La guerra de los lugares (II): desposesión

La eclosión de un terremoto o una gran inundación, así como el avance de una hidroeléctrica o de un megaproyecto de instalaciones deportivas sobre un territorio habitado, tienen impactos más acuciantes cuando ocurren sobre territorios cuya situación de tenencia puede ser impugnada en cualquier momento por autoridades o agentes privados. Las palabras que pueden designar esa situación en el contexto urbano son muchas: favelas, asentamientos irregulares, asentamientos informales, slums. Como veremos más adelante, las formas de nombrarla no son inocentes e intentan definir una situación de alteridad en relación con el orden jurídico-urbanístico dominante, representando una multiplicidad de casos muy distintos. Sin embargo, podemos afirmar que, por lo menos en el mundo urbano, estos espacios están marcados por la precariedad habitacional y por ambigüedades en relación con la tenencia. Esta es la situación que atraviesan más de la mitad de los habitantes de las ciudades del Sur global… (p. 165)

La primera parte de La guerra de los lugares. La colonización de la tierra y la vivienda en la era de las finanzas, de Raquel Rolnik, se centraba en mostrar cómo el cambio de paradigma del Estado como garante de alguna forma de vivienda para los ciudadanos dio paso a un Estado neutro, encargado de mantener la legalidad y sostener la creación de un complejo entramado financiero para permitir el acceso, mediante hipotecas y deuda, de los ciudadanos a la propiedad de la vivienda; el libro mostraba, como decíamos, que esto no fue un acto aleatorio sino premeditado y orquestado por el capital y las grandes finanzas para obtener rédito de un mercado inmobiliario que hasta entonces había permanecido dormido. Esta segunda parte que reseñamos ahora se centra en los estados de desposesión que sufren los que viven en las partes más vulnerables de la ciudad: en los barrios marginales de las afueras, en las favelas, slums; y los procesos de reapropiación de la tierra que lleva a cabo el capital mediante megaeventos como los Juegos Olímpicos o emergencias medioambientales.

Durante el siglo XIX y hasta mediados del XX existían diversas teorías que relacionaban las chabolas o barrios marginales con un exceso de inmigración en las ciudades, incluso con un remanente de población rural que no conseguía adaptarse a la vida urbana; se lo relacionaba con el otro, el outcast, alguien ajeno. Los años setenta se produjo una gran bibliografía, especialmente en Sudamérica, donde se mostraba que la existencia de estos lugares no respondía tanto a una dualidad moderno-arcaico o urbano-rural sino a «un modelo periférico de acumulación capitalista» en el cual este contingente poblacional de las afueras «respondía a una doble necesidad de acumulación en el capitalismo periférico: mantener bajos los costes de reproducción de la fuerza de trabajo y garantizar un ejército industrial de reserva permanente».

Rolnik relata casos (Camboya, Indonesia) donde grandes cantidades de terreno, áreas boscosas, poco pobladas pero con gran interés comercial, son cedidas a empresas multinacionales para que las exploten en lo que Oxfam calificó como «a global land rush», una nueva Fiebre del Oro. «El avance actual se da en contextos donde gran parte de las tierras ocupadas por comunidades rurales no es reconocida formalmente, o cuando lo es, pertenece a una categoría ‘paralela’ de tenencia, no integrada en un sistema único de registro y gestión.» (p. 180)

Aquí entra la denuncia de Rolnik: que tales desposesiones se dan en lugares limítrofes que lindan entre lo legal y lo ilegal, lo planeado y no planeado, lo formal / informal, dentro / fuera del mercado. Son zonas constituidas con un hilo legal tenue, siempre argumentable, que se acaban convirtiendo en un territorio a la espera de, en reserva, capaz de ser capturado «en el momento exacto». La autora da diversos ejemplos: en algunos casos los títulos de propiedad pertenecen al Estado, que los cede durante un tiempo pero, pasado ese tiempo, no los reclama, por lo que las personas siguen viviendo en esa zona pero ya en un estado transitorio; parcelas que en su momento fueron agrícolas y se vendieron con la condición de no ser divididas y en las que, al volverse urbanas, se construyen diversas casas, dando lugar a comunidades, la creación de una favela o slum; de nuevo, en situación alegal. En palabras de Vera Telles: «No se trata de un fuera del Estado y de la ley, lugar de anomia, desorden, estado de naturaleza. Son espacios producidos por los modos como las fuerzas del orden operan en esos lugares, prácticas que generan la figura del homo sacer en situaciones entrelazadas con las circunstancias de vida y trabajo de los que habitan esos lugares.» En estas zonas, son los propios individuos quienes elaboran sus leyes y viven de acuerdo con ellas.

Un ejemplo son los kampung de Yakarta, Surabaya o Yogyakarta, pequeñas aldeas informales con raíces locales habitado principalmente por personas de clase media y baja. Se convirtieron en la puerta de entrada de los inmigrantes a la ciudad, por lo que estaban formados por una gran mezcla de etnias. Se definen por el uso mixto, una mezcla de zona residencial en los pisos superiores y de comercio y producción en las plantas bajas donde se hacen comida, ropa, juguetes, muebles; creando así espacios semipúblicos de circulación tanto de mercancías como de pasajeros pero también semiprivados, donde llevar a cabo las actividades sociales próximas. Estos enclaves, con más de 500 años de historia, a menudo viven en situaciones de precariedad, sin instalaciones como agua corriente, y con un estatus jurídico ambiguo. Indonesia, durante muchos años, tuvo un plan para mejorar los kampung, dotándolos de medidas como agua corriente, asfalto o sistemas de drenaje, pero últimamente se ha reducido el presupuesto de este programa.

