La sociedad de la transparencia, Byung-Chul Han

Byung Chul-Han es un filósofo coreano que a los 26 años abandonó sus estudios de metalurgia y se mudó a Alemania, donde aprendió Filosofía y Teología. Algunos de los temas que le interesan son el amor, la violencia, el tiempo y aspectos esenciales de nuestra sociedad como la pornografía (en seguida explicamos en qué contexto), la transparencia, las neurosis que impone el capitalismo o la forma en que los individuos se relacionan unos con otros mediante el sistema digital de las redes.

Byung-Chul Han es algo así como un filósofo estrella. No es especialmente difícil de leer: sus textos son cortos, concisos y muy, muy definitivos, aunque no especialmente sencillos. Nos ha recordado bastante a Debord, al menos en los inicios de La sociedad del espectáculo, aunque más adelante Debord desarrolla argumentos más complejos. Si tenemos que encontrarle un referente, al menos en este La sociedad de la transparencia que hemos leído, sería sin duda Baudrillard. Últimamente aparece sin cesar en nuestras lecturas: habrá que llegar a él, en cuanto vuelvan a abrir las bibliotecas y las librerías.

01

El libro se divide en diversos capítulos, todos ellos titulados La sociedad positiva, o la sociedad de la evidencia, o la sociedad porno, íntima, de la revelación… aunque los argumentos varían levemente de uno al otro, el hilo común en general es siempre visible.

El tiempo transparente es un tiempo carente de todo destino y evento. Las imágenes se hacen transparentes cuando, liberadas de toda dramaturgia, coreografía y escenografía, de toda profundidad hermenéutica, de todo sentido, se vuelven pornográficas. Pornografía es el contacto inmediato entre la imagen y el ojo.

(…) La transparencia es una coacción sistémica que se apodera de todos los sucesos sociales y los somete a un profundo cambio. El sistema social somete hoy todos sus procesos a una coacción de transparencia para hacerlos operacionales y acelerarlos. (p. 12)

El lenguaje transparente es claro, expositivo, maquinal; no admite sugerencias ni ambivalencias. No es lenguaje, en definitiva, porque el lenguaje nace de la generalización, sino programación. La sociedad exige transparencia con el convencimiento de que así, por ejemplo, se conseguirá erradicar la corrupción o se llegará a un consenso sobre las formas de gobierno. «La coacción de la transparencia nivela al hombre mismo hasta convertirlo en un elemento funcional de un sistema. Ahí está la violencia de la transparencia.»

Sin duda, el alma humana necesita esferas en las que pueda estar en sí misma sin la mirada del otro. Lleva inherente una impermeabilidad. Una iluminación total la quemaría y provocaría una forma especial de síndrome psíquico de burnout. Sólo la máquina es transparente. La espontaneidad, lo que tiene la índole de un acontecer y la libertad, rasgos que constituyen la vida en general, no admiten ninguna transparencia.

¿Y qué es espontáneo hasta el extremo? Lo urbano. La transparencia absoluta es enemiga de lo urbano, con los ciudadanos tratando constantemente de aparentar algo distinto a lo que son. Recordemos a Goffman (La presentación de la persona en la vida cotidiana), al que volveremos en la próxima entrada: cada interacción social nos obliga a formar un personaje.

Defiende además Han (¿el nombre es Byung-Chul y el apellido Han?) que «una relación transparente es una relación muerta, a la que le falta toda atracción, toda vitalidad«. «La sociedad positiva tampoco admite ningún sentimiento negativo.» Evoquemos las redes sociales: sólo se comparte aquello feliz, alegre; y cuando se comparte algo triste, se hace como la exposición de un momento puntual y necesario para aprender algo que nos hará mejores personas; un desliz.

