Redes de indignación y esperanza, Manuel Castells

A la espera de la lectura de El poder de la identidad, segunda parte de la trilogía La era de la información, de Manuel Castells (ya comentamos en su momento La sociedad red), ha caído en nuestras manos Redes de indignación y esperanza. Se trata de un libro distinto a los habituales de Castells: en vez de basarse en largos estudios bien documentados, es una reflexión, casi a vuelapluma, escrita por el sociólogo a tenor de los movimientos sociales que estallaron en el año 2011 por todo el planeta, en general como protesta contra la gestión de los gobiernos de la crisis económica de 2008 o en contra de las dictaduras o gobiernos árabes con pocas libertades.

Se analizan las revoluciones de Islandia y Túnez, como punto de partida; después los levantamientos árabes, el 15-M en España y el Occupy Wall Street. Castells explica brevemente el contexto de cada una y luego destaca los puntos que tienen en común. En definitiva, se trata de una reflexión sobre nuevas formas de hacer democracia o de organizas los estados; y, al mismo tiempo, sobre la percepción que tiene la sociedad sobre sí misma.

Castells es bastante más optimista de lo que luego, por desgracia, han sido los movimientos; recordemos que el libro es una publicación de 2012. Sí que destaca, en todo momento, que lo importante de estos movimientos (en general, sin líderes visibles y sin reivindicaciones políticas concretas) es la forma en que calan en la sociedad: por ejemplo, ya forma parte de nuestra cultura la dicotomía entre el 1 y el 99% que usó Occupy Wall Street como lema. Esa es la verdadera utilidad de las revoluciones (cuando no consiguen tumbar regímenes, como sí sucedió en Islandia o Egipto): modifican la percepción que los ciudadanos tienen de sí mismos.

El prólogo de Castells es maravilloso. Remite bastante a su anterior obra, Comunicación y poder (2009), y radiografía el poder (o su percepción) en la era de las redes.

Comienzo con la premisa de que las relaciones de poder constituyen el fundamento de la sociedad porque los que ostentan el poder construyen las instituciones de la sociedad según sus valores e intereses. (…) Las relaciones de poder están incorporadas en las instituciones de la sociedad, y especialmente en el estado. (p. 22)

Sin embargo, y pese a ostentar el monopolio de la violencia legitimada, ésta no es el mejor método de control: «la lucha de poder fundamental es la batalla por la construcción de significados en las mentes.» Ahí es donde entra la comunicación, «compartir significados mediante el intercambio de información». Controlada hasta ahora por el poder, la aparición de internet, una red de acceso libre y multimodal, permite la creación y sostenimiento de diversos discursos a la vez; el oficial (el, o los, del poder) ya no son los únicos.

Las diversas redes de poder se interconectan entre ellas. «¿Quién ostenta el poder en la sociedad red? Los programadores de cada una de las redes y los conmutadores (switchers) que conectan diversas redes (magnates de los medios que conectan red de capital con redes multimedia, élites financieras que financian a las élites políticas, élites políticas que rescatan instituciones financieras).»

Si el poder es la conexión de redes, el contrapoder es la reprogramación de redes o bien su desconexión. Ése es el objetivo de los movimientos sociales: puesto que los canales habituales están controlados por las redes de poder, buscan canales alternativos; internet. Y, al mismo tiempo, buscan la ocupación de un espacio pública controlado por el poder (La producción del espacio, de Lefebvre) como forma de visibilizar y legitimar su protesta por tres motivos:

  • la creación de comunidad: para superar el miedo a las posibles represalias del estado (incluso violentas), la comunidad establece lazos de esperanza; de ahí las barricadas levantadas en las calles, que, más que ofrecer protección ante el poder militar del estado, ofrecían una distinción entre el afuera y el adentro, entre «ellos» y «nosotros»;
  • el simbolismo de los espacios ocupados; como lo fue la destrucción de las Torres Gemelas, que no eran dos rascacielos sin más;
  • como conexión entre espacio concreto y espacio virtual.

Las revoluciones de Islandia y Túnez marcaron el punto de partida. Castells destaca, sobre todo, la existencia de una parte importante de la población con presencia e internet y cómo los movimientos eran al mismo tiempo locales y globales. Destaca también el papel de la cadena Al Jazira en los levantamientos árabes.

El movimiento en Islandia fue importante porque, por primera vez, una población se negó a aceptar las consecuencias sobre su bienestar de una clase financiera y política que, a su juicio, no les había representado. El de Túnez, porque acabó con la dictadura de Ben Ali. El primero dio alas a los movimientos que sacudieron Europa y Estados Unidos, el segundo, a todos los levantamientos árabes.

