La arquitectura hostil es una herramienta del diseño urbano mediante la que se construyen espacios públicos que desalientan el uso público o, al menos, algunos de sus posibles usos, no deseados por la autoridad competente para ese lugar. El ejemplo por antonomasia que surge en todas las búsquedas son los bancos de piedra de Camden (Camden bench), el famoso barrio de Londres. Hechos de un material que repele el agua y la suciedad, repele también la pintura, por lo que son antigraffiti; sus bordes impiden que los skaters los usen para realizar filigranas; su superficie, totalmente lisa, impide que los camellos u otros dejen pequeños paquetes en ellos para llevar a cabo transacciones ilícitas; pero, lo más importante: impide que una persona se pueda tumbar en ellos, ya sea por comodidad o para dormir, e impide que un usuario pueda escoger libremente cómo sentarse en ellos.

La tendencia no es nueva en las ciudades y lleva ya cierto tiempo imponiéndose: cada vez es más habitual que los bancos que se instalan sean individuales, más sillas que bancos, con lo que se anula el posible contacto entre dos personas desconocidas (y, de nuevo, que los sin techo puedan usarlos para dormir). Otra opción es la de no colocar bancos sino barras a la altura de las posaderas, de forma que el usuario no pueda sentarse, sino apoyarse sobre la barra (siempre que sea un usuario adulto de altura convencional, los enanos si acaso apoyarán las cervicales…).

El diseño que más identifica este movimiento es el de las púas o pinchos colocados en algunos portales para evitar tanto que los sin techo duerman en ellos como acciones incívicas (jóvenes que mean en ellos al volver a casa, por ejemplo, en ciudades turísticas o juveniles), tal vez porque es el más extremo. Pero el problema de la arquitectura hostil son sus medidas menos llamativas, las que ya damos por sentadas: plazas que se renuevan y se convierten en mamotretos de hormigón sin prácticamente zonas verdes ni lugares donde sentarse e interactuar; plazas enormes dedicadas sólo a las terrazas de los establecimientos de restauración privados. En definitiva, la progresiva constatación de que la ciudad es un espacio de comercio y sus ciudadanos, consumidores de los bienes que ofrezca.

Recordemos ahora, por un lado, las ideas de Manuel Delgado (por ejemplo en el último de sus libros que analizamos, Sociedades movedizas) cuando habla de cómo las autoridades siempre han deseado un espacio público ideal, donde los ciudadanos se saludan unos a otros civilizadamente al cruzarse ondeando el sombrero y huyen de la posible existencia del conflicto, desterrándolo a barrios marginales o periféricos; y, por otro lado, a Townsend en Smart Cities cuando cita precisamente a William Gibson y la forma en que la calle se adueña de todo y lo usa para sus propios fines. Parece que esa creatividad es de lo que se trata de huir con la arquitectura hostil (también conocida como unpleasant design), cuyas herramientas y productos permiten una única forma de uso y empobrecen las posibilidades de la ciudad.

- La ciudad hostil: ángulos y púas contra el ciudadano.
- Anti-homeless spikes ara part of a wider phenomenon of ‘hostile architecture’.
- Ville rigide, ville sécuritaire: quan les bancs publics créent des exclusions.
- Spikes keep the homeless away, pushing them further out of sight.
- Imágenes de Le Monde.
- El control de las conductas sociales a través de la arquitectura.