Offshore, John Urry

Como avanza Jesús Oliva Serrano en la introducción a este Offshore, John Urry fue un sociólogo británico que, tras una etapa inicial más centrada en la teoría social y el capitalismo, se fijó en las múltiples formas de la «desorganización del capitalismo fordista, la poderosa capacidad transformadora de la industria global del turismo, la eclosión de movilidades como rasgo característico del mundo posmoderno, la dimensión sociológica del cambio climático» (p. 8), entre otras. Suyo es el análisis del turismo global (Consuming Places, 1995) donde analizaba la mirada del turista y su «poderosa capacidad transformadora de los lugares, que eran convenientemente remodelados y codificados para adecuarse a su consumo masivo. Pero, además, la propia experiencia del pos-turismo, protagonizado por unos viajeros conscientes del simulacro y de las performances que se realizan sólo para sus ojos, también condensaba el mundo posmoderno, el flâneur de la época» (p. 9).

Sus estudios fueron avanzando en los cambios que la nueva movilidad de los flujos o del tardocapitalismo conllevaba (Sociology beyond Societies, Global Complexity) hasta acabar en los problemas derivados del uso de la energía (petróleo) y sus conecuencias climáticas, que le llevaron a plantearse una sociedad después del petróleo (Societies beyond Oil).

En esta línea donde debe ser comprendido el penúltimo de sus libros (publicado en 2014; Urry murió en 2016): Offshore. La deslocalización de la riqueza (edición de Capitán Swing con traducción de Jesús Cuéllar).

Por ejemplo, hay una empresa llamada Goldman Sachs Structured Products (Asia) Limited, radicada en Hong Kong, un paraíso fiscal. La controla otra empresa denominada Goldman Sachs (Asia) Finance, registrada en otro paraíso fiscal, la República de Mauricio. A su vez, esta está gestionada por otra empresa de Hong Kong, dirigida por otra radicada en Nueva York. A esta la controla otra de Delaware, otro importante paraíso fiscal, y esta la gestiona otra empresa, también ubicada en Delaware, GS Holdings (Delaware) L. L. C. II (sociedad de responsabilidad limitada), a su vez subsidiaria de la única empresa llamada Goldman de la que en realidad la mayoría ha oído hablar; es decir, el grupo Goldman Sachs, que ocupa una deslumbrante torre que, terminada en 2010, se encuentra en Battery City Park, Nueva York. Es una empresa que en 2012 tuvo en todo el mundo una facturación de alrededor de 34.000 millones de dólares y que daba trabajo a casi 30.000 personas. (p. 20)

Lo anterior, que sirve sólo de ejemplo, muestra cómo las finanzas, las grandes empresas y en general el capital usan de forma habitual la movilidad asociada con el tardocapitalismo para evadir impuestos y responsabilidades. Las causas de la aceleración financiera son, según Urry:

  • la caída del bloque comunista y el hundimiento del Muro de Berlín;
  • los nuevos canales de información globales (por ejemplo, la Guerra de Irak fue el primer acontecimiento televisado de forma global), creando un «escenario global», un concepto que se ha transmitido como único;
  • cada vez más mercados financieros, en gran medida merced a la informática, funcionaban en tiempo real, lo que «acentuó todavía más la velocidad y la volatilidad de los mercados, y no sólo de los financieros»;
  • y, finalmente, como ya destacó el Castells de La sociedad red, la invención y auge de internet (o, para ser concretos, el World Wide Web y sus protocolos asociados, http y urls).

Pero con el «optimismo global» de la década de los 90 (al menos, en Occidente) llegó también la deslocalización, la evasión fiscal, la evitación de impuestos y, en general, todas las tretas que están al alcance de los poderosos para mantener sus beneficios y esquivar sus obligaciones.

