La selva de los símbolos. Aspectos del ritual ndembu (1967) fue escrito por el antropólogo Victor Turner tras su estancia en Rhodesia del Norte (la actual Zambia). Turner, vinculado al Rhodes-Livingstone Institute (que acabaría siendo conocido, merced a su director Max Gluckman, como la Escuela de Mánchester) se desplazó hasta el norte del país y convivió con la tribu de los ndembu, un grupo de cazadores – recolectores del que el autor describe la estructura y los principales ritos. Pese a ser una de las obras capitales de la antropología del siglo XX, si la reseñamos en este blog es por un motivo concreto: Turner observó que los ritos de paso, esenciales en la estructura social de la tribu, generaban una fase liminar ajena a dicha estructura pero necesaria para su sostén.

«Entre lo uno y lo otro: el periodo liminar en los ritos de paso» es el nombre del cuarto capítulo de la primera parte del libro y el único que reseñaremos. El resto son una lectura muy agradable que describe los rituales, costumbres y formas de concebir el mundo de los ndembu, con especial atención a la importancia de los símbolos (no en vano Turner está considerado, junto a Clifford Geertz, el padre de la antropología simbólica, la rama de la antropología que estudia la importancia y significación de los símbolos en cada cultura).
Arnold van Gennep desarrolló el concepto de los ritos de paso en 1909 para referirse a todo traspaso que se producía entre los mundos secular y sagrado. Por ejemplo: ser investido sacerdote requiere una serie de pasos, al igual que dejar de serlo; pasos que no son necesarios para convertirse en abogado o panadero. Los ritos de paso también se usaban en las sociedades para marcar el cambio de estado de sus miembros: por ejemplo, de la juventud a la edad adulta, de la soltería al matrimonio, de la vida a la muerte.
Turner recogió el concepto de van Gennep y desarrolló la fase liminar del mismo. «Si es cierto que nuestro modelo de sociedad básico es el de una estructura de posiciones, debemos considerar el periodo marginal o de liminaridad como una situación interestructural» (p. 103).
El mismo van Gennep ha definido los «ritos de paso» como «ritos que acompañan a cualquier tipo de cambio de lugar, de posición social, de estado o de edad». Para marcar el contraste entre transición y «estado», yo empleo aquí «estado» en un sentido que abarca todos sus otros términos. Van Gennep ha mostrado que todos los ritos de paso incluyen tres fases: separación, margen (o limen) y agregación. La primera fase, o fase de separación, supone una conducta simbólica que signifique la separación del grupo o el individuo de su anterior situación dentro de la estructura social o de un conjunto de condiciones culturales (o «estado»); durante el período siguiente, o período liminar, el estado del sujeto del rito (o «pasajero») es ambiguo, atravesando por un espacio en el que encuentra muy pocos o ningún atributo, tanto del estado pasado como del venidero; en la tercera fase, el paso se ha consumado ya. El sujeto del rito, tanto si es individual como si es corporativo, alcanza un nuevo estado a través del rito y, en virtud de esto, adquiere derechos y obligaciones de tipo «estructural» y claramente definido, esperándose de él que se comporte de acuerdo con ciertas normas de uso y patrones éticos. (p. 104)
Los ritos de paso, sin embargo, van más allá y se pueden usar para señalizar tanto cambios de status dentro de las sociedades como «la entrada en guerra de un pueblo o el paso de la escasez a la abundancia».