Llevado a la política, se llega a la desaparición de la ideología y la aparición de «opiniones exentas de ideología»: las opiniones carecen de consecuencias. Han, que lo denomina «postpolítica», lo identifica con el partido pirata alemán, un partido que proponía la transparencia política total. Según Han, se trata de un partido de gestión de la sociedad, no que proponga nuevas coordenadas para organizarla. Un partido que refleja lo ya existente, sin crear alternativas. «Transparencia y verdad no son idénticas. (…) Más información o una acumulación de información por sí sola no es ninguna verdad. Le falta la dirección, a saber, el sentido

La sociedad de la exposición avanza, así, hasta la sociedad de la pornografía. La pornografía no es erótica, es una exposición de la «ejecución femenina del placer y la ostentación de la capacidad masculina». El cuerpo se expone, se cosifica, «y ya no es posible habitar en él; hay que exponerlo, y con ello explotarlo. Exposición es explotación.» Nos recuerda a las palabras con que Neil Leach empezaba La anestética de la arquitectura sobre cómo todo se ha vuelto estético y, por lo tanto, carente de significado y sin visos de verdad:

La comunicación visual se realiza hoy como contagio, desahogo o reflejo. Le falta toda reflexión estética. Su estetización es, en definitiva, anestésica. Por ejemplo, para el «me gusta» como juicio de gusto, no se requiere ninguna contemplación que se demore. Las imágenes llenas del valor de exposición no muestran ninguna complejidad. Son inequívocas, es decir, pornográficas. Les falta toda ruptura, que desataría una reflexión, una revisión, una mediación. La complejidad hace más lenta la comunicación. La hipercomunicación anestésica reduce la complejidad para acelerarse. Es esencialmente más rápida que la comunicación del sentido. Este es lento. Es un obstáculo para los círculos acelerados de la información y comunicación. Así, la transparencia va unida a un vacío de sentido.

A la sociedad de la transparencia toda distancia le parece una negatividad que hay que eliminar; constituye un obstáculo para la aceleración de los ciclos de la comunicación y del capital. (p. 32)

Lo dirá más adelante de otro modo: «la exposición en sí es pornográfica. El capitalismo agudiza el proceso pornográfico de la sociedad en cuanto lo expone todo como mercancía y lo entrega a la hipervisibilidad».

02
«Arreglá pero informal»

El capítulo La sociedad íntima lleva esta exposición al individuo siguiendo los pasos de El declive del hombre público de Richard Sennett y su explicación de que el mundo del siglo XVIII era un teatro del mundo, con sus pelucas exageradas y la típica peca postiza que expresaba diversos significados en función de dónde se hubiese colocado. Sin embargo, los atuendos, incluso disfraces que llevaban esos nobles, no expresaban su interior, no revelaban sus más profundas intimidades, sino que eran medios expresivos, juegos de apariencia, «ilusiones escénicas». «La formalización, el convencionalismo y el ritualismo no excluyen la expresividad. El teatro es un lugar para las expresiones. Pero estas son sentimientos objetivos y no una manifestación de interioridad psíquica. Por eso son representadas y no expuestas. El mundo no es hoy ningún teatro en el que se representen y lean acciones y sentimientos, sino un mercado en el que se exponen, venden y consumen intimidades. El teatro es un lugar de representación, mientras que el mercado es un lugar de exposición. Hoy, la representación teatral cede el puesto a la exposición pornográfica.»

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Los social media y los motores de búsqueda personalizados erigen en la red un absoluto espacio cercano, en el que están eliminando el afuera. Allí nos encontramos solamente a nosotros mismos y a nuestros semejantes. No se da ya ninguna negatividad, que haría posible un cambio. Esta cercanía digital presenta al participante tan solo aquellas secciones del mundo que le gustan. Así, desintegra la esfera pública, la conciencia pública, crítica, y privatiza el mundo. La red se transforma en una esfera íntima, o en una zona de bienestar. La cercanía, de la que se ha eliminado toda lejanía, es también una forma de expresión de la transparencia.