Cada una de ellas, y de las posteriores, tiene un contexto específico en el que no entramos (aunque Castells hace un gran trabajo al narrarlos). De Egipto destaca el intento de desconexión por parte del poder: se «apagó» internet para los ciudadanos. El problema es que una red mundial es muy difícil de cortar y surgieron alternativas por doquier; aquellos con la voluntad de superar las barreras encontraron formas de hacerlo. Además, cortar una red supone debilitar al resto de redes, algo que ni la red del capital ni la del turismo estaban dispuesta a permitir a largo plazo.

Del 15-M, Castells destaca la formación de debates y asambleas donde no había líderes y donde la sociedad tuvo que redescubrir formas nuevas de hacer políticas, de estructurarse y de tratar los diversos temas y tomar decisiones. Precisamente lo que volvió locos a los medios tradicionales, la no existencia de líderes claros, cómo narrar un movimiento donde cada cual se representa a sí mismo, es la gran lección que aprendió la sociedad.

Si en las revoluciones árabes el motivo que impulsó a la sociedad a la calle era la dignidad, la imposibilidad de llevar una vida digna debido a la corrupción política y policial, en Estados Unidos lo que encendió la chispa de Occupy Wall Street fue la respuesta a la crisis de 2008 y cómo dicha respuesta (rescatar a los responsables, que no fueron castigados) sólo acrecentó las diferencias entre una élite financiera y la mayoría de la población.

El nivel de ingresos del 1% de los estadounidenses con mayor nivel de vida pasó del 9% en 1976 al 23,5% en 2007. El crecimiento acumulado de la productividad entre 1998 y 2008 llegó a un 30% aproximadamente, pero los salarios reales sólo subieron un 2% durante esa década. La industria financiera captó la mayoría del incremento en productividad, ya que su cuota de beneficios pasó del 10% en los años ochenta al 40% en 2007, y el valor de sus acciones subió del 6% al 23%, a pesar de emplear tan sólo al 5% de población activa. Efectivamente, el 1% superior se hizo con el 58% del crecimiento económico de ese periodo. En la década anterior a la crisis, el salario real por hora aumentó un 2%, mientas que los ingresos del 5% más rico aumentaron un 42%. El sueldo de un director general era 50 veces mayor que el del trabajador medio en 1980, y 350 veces más en 2010. Éstas ya no eran cifras abstractas. También tenían cara: Madoff, Wagoner, Nardelli, Pandis, Lewis, Sullivan. Y estaban entremezcladas con políticos y funcionarios del gobierno (Bush, Paulsen, Summers, Bernake, Geithner y, por supuesto, Obama). (p. 158)

A modo de conclusión, Castells destaca las características comunes de estos movimientos sociales:

  • Están conectados en red de numerosas formas. Lo que permite no tener un centro identificable y la discusión de numerosos temas a la vez.
  • Se convierten en movimientos al ocupar el espacio urbano. Castells denomina espacio de autonomía al híbrido entre espacio virtual (de las redes) y espacio (físico) de los lugares.
  • Son locales y globales a la vez.
  • Son en gran medida espontáneos, encendidos por una chispa que se vuelve viral.
  • «La transmisión de la indignación a la esperanza se consigue mediante la deliberación en el espacio de la autonomía.» La creación de asambleas, de comisiones, y la no existencia de líderes visibles, en parte debido a la desconfianza de los participantes del movimiento por los representantes políticos.
  • Son redes horizontales.
  • Se trata de movimientos altamente autorreflexivos.
  • Son movimientos raramente programáticos (salvo cuando tienen el objetivo de acabar con una dictadura). Se plantean como una reflexión para alcanzar una nueva forma de consenso, más que como una serie de puntos a alcanzar.

¿Cuál es el balance políticos de estos movimientos? Paradójicamente, su papel en la política o su inclusión en ella se ven como algo muy complejo, incluso como una traición. Efectivamente, las élites políticas y financieras manifiestan que sólo se pueden permitir modificaciones que provengan de los cauces correctos de la política; dichos cauces están, a menudo, preparados de tal modo que diluyen la esencia de los movimientos (por ejemplo, requieren de una jerarquización evidente, algo que ya atenta contra las bases del movimiento). «Como el camino a los cambios de políticas pasa por el cambio político, y el cambio político se configura por los intereses de los políticos que gobiernan, la influencia del movimiento en la política es normalmente limitada».

Sin embargo, el cambio principal se produce en la mente de las personas. Por eso Castells acaba la reflexión con una nota de esperanza: porque las revoluciones supusieron un cambio, como poco, de mentalidad en la sociedad.

Queda pendiente un estudio que relacione el aprendizaje del poder en la lucha contra estos movimientos con la «evolución de los movimientos sociales» que se dio en las protestas de Hong Kong: la sociedad versus la tecnogobernanza china. Castells afirmaba, en La sociedad red, que probablemente una vislumbre del futuro urbano se dará en el Delta del Río de las Perlas; es probable que también gran parte de la gobernanza y la batalla por el control social también se lleve a cabo en sus calles.

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