, los hogares de clase trabajadora encontraron cada vez más difícil pagar la renta que los propietarios exigían por el alquiler de sus viviendas, de forma que, paulatinamente, tuvieron que abandonar el barrio donde residían. El carácter social de estos territorios cambió mediante la sustitución de las clases trabajadoras por las clases medias y altas profesionales, principalmente de piel blanca, que regresaban a los centros urbanos tras haberlos abandonado décadas antes por las comodidades de la periferia metropolitana. (p. 20)

Tal vez no sea la definición oficial de gentrificación, pero sin duda es una explicación clara del proceso. First We Take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades es un estudio publicado por Daniel Sorando y Álvaro Ardura, Doctor en Sociología el primero, arquitecto y profesor de Urbanismo el segundo, el año 2016. El estudio, que toma el nombre de una canción de Leonard Cohen, navega por barrios en diversos estados de gentrificación (desde algunos de Nueva York ya irremediablemente gentrificados hasta otros de Madrid o Berlín donde han aparecido resistencias) para ejemplificar las diversas fases del proceso. Además, estudia las dos visiones de la gentrificación: por un lado la de los promotores, es decir, la gentrificación entendida como un proceso llevado a cabo por las autoridades y los poderes inmobiliarios; y por el otro la de los ciudadanos, es decir, por qué ciertas clases medias tienen la necesidad de volver al centro y vivir en barrios reconvertidos a sus gustos.

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El primer capítulo se llama Bombardear la ciudad: abandono y explica la primera fase de la gentrificación: cuando las autoridades dan un barrio por perdido y renuncian a toda inversión en él, abandonándolo a su propia suerte y, normalmente, condenando a la mayoría a desplazarse a otro lugar para vivir. Los barrios que lo ejemplifican: SoHo, Chelsea, East Village y Lower East Sido, todos de Nueva York. Todos ellos tienen en común que, en los 70, pasaron a ser considerados barrios no rentables por la Home Owners Loan Corporation (la historia es algo más enrevesada), por lo que dejaron de concederse créditos a sus propietarios, los cuales, ante el hecho, dejaron de invertir en ellos. El Ayuntamiento, que por ejemplo poseía el 60% del Lower East Side, siguió una misma política: reducir la inversión de todos los servicios municipales. Por supuesto, la misma situación se vivió en multitud de barrios en multitud de ciudades.

El segundo capítulo, Aquí no vivirás ni tú ni nadie: estigma se centra en la forma como la propia sociedad (las autoridades, los medios) llevan a la convicción de que lo que sucede en estos barrios es causa, únicamente, de sus vecinos; y que por lo tanto renovarlos por completo es la mejor opción y además sólo le supondrá beneficios a la ciudad. Muchos barrios antaño industriales situados en la ciudad sufrieron este efecto; hablamos no hace mucho a propósito de Peter Hall del puerto de Londres y cómo tuvo que reconfigurarse; y también del de Boston y la rousificación.

Así, en torno al extremo empobrecimiento de estas comunidades, «los detractores sostienen que en su mayor parte se debe a la inutilidad de la gente que vive allí. Se equivocan. De un modo efectivo, los gobiernos han diseñado socialmente estas comunidades de clase trabajadora para que tengan los problemas que tienen» (Jones, 2012). (p. 58)

Ése es el estigma que arrastran estos barrios: el gueto, el chino, el barrio bajo, lugares donde nadie quiere estar que representan todos los males de la ciudad. Cuando se ha alcanzado este estado es también cuando el valor inmobiliario de la zona es el más bajo, y por lo tanto el posible rent gap (la diferencia entre lo que cuesta un lugar y lo que puede llegar a costar) está en su máximo nivel. Momento para pasar a la acción.

El tercer capítulo, El urbanismo exorcista: Regeneración trata precisamente de este paso, y el ejemplo elegido es el barrio chino de Barcelona. Perdón, el Raval, como se lo conoce hoy en día.