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El papel de la urbanización urbana debería ser la creación «de una especie de modelo para la ciudad ideal o deseada». En cambio, acaba deviniendo una herramienta al servicio de las grandes finanzas y el capital donde las mejores zonas de la ciudad, las que ellos habitan, siempre están claramente delimitadas y protegidas, «de modo que impide su invasión por parte de los pobres». Con sus leyes y regulaciones, el urbanismo santifica unos modos de posesión de la tierra y deja otros en el margen, donde, en cuando le convenga al capital, los modificará a su antojo.

«Para el pensamiento liberal, propiedad, derecho y ciudadanía se entrelazan.» La libertad entendida como autonomía, como lugar donde los otros no participan y que sólo se encuentra limitada por la libertad de los otros; y la propiedad pasa a ser esta garantía de poder sobre una parcela que excluye a los otros. El argumento es mucho más extenso, pero lo hemos reducido para llegar a la publicación del libro El misterio del capital de Hernando Soto donde el autor relaciona la riqueza de Occidente con la existencia de la propiedad privada «e intenta explicar la persistencia de la pobreza en países pobres y de ingresos medios como consecuencia de sus regímenes de propiedad ‘subdesarrollados’. Según Soto, los pobres poseen activos, sin embargo los utilizan de forma ‘defectuosa’, transformándolos en ‘capital muerto'» (p. 218). No sorprende que entre sus admiradores estén Bill Gates, George Bush, Vladimir Putin o Margaret Thatcher, porque la propuesta de Soto para erradicar la probreza pasa por convertir a todos los pobres en propietarios. En palabras de Ángelica Pérez Ordaz:

En El misterio del capital, De Soto analiza la manera en que los países en vías de desarrollo y los que salen del comunismo pueden generar capital a través de un eficiente sistema de propiedad legal que les permita salir de la pobreza y empezar a transformar activos y trabajo en capital, como es el caso de los países de Occidente, para que toda la población tenga acceso a un desarrollo sustentable. Sostiene que la riqueza de las naciones depende de la capacidad de sus gobiernos para crear sistemas legales que al mismo tiempo, reflejen y articulen adecuadamente el contrato social de sus pueblos.

A continuación Rolnik desmonta, uno a uno, los tópicos que propone Soto e incluso demuestra en algunos casos que no han servido en absoluto para erradicar la pobreza y sí para aumentar la brecha entre ricos y pobres. Si quieren otra versión algo más larga, tienen el maravilloso artículo de Edesio Fernandes «La influencia de El misterio del capital‘», con conclusiones muy similares a las de Rolnik.

Y la última forma de desposesión que analiza Rolnik tiene que ver con los megaproyectos financieros. Con la crisis económica y la llegada del neoliberalismo se pasa de unas ciudades en continua expansión cuyos gobiernos sólo deben administrar a unas ciudades en decadencia donde los gobiernos deben «emprender», atraer los flujos de turismo y capital. Surge así una nueva lógica de producción de la ciudad:

  • como los gobiernos locales no pueden endeudarse, recurren a mecanismos innovadores para financiarse y expandirse;
  • la tierra es uno de los recursos utilizables;
  • se atrae a inversores, interesados por el valor que esa tierra pueda generar;
  • el futuro de la tierra lo determina el inversor, en función de sus valores e intereses,
  • el destino de los que ocupasen la tierra anteriormente es irrelevante para el modelo; es tarea de los gobiernos entregar terrenos «limpios».

Lo hemos visto mil veces en China, pero se da en estados de todo el mundo.

Este nuevo proceso de producción de la ciudad también lleva al márqueting urbano, al IloveNY, a la competición entre ciudades por volverse globales, al efecto Guggenheim, por citar sólo unos pocos casos ya tratados en el blog. Pero también la aparición de las iniciativas público-privadas, donde se cede espacio público urbano para que lo exploten compañías privadas; o, en un salto considerable, a la expoliación y expulsión de las bolsas de pobreza en cuanto aparecen nuevos intereses en la ciudad como los Juegos Olímpicos, la Copa del Mundo o un Fórum de las Culturas (como ya vimos en palabras de Manuel Delgado). Las ciudades usan estos eventos para reconvertirse y reconfigurarse como destinos turísticos y del capital; por el camino, construyen grandes instalaciones y expulsan a los habitantes originales de la zona, mostrando, una vez más, el objetivo del urbanismo vinculado con el capital y, en palabras de Harvey, «los procesos de acumulación vía expoliación de los activos de los más pobres».

Casos similares se dan en la reconstrucción de los grandes desastres ecológicos: el huracán Katrina en Nueva Orleans, el terremoto de Haití de 2010, las inundaciones del tsunami en Indonesia. En este último caso, tras el tsunami surgió la oportunidad de transformar el territorio con la excusa de mejorar las condiciones de vida de la población; para ello, se delimitó una zona costera en la que no se podía construir y se alejó de ella a la población. Sin embargo, en poco tiempo esas zonas fueron vendidas a grandes empresas con intereses turísticos que las convirtieron en resorts de lujo para un público internacional.

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El uso de la palabra slum no es inocente. Se trata de identificar el vasto territorio autoproducido por los pobres en las ciudades con el estigma y, por lo tanto, de justificar las políticas de eliminación de esos espacios. El lenguaje de guerra frecuentemente empleado tampoco es inocente: se trata de controlar territorios estructurados bajo la lógica de las necesidades de supervivencia y de la invención, para que el capital financiero -la moneda que circula libremente, desencarnada de cualquier territorio- pueda allí posarse en paz.

Esta nueva forma de colonización opera tanto a través de la ocupación del territorio y de la sustitución de las formas de vida que allí existían, con desalojos forzosos y demoliciones, como del proceso cotidiano de construcción de los individuos consumidores y sujetos del crédito, ampliando los mercados y finanzas globales cultural y concretamente. (p. 273)

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