Smart City. Hacia la gestión inteligente, Sergio Colado et al.

Seguimos en nuestra búsqueda de un buen libro que trate sobre las smart cities, las ciudades inteligentes. Hace nada leímos Smart cities. Una visión para el ciudadano, de Marieta del Rivero, una loa desmesurada a todo concepto empresarial que defendía una implantación completa de la smart city y de toda la tecnología necesaria, respaldada, claro, por las empresas en las que la autora ha trabajado y trabaja. Como el lobo explicando a las ovejas por qué será tan buen guardián, vaya.

Hoy leemos Smart City. Hacia la gestión inteligente (Marcombo, 2014), escrito por Sergio Colado y con coautoría de Aberlardo Gutiérrez, Carlos J. Vives y Eduardo Valencia. Colado es ingeniero y fundador de empresas de tecnología; los otros tres, directivos en empresas de tecnología. Sin embargo, el libro empieza con una nota de esperanza:

Smart City no es construir una ciudad totalmente tecnificada, con sistemas informáticos y tecnológicos complejos que anulen la voluntad y la participación humana hasta el punto de transformar a la población en meros consumidores-productores sin posibilidad de autogobierno o de toma de decisión alguna. (p. 3)

La esperanza dura poco. En el segundo capítulo, al rastrear el origen de las smart cities, se cita a Leonardo da Vinci, que, al ser azotada Milán por la peste, diseñó una ciudad planificada (que nunca se llevó a cabo). Y ese parece ser el origen de las smart cities: las diversas utopías que se han llevado a cabo desde entonces. ¿Porque, se supone, una smart city es una utopía? El siguiente paso en el origen del concepto se encuentra durante los años 60, cuando empezaron las preocupaciones por la ecología y por la durabilidad del planeta, algo tan en boga en la actualidad. De nuevo: ¿porque la preocupación ecológica es precursora de la smart city? Ninguna de esas preguntas se responde; ni tampoco se sitúa el origen del concepto más allá de aunar algunos de sus supuestos temas, como la utopía, la gestión de los recursos o las ventajas ecológicas. Recordemos: Manu Fernández, en «El surgimiento de la ciudad inteligente como nueva utopía urbana«, sí que nos detallaba el origen de la smart city: en intereses empresariales que comprendieron el enorme nicho de negocio que se les abría en el campo de la ciudad.

Los siguientes capítulos ya caen en el tópico: ventajas de la smart city en tal ámbito, ventajas de la tecnología en tal otro. Si algo distingue a este libro, sin embargo, es que dedican un capítulo entero a las diversas tecnologías que se podrían implantar en la ciudad (sensores, por ejemplo) para hacerla más eficiente. Todo lo demás sigue el manual que hemos leído tantas veces y que sólo se distingue de cualquier página web que hable de smart cities por el volumen de información y la cantidad de páginas.

El capítulo final da ejemplos de algunas ciudades que han adoptado la iniciativa. Sale Barcelona; siempre, en todas las listas de ciudades inteligentes, aparece Barcelona. Y en el blog, pese a que vivimos cerca de ella, nos preguntamos el porqué. Sí que es cierto que Barcelona organiza el Congreso Mundial Smart City Expo; y dispone de todos los elementos que los índices de smart city explicitan que son necesarios; pero, más allá de eso, ¿acaso la vida de sus ciudadanos ha cambiado en algo? No. Barcelona presume de que sus autobuses son híbridos, y ello la convierte en ciudad inteligente; que los contenedores son smart, porque sorben la basura hacia el interior y eso evita olores; que se puede encontrar aparcamiento de forma smart (¿dónde, por favor?) y que dispone de muchos laboratorios fab, «talleres a pequeña escala que ofrecen fabricación digital (personal)». ¿Y eso la convierte en una ciudad smart? Para nada: simplemente, supone la lógica implementación de avances tecnológicos, adecuados a su época, como se ha hecho siempre. Como se hizo con la luz de gas, luego con la electricidad, anteriormente con el alcantarillado y con el tiempo se hará con nuevas tecnologías que no podemos ni sospechar.

El hecho de que haya que buscar una etiqueta con tanta desesperación, y que la cantidad de congresos, fondos europeos, nombres rimbombantes y empresas asociadas a la idea sea tan grande, eso es lo que debería asustarnos. No se engañen: la promoción smart city no es más que el enésimo intento empresarial por llevarse el gato al agua y justificar la implantación de sus tecnologías.

Les dejamos con la lectura de Smart Cities, de Anthony M. Townsend, donde se analizaba el concepto de ciudad abierta y las ventajas que podía acarrear para sus ciudadanos. Porque la tecnología puede llevarnos a grandes avances individuales y colectivos; y uno de sus mejores aliados, y posible campo de acción, es sin duda el entorno urbano. Pero no pasa por unas grandes empresas ávidas de instalar sus soluciones de tecnología privativa y entornos cerrados.

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