La deslocalización se ha convertido en un principio genérico de las sociedades contemporáneas, con lo que resulta imposible establecer una división clara entre lo que está fuera y lo que está dentro de un determinado territorio. En realidad, los mundos deslocalizados han modulado gran parte de la vida actual. Son dinámicos y reorganizan las relaciones económicas, sociales, políticas y materiales que existen en las sociedades y entre ellas, en un momento en el que las poblaciones y los Estados descubren que los recursos, las prácticas, las personas y el dinero pueden ocultarse o se ocultan realmente, y que esta ocultación tiene grandes ventajas. (p. 30)

La deslocalización nos lleva a esa clase flotante de la que hablaba Bauman que no vive en ningún lugar, sino que salta de edificio de lujo a edificio de lujo, de campo de golf a club de campo, repartidos por el planeta, sin sentirse parte de ninguno y sin verdadera lealtad hacia ninguno de ellos; pero también, en su vertiente opuesta, a «las vidas deslocalizadas de los pobres individuos y familias que, de forma interminable, pasan de un centro de detención a otro, de un barco ilegal a otro, sin llegar nunca a ubicarse como es debido» (p. 31). Nos vienen a la mente tanto los detenidos por Estados Unidos en Guantánamo, a los que nunca se aplicaron las leyes americanas, o el propio Julian Assange.

De eso trata Offshore; pero no de la deslocalización como hecho aislado o puntual, sino de «su carácter de estrategia para la guerra de clases» (p. 31), toda una declaración de intenciones.

El segundo capítulo habla de una «reunión secreta» celebrada en Suiza, en Mont Pèlerin, a la que acudieron, entre otros, Milton Friedman o el «economista liberal» Friedrich Hayek y donde se decidió imponer una doctrina para luchar contra la ideología keynesiana que promovía el pago de impuestos y el papel del Estado como garante del estado del bienestar. Esta doctrina, que llegaría a ser conocida como neoliberal, «se convirtió en todo el mundo en la ortodoxia de políticas y prácticas económicas y sociales, a partir de ideas esbozadas por primera vez en una Sociedad Mont Pèlerin concebida para organizar el combate contra el keynesianismo. La doctrina y la práctica neoliberales se desarrollaron en el departamento de Economía de la Universidad de Chicago, dominado por Friedman, desde donde se expandieron. Llegado el año 2000, entre los antiguos alumnos de la Escuela de Chicago había veinticinco ministros y más de una docena de presidentes de bancos centrales» (p. 45).

Esta reunión, si bien en el blog no somos muy partidarios de conspiraciones y grupos secretos, entronca bastante con lo que defendía Castells en La sociedad red: que la globalización, con la doctrina que la sostiene, no es un estado natural sino una imposición ideológica de un grupo, pequeño y concreto, de empresarios y políticos estadounidenses al resto del mundo. La globalización que tenemos, ojo, basada en el mercado, y no el hecho de que el mundo se haya vuelto global.

En líneas generales, este predominio cada vez mayor del neoliberalismo proclamaba la importancia de la iniciativa y de los derechos de propiedad privados, así como la libertad de mercado y comercial. Se creía que esos objetivos se alcanzarían desregulando las actividades y empresas privadas, privatizando servicios anteriormente «estatales» o «colectivos», bajando los impuestos, socavando el poder colectivo de trabajadores y profesionales, y proporcionando las condiciones para que el sector privado encontrara muchas y novedosas fuentes de actividad lucrativa. (p. 46)

Uno de los pilares esenciales de la doctrina neoliberal es que el mercado es bueno y el Estado, malo; dicho de otro modo, que el Estado es fácilmente corruptible y poco eficiente y el mercado, liberado de controles y aranceles, se autorregulará hasta alcanzar un equilibrio donde todos seremos felices y dichosos. Pese a ello, claro, los Estados siguen siendo importantes para la doctrina neoliberal: por la construcción y mantenimiento de infraestructuras esenciales para las empresas, por su capacidad legislativa para modificar leyes que entorpecen el buen funcionamiento del mercado y, entre otras, por su labor policial de defensa de la propiedad privada y, sobre todo, financiera.

