La smart city

La smart city o ciudad inteligente es aquella en la que se alcanzan grandes cotas de eficiencia y sostenibilidad mediante el uso de las TIC. Es un concepto que lleva unos cuantos años en boga y que aún no ha acabado de encontrar una definición precisa: desde los periódicos y las adminsitraciones se llama smart city a cualquiera que lleve a cabo proyectos de gestión medioambiental o relacionados con la implementación de sensores o nuevas tecnologías.

En el blog os proponemos una definición muy sencilla de lo que es una smart city. Imaginad que os corresponde decidir a qué hora se iluminan las farolas de una ciudad, para que esté iluminada durante la noche; ¿cómo lo haríais? Hasta ahora, la única opción viable era investigar las horas en que se va haciendo de noche, que son variables durante todo el año, y establecer ese momento aproximado para encender las farolas. El problema, evidente, es que habrá días en que, por ejemplo, el cielo estará lleno de nubes y no habrá luz durante un buen rato, hasta que las farolas se encienda; o en días especialmente luminosos, se encenderán antes de tiempo, malgastando energía.

Todo eso se resuelve con la llegada de los sensores de luz. Basta con colocar unos pocos repartidos por la ciudad, determinar un nivel de claridad, ¡y voilà!, las luces se encenderán solas en cuanto su iluminación sea necesaria. Ese es el concepto de ciudad inteligente: aquella donde la tecnología ha avanzado lo bastante para tomar decisiones por sí misma.

El concepto se puede extender a innumerables campos: riego inteligente en parques y jardines, contenedores de basura que informan de cuándo están llenos, audímetros para comprobar los niveles de sonido de forma automática, cámaras repartidas por la ciudad para controlar y diagnosticar el tráfico.

El problema surge cuando estos conceptos no nacen de demandas de la ciudadanía, sino de intereses de las empresas tecnológicas por implementar sus modelos en la ciudad y llevarse una buena cantidad de dinero. Ya lo denunciamos a propósito del artículo de Manu Fernández El surgimiento de la ciudad inteligente como nueva utopía urbana: la smart city no es una necesidad de los habitantes de las ciudades sino una imposición empresarial surgida alrededor de 2008 en la empresa IBM, luego extendido a multitud de otras empresas, con la intención de definir un nuevo paradigma urbano para principios del siglo XXI y ser ellos los responsables de su implementación y gestión.

La red de sensores y tecnologías necesaria para una smart city eficiente (en el sentido en que la pretenden dichas empresas) incluye un enorme coste de gestión tecnológica, de servidores y de personal altamente preparado que sólo las grandes empresas tecnológicas pueden proveer. No negamos que algunos de los conceptos que proponen sean más eficientes que los actuales: pero el paso de los de hoy (en general, gestionados por modelos públicos o públic-privados) a los necesarios para la smart city supone el paso de su gestión pública o semipública a una gestión completamente privada.

Ese es uno de los contras en la smart city. El otro es la verdadera necesidad de tanta tecnología. Entiéndannos, no tratamos ni de poner puertas al campo ni de volvernos luditas: bienvenida sea la tecnología, la queramos o no, y ojalá sea usada para lo mejor de que es capaz; la pregunta es: ¿necesitamos, de verdad, contenedores con sensores de capacidad, como propone Narcís Vidal Tejedor en su libro La smart city? El autor propone unos contenedores que irán avisando a una central cada vez que estén llenos de forma que el camión de recogida irá modificando de forma inteligente su recorrido para ir sólo a los puntos donde sea necesario.

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Siendo realistas: se hará una inversión enorme en contenedores nuevos dotados de sensores; se hará una inversión aún mayor en una central inteligente donde recibir y gestionar los datos; se reducirá la plantilla de conductores de camiones, porque de algún lugar habrá que sacar inversión para todo lo otro, y los conductores de camión tendrán una ruta variable cada día, lo que les impedirá optimizarla y generará nuevos problemas (dónde aparcar el camión mientras maniobran, qué carreteras están cortando de forma temporal, cuánto tráfico están reteniendo, cuánto ruido están haciendo). Además, habrá días en que, por azares, la mayoría de contenedores no estén llenos, porque ha llovido mucho y hace frío y a la gente le ha dado pereza bajar, me espero y mañana bajo bolsa y media; entonces, al día siguiente, si el recorrido supone más que sus horas de trabajo, ¿el conductor tendrá que hacer un horario mayor?, ¿dejará sin recoger las que excedan de su jornada laboral?