La tiranía de la intimidad lo psicologiza y personaliza todo. Tampoco la política se le sustrae. Los políticos no se miden por sus acciones, y esto engendra en ellos una necesidad de escenificación. La pérdida de la esfera pública deja un vacío en el que se derraman intimidades y cosas privadas. (p. 71)

Traducido al espacio público: ir al centro comercial en vez de ir al mercado. En el primero sólo vas a encontrar un espacio agradable, con música y climas controlados, con acceso restringido sólo a aquellos similares y entregado completamente al consumo; al segundo pueden acceder todos, incluso tipologías que no estamos acostumbrados a ver y que nos mostrarían algo más de cómo es la realidad. Llevado a las redes, se traduce en un entorno seguro en el que sólo consumimos aquello que nos gusta y nos es agradable; ya conocido, rutinizado, automatizado y, por lo tanto, carente de respuesta y reflexión. El afuera, la diversidad, lo ajeno, lo otro, incluso, que Sennett reclamaba como la forma para aprehender la sociabilidad y la forma de moverse en lo colectivo, desaparece. «Los hombres se hacen sociales si mantienen la distancia entre ellos. En cambio, la intimidad la destruye.» Incluso, denuncia Han, las reglas del juego están cambiando y pasando de unas normas objetivas a «estados psicológicos subjetivos»: el me gusta o no me gusta como opinión válida que no merece de explicación. De ahí a los safe spaces en las universidades americanas: lugares carentes de odio, discriminación o todo sentimiento negativo; lugares donde el «no me gusta» es un argumento válido en una discusión. Un sinsentido.

En la sociedad de la transparencia no hay comunidades (Gemeinschaft), sólo acumulaciones o pluralidades de egos que se reúnen de forma puntual con un objetivo común: ya sea una firma en Change.org, un hashtag que mola seguir o una marca con cuyos (supuestos) valores se identifican. Pero no poseen verdadera acción política común ni trasfondo: «les falta el espíritu». En lugar de pretender un mundo regido por alguna instancia moral, se instaura la transparencia como objetivo básico: si todo el mundo lo ve todo, nadie podrá hacer nada malo. La transparencia se convierte en exhibicionismo, el exhibicionismo, en voyeurismo; y todo, basado en el supuesto de que la transparencia genera confianza cuando es al revés: la destruye por completo. No puedes confiar en alguien que sabes que no te puede mentir, porque sólo conoces sus hechos, no sus motivaciones.

El viento digital de la comunicación e información lo penetra todo y lo hace todo transparente. Sopla a través de la sociedad de la transparencia. Pero la red digital como medio de la transparencia no está sometida a ningún imperativo moral.

4 comentarios sobre “La sociedad de la transparencia, Byung-Chul Han

  1. BYUNG-CHUL HAN: LA SOCIEDAD DE LA TRANSPARENCIA, AUTOEXPLOTACIÓN NEOLIBERAL Y PSICOPOLÍTICA.
    Adolfo Vasquez Rocca
    2017, NÓMADAS Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas. Vol 52 (2017): Número especial: © 2017. Universidad Complutense de Madrid.
    Resumen – Las obras de Byung-Chul Han — La sociedad del cansancio; La sociedad de la transparencia; La agonía de Eros; En el Enjambre y Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder — recurren a varias metáforas y figuras emblemáticas de la historia cultural y literaria para explicar la figura del sujeto de rendimiento. Sometido a un exitismo patológico y una auto-explotación productiva que entre otras consecuencias ha producido un declinar del deseo sexual o la agonía del eros. Ni siquiera el ocio o la sexualidad pueden rehuir el imperativo del rendimiento. El hombre contemporáneo se ha convertido en una fábrica de sí, hiperactiva, hiperneurótica, que agota cada día su propio ser diluyéndolo en un afán competitivo, de allí que el síntoma de nuestra época es el cansancio. El sistema neoliberal ha sido internalizado hasta el punto de que ya no necesita coerción externa para existir. Asimismo La sociedad de la transparencia lleva a la información total, no permite lagunas de información ni de visión” y acelera el flujo de datos empíricos. El mundo es hoy un mercado en el que se exponen, venden y consumen intimidades. Dr. Adolfo Vásquez Rocca

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