La deslocalización es inherente a todos los procesos anteriores: la creación de lugares seguros y refugios donde el capital pueda evadirse del poco control estatal que sigue existiendo para los grandes flujos financieros.

La primera de las deslocalizaciones que analiza Urry es la de los trabajadores. El norte occidental, pese a ser el principal consumidor del planeta, no es quien trabaja para producir esos bienes consumidos, sino que el trabajo se ha ido deslocalizando merced a tres procesos paralelos:

  • la sustitución directa, que se produce cuando una empresa cierra una fábrica en el norte y la lleva al sudeste asiático o a cualquier otro país donde las condiciones laborales les sean más favorables (es decir: peores para sus trabajadores);
  • la sustitución indirecta, como una continuación de la anterior, cuando los países donde se han deslocalizado industrias desarrollan las suyas propias y acaban compitiendo con las originales; China sería el ejemplo principal, que se ha convertido en el gran rival comercial de todo Occidente;
  • y la sustitución de sistemas, por la propio evolución de la tecnología, como la desaparición de tiendas de música por su descarga directa desde internet.

Para que toda esta deslocalización material fuese posible, eran necesarios «dos elementos imprescindibles»: la contenedorización y la «doctrina y las prácticas del libre comercio» (p. 57).

[Los] contenedores, fáciles de cargarse o descargarse en buques, trenes y camiones, han eliminado prácticamente el coste que conllevaba transportar muchos productos, han redibujado la geografía económica mundial y han conseguido que los consumidores que se lo pueden permitir dispongan de la mayoría de objetos donde quieran.

[…] De este sistema forman parte los productos, los buques, los puertos para contenedores y el petróleo barato. Depende de economías de escala, costes energéticos reducidos y normas medioambientales escasas, y también del flujo de mano de obra barata y no regulada, procedente sobre todo del mundo en desarrollo. La fabricación en serie que realizan trabajadores mal pagados y en general poco cualificados del Sur global va intrínsecamente ligada al consumo masivo del Norte global. Este vínculo se plasma en el lento pero constante movimiento de esos grandes «contenedores» del deseo que cruzan los océanos. (p. 58-9)

Si los contenedores son el canal físico sobre el que se mueven las mercancías, las doctrinas neoliberales y el petróleo barato, promovidos ambos desde Estados Unidos, son el canal ideológico.

[E]sta doctrina del libre mercado no se ha elegido «libremente», sino que con frecuencia la han impuesto EE. UU. o la Unión Europea cuando venía bien a sus intereses. Suele formar parte del llamado Consenso de Washington, que sirvió de base al orden global organizado durante las últimas décadas. Allí donde hay recursos valiosos, EE. UU. insiste en que deben estar a disposición del mejor postor y pagarse en dólares estadounidenses; es decir, que debe haber libre comercio. Las normas del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional y de la Organización Mundial de Comercio proclaman que quienquiera que tenga dinero suficiente, y sobre todo dólares, para comprar determinados productos, debe contar con el derecho legal a adquirirlos. Se podría decir que el mundo está en tus manos cuando eres la principal economía del planeta y ¡puedes fabricar dólares para comprarlo todo! (p. 61)

El siguiente capítulo se centra en la deslocalización fiscal y puede resumirse con una sola idea: los papeles de Panamá, los papeles de Pandora o los papeles del Paraíso, todos ellos filtraciones de millones de documentos donde se evidencian las relaciones financieras que mantienen las grandes empresas, políticos, empresarios y, en definitiva, el capital, con los paraísos fiscales y cómo evaden y evitan pagar impuestos con empresas ficticias o tapaderas. Urry sitúa su expansión alrededor de los años 70, con el surgimiento del capitalismo «desorganizado», cuando brotaron múltiples islas recónditas y colonias o excolonias situadas en ultramar que competían entre ellas por ofrecer las mejores condiciones (es decir, impuestos más bajos y menos visibilidad) a las empresas.