El ejemplo puede ser un poco exagerado, estamos de acuerdo, pero presenta el problema principal de las smart citys: que no son reales. Suponen una serie de personas, en general enamoradas de una forma determinada de tecnología, que empiezan a pensar qué pueden hacer con tantos sensores sin plantearse si realmente esos usos, o incluso la necesidad de sensores, son la mejor opción de inversión para la ciudad hoy en día. Ese es el gran error de La smart city y muchos otros: no se cuestionan el concepto de smart city, lo reciben con brazos abiertos sólo porque son unos enamorados de la tecnología. Que, repetimos, no es ni buena ni mala, ni estamos en contra de ella en el blog: es necesaria para unos fines. Pues determinemos primero dichos fines.

Unoa apuntes para terminar. El concepto de smart city nos recuerda al momento en que Le Corbusier y los suyos pensaron que la mejor forma para construir las nuevas ciudades era la descrita en La carta de Atenas: edificios llenos de luz, sol, aire y vegetación, bien alejados de las zonas de trabajo, para poder ordenar las ciudades y que los niños no creciesen llenos de polución y ruido. En la práctica, esas ideas, que no suenan mal, se convirtieron en bloques de viviendas alejados del centro de la ciudad donde los obreros tenían que llevar a cabo horas y horas de trayecto para alcanzar sus zonas de trabajo y donde las familias sentían que estaban apartadas de la ciudad. Porque se encumbró una idea al Olimpo sin tener en cuanta sus repercusiones ni su ejecución en el mundo real, una vez pasase a las manos de especuladores, políticos, concelajes de urbanismo y otras mil capas de capitalismo e intereses varios.

Segundo apunte: si les interesan las smart cities y los conceptos tecnológicos asociados a ella, no dejen de leer Smart Cities: Big Data, Civic Hackers, and the Quest for a New Utopia, de Anthony Townsend, donde propone una smart city surgida de la ciudadanía, de la aplicación libre de la tecnología, y no una tecnología limitada como la que nos proponen las grandes empresas (Apple es sólo un ejemplo, pero el que más rápido nos viene a la mente). Townsend explica ejemplos donde la tecnología, de forma barata, sencilla, eficiente y colaborativa, es útil: por ejemplo, en Nueva York, donde las depuradoras vierten el agua de la ciudad, una vez depurada, al río Hudson. Cuando llueve, sin embargo, el caudal de agua es tan grande que las depuradores se ven obligadas a abrir compuertas y dejar pasar toda el agua, sin filtrar, al río. Pues se propuso la creación e instalación de un pequeño led en los lavabos de la ciudad que se pondría rojo sólo en los días de lluvia en los que se tienen que abrir las compuertas de las depuradoras, para que los neoyorquinos supiesen que, en ese momento, si tiraban de la cadena, sus residuos irían directamente al río. Dándoles, claro, la opción de esperar una horas y no contaminar. Opción que ellos tomaban libremente, además. Todo ello, basado en la gran frase de William Gibson: “The Street finds its own uses for things”.

“When you start paying attention to what people actually do with technology, you find innovation everywhere. The stuff of smart cities -networked, programmable, modular, and increasingly ubiquitous on the streets themselves- may prove the ultimate medium for Gibsonian appropiation. Companies have struggled to make a buck off smart cities so far. But seen from the street level, there are killer aps everywhere.” (Smart Cities, p. 119).

Tercer apunte: ¿han oído hablar del concepto smart airport o smart flying? No, ¿verdad?, porque no existe. Hace unos años, viajar en avión suponía ir a una agencia de viajes, imprimir el billete, gestión precisa de tiempos, reservas, llamadas, llegada con horas de antelación, facturar maletas… todo eso se ha convertido en ir al aeropuerto, pasar la pantalla del móvil por un lector y caminar hacia el avión (por un aeropuerto reconvertido en no lugar entregado al comercio y a los flujos del capital, sí, pero no nos desviemos). Sin embargo, en ningún momento se nos ha pretendido vender un concepto de «nueva forma de viajar» ni de smart flying ni nada parecido; porque no ha sido necesario, porque se ha creado una sinergia entre lo mejor para las grandes aerolíneas, los aeropuertos y los viajeros que ha supuesto una mejora en la eficiencia y la facilidad para viajar (tema de la contaminación a parte). Por ello es tan sospechoso el concepto de smart city: si tanta ventaja va a suponer, ¿por qué no se implanta ya, por qué tanta necesidad de congresos y ferias y vender humo por parte de administraciones y empresas?

Finalmente, el libro La smart ctiy, de Narcís Vidal Tejedor, que ha generado toda esta reflexión, es un pequeño manual de 2015 donde se dan algunos tips sobre el concepto de smart city y sus posibles usos tecnológicos, con especial atención a todos los aspectos tecnológicos y ninguna reflexión sobre la verdadera necesidad o idoneidad de dichos avances.

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