Una breve síntesis de las imágenes ligadas al Chino incluye a prostitutas, inmigrantes, mendigos, traficantes, asaltadores y anarquistas reunidos en las inmediaciones del puerto. Todos ellos eran emblemas de una insubordinación al orden establecido por la ciudad oficial que, no obstante, generaba un atractivo evidente sobre sus principales portavoces. Así, no era extraño el caso de los burgueses que por la noche experimentaban el vicio y el pecado del Chino para, a la mañana siguiente, expiar su culpa mediante encendidas columnas donde denunciaban sus intolerables excesos. Sin embargo, el Chino no era tan solo un barrio de excepciones morales. Además, su territorio era el lugar de residencia de importantes sectores de clase obrera de la Barcelona industrial, y en su seno fueron emergiendo diferentes formas de solidaridad procedentes de comunidades organizadas frente al abandono urbano. (p. 68)

El cambio que lleva del Chino al Raval empieza en 1985, cuando se aprueba el PERI, Plan Especial de Reforma Interior, que básicamente busca vaciar las zonas más densas del barrio y permitir la construcción de grandes avenidas y de enormes espacios públicos y culturales. La empresa responsable está compuesta en un 57% por capital público y el resto por capital privado (La Caixa, BBVA, Telefónica). Es decir, el Estado decide permitir que grandes empresas se hagan con una suculenta parte de la ciudad que además va a ver sus precios enormemente incrementados, expulsando a los ciudadanos de sus residencias por el camino.

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Ésta es la fase destructiva del proceso; la fase creativa llega cuando, con el barrio ya regenerado, las empresas arriba mencionadas venden los inmuebles que poseían y obtienen una cantidad desmesurada de beneficio. Por el camino, y para disimulo de lo sucedido, se usan expresiones como esponjamiento, regeneración o renovación (para la comprensión de las cuales era necesario publicitar enormemente los conceptos de gueto o estigma arriba mencionados). El MACBA, el CCCB, las Facultades de Geografía e Historia de la UB, la Escola Massana… van ayudando en el proceso. El ejemplo escogido es el de la Filmoteca: en los 80 se consideró que no podía estar en un lugar tan estigmatizado como el Chino y se la trasladó; años más tare, sin embargo, ha vuelto a su lugar de origen.

Pero no ha vuelto al mismo sitio. Huyó del Barrio Chino y ha vuelto al Raval. «Si el Barrio Chino era el territorio del abandono, el conflicto, la miseria y el peligro, el Raval, por el contrario, es un territorio regenerado, pacífico, pujante y atractivo. Las operaciones de destrucción creativa no terminan hasta que no cambian el nombre de la mercancía.» (p. 73; la negrita es nuestra)

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¡No me digan que no ha quedado chula!

Y, mientras tanto, los efectos sobre los vecinos son evidentes: pese a que los planes de «revitalización» de un barrio siempre vienen acompañados por viviendas de protección oficial y formas de ayudar a los residentes que serán desplazados, en la práctica estas respuestas nunca son suficientes y muchos habitantes de la zona acaban sin poder hacer frente a la subida de los precios o a los cambios de los comercios de la zona, ocupados por nuevos locales de moda para la nueva tipología residencial. Obreros, inmigrantes, personas mayores, deben abandonar la zona hacia otros barrios, a menudo en las afueras. Por el camino, sin embargo, la ciudad ha ganado un nuevo barrio que, a partir de ahora sí, disfrutará de todos los servicios otra vez, limpio, saneado y abierto para las hordas de barceloneses de clase media y de turistas que deseen visitarlo.

Los autores sitúan el origen de «la apropiación del centro urbano» en Haussmann, nada menos, aunque ponen como mejor ejemplo de la figura mesiánica que destruía el centro para dar paso a otras construcciones a Robert Moses, otro de los conocidos en nuestro blog. Otra de las causas de la gentrificación, sin embargo, es el espacio de los flujos que ha traído la globalización: las ciudades luchan a escala global por el capital; y la forma de atraerlo es seduciendo a la clase creativa (Richard Florida), los trabajadores cualificados que las principales empresas necesitan y que buscan, precisamente, lugares saneados y con una estética muy específica: la que se encuentra en los barrios gentrificados de todo el mundo.

David Harvey, geógrafo al que ya hemos reseñado, «es el principal crítico de este giro emprendedor del gobierno urbano, cuya participación en la competición global le pliega a los requerimientos de la disciplina del mercado». Harvey destaca tres características en el nuevo modo de gobernar las ciudades:

  • la colaboración entre sectores públicos y privados: el gobierno se dedica a coordinar oportunidades de inversión, más que a redistribuir sus recursos;
  • el gobierno municipal es quien asume los riesgos de todas estas acciones especulativas; en caso de que alguna falle, el que asume las pérdidas es el gobierno, por lo tanto los ciudadanos, mientras que los beneficios son privados;
  • por último, la planificación municipal se ve centrada en proyectos parciales, un barrio a la vez, que «reciben una gran atención mediática y desvían los recursos de los problemas más amplios del territorio o región como un todo».

