Por un lado, la incidencia acumulada de la segregación, de la miseria, del aislamiento y de la violencia tiene un alcance muy diferente en los Estados Unidos. Por el otro, y esto es lo más importante, banlieue y gueto son el legado de trayectorias urbanas y el producto de criterios de clasificación y de formas de «selección» social diversas: esta selección se lleva a cabo prioritariamente sobre la base del origen de clase (modulada por la pertenencia o la apariencia étnica) en el primer caso, de la pertenencia etnoracial a un grupo históricamente paria (indiferentemente de la posición de clase) en el segundo. (p. 172)
Seguimos con la reseña de Parias urbanos. Gueto, banlieue, Estado, del sociólogo francés Loïc Wacquant. En la primera entrada analizamos el paso del gueto al hipergueto en las ciudades norteamericanas. El gueto, lugar de reclusión de los negros desde principios de siglo a causa, sobre todo, de un racismo estructural y de unas políticas de vivienda financiadas por el Estado y la FHA, se convirtió en la postguerra y hasta los años 60 en el lugar de residencia de la mayoría de los negros y en una especie de sociedad substitutiva que les permitía desarrollarse como individuos. El paso del fordismo al postfordismo y la deslocalización de muchas empresas, así como el trasvase de obreros fabriles al sector servicios, con menos poder sindical y empleos más flexibilizados, afectó especialmente al gueto; sumado a la reducción de las políticas del estado del bienestar y a la desinversión en sus barrios, el gueto se convirtió en el hipergueto, lugar donde sólo residen los negros de clase baja, carecen casi por completo de instituciones como escuelas u hospitales y se dedican a economías sumergidas.
En este segundo apartado, Wacquant estudia la relación entre el gueto negro (el Cinturón Negro) y las banlieues de Francia (el Cinturón Rojo). Durante las dos últimas décadas del siglo XX, desde ciertos sectores del periodismo y de las ciencias sociales, surgió la idea de que las banlieues (en general, los barrios marginalizados de las principales ciudades europeas) estaban sufriendo un proceso de «americanización» o «guetización» que los asimilaba a los guetos americanos. Wacquant rechaza esta idea y da gran cantidad de datos para demostrar lo que separa a ambas estructuras, en esencia originales desde su nacimiento. Como avance de las conclusiones: el gueto es un espacio de exclusión de los negros, formado con base racial; la banlieue se estructura para las clases bajas, independientemente de su origen étnico (aunque esté relacionado, claro) y, de hecho, quienes consiguen alcanzar la clase media la abandonan.
Wacquant empieza con las semejanzas. Tanto el gueto como la banlieue (que llevamos tiempo en el blog escribiendo, erróneamente, banlieu) son enclaves con una intensa concentración de minorías (negros en el gueto, con apariencia no europea en la banlieue). Ambos han experimentado en las últimas décadas cierta despoblación (a causa de los cambios en la economía al pasar al postfordismo, que afectó especialmente a las clases bajas) y ambos presentan distorsiones en cuanto a estructura de edades y composición de las unidades familiares respecto a sus entornos urbanos (en ellos viven muchos más jóvenes, que representan el 50% de los habitantes del gueto mientras que suelen ser un 30% alrededor).
La otra semejanza importante es el estigma que arrastran los habitantes de ambos lugares, así como «la atmósfera deprimente y opresiva que reina en su seno» (p. 186). El principal éxito posible en el gueto y la banlieue es abandonar el barrio; cualquier otro lugar les parece mejor a sus habitantes.
Luego vienen las diferencias, que Wacquant organiza en cinco apartados:
- 1. Ecologías organizativas dispares. Pese a estar perdiendo población, el gueto de Chicago cuanta (datos de 2005, aproximadamente) con unos 400.000 habitantes, mientras que las banlieues tienen entre 15 y 35.000, como mucho. Son cifras muy dispares que suponen organizaciones sociológicas completamente distintas. Además, las banlieues en Francia son «islotes residenciales, grupos de viviendas públicas salpicados por la periferia de un paisaje urbano e industrial compuesto con el cual mantienen necesariamente relaciones funcionales regulares» (p. 190), a diferencia del gueto negro, que es un lugar donde se lleva a cabo la totalidad de la vida. Los jóvenes de las banlieues salen a visitar, comprar o divertirse por otros barrios, algo que no hacen los habitantes del gueto. Más aún: el problema del gueto son las relaciones consigo mismo, pues sus habitantes temen salir a las calles, debido a la delincuencia y las muestras de violencia habituales de que hablamos en la primera entrada. En cambio, el problema (percibido) de las banlieues es, precisamente, su relación con el exterior, con el resto de los barrios circundantes. El gueto, como ya hemos dicho, es una estructura prácticamente autónoma, creada como red alternativa en cuanto se privó a los negros el acceso al resto de redes.
- 2. Concentración y unidad racial frente a dispersión y heterogeneidad étnica. El gueto es negro; es, «antes que nada, un mecanismo de reclusión social, un dispositivo que se propone cerrar a un grupo estigmatizado en un espacio físico y social reservado que le impedirá mezclarse con los otros y, por lo tanto, eliminará el riesgo de que los ‘manche'» (p. 192), mientras que las banlieues son profundamente multiétnicas. Si la reclusión negra en el gueto representa «la expresión de un dualismo racial», en las banlieues habita tal cantidad de etnias distintas porque, en general, «se debe principalmente a su representación tan elevada dentro de las facciones más bajas de la clase obrera y al hecho de que la mejora de su hábitat sólo se da mediante el acceso a la vivienda social» (p. 195).