La deslocalización del ocio analiza la relación entre el capital y el sector inmobiliario. Los flujos de dinero iban cristalizando en la creación de «barrios periféricos, pisos, segundas residencias, hoteles, complejos de ocio, complejos residenciales blindados, estadios, torres de oficinas, universidades, centros comerciales y casinos» (p. 113), cuando no en la creación ex nihilo en medio del desierto de mamotretos como Dubái. «En estos proyectos se solapaban los endeudamientos de Gobiernos, constructores y compradores» y normalmente las deudas, debidamente financierizadas, es decir, troceadas, agrupadas y vendidas al mejor postor, se sostenían en un precario castillo de naipes basado en la idea de que el valor de todo inmueble no dejará de subir.

Y de ahí, claro, cada vez mayores excesos, centros de recreo coronados por edificios proyectados por arquitectos estrella o verdaderos parques temáticos como Ibiza, Mikonos o Las Vegas; o, peor aún, el turismo sexual cubano o tailandés, que a menudo incluye a menores entre sus ofertas. Incluso los parques olímpicos, que tienen que ser, según normativa del Comité Olímpico Internacional, «enclaves libres de impuestos», puesto que el COI está «registrado en Suiza como una «organización deportiva sin ánimo de lucro»» y, por lo tanto, exento de pagar impuestos, pese a que su negocio genera miles de millones de dólares y da trabajo a cientos de personas. Una de las condiciones para que se celebraran los Juegos Olímpicos en Londres (Urry habla sólo del caso de Londres, pero suponemos que es extensible a los demás) «era que se aprobaran leyes que eximieran a las organizaciones e individuos con ellas relacionados del pago de los impuestos sobre la renta y sociedades del Reino Unido» durante un periodo, de hecho, más largo que la celebración de los propios Juegos; y que afectaba a deportistas y organizadores, por supuesto, pero también a patrocinadores como McDonald’s, Coca-Cola y Visa.

El capítulo sobre la deslocalización de la energía ya avanza algo que estamos viviendo ahora mismo: la imbricación entre los procesos de financiarización y los productos de los que se obtiene energía. «Ahora existen más de setenta y cinco derivados financieros del crudo, cuando hace quince años sólo había uno.» (p. 153) Así, los cambios en el precio del petróleo tienen tanto que ver con su reserva y su demanda como con el resultado de procesos financieros y especulativos, puesto que una parte de sus beneficios se obtiene de esa capitalización, no de la propia producción o extracción del crudo. Se da el caso de que enormes buques contenedores esperan a la entrada de los puertos al momento en que el petróleo alcance su mejor precio, creando una escasez artificial.

Como se ha señalado en el capítulo 1, la «clase rica» está librando una guerra de clase y la está ganando, aunque esta «clase» la constituyan multitud de grupos de élite distintos y en pugna, y aunque no basten sus intereses y su carácter conspirativo para unificarla.

[…] Entre los procesos de deslocalización que ha utilizado hasta ahora esta clase rica para hacerse mucho más rica e ir ganando su guerra se encuentran la fragmentación y deslocalización de la producción hacia lugares más baratos, la reducción sistemática de la carga fiscal y, con ella, el incremento de las desigualdades, la creación de muchas sociedades secretas en paraísos fiscales, el fomento de nuevos tipos de financiarización, el desarrollo de nuevas formas de marginar a los trabajadores, la capacidad de arrancar inversiones estructurales a los Estados, la externalización de los costes de la gestión de residuos y las emisiones, la utilización de los momentos de crisis para imponer reestructuraciones de carácter neoliberal, la movilización de diversos discursos que fomentan la mercantilización, y la creación de productos nuevos y asombrosos, basados en nuevas necesidades, entre ellas la seguridad. (p. 227)

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