Como consecuencia, el espacio se utiliza para crear negocio y determinadas partes de la ciudad se vuelven nodos con lo global, más que recursos accesibles al ciudadano de la propia ciudad.

El capítulo termina con una consideración hacia otras formas de renovación de la ciudad. El primer ejemplo es Bolonia, cuya rehabilitación recordamos de Ciudad hojaldre. En ella se tuvo en cuenta la historia e idiosincrasia de la zona y se concibió la ciudad como un todo; pero ya el propio García Vázquez nos explicó por qué dicho sistema, exitoso al aplicarlo a una ciudad pequeña, no era extrapolable a las grandes megápolis. La gentrificación es una elección, de las muchas que la ciudad podría haber tomado. Muchos de los argumentos que se esgrimen para ella son falsos, como el de que los vecinos recién llegados contribuirán a elevar la calidad de vida del barrio (lo harán, pero para otros vecinos como ellos, no para los que ya existían: «el elogio de la mezcla social olvida que la vecindad entre grupos socialmente distantes rara vez conlleva su interacción», p. 90). La mezcla social, en definitiva, se usa como reclamo para la gentrificación, porque ¿quién va a estar en contra de la mezcla social? Nadie, como nadie se va a oponer al «saneamiento» de un barrio.

¿Otras opciones son posibles? Los autores citan la aproximación social (alternativa planteada por Bailey y Robertson en 1987): «cuyo objetivo principal es la redistribución de los recursos públicos a favor de los habitantes de los barrios deteriorados. En consecuencia, desde esta aproximación se sostiene que estos vecinos y vecinas, en cuyo nombre se inician los programas de regeneración urbana, deben ser los beneficiados. Esta aproximación nace de la preocupación por la rupturade las redes y las comunidades que componen la vida social de estos barrios y de las que dependen muchos de sus habitantes para satisfacer sus necesidades».

Si en estos tres primeros capítulos hemos estudiado la gentrificación desde el punto de vista de sus promotores, en los dos siguientes lo haremos desde el punto de vista de los consumidores: por qué el ciudadano «demanda» (o acepta, escojan ustedes) barrios gentrificados.

Construir y habitar, de Richard Sennett

Construir y habitar es, hasta la fecha, el último libro de Richard Sennett. Publicado en Estados Unidos en 2018 y traducido al español en 2019, lo escribió poco después de sufrir un ictus y tiene un algo de memoria vital, de paseo por los recuerdos y de momento de cambiar perspectivas. El libro, más que mantener una tesis concreta, se divide en cuatro partes que dialogan entre ellas, a saber:

  1. Las dos ciudades, la distinción entre la ville y la cité;
  2. La dificultad de habitar, o cómo las ciudades tradicionales se enfrentan a nuevos escenarios (smart cities, ciudades globales);
  3. Abrir la ciudad, propuestas para mejorar el urbanismo actual; y
  4. Ética para la ciudad, que es casi un cajón de sastre de reflexiones de un urbanita.

En la Introducción se hace una distinción que acompañará el resto del estudio: la diferencia entre cité y ville, palabras francesas (una de las cuales, ville, casi en desuso) que antaño se usaban para referirse a dos posibles acepciones del término ciudad: la idea del lugar donde cohabitan miles de personas (la cité) o la materialización de dicha idea (la ville). O, usando otras formas de llamarlo referidas ya en este blog, la ciudad física y la ciudad ideal, por ejemplo.

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La ciudad tiene que ser «abierta, sinuosa y modesta», es la premisa de la Introducción. Sinuosa en el sentido que da Kant al término «curva» al afirmar que «la fusta de que está hecho el hombre es tan curva que no se puede cortar nada completamente recto con ella» [la lectura del libro ha sido en catalán; si hay algún error al citar, disculpadnos la traducción]. Una ciudad es curva porque las señoras adineradas comen a pocas calles de donde lo hacen los trabajadores agotados del servicio de limpieza del transporte público; porque se hablan docenas de idiomas y porque centenares de licenciados compiten cada año por los puestos de trabajo disponibles. Lo cual suscita la pregunta de qué debe hacer el urbanista: diseñar la ciudad que él cree que es correcta o la que sus habitantes quieren? En un barrio con tensión racial, si los padres blancos (o negros) piden una escuela segregada, ¿lo correcto es hacerla, u obligarlos a que integren a sus hijos en contra de su voluntad por un supuesto bien mayor de la diversidad y la heterogeneidad y los valores de aprendizaje que conllevará?

