En primera instancia, el «terreno de juego», definido como espacio acotado pero abierto cruza –paradójicamente, de manera subterránea– todo el ciclo de la modernidad. Témenos en el que se sacraliza la aproximación a la vida y el ensayo de la lucha competitiva que marca al Homo ludens, elemento de control que encuentra su origen en la articulación de la ciudad como espacio dividido en esferas especializadas y, por tanto, susceptibles de ser sometidas, el playground recorre nuestra historia y parece surgir y resurgir recordando la necesidad de su reinvención, la urgente apelación del binomio tiempo de trabajo/tiempo de ocio que marca la vida del sujeto occidental. El conflicto entre la espontaneidad del juego, su control y normativización, su relación con la realidad y el poder y su compleja acotación son sólo algunos de los debates en que se adentra este proyecto. (p. 9)
Playgrounds. Reinventar la plaza es el catálogo de la exposición artística del mismo nombre que se llevó a cabo en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid de abril a septiembre de 2014. La exposición buscaba reflexionar sobre el papel del playground (el lugar de ocio o juego) en la ciudad: sus orígenes, sus múltiples variantes, su espacio como alternativa a la ciudad entendida como lugar de deber o trabajo. Diversos autores exploran, para dicho fin, aspectos distintos del ocio.

Especialmente interesantes nos parecen el artículo de Lady Allen of Hurtwood, de 1946, donde, preocupada por el estado de la infancia tras la Segunda Guerra Mundial, proponía lo mismo que se había hecho en países como Dinamarca y Holanda (como por ejemplo Carl Theodor Sørensen, como veremos más adelante): aprovechar los descampados dejados por las bombas en las ciudades para convertirlos en terreno de juego para los niños. Ya comentamos la idea a raíz de Construir y habitar, de Richard Sennett, que los ponía como ejemplo de espacio liminar: en vez de delimitar los espacios de juego con vallas y barreras, los dejó abiertos. De este modo, los niños no sólo aprendían con el juego, sino también a convivir con el día a día de la ciudad. Lady Allen of Hurtwood propone llevar a cabo la misma idea según una filosofía que ella misma desarrolló y que consistía en dejar que fuesen los propios niños los que, mediante los materiales que encontrasen (o aquellos que se les proporcionasen) y recurriendo a sus propias estructuras y organización sociales, construyesen el espacio que querían. Como mucho existía la figura de un «capataz», tal vez un adolescente mayor o un adulto joven, que les asistía cuando las tareas eran demasiado complejas o cuando los niños le pedían ayuda.
El espacio de juego es una comunidad democrática. El líder nunca organiza grupos ni juegos. La libertad de los niños sólo está limitada por su sentido de la responsabilidad, pro el entorno del espacio lúdico y por la atención que prestan a los demás niños, una condición necesaria para vincularse al compañerismo del espacio de juego. (p. 77)
(Por cierto, figura interesantísima la de Lady Allen of Hurtwood, cuya biografía pueden consultar aquí.)
Rodrigo Pérez de Arce Antoncic traza el recorrido histórico de la zona de juegos en Calle y playground: la domesticación del juego en el proyecto moderno.
Involucrados en las nuevas culturas del ocio, e interesados en el fenómeno del juego, los arquitectos Le Corbusier y Aldo van Eyck lo encararon desde distintos flancos y tiempos; el primero desde la preguerra, mientras que el segundo sólo en la posguerra. El dato no es casual puesto que la Segunda Guerra Mundial parece marcar una inflexión en ciertas conciencias del juego: así por ejemplo fue tan notable y recurrente la presencia del deporte organizado y su héroe el atleta en las narrativas de la preguerra como lo fue con la figura del niño y el surgimiento del juego libre en la imaginería y el discurso de los arquitectos de la posguerra. (p. 83)
Le Corbusier, ya sabemos, odiaba la calle, que para él suponía el lugar exclusivo del tránsito para ir desde una función hasta la siguiente. El día, mecánicamente dividido en tres parcelas de ocho horas (dormir, trabajar, ocio), iba también dividido en tres espacios: el de trabajo, el de descanso y el de ocio. Y éste, por supuesto, no iba a ser la calle, sino campos deportivos, parques públicos, áreas específicas… en fin, lugares a los que sólo se iba a practicar el ocio. Pérez de Arce rastrea el origen de esta visión a medio camino entre los balnearios donde reponerse tras la Primera Guerra Mundial y los patrones del jardín inglés, completamente estructurado.
Los parques eran, además, diseñados según los criterios arquitectónicos, dispuestos para ser vistos y diferentes a los jardines. Los segundos aportaban descanso visual y vegetación; los primeros, un espacio previo a la civilización, una especie de estadio anterior «de preparación para la vida ciudadana» que, paradójicamente, se daba en un lugar ajeno a dicha vida ciudadana.
La otra visión era la de Aldo van Eyck en Ámsterdam. En parte como proceso para «rellenar» espacios, van Eyck concibió playgrounds que incluían «aparatos de juego, pozos de arena y ocasionalmente plantaciones, con un cierto énfasis integrador con el entorno urbano y las actividades y grupos etarios» (p. 87).
No era siempre la calle el espacio con el que se relacionaban estos enclaves, pero tampoco se trataba de crear reductos aislados para la infancia sino más bien de encontrar espacios de convivialidad cívica donde el niño pudiera vérselas también con el ajetreo de los adultos. Su proyección surgía para llenar de vida –y esperanza– una ciudad al inicio de su reconstrucción, siendo el equipamiento de aparatos y un sofisticado diseño de trazados sus claves lúdicas. (p. 88)
Y aún una tercera vía era la del paisajista danés Carl Theodor Sørensen, quien concibió un nuevo tipo de parque (más adelante llamado adventure playground) que simplemente consistía en espacio para los niños y trastos que éstos podían colocar libremente, alejado de todo paisajismo o planificación.
El siguiente paso fue el de un colaborador de van Eyck en Ámsterdam, Constant Nieuwenhuys, con su proyecto New Babylon (que ya comentamos brevemente a propósito de La ciudad que nunca existió de Pedro Azara), el proyecto (artístico) para una ciudad completamente de ocio.
A partir de este punto, y tras una conferencia de van Eyck donde explica su concepción de los parques y qué es importante en ellos (en esencia: que los niños puedan jugar, que no lo conciban como un lugar al que ir en momentos puntuales sino como una aventura con sus zonas distintas, su convivencia gradual con el entorno y también, por qué no, sus propios riesgos adaptados), el siguiente bloque temático se centra en la delgada línea que va desde el situacionismo a la concepción alternativa, también artística, de la ciudad. Más que un verdadero acto de rebelión política o incluso una visión de la pérdida de las plazas a manos de la mercantilización (retirada de bancos públicos para ampliar el espacio de las terrazas de los bares y restaurantes, por ejemplo), la exposición busca actividades y performances que sí que suponen una ruptura, o al menos un cuestionamiento, de la ideología imperante; pero cuyo alcance, en esencia puntual y limitado a círculos artísticos de vanguardia, limita su efectividad.