El sujeto de los ritos de paso, estructural, si no físicamente, es «invisible» durante el período liminar. En cuanto miembros de la sociedad, la mayor parte de nosotros vemos sólo lo que esperamos ver, y lo que esperamos ver no es otra cosa que aquello para lo que estamos condicionados, una vez hemos aprendido las definiciones y clasificaciones de nuestra cultura. Las definiciones seculares de cada sociedad no permiten la existencia de seres que a la vez no sean ni niños, ni hombres, es decir, justamente aquello que son los novicios en los ritos de iniciación masculinos (por decirlo de alguna manera). Todo un conjunto de definiciones esencialmente religiosas coexisten con aquellas que sirven para definir el «ser transicional» que estructuralmente resulta indefinible. El ser transicional o « persona liminar» se halla definido por un nombre y un conjunto de símbolos. El mismo nombre se emplea muy a menudo para designar por igual a personas que están siendo iniciadas a estados de vida muy diferentes entre sí. (…) Nuestros propios términos de «iniciado» y «neófito» tienen idéntica amplitud de sentidos. Podría parecer a partir de esto que el énfasis tiende a ponerse en la transición misma, en vez de en los estados particulares entre los que esa transición tiene lugar. (p. 105)
Esta «invisibilidad estructural» de los seres liminares tiene un doble carácter: ya no están clasificados pero, al mismo tiempo, todavía no están clasificados. Se los identifica con los cadáveres en sus respectivas sociedades, o con las mujeres menstruantes, o con la propia materia de que está hecha la tierra; son pura potencialidad: «no están ni vivos ni muertos, por un lado, y a la vez están vivos y muertos, por otro. Su condición propia es la de la ambigüedad y la paradoja, una confusión de todas las categorías habituales.» (p. 107).
Puesto que, realmente, no forman parte de la sociedad, se los considera contaminantes, algo ajeno, capaz de mancillar al resto de miembros del grupo.
Generalmente se dice de los neófitos que se encuentran «en otro lugar». Tienen una «realidad» física pero no social, de ahí que tengan que permanecer escondidos, puesto que sería un escándalo, una paradoja, tener ante la vista lo que no debería tener existencia. Cuando no se les traslada a un escondite sagrado, se los disfraza, colocándoles máscaras o extrañas vestimentas, o pintándolos con rayas de arcilla blanca, roja y negra, y así por el estilo. (p. 108).
Tampoco disponen de posesiones ni de materiales físicos puesto que éstos no pueden ser trasladados con ellos de una fase a la siguiente. En su estado liminar se los compara a las serpientes (que mudan de piel), a la luna (que muere y renace), a los osos (porque hibernan durante el frío) e incluso a los fetos (fases de gestación, parto y amamantamiento).
A pesar de estar desgajados de la estructura social, sin embargo, no viven en un lugar desestructurado por completo. Existen «toda una serie de relaciones» que forman una estructura social: de obediencia y sumisión plena a los instructores, si los hay, y de completa igualdad entre los neófitos. «El grupo liminar es una comunidad o comitiva de camaradas y no una estructura de posiciones jerárquicamente dispuestas. Dicha camaradería trasciende las distinciones de rango, edad, parentesco, e incluso, en determinados grupos culturales, de sexo. Gran parte de las conductas recogidas por los etnógrafos en las situaciones de reclusión caen bajo el principio: «uno para todos, todos para uno».»
Liberados de las normas, los neófitos pueden ser «ellos mismos» en un entorno donde el resto de categorías no tienen sentido y han quedado en suspenso.
La situación liminar es el ámbito de las hipótesis primitivas, el ámbito en que se abre la posibilidad de hacer juegos malabares con los factores de la existencia. (p. 118)
Sin embargo, esta fase termina por completo en el momento en que el individuo se restituye a la sociedad con su nuevo papel.
Turner desarrolló el concepto de la fase liminar en una obra posterior, El proceso ritual, y lo vinculó con la communitas, la sensación de pertenencia a una comunidad de iguales en general no estructurada. Dando un paso más, Manuel Delgado, uno de nuestros favoritos, ha ampliado el concepto y lo ha usado para describir a los paseantes urbanos «que parecen estar en trance», considerando que, al salir de casa, todo urbanita se convierte en un «ser de la indefinición», que ya ha salido del origen pero aún no ha alcanzado el punto de destino» (El animal público, pero serviría cualquiera de sus libros que hemos reseñado en el blog).
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