Abierta en el sentido en que lo era internet en sus orígenes, es decir, no centralizada, con la posibilidad de que todo el mundo llegue a ella y la use como crea conveniente. Abierta en el sentido de que los estudiantes asiáticos de doctorado de Sennett lleguen a Nueva York y puedan declararse gays si lo son sin temor a represalias, abierta como lo eran las ciudades en la Edad Media donde un herrero no se sentía obligado a seguir siendo un herrero si su padre lo era, sino que tenía muchas más opciones disponibles.

De forma similar a como las grandes compañías han ido cerrando los límites de internet (hoy en manos de Google, Amazon, Apple, Facebook y unas pocas más), también la globalización ha ido cerrando las ciudades. «Las grandes empresas financieras están estandarizando la ville: cuando se aterriza en ellas, cuesta distinguir Pekín de Nueva York» (p. 26).

Y modesta siguiendo las palabras de Bernard Rudofsky en su famoso Arquitectura sin arquitectos (1964), donde estudiaba ejemplos de alrededor del mundo donde las estructuras se habían creado en función de las necesidades que la población tenía de ellas, a menudo surgidas a iniciativa popular. Contrasta con, por ejemplo, el Fórum o la Torre Agbar de Barcelona, dos estructuras que les han sido impuestas a los ciudadanos. Puede (o puede que no) que las acaben sintiendo como propias; pero no han surgido de ellos, sino que son una imposición de la autoridad. Recordemos las palabras de William Gibson citadas en Smart Cities sobre cómo la calle siempre encuentra usos para la tecnología que los que la desarrollaron no esperaban.

Ya entrando en la primera parte (y tras una referencia a cómo Christian Patte usó la imagen de las arterias y las venas para referirse a la circulación en la ciudad, basándose en el De motu cordis de William Hardvey), Sennett destaca tres formas de crear ciudad centradas en tres urbanistas distintos:

  • la red: Haussmann y París, barricadas y bulevares. Parece que es el tema estrella en el blog de los últimos meses, así que no volveremos a él;
  • el tejido: Ildefons Cercà y el Ensanche de Barcelona. Sennett destaca aquí las tres formas que puede adoptar una ciudad (la malla ortogonal, por ejemplo en las ciudades romanas y adaptada en muchas de los Estados Unidos; la ciudad celular, un buen ejemplo son las ciudades árabes, que crecen cuando pequeñas células independiente se unen para formar un organismo mayor; y la trama repetitiva, en la que entra el plan de Cerdà y que se usa hoy en gran medida porque es muy adecuada para acoger a grandes cantidades de personas en poco tiempo; cada una de estas tres formas tiene una relación distinta con el poder: la malla ortogonal deja claro que éste emana del centro; la ciudad celular es la gran odiada por el poder, pues no tiene una estructura central y está llena de recodos donde esconderse; y la trama repetitiva, la favorita de hoy, pues se ha convertido en una herramienta al servicio del poder capitalista. ¿Cómo pasó el plan de la trama repetitiva de Cerdà a convertirse en un creador de lugares? Con el simple añadido de poner esquinas a las manzanas para facilitar el giro de los vehículos. De repente cada chaflán florecía para dar paso a un café pequeño o un lugar donde llevar a cabo la vida local. A diferencia de los grandes cafés de París, que por su enormidad eran frecuentados por habitantes de otros barrios de la ciudad, los del Ensanche son locales y ayudan a la vida pública.
  • el paisaje: Frederick Law Olmsted y la creación de Central Park como lugar donde todas las razas pudiesen mezclarse libremente, como lugar no jerarquizado y no estandarizado. Por ejemplo: el parque dispone de gran cantidad de entradas no especialmente monumentales, al contrario de lo que pretendía la comisión de urbanismo. Recordemos que Olmsted quiso edificar Central Park en lo que entonces era un terreno baldío: luego su perímetro se convirtió en Park Avenue y se fue poblando de un tipo determinado de población (blanca y con dinero, resumiendo), por lo que desvirtuó en parte la idea original.

