Zerópolis, Bruce Bégout

Zerópolis, publicado en 2002 por el escritor francés Bruce Bégout y traducido al español en 2007 (Albert Galvany, Anagrama) es una reflexión sobre diversos aspectos de la ciudad de Las Vegas, especialmente en tanto que simulacro urbano.

No es la primera vez que tratamos el tema en el blog. Sin ir muy lejos, Aprendiendo de Las Vegas, publicado en 1977 por los arquitectos Venturi, Scott Brown e Izenour, estudiaba la arquitectura de la ciudad sin tener en consideración su aspecto moral. Las Vegas es una enorme calle (el Strip) pensada para ser recorrida en coche, algo que también destaca Bégout, a cuyos lados se abren casino tras casino, a cual mayor y a cual más extravagante. El símbolo de neón, decían en Aprendiendo de Las Vegas, se ha vuelto tan importante, tal vez más, que el propio edificio. «El rótulo es más importante que la arquitectura», concluían.

Otro gran nombre que resuena en la ciudad es el de Baudrillard; no podía ser de otra manera, pues cada casino es una elevación al cuarto nivel del simulacro (Cultura y simulacro), apelando a una hiperrealidad sin base sostenible. El casino The Venetian, explicaba Francesc Muñoz en Urbanalización, ya no trata de imitar la ciudad italiana, sino que remite a un ideal inexistente, destilado, mediatizado, de góndolas, canales y puentes románticos.

La sombra de Las Vegas es alargada, viene a decir Bégout: la vemos en cualquier centro comercial de nuestras ciudades en la actualidad. «Todos somos habitantes de Las Vegas», propone en la introducción, pues «la cultura consumista y lúdica que transfiguró Las Vegas hace casi treinta años gana cada día nuevo terreno en nuestra relación cotidiana con la ciudad» (p. 13).

[Las Vegas] se opone, con una alegre brutalidad, a toda la pompa cultural, social y estética que comúnmente rodea nuestros hechos y gestos. Ya sean las instituciones (matrimonio, bautismo, etc.) o las tradiciones, Las Vegas se mofa de todo. Convierte toda realidad en escarnio. (…) Al hacerlo, revela la escena primitiva de la sociedad: la imposibilidad de creer en la verdad del otro. Convierte al otro en un completo desconocido, pues todo aquello que señala su presencia, la cultura y la civilización, se ve aquí propiamente ridiculizado. (p. 15)

El mensaje de Las Vegas es, en definitiva: «Todo es una inmensa y grotesca farsa». ¿Podría considerarse la ciudad como un enorme espacio liminal, entonces, un lugar desgajado del mundo donde las normas no se aplican y todos están hermanados en una communitas a lo Turner? A ello ayudaría la «no plausabilidad geográfica» (Joan Didion) y el hecho de que se yergue en un desierto, alejada de todo, forzando a sus visitantes a, literalmente, atravesar el desierto para alcanzarla, así como el famoso dicho «lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas».

Las Vegas, por lo tanto, carece de memoria. Da igual que la ciudad ya tenga cerca de 150 años: los visitantes no acuden a descubrir su pasado, sino a los casinos, a perderse en entornos artificiales, regidos por el aire acondicionado, donde se escamotean los relojes y cualquier referencia al exterior. Precisamente de esa necesaria -y buscada- artificialidad deben brotar los simulacros arquitectónicos y escénicos que pueblan la ciudad; Bégout afirma que «la extracción de lo real constituye la condición preliminar de la introducción en el mundo de la fantasía» (p. 23).

A diferencia del resto de las ciudades del mundo, la capital del juego no puede resumirse en una o dos figuras reconocibles. Al contrario, las multiplica profusamente como si quisiera con ello trascender definitivamente toda posibilidad de asignarle cierta identidad duradera. (p. 54)

De ahí el título del libro: zerópolis, un término «etimológicamente incorrecto» que, por un lado, parodia los muchos nombres diversos que reciben en la actualidad las ciudades, como megalópolis, exópolis, postmetrópolis o metápolis; y, por el otro, se refiere al número zero, el número que no cuenta nada pero que permite a los otros tener entidad; como leímos hace nada en Ciudad de cuarzo a los intelectuales europeos refiriéndose a Los Ángeles: antípolis, la anticiudad, la ciudad que no es.

Freemont Street, la calle con techo.

Sin embargo, no podemos acabar la reseña sin comentar el tufo pedante que, en ocasiones, empaña la obra. Además de un lenguaje a veces innecesariamente enrevesado o plagado de referencias cultas que no vienen al caso, Bégout da la impresión de considerar que los visitantes de Las Vegas son pobres despojos que han ido a la ciudad a jugar, o bien huyendo de unas vidas miserables y sin esperanza, o bien atraídos por lo abrupto de las luces y el neón. Se plantea en alguna de las páginas lo miserable que debe de ser la vida de los servidores de todos aquellos turistas llegados al desierto para jugar; sin embargo, en el blog nos parece que no debe de haber mucha diferencia entre, por ejemplo, trabajar en un casino de Las Vegas o un resort de Cancún o Bali; o un chiringuito de las playas del Mediterráneo, vaya. El problema no son Las Vegas, sino los servicios y el tipo de trabajadores de baja calificación y fácilmente sustituibles que requiere.

Por otro lado, aludiendo a la cúpula de Freemont Street, Bégout destaca la aparente necesidad de la ciudad de encandilar a sus paseantes, de no permitirles un sólo momento de respiro: «es preciso ocupar las veinticuatro horas del día al cliente con atracciones visuales y sonoras, a cual más sensacional, sin dejarle tiempo para comprender lo que le está sucediendo». Las Vegas es un lugar único en el mundo donde reinan el artificio y el simulacro; nadie pretende que sea otra cosa, y a eso es a lo que van sus visitantes. Otro tema son, por ejemplo, los centros comerciales, una de las bestias negras de los estudios sobre urbanismo actuales: porque privatizan el espacio público, porque fomentan el consumismo, porque impiden el acceso, de forma física o mediante la desincentivación, de determinados colectivos, porque sirven a la economía de la acumulación y del gran capital, empeoran las condiciones laborales, arrasan con la historia de la ciudad y una larga lista de ejemplos. Denunciar el simulacro en un centro comercial es una forma de luchar por otro tipo de ciudad; denunciarlo en Las Vegas dejó de ser novedad hace 30 años.

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