- 3. Porcentajes y niveles de pobreza divergentes. En La Courneuve, banlieue de París, el porcentaje de ocupación es del 48% de la población activa, mientras que en Grand Bulevar (centro del gueto de Chicago) es del 16%. En el primero hay un 6% de familias monoparentales y en el segundo, entre el 60 y el 80%.
- 4. Criminalidad y peligrosidad. «En el gueto americano, la violencia física es una realidad inmediatamente palpable, y ya hemos visto que altera todos los datos de la existencia cotidiana. Es inimaginable coger el metro y pasear tranquilamente por el South Side de Chicago para hablar con la gente como se puede hacer en La Courneuve o cualquier otro polígono de los alrededores de París. Porque la frecuencia de los homicidios, los robos y las agresiones es tan alta, que ha comportado la práctica desaparición del espacio público.» (p. 198). En cambio, lo que los medios suelen describir como «violencia pública en las banlieues» tiene que ver con comportamientos al límite de la ilegalidad, robos, daños a edificios, peleas entre adolescentes o un tráfico reducido de drogas (a diferencia de los enormes mercados de la droga en plena calle de ciertas ciudades de Estados Unidos). El estigma en las banlieues se centra en la degradación relativa de las calles, la pequeña delincuencia y el aislamiento de sus habitantes. En el gueto, además, «la violencia letal es tan alta, que los jóvenes negros tienen una probabilidad más elevada de sufrir una muerte violenta recorriendo las calles del centro segregado de las ciudades de Estados Unidos que cuando iban al frente en el momento más álgido de la guerra de Vietnam» (p. 254).
- 5. Políticas urbanas y degradación del espacio vital. Hay un contraste enorme entre las zonas depauperadas del gueto y las calles de la banlieue. Dice Wacquant que es difícil, para los habitantes de Europa, hacerse una idea del estado de las calles del gueto, verdaderas «zonas de guerra», donde también las escuelas, puentes, carreteras, alcantarillas, comisarías y hasta hospitales están en un estado de «decrepitud avanzada» o directamente abandonados a causa de la reducción del estado del bienestar desde los años 70.
Al contrario que el gueto americano, la banlieue francesa no es una formación social homogénea, portadora de una identidad cultural unitaria, que disfruta de una autonomía y una duplicación institucional avanzadas, fundamentada en una división dicotómica entre razas (es decir, entre categorías étnicas a las cuales se les da una explicación biológica ficticia) oficialmente reconocida o tolerada por el Estado. Los polígonos populares de los alrededores de las ciudades no han tenido nunca ni tienen hoy en día vocación de encerrar a un grupo particular, a diferencia del Cinturón Negro de la metrópolis norteamericana, que siempre ha sido más una especie de contenedor urbano reservado a una categoría desacreditada que una reserva de mano de obra o un vertedero de detritus sociales. (p. 201)
El último capítulo de este apartado lo dedica Wacquant al estigma que arrastran los habitantes del gueto. Vivir allí supone «una presunción automática de demérito social y de inferioridad moral» (p. 215). Ésta surge, en primer lugar, de la propia realidad del deterioro físico del barrio, del que ya hemos hablado; en segundo lugar, en la inferioridad de sus instituciones propias en relación con las de los barrios cercanos, algo también evidente; y, en tercer lugar, por la actitud desconfiada y despreciativa del resto de la gente, que evitan entrar en el gueto o tratan con recelo a sus habitantes al conocer su origen.
A todos estos estigmas que provienen del exterior hay que sumarle uno propio: «la disgregación avanzada de la economía y de la ecología locales tiene un efecto difuso de desmoralización sobre los habitantes del gueto». La mayoría de sus propuestas, acciones o efectos de voluntad acaban en nada, son destruidos o bien por el propio entorno violento del gueto, o bien por el trato denigrante que reciben del exterior, por lo que poco a poco van perdiendo la esperanza y la voluntad y acaban asumiendo que nunca saldrán del barrio y que todo lo que intenten, salvo lo que se espera de ellos, acabará en fracaso.
Pese a que el gueto negro está en condiciones mucho peores que cualquier banlieue, son los habitantes de estas últimas los que peor llevan el peso del estigma. En general suelen vivir una rápida adaptación a los valores franceses, entre los cuales la «ciudadanía unificada y participación sin barreras»; pero, puesto que se relacionan habitualmente con gente que no vive en su barrio, comprueban pronto que estos principios no se cumplen con ellos, lo que los lleva a una mayor frustración. Los residentes del gueto negro, en cambio, tienen tan asumido que este racismo forma parte de la sociedad que sufrirlo en sus carnes es algo inherente a ellos mismos. También pesa el hecho, apunta Wacquant, de que los negros del gueto americano tienen interiorizada la ideología del éxito o el fracaso en la vida como algo personal, no social. Y, finalmente, los habitantes de las banlieues están acostumbrados a salir de su barrio en el día a día, tanto para el trabajo como de compras en barrios de todo tipo; por lo que, al comprobar que existen niveles de vida que, por su origen y su clase social, les están vedados, sienten con mayor virulencia el peso del estigma.
En ambos casos, el peso del estigma genera que sus habitantes sean «proclives a desarrollar estrategias de distanciamiento y de huida que tienden a debilitar y deshacer los vínculos sociales y, así, a validar las percepciones exteriores negativas del barrio», dando lugar a una «profecía autorrealizada funesta donde la lacra pública y el deshonor colectivo acabar por producir exactamente lo mismo que pretendían registrar: la atomización social, la desorganización comunitaria y la anomia cultural» (p. 224).
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