Otro ejemplo de paisaje en la misma ciudad: la High Lane, la vía abandonada de ferrocarril reconvertida en paseo hipster. Sirvió para revitalizar esa zona de la ciudad, sí; también para revalorar todos los edificios de la zona, ahora mucho más cara. Aquí Sennett evoca tanto Times Square como Trafalgar Square, ambas siempre lugares llenos de gente… pero que los autóctonos de cada ciudad evitan, como las Ramblas: porque son lugares que ya no les pertenecen, sino que lo hacen a los turistas y a sus sedes necesarias: Starbucks, Zaras, McDonalds, por citar unos pocos a modo de ejemplo.

Haussmann quería hacer accesible la ciudad, Cerdà igualitaria, Olmsted sociable. Los tuvieron éxito y fracasaron en distinta medida, pero ambos encaraban el que era el gran problema de la ciudad a finales del XIX: la multitud, la densidad, y cómo gestionarla.

Hubo dos pensadores respecto al mismo tema: por un lado Gustave Le Bon (La psicología de las masas), para el cual el individuo se disuelve en la multitud; y Simmel, para el cual el individuo no se disuelve sino que, ante tanto estímulo, se ve forzado a desarrollar una nueva forma de enfrentar la sociedad: deja de reaccionar con el corazón y empieza a reaccionar con la cabeza; racionaliza (él lo denominó «actitud blasé«; Sennett lo llama «usar la máscara»).

Tras un breve paso por la Escuela de Chicago, Sennett pasa a Le Corbusier: por un lado su famoso Plan Voisin, donde quería arrasar Le Marais de París y construir torres blancas, asépticas, inermes, donde toda vida posible en la calle quedase erradicada (recordemos sus palabras: «la calle nos agota; al fin y al cabo, tenemos que admitir que nos repugna», p. 112); y por el otro, el gran paso dado a su sueño de convertir la ciudad en una máquina de vivir: el CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna) y la publicación de La carta de Atenas, donde las funciones de la ciudad (residir, trabajar, ocio y circulación) quedaban separadas cada una en su lugar. El CIAM buscaba soluciones generales sin tener en cuenta la especificidad de cada ciudad y acabaron convirtiéndose en grandes planes urbanísticos que no tenían en cuenta el tejido que podían (o no) destruir.

Hubo dos voces que, en Nueva York, se opusieron a la representación prototípica de los comités de urbanismo, es decir, Robert Moses: Lewis Mumford y Jane Jacobs. Como el propio Sennett relata, ambas voces acabarían discutiendo por la forma de oponerse al mismo enemigo. Jacobs, como ya hemos comentado en el blog, defendía a ultranza la vida de la calle; según ella, esta misma vida acabaría generando y dictando cómo debía ser una ciudad. Detestaba lo que llamaba «dinero catastrófico», refiriéndose a las grandes inversiones que caen sobre un territorio y están gestionadas por urbanistas y arquitectos que no tienen en cuenta la idiosincrasia de la zona. Según ella, lo adecuado era el «dinero gradual»: dinero para los pequeños cambios, adecentar o construir un colegio, una guardería, un parque, arreglar unas cañerías, actuaciones que permitían el desarrollo necesario de la comunidad. Un desarrollo abierto y no lineal; en una escala pequeña.

Para Mumford, todo eso eran tonterías. El tiempo lento de dicho desarrollo no bastaría para mejorar la vida en las ciudades; se requerían medidas más drásticas. Mumford había quedado prendado del concepto de la ciudad jardín de Ebenezer Howard. Su aprecio por la idea no veían dictado por la necesidad de dictarle a las personas cómo vivir su vida, sino por el convencimiento de que ciertas concepciones debían hacerse a lo grande e implantarse luego zona a zona; de que la gente necesita una pequeña ayuda. [Nota aparte: no es un partido de fútbol; pero, si lo fuese Sennett, aunque no se pondría una camiseta del equipo Mumford, estaría en la periferia de esa zona de las gradas; en el blog estaríamos en la periferia de la zona Jacobs.]

Sennett da un buen ejemplo del planteamiento de Mumford que a Jacobs le era esquivo: hoy en día en Shangai se ha calculado que son necesarios 10 km de autovía con 36 metros de anchura para cada 40 mil habitantes, con afluentes de 2 km de largo y 13 de ancho. ¿En qué momento la vida lenta y la escala abierta de Jacobs serán capaces de planear y ejecutar una carretera de tales magnitudes?

«Para Mumford, abierta significa inclusiva: una visión que lo incluye todo al modo de la ciudad jardín, incluyendo todos los aspectos de la vida de las personas. La idea de Jacobs es más abierta en el sentido de los sistemas abiertos actuales, y prefiere una ciudad donde hay bolsas de orden, una ciudad que crece de manera abierta y no lineal.» (p. 133).

Ya hemos comentado que Sennett se acabó enrolando en el equipo Mumford, si bien sin volverse un fan tonto; en una de sus muchas conversaciones con Jane Jacobs, hablando del tema y exponiéndole sus puntos de vista, ella le acabó replicando:

-Entonces, ¿tú qué harías?

Y la respuesta a dicha pregunta da lugar a las siguientes partes del estudio.

Patrullas urbanas contra carteristas en el metro de Barcelona

Los carteristas del metro de Barcelona se han convertido en la noticia del verano. No son una novedad, el metro de Barcelona lleva años siendo azotado por esta lacra, que sufren especialmente los turistas, y las noticias invaden de vez en cuando las televisiones con unas breves imágenes en las que se ve, a menudo, a jóvenes marroquís o del Este ocultando su cara y revelando que lo hacen porque no encuentran trabajo y es triste pedir pero más triste sería robar y todo eso. Las noticias a menudo sacan a un simpático policía o Mosso explicando que, por mucho que quieran y por mucho que los detengan, con la ley en la mano poco se les puede hacer, y a la media hora vuelven a estar en la calle, es decir, en el metro, robando de nuevo.

Pero si el tema se ha vuelto tan noticiable este verano es porque algunos ciudadanos se han organizado y han formado patrullas urbanas que entran en los vagones a la busca de carteristas y con el objetivo de avisar a los turistas. Cuando encuentran a los carteristas, hacen sonar sus silbatos para avisar a todos los pasajeros e insisten hasta que los echan del vagón y, a ser posible, de las instalaciones del metro.

El tema se ha puesto aún más candente porque desde el consistorio de la ciudad se ha dejado claro que están en contra de este tipo de patrullas autoorganizadas. Esta semana el quinto teniente de alcalde de Seguridad y Prevención, Albert Batlle, avisó que combatiría el fenómeno de las patrullas ciudadanas. Durante una entrevista en la cadena SER, Batlle aseguró que «la responsabilidad de la seguridad, el orden público y la ordenanza de convivencia en democracia corresponde a la administración», por lo que «no puede haber autoorganización, es peligrosísimo”. Supongo que la lucha contra las patrullas tiene un origen doble:

  • por un lado, no deja de ser una acción ciudadana que deja en mal lugar la actuación policial; si las autoridades llevasen a cabo su cometido, no habría delincuencia en el metro, o no en la medida en que la hay actualmente. Aquí habría que hacer una distinción entre los policías, que pueden detener a más o menos carteristas, y las leyes que les impiden retenerlos o llevarlos a la cárcel, puesto que parece que la reincidencia no implica aumento de condena;
  • por otro lado, supongo que habrá miedo en el consistorio de que suceda algo realmente grave y haya un enfrentamiento que deje heridos entre los carteristas o las patrullas, o incluso un muerto entre éstos últimos; entonces sí que los ánimos se caldearían y las noticias echarían humo.

Ayer el conflicto entre Mossos y patrullas subió un peldaño en intensidad cuando una de las patrullas más conocida, la capitaneada por Eliana Guerrero, fue retenida media hora por las autoridades en la estación de Passeig de Gràcia. Las autoridades afirman que la retención se debe a que dos de los miembros de la patrulla llevaban de forma visible esprays de pimienta con los que amenazaban a los carteristas; desde la patrulla indican que todo eso es falso, y que simplemente fueron retenidos media hora.

Dejo las dos noticia, la primera redactada por Alba Losada y la segunda por Arturo Esteve, extraídas ambas íntegras de metropoliabierta. Sigue leyendo «Patrullas urbanas contra carteristas en el metro de Barcelona»

«Barcelona. City for sale», documental de Laura Álvarez

En la Barceloneta [barrio céntrico y marítimo de Barcelona] ya hace tiempo que tenemos un problema muy grande: los pisos turísticos. Por las noches es imposible dormir, porque los extranjeros montan fiestas sin cesar; no tienen respeto por los vecinos que tienen que madrugar para trabajar. Los precios han subido muchísimo, es casi imposible encontrar vivienda de alquiler y a los abuelos que han residido aquí se los presiona para echarlos del barrio.

«Barcelona. City for sale» es un documental de Laura Álvarez que trata el tema de la presencia masiva del turismo en algunos barrios de Barcelona, sobre todo los del centro, y los distintos procesos de gentrificación que se dan en la ciudad. Tratamos el tema muy recientemente, a propósito de la conferencia de Raquel Rolnik «Las ciudades, en manos de las finanzas globales«, donde la arquitecta brasileña ponía como ejemplo el caso Barcelona: buscando singularizarse y destacar con la excusa de los Juegos Olímpicos, Barcelona se ofreció a los inversores globales como lugar no sólo donde vivir, sino también donde invertir, donde siempre habría turismo y por lo tanto negocio. Y con ello obligó a sus ciudadanos a competir por la vivienda con las grandes fortunas del mundo, con el resultado de que los ciudadanos fueron poco a poco apartados del centro, de barrios anteriormente humildes y que ahora se ofrecen al turismo ya sea como alquileres o como zona de negocios destinadas a ellos.

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El documental de Laura Álvarez sigue cuatro casos concretos, los cuatro en el mismo barrio, Ciutat Vella, y su día a día en una zona repleta de turistas. Los cuatro permanecen como rara avis en sus viviendas rodeados de apartamentos turísticos (uno vive incluso en lo que ahora es un hotel y su vivienda es la última del hotel que no es una habitación ofertable) o bien en el vacío, a la espera de que se muden o mueran para que los nuevos propietarios del edificio lo reconstruyan o lo demuelan y puedan construir un nuevo bloque destinado al turismo, mucho más lucrativo.

El documental tiene un tono costumbrista que me parece algo innecesario. Es cierto que tienen imágenes muy significativas, como la del último residente de lo que ahora es un hotel entrando en su casa y comentando que ni siquiera tiene llave del portal o que carece de buzón o de la señora que sale a hacer la compra con su carrito y se ve obligada a ir esquivando turistas por las Ramblas, sin duda una de las calles de Europa más transitadas por los turistas; sin embargo, los protagonistas a menudo se ven incómodos por la presencia de la cámara y tienen conversaciones forzadas y poco naturales, como la inicial entre dos mujeres en la playa comentando lo mucho que echan de menos el pasado, cuando la playa era un lugar tranquilo.

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Echo de menos, también, un trato algo más alejado del tema, no tan personal: la presencia de un sociólogo o un antropólogo (Manuel Delgado tiene un libro titulado «La ciudad mentirosa: fraude y miseria del «modelo Barcelona», por citar sólo uno, pero hay varios sobre el tema), de políticos o autoridades que expliquen la normativa vigente y si ésta se está cumpliendo o no, incluso de los inversores o inmobiliarias implicadas en el tema.

Nuevos espacios urbanos, de Jan Gehl & Lars Gemzøe

Nuevos espacios urbanos es un libro del año 2000 donde el arquitecto Jan Gehl y Larz Gemzøe muestran la evolución del espacio público durante la década de 1990 en diversas ciudades del mundo. Ilustran sus teorías con unos 40 ejemplos de transformaciones públicas pensadas para devolver la ciudad al peatón.

Ya hemos tratado en el blog a menudo cómo la ciudad se entregó alegremente a los vehículos durante las décadas intermedias del siglo XX, primero sus calles, luego barrios enteros que fueron derruidos para construir mayores carreteras y vías de circulación para los coches (lo hablamos, por ejemplo, a propósito del libro Teoría e historias de la ciudad contemporánea, del documental Urbanized, del libro Smart Cities). Hasta finales de los 60, con nuestra amada Jane Jacobs y su plantarle cara a la destrucción de los barrios, no se revaloró la importancia de los tejidos vecinales que la progresiva transformación de los barrios estaba llevando a cabo.

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La introducción del libro explica un poco este hecho, ilustrándolo especialmente con la evolución de la calle principal de Copenhagen: de vía de tránsito y comercio en la Edad Media a calle casi sin aceras vencida a los coches durante el siglo XX y, finalmente, recuperada para la ciudadanía. Sigue leyendo «Nuevos espacios urbanos, de Jan Gehl & Lars Gemzøe»